Es muy conocido el
papel del gran mufti de Jerusalén, Amin
Al-Husseini, durante la Segunda Guerra Mundial, su apoyo al régimen nazi
y el reconocimiento por parte de Hitler de Al-Huseeini como líder de facto de
los musulmanes de Oriente Medio. Este reconocimiento significó apoyo financiero
y militar, mientras que Al-Husseini no cesaba de organizar ataques armados
contra los judíos en la región, arengando a los musulmanes alistados en la
Legión árabe libre o en las filas de las Waffen SS (en la 13ª División de
Montaña SS Handschar, formada por musulmanes de los Balcanes) y haciendo
propaganda en favor de la solución final. Pero se sabe mucho menos de lo que
hizo al terminar la guerra.
Ibn Warraq en su libro The Islam in
Islamic Terrorismexplica cómo se salvó de la quema y encontró refugio en
Egipto, donde fue recibido como un
héroe por el fundador de los Hermanos musulmanes, Hassan Al-Banna. Allí
siguió trabajando en la constitución de un movimiento armado yihadista que
participó en la guerra de 1948 contra Israel. Tras la derrota, Al-Husseini
consagró el cuarto de siglo de vida que le quedaba a promover el yihadismo,
contra Israel y Occidente, pero sobre todo contra los dirigentes nacionalistas
árabes, considerados traidores a la causa islámica (se tiene certeza de su
involucración en los asesinatos de dirigentes moderados de Jordania y Libia
deseosos de encontrar un modus vivendi con Israel).
Pero lo que más me ha llamado
la atención ha sido descubrir que ayudó
a numerosos nazis alemanes, algunos de los cuales se convirtieron al islam, a
conseguir nuevas identidades y empleos en países árabes de Oriente Medio.
Se suele hablar de los criminales nazis refugiados en países sudamericanos,
pero si se calcula que en el continente americano pudieron esconderse entre 200
y 800, en Oriente Medio consiguieron
una nueva identidad y pudieron escapar de la justicia hasta cuatro mil.
Este dato me ha hecho
recordar, pensando en los antiguos nazis conversos al islam, en aquellas
palabras de Hitler recogidas por su secretario privado, Martin Bormann:
“Si en
Poitiers Carlos Martel hubiese sido derrotado, la faz del mundo habría
cambiado. Dado que el mundo ya estaba entregado a la influencia judaica (¡y a
su producto, el cristianismo, tan insulso!), hubiera sido mucho mejor que el
mahometanismo triunfara. Esa religión
premia el heroísmo, promete a los guerreros las alegrías del séptimo cielo…
Animados por tal espíritu, los alemanes habrían conquistado el mundo. Es el
cristianismo el que nos los ha impedido”.
Jorge Soley
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