“Cuando
estas cosas empiecen a suceder, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca
vuestra redención". (Marcos 13;29)
Hay circunstancias ante las
cuales nuestra fe es sacudida hasta las entrañas y nos preguntamos hasta dónde
lo que se vive en las JMJ sigue siendo católico, lisa y llanamente, hasta dónde
hay que advertir en ellas un peligro muy próximo
para la fe y ocasión de pecado, y
hasta dónde es lícito “dejar pasar” cuando
hasta el mismísimo honor y reverencia
debidas a María Santísima es rebajado o directamente puesto en entredicho de
manera pública, en un evento presuntamente “evangelizador".
Es la Reina del Universo, la
Purísima, la Madre de Dios, la Inmaculada, el Terror de los demonios, y si se
toca a la Madre, es deber de hijos reaccionar. Y si la ira como pasión es
neutra moralmente, dependiendo de su orden a la razón y la voluntad (Cf. CIC.
Nro.1767-68), ¿cómo no
airarnos justamente cuando Nuestra Señora es representada como una mujer
cualquiera, explícitamente “aterrada” y reticente a la voluntad de Dios, aunque finalmente la acepte? ¿Cómo no advertir el odio
satánico a la Inmaculada, aunque quienes lleven a cabo la afrenta no sean más
que unos ignorantes, funcionales al desorden reinante? ¿Y cómo no advertir la
huella de la Bestia en la ridiculización -aunque sea involuntaria- del Arcángel
San Gabriel, emisario de la Encarnación?
Nos estamos refiriendo a la repugnante y blasfema representación que tuvo
lugar hace unos días en la JMJ de Panamá, centrándose en un paralelo de la
Anunciación a Nuestra Señora y un “embarazo
adolescente no esperado":
¿Puede una
sensibilidad católica ser indiferente a esto? ¿Vale la pena disimular el
agravio, realizado en lo que durante unos días fue el centro de atención de
gran parte de la Iglesia, y no en alguna parroquia perdida en el mapa? Por si quedara alguna duda
sobre la negación del dogma de la
Inmaculada, nos remitimos a las últimas palabras de la parodia, en que
la propia protagonista y el Arcángel S.Gabriel cantan el estribillo obsecuente “Yo fui como tú” a coro con los Apóstoles, quienes sí tenían
pecado original, pero del cual estuvo exenta la Inmaculada Concepción.
¿Para qué
denunciar o protestar? Para multiplicar las obligadas
reparaciones y penitencias, y por caridad, en honor a nuestro bautismo –del que hemos de dar cuenta
ante Cristo Rey, no ante los hombres- clarifiquemos,
porque nuestro silencio puede ser
pecado contra el Verbo, que en ocasiones es más propio de los hijos de las
tinieblas, y nosotros lo somos de la Luz.
Hace unos años el p. Iraburu
señalaba con respecto a este tipo de “macroeventos católicos” que los
mismos exigían: “…una reconsideración sobre el modo en que se realizan, o
al menos algunos de sus modos habituales.
…La adulación del hombre, concretamente de los jóvenes, cuando de encuentros juveniles se trata, es cosa muy
mala. Es una peste. Con más fe en el pecado original, con menos
mentalidad semipelagiana o pelagiana, no se adularía al hombre como a veces se
hace, no se producirían tantas declaraciones necias: «yo
creo en el hombre» –o en la juventud, o en la mujer, o en el obrero, o
en el pueblo de tal nación, etc.–.
(…) Él siempre que predicaba
llamaba a conversión: «Yo os lo aseguro: si no os convertís, todos moriréis igualmente» (Lc
13,3). Todos: obreros, científicos, madres de familia, sacerdotes y religiosos,
jubilados, y también los jóvenes. Éstos
concretamente, los jóvenes, sin conversión profunda, virtudes, sacramentos y
demás, serán peores que sus padres. Que ya es decir.”
Indudablemente lo que se
vislumbraba entonces era una pendiente en bajada, que se hace más pronunciada
cada año.
Y con respecto a la relación
entre Tradición y creatividad,
observaba el grave peligro de que: “Lo que
en un Encuentro internacional o mundial se hace, en cuanto a modos de
celebraciones y demás, puede tener una repercusión enorme, para bien o para mal.
(…) este grave error puede
difundirse como una epidemia a las Iglesias locales católicas de innumerables
países. Algunos habrá que rechacen el «invento», pero otros se mostrarán
encantados con esta «moderna renovación» del culto eucarístico, y se dirán: «Si
eso se hizo en una magna reunión, presidida por el Papa, será que está bien
hecho».
Los
macro-encuentros cristianos internacionales son mucho más lugar de tradición
que de creatividad.”
Y no podemos dejar de advertir
que por lo que se ve, ya no sólo se la minimiza, sino que se rechaza frontalmente todo lo que huela a
Tradición, considerada si algo completamente extraño a la ocasión. En el
caso que nos ocupa, además, se promueve la herejía y hasta la misma adulteración ideológica de la Escritura,
pues por ejemplo, el temor de los apóstoles antes de Pentecostés era
explícitamente a los judíos, y no a los romanos, identificados en la vergonzosa
coreografía con las fuerzas del orden.
Sin negar que el Espíritu
Santo sopla donde quiere, y que puede suscitar frutos de conversión en muchos
corazones de los asistentes, no podemos dejar de preguntarnos qué sucede cuando
simultáneamente en muchos otros corazones el fruto es amarguísimo o incluso
abominable. Porque tratando con jóvenes de sincera y recta intención pero
escasísima formación, notamos que por muy buenos sentimientos que tengan, lo
que profesan con devoción no es en última instancia la fe de la Iglesia, no la
fe teologal, sino una fe puramente fiducial, muchas veces bastante epidérmica y
lo que es peor, muy vulnerable a los azotes del mundo, demonio y carne. Si los
amamos, si deseamos proteger esas
almas, es obligada obra de misericordia la advertencia, cuando una situación se
presenta como peligrosa para su fe.
¿Puede acaso
amarse y practicarse lo que no se conoce?¿Puede acaso hablarse de un diálogo
fecundo entre fe y razón, cuando no se tienen las más mínimas razones de la
propia fe? ¿Son estas JMJ estímulo para esa profundización, o más bien todo lo
contrario, minimizando el pecado, en una grosera confusión del Reino con el
Mundo, precisamente en lo que tienen de opuesto?
¿Qué juicio
harían los santos Pastorcitos Francisco y Jacinta –cuyo jubileo celebramos este
año- ante el comportamiento de las pobres almas que
vemos en este video del “baile de la coneja",
cuya imagen preferimos no publicar por elemental modestia?:
El mismo ESCÁNDALO (que es pecado referido al quinto
manadamiento) suscitan las ceremonias litúrgicas, como se ve más adelante. ¿Cómo responder entonces, cuando al referirnos al sentido
de lo sagrado, al significado esencial del Santo Sacrificio del Altar, se les
presenta como modelo este tipo de “shows” que no sólo no tienen nada que ver
con el espíritu de la liturgia, sino que lo contradicen frontalmente.
Ya el Card. Robert Sarah, ha señalado muy
claramente en varias ocasiones que: “Corremos el riesgo de reducir el sagrado
misterio a buenos sentimientos”
¿Están estos
pastores temerosos de que el silencio en presencia del Altísimo pueda
desconcertar a los fieles? ¿Creen que el Espíritu Santo es incapaz de abrir los
corazones a los divinos Misterios vertiendo sobre ellos la luz de la gracia
espiritual? (…).
“Dios es silencio, y el demonio es ruidoso. Desde
el inicio, Satanás ha buscado enmascarar sus mentiras bajo una agitación falaz,
resonante”.
Y no podemos
dejar de subrayar que en esta época
“el ruido ha llegado a ser como una droga de la
cual nuestros contemporáneos son dependientes. Con su festiva
apariencia, el ruido es un torbellino que evita que cada uno se mire a la cara
y confronte el vacío interior. Es una mentira diabólica. El despertar puede ser
solo brutal”.
Señala asimismo lo que no
podemos olvidar tan fácilmente: las advertencias
de Benedicto XVI acerca de que
“la crisis que
ha estado sacudiendo a la Iglesia durante los últimos cincuenta años,
principalmente desde el Concilio Vaticano II, está vinculada a la crisis de la
liturgia y, por tanto, al irrespeto, a la desacralización y a la horizontalidad
de los esenciales elementos del culto divino.”
En línea con estos textos, nos
preguntamos qué sentido tienen estas
palabras para el católico medio cuando en la práctica va siendo cada vez más
habitual la trasgresión a dichos principios, afirmados además por el
propio Concilio al que apelan los transgresores.
Un clarísimo video
formula claramente la fuerte contradicción que señalamos:
Advertimos entonces, con
dolorosa perplejidad, que la misma
brecha de esquizofrenia entre doctrina y moral que se ha hecho patente entre
las líneas de AL, se observa entre las normas litúrgicas vigentes y las
celebraciones multitudinarias que para miles de fieles son modélicas para su
vida de fe.
¿Con qué cara y
argumentos puede hoy un catequista, sacerdote u obispo pretender inculcar el hábito
por el decoro y esplendor en la acción sagrada, el llamado a la conversión y
reparación, cuando en la memoria de los jóvenes desfilan uno tras otro los innumerables y gravísimos abusos, la
irreverencia e impudor durante estos eventos, bajo la mirada complaciente de la
Jerarquía de la Iglesia?
Ante la situación presente se
nos plantea una disyuntiva: ¿significa esto que
todas las prescripciones derivadas de la fe revelada y profesada durante veinte
siglos, junto a los testimonios de santos y manifestaciones de la Sma. Virgen,
súbitamente carecen de sentido, o es que no se trata de la misma fe ni de la misma Iglesia…?
Proponemos pues una oración
reparadora a Nuestra Señora para estas y similares ocasiones, que por desgracia
no son aisladas y ante las que no debemos acostumbrarnos ni mostrarnos
indiferentes:
Oh Gloriosísima Virgen María, Madre de Dios y Madre Nuestra, volved
vuestros ojos de piedad sobre nosotros, miserables pecadores; estamos sumamente
afligidos por los males que nos rodean en esta vida, pero especialmente
sentimos romper nuestro corazón al oír los temerarios insultos y blasfemias
proferidas contra Vos, ¡oh Virgen Inmaculada!
¡Cuánto ofenden
esos dichos impíos la infinita Majestad de Dios y de su Unigénito Hijo,
Jesucristo! ¡Cuánto provocan Su indignación y nos da razón para temer los
terribles efectos de su divina venganza!
Quisiéramos que el sacrificio
de nuestras vidas pudiese provechoso para poner fin a aquellos ultrajes y
blasfemias; si fuera así, cuán dichosamente deberíamos hacerlo, porque
deseamos, ¡oh Madre Santísima!, amaros y
honraros con todo nuestro corazón, porque esto es la Voluntad de Dios.
Y solo porque os amamos,
haremos todo cuanto esté en nuestras fuerzas para que Vos seáis amada y
venerada por todos los hombres.
Entretanto, Vos, nuestra Madre
misericordiosa, suprema consoladora de los afligidos, acepta este nuestro acto
de reparación que os ofrecemos por nosotros y por nuestras familias, como
también por todos aquellos que impíamente blasfeman contra Vos, sin saber lo que
dicen.
Obtenedles para ellos de Dios
Omnipotente la gracia de la conversión, y así se manifestará y glorificará aún
más vuestra Bondad, vuestro Poder y vuestra gran Misericordia. Que ellos puedan
unirse a nosotros para proclamaros Bendita entre las mujeres, la Virgen
Inmaculada y muy compasiva Madre de Dios. Amén. (Rezar tres Avemarías).
(Indulgencia plenaria al mes, con las condiciones de rigor. Papa León XIII)
Pero cuidado con
abatirnos. Recordemos que (233) Sobre la Mujer Fuerte se apoya la Salvación del mundo
Mª Virginia
Olivera
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