viernes, 4 de diciembre de 2009

PESE A LOS AÑOS NO SÉ REZAR, ¿Y USTEDES?


Así es. No salgo de cuatro oraciones, que no digo que sobren o estén mal, sólo faltaría.

Y ando con la cabeza en otra parte o intentando siempre rezar mientras hago otra cosa. O ahí me tienen, como un pasmarote, curioseando las paredes o las bombillas del templo o de mi casa. O leyendo sin parar lo que se tercie.

Que no sé rezar, que no aprendo, que no doy en el secreto del amor de Dios. Y para más escarnio no me apetece. Ni pizca. Comienzo, y tras unos suspiros, lo doy por imposible. Y vuelta a comenzar... Hasta que lo dejo. (Como mucho un ramillete de peticiones al final). He pensado que puede que se trate de pereza, o una etapa de estos asuntos del alma, tan intrincados a veces. Ponerme me pongo, que conste (aunque no siempre).

Hablar con Dios se me hace muy cuesta arriba, lo confieso. Le digo cosas tan elaboradas como: “hola”, “aquí estoy”, “ya me ves”… Y basta. O sencillamente no digo nada. A la espera de que acabe, si es que empiezo y no me escaqueo en literaturas u otras prosapias. Quererle a Dios Le quiero, eso Él lo sabe, aunque se lo demuestro con un tremendo aburrimiento, como si tuviera diez años o fuera un mero formalismo. Que no aprendo, que no sé. Aunque, me pregunto, ¿es cuestión de saber? Debo amar, amar un poco, y Dios pondrá el resto. Pero no consigo dar ni con ese poco.

Está visto que no hay una fórmula magistral para esto de la oración. Lo dicho: no me apetece hablar. Ni mentalmente. Sólo miro, o dormito plácidamente. Y Le escucho de Pascuas a Ramos. El oído del alma me falla. Lo tengo embotado de asuntos propios. Bah, todo me suena a excusa, a comodidad, a no querer poner por mi parte remedio. No me abandono en Él, más bien me abandono a cierta placidez espiritual, de pose. Balbuceo y me trastabillo, y lo malo es que llegas a acostumbrarte a un enamoramiento tan pedestre.

Gracias a Dios de cuando en cuando hablas con un cura, que lo simplifica todo con cariño, y te ayuda a proseguir el camino, fiel a la gracia. Él está aquí: en mí. Emociona pensar que entre tantos despistes y disparates Dios me quiere como soy, incluidos los bostezos. Lo mejor será no tenerme muy en cuenta y perseverar en el intento.
Guillermo Urbizu

No hay comentarios: