Estaba en cuarto de
media. Tenía 15 años y me burlaba de todos los que separaban pareja para la
fiesta desde abril. Me parecía una gansada tener que asegurarse con tanta
antelación. Como si uno fuese un indeseable.
Mis amigos me decían que debía hacerlo ya. Todas mis compañeras de
promoción también conseguían parejas temprano. Generalmente mayores,
universitarios. Yo era un músico respetado en mi colegio, miembro de la banda
Paranoia, amigo de todos. Mi papá era un tipo muy conocido en Lima, con muchos
amigos y amigas con hijas bien bonitas y gentiles. Mi panorama de opciones era
realmente amplio.
Es más, según yo, debía tomarme el tiempo de ver quien realmente me
convenía entre tantas personas.
Tenía un amigo coleccionista de música Beto “Chochi”
Solís. Flamante herencia repitente de la promocion superior. Todo mi
colegio era coleccionista de música. Todos paraban en Miguel Dasso. Todos
escuchaban Doble Nueve y todos vivían adictos al Club de Discos y Cassettes
Sears.
Él era uno de ellos y también pensaba como yo. Hasta que dijo “Ya estamos en octubre compadre, sigues pensando que
todavía no es momento?” . Yo le decía que no sea carnero, que no haga lo
que todo el mundo. Que ¿qué pasaba si escogía y
luego encontraba a alguien más divertida? Así lo tenía al pobre.
Convencido de que todo se iba arreglar.
Llegamos a finales de noviembre y recién decidí buscar mi pareja. Las 3
primeras no pudieron. Ya tenían compromisos. Las 2 siguientes tenían enamorado
nuevo. Todas las demás por una u otra razón tampoco podían. Chochi quiso
cooperar pero nadie de su edificio aceptó y sus primas tampoco estaban
disponibles.
La verdad me asusté. Pero faltaban todavía 2 semanas. Sin embargo una a
una, como si fuera una película, nos decían que no podían. Parecía que se
habían puesto de acuerdo. En las postrimerías del año se hacía más difícil
todo. Nadie aceptaba.
Ya en la noche de la víspera, rendidos, y con Chochi repitiéndome
constantemente “Seremos la burla de por vida”
terminamos sentados en un murito de mi calle. En la esquina con la avenida
Conquistadores. Justo al frente del departamento de la actriz Mirna Bracamonte.
Ella llegó justo en esos momentos. Al vernos así me llamó. Levante la
cabeza y me dijo “Están bien?” y yo le
explique toda la historia. Ella dijo secamente “Vengan”.
La seguimos pensando en que nos iba a dar una refresco o unas palabras
de consuelo y subimos a su gran departamento.
Abrió la puerta y desde la sala gritó “Ana,
Paty” y salieron sus dos guapas hijas mayores. “Mañana
acompañan a Pedro y su amigo a su fiesta de pre” y yo dije “Pero ellas tienen enamorado” Ella contestó “Yo me encargo, tranquilos”.
Al día siguiente un renacido Chochi sacó su camioneta verde Opel de
1967, con la que su familia distribuía jamones rellenos en San Isidro, y
enfundados en nuestros ternos de la confirmación recogimos a mis amigas que nos
hicieron el favor de acompañarnos.
Hasta hoy recuerdo sus caras al vernos recogiéndolas en un auto de
reparto. Educadas y dulces, no se hicieron problema y subieron haciendo
equilibrio para no irse de espaldas, ya que la camioneta no llevaba
respaldares.
Pero la pasamos increíble. Al mismísimo día siguiente quedé con una
amiga de ellas para que sea mi pareja de prom para el año siguiente. Aprendí mi
lección.
Al final milagrosamente, conseguimos ir a nuestra fiesta flamantemente
acompañados gracias a la inolvidable gentileza de Mirna Bracamonte y sus hijas.
Esa inesperada generosidad solo puede salir de un corazón inspirado. De una
verdadera artista.
Más historias en mi libro “La vida me bien”
de Editorial Planeta.
Compartan por favor.
Buenos días amigos
y feliz viernes para todos.
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