“¡Fuego!
¡Fuego! ¡Fuego! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Hay fuego en la casa de Dios! ¡Fuego en
las almas! ¡Fuego en el Santuario!” (S. Luis M. de Montfort, Súplica Ardiente)
Tras el silencio, el estupor y
el llanto, todavía caben y urgen las palabras, y el buen tino cristiano nos
debe llevar también a buscar respuestas tanto naturales como sobrenaturales.
Negarse a ver los signos que
Dios envía o permite a veces tan meridianamente claros, es necedad mayúscula,
sobre todo si proviene de almas presuntamente católicas, que han sido
gravemente inficionadas de racionalismo, como los que en este mismo portal
dejaban comentarios días atrás: “…esto es una
desgracia para creyentes y no creyentes, para el patrimonio De la
humanidad"; “.. en cuanto a las “apocalípticas señales divinas”,
devienen de un hecho fortuito…” , o bien
“Me produce hilaridad los que ven en esto un signo divino ….”
Hay que decir entonces que aún entre las personas piadosas hay multitud
de necios, que se resisten pertinazmente a reconocer las causas y significados
de lo que tienen ante sus narices, y no conformes con el “humo de Satanás", se regodean en tender
además cortinas de
humo para ocultarlo. Siguiendo
con el juego de palabras, podemos decir tal vez que les falta el verdadero fuego
para dar testimonio pleno de la verdad, por amarga e sorprendente que sea…
“…vendrá
tiempo en que no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo ansias de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias
concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las
fábulas.” (2 Tim.4, )
Por nuestra parte, creemos por
el contrario que no podemos quedarnos en la anécdota periodística ni en un
lamento políticamente correcto, mesurado, calculando los valores monetarios o
culturales de las llamas sobre este símbolo mayor de la Cristiandad en forma de
templo.
Por ello no nos parece historia ya pasada, a
menos de un mes de lo sucedido, sino muy actual.
Porque lo cierto es que más
allá de los festejos de los enemigos internos y externos de la Iglesia (aquí o aquí), o de la “casualidad”
de que el siniestro se produjera en el Día
mundial del Arte -declarado por
los amos del mundo-; más allá de las sospechosas “certezas” del gobierno
del masón-Macrón, desmentidas por el antiguo arquitecto en jefe Benjamín Mouton, lo que siempre debe primar es la búsqueda de la verdad y ésta permanece,
y sigue alumbrando.
En primer término, la verdad natural, inmediata, que debe ser asequible a
todos, pero que no está reñida -todo lo contrario- con la verdad sobrenatural y espiritual, que
como bautizados no sólo nos es lícito sino necesario procurar ver a través de
lo que nos rodea, atentos a lo que Nuestro Señor nos pide
“Fíjense
en la higuera y en los demás árboles. Cuando
ven que empiezan a dar fruto, saben que ya está cerca el verano. Así
también, cuando vean que suceden las cosas que les he dicho, sepan que el Reino
de Dios está cerca (…) Podrán dejar de
existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse“.
(Lc.
21,29-33).
Y nos sigue
increpando, como a los fariseos y saduceos, que querían ponerlo a prueba:
“…le
pidieron que les hiciera ver un signo del cielo. Él les respondió: “Al
atardecer, decís: “Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo. Y de
madrugada, decís: “Hoy habrá tormenta, porque el cielo está rojo oscuro". ¡Necios! Sabéis interpretar el aspecto
del cielo, pero no sabéis discernir los signos de los tiempos?“(Mt 16,2-4)
¿Habremos de
creer acaso obstinadamente, que la Palabra de Dios es puro símbolo impreciso,
negándonos siempre a ver la claridad de su paulatino pero íntegro
cumplimiento?:
“…se
levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y
hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores.
Entonces os entregarán a
tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa
de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros,
y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse
multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. (…) Cuando veáis,
pues, la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida
en el Lugar Santo -el que lea, que entienda-, (…) habrá entonces gran
tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni
la habrá…” (Mt. 24, 7-13.15.21)
Por todo esto es que nos
parece muy oportuno difundir un video
preparado por la Dra. Pilar
Baselga, quien pese a no ser católica práctica (rogamos por su
conversión) creemos que es una persona animada sinceramente por la búsqueda de
la verdad, tarea que realiza con suficiente seriedad y expone con admirable
libertad de espíritu, que ya quisiéramos en algunos de nuestros pastores.
A los que todavía permanecen
sonriendo escépticamente tras el video, los invitamos a explicar el retiro
prematuro de los Apóstoles de bronce del crucero y otras obras de valor, días
antes del 15/4, o la falta de respuesta a las dos alarmas, contando con personal de vigilancia permanente, y
sobre todo a determinar cómo fueron
suficientes sólo dos o tres días para la difusión y aparición de los “brillantes” proyectos de restauración de la
cúpula, y la elección de semejantes profesionales tan “calificados” para ello…
Ni hablar de los 5 años
previstos para la vertiginosa “reconstrucción” que
no será sino una vergonzosa y sacrílega transformación según el paladar
masónico, a imagen del remedo grotesco que actualmente se va produciendo dentro
de la propia Iglesia de Cristo.
Como ya lo hemos dicho en
algún otro post, estamos asistiendo a
una “nueva” iglesia que no conoce dogma
mayor que la democracia universal ni virtud más heroica que la tolerancia y el
sincretismo apóstata. Nos preguntamos, de paso, si desde la ley de 1905
(de separación entre la Iglesia y el Estado), la Iglesia en Francia habrá
puesto suficiente empeño -mirando el mayor bien de los fieles- para recuperar
las propiedades confiscadas en la Revolución Francesa, especialmente los
templos, ni siquiera restituidos con el concordato de 1801...
Estos elementos hacen ocioso
todo comentario, y en todo caso, invitan a la náusea frente al siniestro rito, tan bien orquestado.
No se debe pasar por alto, sin
embargo, que por detrás de la trama, Dios sigue siendo el Señor de la Historia.
Es de notar lo que a propósito apuntaba J.M. De Prada:
“…
¿Y si el incendio de la catedral de París fuese grato a Dios? Pocas veces he comprobado más nítidamente la
transformación de la «casa de oración» en «cueva de ladrones» - según la
brutal expresión evangélica - que cuando visité la catedral de París,
convertida en un parque temático para solaz de manadas de turistas, que eran
paseadas por todos los lugares del templo, para que hollasen a gusto - pinreles
en chanclas, camisetas reventonas de michelines, escotes disuasorios como
albardas lacias -, mientras Dios se escondía (o lo escondían quienes más
obligados están a mostrarlo) en alguna capilla lateral, para que no contemplase
aquella apoteosis del horror. La catedral
de París no simbolizaba ninguna de las paparruchas que en estos días se han
escrito; simbolizaba lo que el profeta Daniel denomina «la abominación de la
desolación», la profanación extrema del lugar santo, la fe «pisoteada
por los gentiles» del nuevo paganismo, dispuestos a enseñorearse de sus
escombros, convenientemente vaciados de Dios….”
Nos gustaría sin embargo
ampliar algunas consideraciones a propósito de ciertas ideas que se han ido
colando en la conciencia general y afloran tras este atentado, sobre todo en lo
que atañe a la importancia de los
templos, el significado de los cristianos como piedras vivas y el
sentido del fuego.
PIEDRAS VIVAS Y
LUGARES SAGRADOS
La insistencia sobre la
consideración de los bautizados como “piedras
vivas” presentados como una oposición dialéctica a los templos
arquitectónicos, comenzando por el propio Arzobispo de París, es por lo menos
llamativa, pero sobre todo incompleta.
No negamos su base cierta,
explicitada en el Catecismo (Cf. n.1179), pero tampoco podemos sacar esto de
contexto en una época en la que los
templos son cada vez más despreciados y profanados por quienes deberían
protegerlos, mientras por otra parte, los enemigos de la Iglesia se ceban en su
ataque y ultraje, como si valorasen mucho mejor que los católicos el
significado sobrenatural del espacio sagrado.
Los cristianos somos sin duda piedras vivas, significando la exigencia de
sostener firmemente, con nuestro testimonio, la fe recibida, pero a su vez, en la edificación de templos
dignos las almas expresan el deseo y vocación de elevarse hacia Dios, de
permanecer como testigos fieles, desafiando el tiempo como hijos de Eternidad, así
como se expresa en el encendido de los cirios nuestro deseo de consumirnos,
negándonos a nosotros mismos por Cristo, a los pies de Su altar.
Pero se ha hecho de estos significados complementarios, una oposición
indebida.
Y el camino ancho y en
descenso de la corrupción es rápido, sin duda. En Buenos Aires, por
ejemplo, hace un par de décadas muchos nos escandalizábamos cuando para
ciertas fiestas litúrgicas se elegía un estadio de fútbol o una plaza alegando
la gran cantidad de asistentes.
Luego fuimos siendo testigos
cada vez más frecuentemente, de la cesión “amistosa” de templos y conventos
para usos profanos (léase profanación), desde conciertos hasta fiestas
bailables emulando similares usos en Europa. Hace pocos años muchos cristianos
ya se van acostumbrando a ver
Iglesias derrumbadas o convertidas en mezquitas…
Y sin embargo Nuestro Señor
dijo “voy a prepararos un lugar….” (Jn.14,
2) dando un sentido sobrenatural al espacio, pues la vida humana se desarrolla
entre el “cuándo” y el “dónde”.
También pidió a sus apóstoles
que procuraran para la Última Cena un sitio
adecuado (Mt 26, 17-25) para la
institución de Su divina Presencia Eucarística, alma de la Iglesia. Se trataba
de un lugar digno, no de algo indiferente, y Nuestro Señor da detalles precisos; hay una casa determinada y no deja el
asunto librado al azar o las ocurrencias del momento.
Y sin embargo algunos quisieran abolir los lugares sagrados
de única Iglesia verdadera, fundada por Dios hecho Hombre.
En los días siguientes, no
faltaron entre las condolencias, unas declaraciones de personajes más o menos
notorios que pregonaban la necesidad de una Iglesia con “menos templos” y más obras para los pobres y refugiados. La Caram -como Judas…- indignándose
por las cuantiosas donaciones para “un edificio”
mientras tantos mueren de hambre, fue una de las representantes de este sentir de muchos católicos con corazón y
cerebro quemados por la teología de la liberación.
En el otro extremo, nos hemos
hartado de oír los lamentos por los “tesoros
culturales” que se perdían, pero sin que nadie se detuviera a decir que un pueblo que empeña tantas fortunas y años
sin calcular pérdidas personales, no lo hace por la cultura ni por la humanidad
sino por amor y reverencia al Señor del Universo.
Nuestra Señora también toma
sus múltiples nombres y advocaciones de los lugares precisos donde quiso manifestarse y quedarse, como es
el caso de Nuestra Señora de Luján, cuya fiesta celebramos ayer.
Lo cierto es que de uno y otro lado, se reflota nuevametne el
antiguo iconoclasmo que no es sino el odio demoníaco a la Encarnación del
Verbo.
Es ese odio el que alienta la
diabólica sugestión de ser como ángeles -quienes no necesitan de los
sentidos para conocer-, y que en Descartes inficionó la conciencia moderna,
como señalaba Maritain: “el pecado de Descartes es
un pecado de angelismo (…) porque ha concebido el pensamiento humano sobre
el tipo de Pensamiento angélico.” (Tres Reformadores, Difusión,
1968, p.70)
Con el endemoniado Lutero, el
rechazo a las imágenes, como de toda mediación de la Realidad –de allí
el rechazo de la vía sacramental- fue haciéndose más violento y hoy con la
acentuada protestantización del catolicismo, sazonado por el panteísmo new age,
ya no sorprende a nadie; las monstruosas
edificaciones pseudocristianas son testimonio de esa corrupción del genuino
espíritu católico.
La reciente justificación de
la “misa playera” es otro ejemplo de ello,
prefiriendo la libertad de la “madre tierra” a
los templos consagrados, contra lo que la propia Iglesia establece en el
Catecismo:
1180 Cuando el ejercicio de la libertad religiosa no es
impedido (cf DH 4), los cristianos construyen edificios
destinados al culto divino. Estas
iglesias visibles no son simples lugares de reunión, sino que significan y
manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres
reconciliados y unidos en Cristo.
1181 “En la casa de oración se celebra y se reserva la
sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles y se venera para ayuda y consuelo los
fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros
en el altar del sacrificio. Esta casa
de oración debe ser hermosa y apropiada para la oración y para las celebraciones
sagradas” (PO 5; cf SC 122-127). En esta “casa de Dios", la verdad y la armonía de los signos que la
constituyen deben manifestar a Cristo que está presente y actúa en este lugar
(cf SC 7)
1186 Finalmente, el templo tiene una significación escatológica. Para entrar en la
casa de Dios ordinariamente se franquea un umbral, símbolo del paso desde el
mundo herido por el pecado al mundo de la vida nueva al que todos los hombres
son llamados. La Iglesia visible
simboliza la casa paterna hacia la cual el pueblo de Dios está en marcha y
donde el Padre “enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 21,4).
Aquel panteísmo larvado es el
que hoy hace despreciar los cuerpos humanos, ya sea experimentando con ellos en
claro desafío al Creador, ya tiñéndolos de románticas y sensibleras fantasías
cuando se arrojan las cenizas de los difuntos al viento o al mar.
El lugar sagrado es, pues, el
enclave de nuestra realidad: fruto del contacto privilegiado entre lo divino y
lo humano.
El hecho de que se haya
señalado para el atentado a Notre Dame la Semana Santa hace converger asimismo
lugar y tiempo sagrado, procurándose también así corromper el tiempo donde se
salvan o pierden las almas, para así entorpecer la búsqueda de la eternidad.
Ahora sí, entonces, volvemos a
considerar las piedras vivas, sin equívocos dialécticos.
Frente a todo pronóstico, la
estructura de la Catedral ha quedado en pie, y así como la Cruz permanece mientras el mundo gira, la del altar mayor ha visto el
espectáculo dantesco imperturbable, con la Piedad impertérrita a sus plantas.
Alguien ha recordado a Santa Juana, joven patrona de la Francia “hija predilecta de la Iglesia”, y su pedido en el
patíbulo: “poned la cruz bien alto, para que pueda
verla en medio de las llamas”…
Hoy es patente la vocación martirial de los cristianos, tal vez con mayor claridad
que en otras épocas de la historia, y
ay del católico que no se convenza de que si apartamos la vista de la Cruz… estaremos
perdidos sin remedio.
También Nuestra Señora ha quedado en pie, Reina y
Señora de todo lo creado; y Santa Teresita, pequeña gigante de la
Francia genuina que iluminó con la fe a través de San Bernardo, de Clodoveo, de
Godofredo, San Luis rey, Carlomagno, y tantos otros, antes de que las sombras
de la Ilustración se cernieran sobre el mundo.
Así, como esas piedras y esas
imágenes que son figura de la verdadera vida de la Iglesia, se dieron cita
espontáneamente muchas piedras vivas de la Iglesia militante de hoy, sin
esperar convocatoria de pastores pusilánimes, como para decirle al mundo que el
Espíritu Santo sigue animando al Pequeño Rebaño, pese a todas las apariencias
de que la fe se haya extinguido.
La carta de Andrei, un joven bielorruso residente en París, es una bellísima y elocuente
estampa de esto, y de muchos de los innegables signos que se dieron cita
en ese atardecer, por lo que merece citarse in extenso (aquí completa) :
"(…)
En ese momento me movía la curiosidad, igual que a cualquiera. Aunque algo dentro
de mí me decía que debía estar allí. No tenía la más mínima idea de lo que iba
a suceder. Había gente en pie cantando el Ave María en francés, Je vous
salue Marie. Me quedé allí con ellos. No
dejaba de llegar gente, hasta que la calle acabó bloqueada por cientos de
personas cantando. Algunos rezaban de rodillas, otros llevaban en la mano
iconos o rosarios. (…) La oración era constante, sin pausa. Vi hombres corpulentos llorando como niños.
No eran los únicos. De vez en cuando alguno salía y delante de todos
pedía un minuto de silencio. Luego seguían cantando. Llegando un cierto momento se leyó el evangelio de Juan 2,13-25, donde se
habla de la expulsión de los mercaderes y de la profecía de Jesús sobre la
destrucción del templo. (…) Luego rezamos juntos el Padre Nuestro.
Después, la oración a santa Genoveva, patrona de París. Y la oración a la
Virgen de san Juan Pablo II, que él mismo rezó en Notre Dame. Luego se leyó la
oración de san Francisco y un fragmento de Charles Péguy sobre la Virgen. También
rezamos por los bomberos.
Traían agua y
biscotes para repartir. No había
sacerdotes, no había nadie que dirigiera de alguna manera, todo se organizó
espontáneamente. Aparecieron una pareja de jóvenes con violines y
acompañaron con música los cantos. Al oscurecer, se encendieron las farolas.
Desde las dos columnas de la catedral se veían las luces de las linternas de
los bomberos. Encima del incendio, luces rojas, hasta las estrellas parecían
rojas, eran drones tomando fotografías. Sonaban las campanas por todas
partes.
A las 23.10 h
una persona anunció a todos que habían conseguido salvar la estructura de la
catedral. Algunos empezaron a cantar el himno Nous Te saluons, couronnée d’étoiles y todos se unieron al coro.
Luego hubo otros cantos dedicados a la Virgen. Dijeron que la Corona de
espinas y la túnica de san Luis se han salvado del fuego, y entonamos el Salve Regina en latín,
para repetir después varias veces Je vous salue Marie.
El fuego todavía
ardía, pero ya más débil. Poco a poco, la gente empezó a marcharse. (…)Era como
si hubiera sucedido lo mismo en todas las calles, puentes y plazas. Miles de
personas cantando por las calles durante horas. Era algo parecido a la
revolución.
Ahora pienso que
la gente con la que estuve rezando no rezaba por el mero disgusto de la
destrucción de una pieza esencial de nuestro patrimonio cultural, no lloraban
solo porque ardía un símbolo de la nación francesa. La gente estaba allí
rezando a Notre Dame, Nuestra Señora. Nadie había convocado a todos esos
jóvenes, ni los curas ni los obispos. Fue un movimiento espontáneo pero al
mismo tiempo ordenado y respetuoso. Eran
piedras de la Iglesia real, una Iglesia joven y viva que se mostraba a sí
misma. (…) Nadie se esperaba el incendio. Pero tampoco nadie se esperaba
una reacción de este tipo. Fue un acontecimiento, diferente a cualquier otra
cosa que pudiéramos imaginar. Algo que rompía una continuidad.
Ahora veremos qué nos pedirá Dios en los próximos días …".
DOS FUEGOS
VERDADEROS
El fuego es también, como
signo, susceptible de varias lecturas que desde la fe tendrían que hacernos
reflexionar.
Por una parte, la innegable referencia al infierno, tan
pertinazmente negado incluso desde la Jerarquía de la Iglesia, con grave
peligro para las almas que se les ha confiado. A dicha Jerarquía se
refería De Mattei también, a propósito del
incendio, precisamente de la cúpula:
“¿Cómo no ver en
el humo y las llamas que la envolvieron el pasado 15 de abril la imagen del
humo y las llamas que envuelven actualmente a la Iglesia de Cristo? Desde 1972 Pablo VI hablaba
del humo de Satanás que se había introducido en el templo de Dios. El humo actual es de un incendio que se ha
propagado por la Iglesia que ha llegado a carbonizar su cúpula. El
desplome de la alta aguja de Notre Dame, ¿no sería
más bien una imagen del desplome de la cúspide de la Iglesia? (…) El lenguaje de los gestos expresa de modo directo
una realidad que fácilmente puede discernir todo bautizado que no haya
perdido el sensus fidei.“
Pero por otra parte, debe recordarnos el ardor evangélico que por
doquier se ha venido entibiando en el seno de la Iglesia, desde el repudio a todo “proselitismo”, hasta la acusación velada o
explícita de fanatismo a quienes predican la fe de nuestros padres
incansablemente, pisoteando todo respeto humano, que hoy se vende como virtud
bajo capa de “tolerancia”.
Recordando entonces las
escenas del incendio, y las lágrimas por él alrededor de todo el mundo, no
podemos sino pensar en un velado reproche de Nuestro Señor, como si nos
recordara que “No he venido a traer sino
fuego a la tierra, y cómo quisiera que ya estuviese ardiendo!” (Lc.12,
49),
Cabría pensar entonces que así
como si nosotros callamos, “gritarán las piedras” (Lc.
19, 40), de manera semejante, si las
piedras vivas - los cristianos- nos negamos a incendiar el mundo con un
testimonio decidido, veremos arder nuestros templos bajo las llamas justas y
vengativas de los enemigos del nombre de Cristo, permitidos para sacudir
nuestra molicie y para que no nos dejemos arrastrar por la corriente de tibieza
y apostasía.
Este ha sido sin duda el
bendito fruto para muchas almas, algunos de cuyos testimonios han sido
publicados.
SIGNOS… ¿PARA QUIÉN?
Este suceso, que sin duda
marcará un hito en la historia de la Iglesia y las persecuciones a ella, tiene
a nuestro juicio, por parte de la Providencia, una apelación ambivalente.
Por una parte para la propia Iglesia, instándola a despertar del letargo, como castigo y advertencia, con
ecos de La Salette (llamada por S.Juan Pablo II “madre
de todas las profecías”), en donde Nuestra Señora dijo que “París será quemada y Marsella tragada [por las aguas];
varias grandes ciudades serán sacudidas y tragadas por temblores de tierra; se
creerá que todo está perdido; solo se verán homicidios, se oirán únicamente
ruidos de armas y blasfemias.”
También recordamos los más que
significativos párrafos de la Bta. Ana Catalina Emmerich: “De golpe, una
llama partió la torre, se extendió sobre el tejado y parecía que todo se iba a
consumir. Pensaba yo entonces en el ancho río que pasaba por uno de los lados
de la ciudad, preguntándome si no se podría con su agua apagar el fuego.
Pero las llamas hirieron muchos de los que habían puesto su mano en el trabajo
de demolición: las llamas los cazaron y la iglesia continuó de pié. Sin embargo
vi que no se salvaría más que tras la gran tormenta que se aproximaba.
Este incendio, cuyo aspecto era espantoso, indicaba
en primer lugar un gran peligro, en segundo lugar un nuevo esplendor de la
Iglesia tras la tempestad. En este país ellos han comenzado ya a arruinar a
la Iglesia por medio de escuelas que entregan a la incredulidad.”
Un fraile dominico, Fray
Aquinas Guilbeau O.P., ha sintetizado un “diagnóstico” en un par de líneas: “Solo hay una opción: ‘Repara mi iglesia. No cometamos el
mismo error de San Francisco cuando él escuchó estas palabras de nuestro Señor.
Dios no se refería solamente en el edificio”.
Pero este inmenso ataque permitido por Dios es seguramente también
apelación al mundo, pues si se quemara el Louvre o alguna gran mezquita … no creermos que
el orbe entero se hubiese paralizado como lo hizo ese lunes santo, aunando
corazones, lágrimas y plegarias de todos los confines de la tierra, como si
clamasen: “No canten victoria, que aunque esté
llena de cismáticos, herejes y apóstatas aún desde su cúpula, la Iglesia vive
por ser el Cuerpo Místico de Aquel que es el Alfa y la Omega, y que resurge
vencedor de su sepulcro.” Cristo Vence.
Vayan pues como cierre estas
magníficas y casi proféticas palabras de San Pedro Julián Eymard -fundador de los Sacramentinos, y
reverenciado por el Santo Cura de Ars- que sin duda debe velar aún por su
patria terrena desde la Celestial, junto a Santa Juana y San Bernardo, a los
pies de Nuestra Señora:
“A la puesta del sol siguen las tinieblas, y cuando el
sol se esconde, hace frío.
Si el amor a la Eucaristía se extingue, piérdese la
fe, reina la indiferencia y en esta noche del alma, como bestias feroces, salen
los vicios a hacer presa de ella. (…)
Y
lo que hace Jesucristo con los
individuos lo hace igualmente con los pueblos. Si éstos no le aman, ni le
respetan, ni le conocen, sino que le abandonan y desprecian, ¿qué hará el rey
al verse de esta manera abandonado de sus súbditos? ¡Jesús se va, se
marcha a otro pueblo mejor! ¡Qué espectáculo más triste es el que ofrecen los
pueblos cuando Jesús se aparta de ellos! En otro tiempo tuvo un sagrario en el cenáculo, que hoy está convertido
en mezquita, y la verdad, no teniendo ya verdaderos adoradores, ¿qué había de
hacer allí Jesucristo? En Egipto y otras partes de África, que
fueron otrora tierra por excelencia de los sanos, en que habitaron legiones de
santos monjes, han sido dejados por Nuestro Señor y reina por doquier la
desolación, pero no hay duda de que Jesucristo fue el último en abandonar esos
países, cuando no encontró un solo adorador. ¡También esta nube desoladora ha pasado por Europa! Jesús ha sido
arrojado de los templos y profanados sus altares, sin que haya vuelto a entrar
en ellos.
En Francia se ha disminuido la fe y el amor a la
Eucaristía, ¡cuántas de sus iglesias en poder de los herejes, en las que contó
anteriormente con fervientes adoradores! (…)¡Y en nuestras aldeas se cierran
iglesias por miedo a los ladrones y porque nadie entra en ellas!
Estemos
bien seguros de que si se marcha
Jesucristo, volverán los crímenes, la persecución y la barbarie. ¿Quién podrá
contener o será capaz de conjurar estas públicas calamidades?
¡Oh,
Señor, permanece con nosotros, seremos tus fieles adoradores! Permanece con nosotros, que se hace tarde y
sin Ti la noche se nos echa encima! (…) ¡Que llegue vuestro reino, que
se acreciente, que se eleve y perfeccione!(…)¡Pequeño, muy pequeño es el reino
de Jesucristo!
Se han menospreciado y cercenado tanto sus
derechos, así como los de su Iglesia, y por doquier es perseguido Nuestro
Señor, arrebatándole los templos y los pueblos! (…)
¡Cuántos
pueblos a los que nunca ha llegado la fe! Pedid a Nuestro Señor buenos sacerdotes que sean verdaderos
apóstoles, esa debe ser vuestra continua súplica. Esos pobres infieles
no conocen a su Padre celestial, ni a su tierna madre, ni a Jesús su Salvador!
(…)
Para trabajar por la conservación de la
fe es necesario adoptar un lenguaje cristiano, usar el lenguaje de la fe.
¡Cambiad el lenguaje del mundo! Por una culpable tolerancia hemos dejado que
Nuestro Señor fuese desterrado de las costumbres, de las leyes, de las formas y
conveniencias sociales, y en los salones de los grandes nadie se atreve
ya a hablar de Jesucristo. Hay tantos,
dicen, que no cumplen con la Iglesia ni asisten al sacrificio de la Misa, que
teme uno molestar a alguno de los contertulios… Se hablará del arte
religioso, de las verdades morales, de la belleza de “la religión”, pero de
Jesucristo, de la Eucaristía, jamás. (…)
¡Cambiad
todo eso!¡Haced profesión de vuestra fe, sabed decir Nuestro Señor Jesucristo,
Nuestro Señor Jesucristo, y no Cristo a secas. En fin; es necesario demostrar
que Nuestro Señor tiene derecho a vivir y reinar en el lenguaje social. Es
una deshonra para los católicos tener siempre a Jesucristo bajo el celemín…
Se oye a cada paso proclamar principios ateos; por doquier hay
gente que se jacta de no creer en nada, ¿y nosotros hemos de temer afirmar
nuestra fe y pronunciar el nombre del Divino Maestro? (…) Hay dos ejércitos frente a frente. No hay más remedio que alistarse en el bando
de Jesucristo o en el de Satanás. Confesad, pues, el nombre de nuestra bandera,
y a tenerla enhiesta, sin cobardías (…) ¿Qué soberano podrá reinar como
dueño y señor, si no domina todos los confines de su estado?(…) A veces se le
deja poner un pie en el corazón, pero en seguida tropieza con un obstáculo; se
le concede una cosa y se le niega otra.(…)
Aflige
que las almas piadosas que viven en el mundo, consideren la perfección como
reservada sólo para el estado religioso. Y es que no se tiene
el valor de amar, esa es la verdad…”
A enjugar todas las lágrimas y
penas que nos trae ese humo denso a todos los confines de la Iglesia, y a pesar de todas las mentiras e imposturas, a
seguir adelante, edificando en la Verdad.
Mª Virginia
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