domingo, 31 de marzo de 2013

NECESIDAD DE RECIPROCIDAD EN EL AMOR

El amor es un bien espiritual… y como todo lo que pertenece a este orden, es invisible a los ojos de nuestra cara, aunque no lo son los frutos que produce este bien tanto en su lado divino o sobrenatural, como en su lado natural o humano. Como ya más de una vez hemos comentado, Dios es la única fuente de amor existente, Él genera todo el amor que existe, porque el amor humano no es generado por nosotros. Escribe San Juan y nos dice: "…., quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amamos, porque Él nos amó primero”. (1Jn 4,19). Nuestro amor, el amor entre nosotros es solo un reflejo del amor sobrenatural divino.

Y Dios además de ser fuente única generadora de amor, lo cual resulta ser una consonancia de su Ser, porque Dios tal como nos explicitita también San Juan es: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en É1”. (1Jn 4,16). El amor sobrenatural, del que hemos hablado, que es el todo, porque como ya hemos visto, dicho repetidamente, de Dios emana todo amor, porque el mismo es amor y solo amor, su naturaleza es el amor. Nosotros no generamos amor, sino que reflejamos el amor que Él nos genera. Las características de nuestro amor humano son iguales, aunque no idénticas a las del amor sobrenatural divino, si tenemos en cuenta la existencia de contadas excepciones al del amor sobrenatural divino.

Entre las varias características que tiene el amor, existe una que aquí y ahora nos interesa destacar. Y esta es la característica del amor llamada reciprocidad. Para examinar debidamente la reciprocidad en el amor, hemos de partir de la base de que la característica del amor llamada reciprocidad, en principio funciona igual en las dos clases de amores, pero existen matices a considerar.

En el ser humano su amor exige siempre reciprocidad, si esta no se da, el impulso inicial de amor que puede darse entre dos personas, lo que vulgarmente se llama flechazo, se marchita por la falta de reciprocidad. La persona viene a este mundo con la necesidad de amar y ser amada, ella ama con la esperanza de que la amen. Amar y ser amado es la base de la reciprocidad, y cuando una persona no ama o no se siente amada la infelicidad hace mella en ella.

Caso distinto es el amor de los padres a los hijos, en el que la reciprocidad aunque nunca debería de quebrase, se quiebra porque hay hijos o hijas que no aman a sus padres y no por ello los padres dejan de amarlos

El amor una vez, que se ha generado, sea este el que sea y la forma en que se haya iniciado, para su continuación y crecimiento necesita reciprocidad. Sin reciprocidad tal como hemos dicho, el amor se marchita. La reciprocidad es como un alimento que el amor necesita, no solo para sobrevivir sino también para crecer. Hay veces en que la reciprocidad es necesaria para su generación. Tal es el caso, por ejemplo de unos jóvenes que se conocen y a primera vista se interesa el uno por el otro u otra, se inicia así un pequeño grado de reciprocidad, siesta reciprocidad aumenta puede terminar en la vicaría.

El hombre es un ser que necesita amar y sentirse amado y cuando no se siente amado, nota que algo le falla. El hombre quiere amor Lo necesita el amor, porque él finalmente lo que quiere es amor. El necesita el amor porque se siente incompleto dentro de sí mismo. Quiere un amor sin celos, sin odios, y por encima de todo; un amor sin saciedad, un amor dotado de un constante éxtasis, en el que no haya ni soledad ni cansancio. En definitiva en el amor humano busca sin darse cuenta lo más similar que pueda encontrar al amor divino, pues él está hecho para esa clase de amor y de felicidad que desconoce.

El necesita que su amor sea correspondido, porque el amor no correspondido es un deseo, un anhelo de ser amado y cuando uno no es amado, termina por no amar él mismo. El verdadero amor no puede consistir en amarse a sí mismo; el amor autentico es el que se dirige hacia otro u otra. Se opone precisamente a la búsqueda de sí mismo y al afecto a sí mismo y por su puesto al egoísmo. El hombre no puede vivir sin amor. El amor es lo que da sentido a nuestra vida y a nuestro obrar. De hecho, el Narciso espiritual, al buscar incesantemente la aceptación humana o la autoafirmación, lo que busca es precisamente este amor.

Cuando el hombre, que tiene la necesidad de amar y de ser amado, si no puede satisfacer esta exigencia natural, la existencia se le vuelve insoportable. La necesidad de sentirse amado, es una característica del hombre, cuya vida, en todas sus dimensiones, biológica, psicológica, espiritual… necesita sentirse amado, sin la satisfacción de tal necesidad, el hombre se desequilibra, incluso llega a enfermar síquicamente.

Nada ensancha tanto el corazón como amar y ser amado, pero no es menos cierto que nada puede herir tanto al corazón, porque precisamente amando y siendo amados percibimos que la respuesta humana es forzosamente inadecuada si la comparamos con la respuesta divina que nosotros recibimos cuando le expresamos nuestro amor al Señor.

El de los amores humanos no correspondidos, es un tema complicado. Generalmente estos amores, más conciernen a unas épocas de adolescencia y de juventud, cuando el ser humano, sea ella o sea él, comienzan a asomarse a la vida, al mismo tiempo que secretamente empiezan a enamorarse de otro o de otra, que es ignorante de ese amor secreto que se le tiene y que, unas veces puede ser que sea objeto de deseos recíprocos y otras veces no, y es precisamente, es en esta época de la vida, cuando nace la tragedia de amar sin sentirse amado. Más adelante los amores no correspondidos terminan por marchitarse, cosa esta que no ocurre en el amor sobrenatural del Señor, cuyo amor por nosotros aunque no sea correspondido o lo que es peor repudiado, no por ello el Señor deja de amar el alma que no le ama y su paciencia con ella es infinita.

En el tema de los amores no correspondidos, entramos en el mundo de los celos, las pasiones, los engaños, y todas esas figuras que juegan alrededor del amor entre las personas, cuando este amor más de una vez, se mezcla con la impureza de los deseos humanos, al margen de lo por Dios dispuesto. Y aun permaneciendo puro, este amor entre las personas, cuando no es correspondido, crea verdaderos traumas y heridas, que casi siempre son el fruto de una falta de humildad, que más de una vez, el tiempo se encarga de cicatrizar.

Para encontrar la correspondencia en el amor que se tiene y no es correspondido, San Juan de la Cruz da una fórmula, que ya hemos mencionado en otras glosas y libros y que dice: “Donde no hay amor, pon amor y sacaras amor”. Esta fórmula que nos recomienda el santo carmelita, es una consecuencia de la fortaleza propia del amor, que está hasta muy encima del poder de su antítesis que es el odio. Charles Foucauld nos habla de la fuerza del amor y de esta fórmula de San Juan de la Cruz y dice:: “Porque el amor, es el medio más poderoso de atraer al propio amor, porque amar es el medio más poderoso de hacer que nos amen… Puesto que el Señor, así nos declaró su amor, imitémosle declarándole el nuestro… No nos es posible amarlo sin imitarlo, amarlo sin querer ser lo que Él fue, hacer lo que Él hizo o sufrir y morir torturado; no es posible amarlo y querer ser coronado de rosas cuando Él lo fue de espinas”.

Pasando al tema de la reciprocidad en el amor sobrenatural o divino, hemos de ver que, en el amor sobrenatural este exige también siempre reciprocidad, aunque la reciprocidad funciona de distinta forma, en el amor sobrenatural, que en nosotros en nuestro amor material.

Aludiendo a la necesidad de la reciprocidad en el amor, dice San Juan de la Cruz, que: “El que ama no puede estar satisfecho si no siente que ama tanto como es amado”. Y solo en el amor al Señor, es donde podemos tener esa garantía de que somos siempre amados, mucho más de lo que nosotros seamos capaces de amarle a Él. Y esto es así, sencillamente, porque al ser Dios un Ser ilimitado en todas sus manifestaciones, su amor es siempre ilimitado, y el amor que nosotros seamos capaces de devolverle, siempre será un amor limitado en relación a su intensidad y cuantía. Un pobre y raquítico amor comparado con el que Dios nos tiene.

Pero es de considerar que no hay reciprocidad correspondida, pues mientras que Dios nos ama a todos, su amor a nosotros a cada uno de nosotros se generó el día que no creo, y difícilmente podíamos nosotros darle reciprocidad a su amor. Pero es el caso que son muchos los que no le aman y sin embargo el siempre los ama, hasta el último momento en que se nieguen a aceota el amor de Dios y se salgan de su ámbito de amor.

El Señor busca afanosamente nuestra amor y es por ello que cuando encuentra un alma dispuesta a entregarse plenamente a su amor, en forma incondicional, esta alma desarrolla velozmente su vida espiritual y la luz divina, penetra en su ser iluminando los ojos de su alma, colmándola de dones y bienes espirituales, pues es doctrina cierta y comprobada que quién se entrega al Señor, Él corresponde entregándose a su vez a ese amor que se le ofrece: “Mira que estoy a la puerta llamando: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos”. (Ap 3,20).

Esta necesidad de ser correspondido en el amor, la siente el mismo Dios, cuando se nos queja de que ¡El Amor no es amado! ¡Haz amar al Amor! Dios es amor, y debemos procurárselo. El mismo Jesús se queja: Debes creerme como suena, hija mía. ¡Tengo necesidad de amor! Como un hambriento necesita pan y un sediento necesita agua. Yo tengo necesidad de amor.

Pero aquí a lo que en verdad nos referimos, es al mutuo amor que el alma humana busca y puede sentir hacia su Creador. Aquí, en este mundo en que vivimos, todo el que ama al Señor, puede decir sin dudar, que es amado. Y el que desea amar, ya ama y por lo tanto es amado. Dios nos ama únicamente a fin de amar en nosotros, y al amar en nosotros, nos une a Él. Este es el perfecto amor, el que emana de Dios, pues solo Él puede generar amor, lo nuestro, lo que nosotros llamamos amor hacia Él, es un reflejo débil y pálido del inmenso amor que Dios tiene a sus criaturas.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

MUNILLA DENUNCIA DOS IMÁGENES NEW AGE, EL VASO Y EL AGUA Y EL ELEFANTE, POR CONTRARIAS A LA FE


Relativismo anticatólico.

El obispo donostiarra recuerda que el pluralismo religioso no es nada nuevo: ya fue rebatido por San Ambrosio a Simanco en el siglo IV.

Si en su predicación del Viernes Santo el obispo de San Sebastián calificó el aborto (que ha crecido un 22% en el País Vasco) como "masacre de inocentes" y "holocausto silencioso", y anunció el programa de la diócesis para ayudar a las madres en dificultades, este Domingo de Pascua ha difundido un artículo titulado El vaso, el agua y el elefante donde refuta el relativismo religioso de corte New Age [Nueva Era] que difunden dos imágenes poderosas, "claramente incompatibles con nuestra fe católica".

Una es la del vaso y el agua: "Las religiones serían como el vaso (hay muchos vasos); mientras que la espiritualidad sería como el agua. Se puede beber agua en diversos tipos de vasos o sin necesidad de ellos".

Otra es la del elefante: "Se representa a un elefante rodeado de una serie de personajes vestidos con los atuendos típicos de diferentes religiones; todos ellos con los ojos totalmente vendados", que tocan diversas partes del animal. Bajo la viñeta, un lema: Dios es mayor que lo que las religiones dicen sobre Él. "Es obvio", concluye el prelado vasco, "que la conclusión a la que pretende hacernos llegar esta imagen del elefante es que todas las religiones se reducen a un intento infructuoso del hombre de alcanzar a Dios".

Ambas remiten al “pluralismo religioso -es decir, la presentación de todas las religiones como igualmente verdaderas", que "no es sino la lectura del hecho religioso a la luz del relativismo". Y "la Nueva Era ha resultado ser una aliada inestimable para la penetración del relativismo en el campo religioso. Lo que hoy en día se lleva es el sincretismo y el esoterismo, como distintivo de una espiritualidad que está abierta a todo, sin necesidad de creer en nada en concreto".

No es nada nuevo, advierte monseñor Munilla, porque ya en el siglo IV el senador romano Simanco quiso que todas las religiones quemasen incienso a la divinidad en el altar de la Victoria, porque "a tan gran Misterio es imposible que se pueda llegar por un solo camino”.

Los cristianos se negaron, y San Ambrosio, obispo de Milán, le explicó por qué: "San Ambrosio mantiene que el politeísmo es irracional, y que Dios nos ha librado de él gracias a la Revelación. A diferencia de otras religiones, la religión cristiana no es una gnosis, una salvación por el conocimiento, sino que nace del hecho histórico de la Encarnación, Muerte y Resurrección de Cristo, gracias a las cuales Dios nos ha abierto el camino de acceso a su Misterio de vida. Aquí reside la originalidad del cristianismo: el acontecimiento central de la historia humana ha sido la venida de Dios, quien en Cristo, ha salido al encuentro del hombre. La teoría del pluralismo religioso es totalmente incompatible con nuestra fe en la Encarnación".

Y en ello ha querido insistir el José Ignacio Munilla por una razón sustancial: "Los obispos hemos recibido el ministerio de guardar la integridad de la fe. Se trata de una encomienda que abarca tres niveles: Tener una fe coherente, predicar con pedagogía y rebatir los errores contrarios".

ReL

¡TODO EMPIEZA DE NUEVO, CRISTO HA RESUCITADO!


¡Alegría de Cristo resucitado! ¡Alégrese toda la tierra! ¡Alégrate tú, Cristo te ha salvado!

Vamos a hacer de esta reflexión una contemplación de la experiencia que Pedro tiene sobre la resurrección de Cristo. Dice el Evangelio: "Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Nathanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos".

Recordemos que Cristo ha resucitado. Todos han sido testigos: ha estado con ellos, les ha hablado y les ha prometido que dejaba al Espíritu Santo, han visto el milagro de Tomás; sin embargo, la soledad vuelve a rodearles.

"Simón Pedro les dice: "Voy a pescar. Le contestan ellos: También nosotros vamos contigo. Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada". Los apóstoles estaban solos respecto a Cristo, solos respecto a su oficio de pescadores. ¡Y de pronto sucede algo que ellos no esperaban!

Una de las características de las apariciones de Cristo es la gratuidad. Cristo no se aparece para dar gusto a nadie. Cristo mantiene en sus apariciones una gratuidad. "Me aparezco cuando quiero, porque yo quiero". Con lo que Él nos vuelve a manifestar que Él es el verdadero Señor de la existencia.

"Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era él. Díeles Jesús: Muchachos, ¿no tenéis pescado?" ¡Imagínense cómo le contestarían..., después de toda la noche trabajando se habían acercado a la orilla, y un señor imprudente les pregunta si no tienen pescado! Y Él les dice: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis". Echan la red y resulta que ya no la pueden arrastrar por la abundancia de peces. ¿Qué sentirían?

"El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: Es el Señor". De nuevo se repiten las mismísimas situaciones al primer encuentro con Jesús: Un día, después de pescar infructuosamente, todos en la barca regresan. Los experimentados han fracasado, y un novato les dice que echen ahí las redes, que ahí hay peces. La echan y efectivamente la red se llena.

¡Cuántas cosas semejantes al primer amor! Juan no lo narra, lo narran los otros evangelistas, pero sabe al primer encuentro. Y Juan, que ama y es amado, dice: "Es el Señor". Reconoce los detalles del inicio de la vocación. Es como si Cristo buscase dar marcha atrás al tiempo para decir: "Todo empieza de nuevo, sois verdaderamente hombres nuevos", como en el primer momento, como en el primer instante. Como que el primer amor vuelve a surgir desde el fondo de nosotros mismos para recordarnos que somos llamados por Cristo.

Juan, en la fe y en el amor, reconoce al Señor, y Pedro sin pensar dos veces, se lanza de nuevo hacia Él. Ya no es el Pedro del principio de este Evangelio: amargado, triste, enojado. Es un Pedro que ha oído: "Es el Señor"; y se lanza al agua. Y después viene toda esa hermosísima escena de la comida con Cristo, en la que el Señor produce de nuevo la posibilidad de comunión con Él, en amistad, en cercanía y en abundancia. "Siendo tantos los peces, no se rompió la red".

Todo esto va preparando la experiencia de Pedro con Cristo. Hay ciertos temas que Pedro no ha tocado aún, hay ciertas situaciones que Pedro no se ha atrevido a señalar. Hay un aspecto que Pedro, aun estando con Cristo resucitado, no ha resuelto todavía: la noche del Jueves Santo; la negación de Pedro. Es un tema que Pedro tiene encerrado en un closet con siete llaves. Tan es así, que Pedro se lanza al aguan como diciendo: "aquí no ha pasado nada, yo vuelvo a ser el primero". Y Cristo dice: "traed los peces". Y Pedro es el primero en ir a buscarlos. Como si a base de estos gestos uno quisiese tapar aquellas cosas que no nos gustan que los demás vean.

Y continúa el Evangelio diciendo: "Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan ¿me amas?". Cristo vuelve a preguntar por el amor. "[...] Apacienta a mis ovejas." Cristo confirma a Pedro su misión.

Y este amor que Cristo nos propone, es un amor nuevo. No es el amor de antes, no es el amor de aquella jornada junto al lago en la que Cristo les pregunta: "¿Quién soy yo para vosotros?", y Pedro responde: "eres el Hijo de Dios." No es el amor de la sinagoga de Cafarnaúm cuando Cristo les dice: "¿También vosotros queréis marcharos?", y responde Pedro: "Señor, ¿a dónde iremos?" No es el amor del jueves por la tarde, cuando Cristo le dice: "Uno de vosotros me va a entregar", y Pedro salta. Cristo le dice: ¿Sabes qué? Tú me vas a negar tres veces. Y Pedro, explotando, dice: Yo antes daré mi vida que negarte a ti.

No es ese amor, no es el amor antiguo, el amor que nace de la propia decisión, el amor que nace, como un río, del propio corazón. Es el amor que, como lluvia, Cristo deposita sobre el desierto del alma de Pedro. Es el amor que se derrama sobre el alma, un amor que ya no procede de mi certeza, de mi convicción, de mi inteligencia, de mis pruebas, de mi tecnicismo; es el amor que nace sólo del apoyo que Cristo da a mi vida. Y ese amor es el amor que me va a hacer superar la debilidad para ponerme de nuevo en el seguimiento del Señor. No es el amor que nace de mí, sino el amor que viene de Él.

"En verdad, en verdad te digo, cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías; pero cuando llegues a viejo extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras." Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: Sígueme.

Y Pedro ve a Juan y le dice a Jesús; "Señor, y éste ¿qué?" Y Jesús le responde: "Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme". Con esto Jesús le está diciendo: Olvídate de tu alrededor, deja de lado todos los otros apoyos que hasta ahora has tenido; tú, sígueme.

La resurrección, por sí misma, no es una garantía de nuestra proyección y lanzamiento con corazones resucitados. Habiendo sido testigos, nuestra vida puede continuar igual, sin transformaciones reales. Y esto lo vemos cada uno de nosotros en nuestra vida constantemente. Somos testigos de tantas cosas, y a lo mejor nuestra vida sigue igual.

La resurrección, el hecho de que veamos a Cristo, de que experimentemos a Cristo resucitado, la alegría de Cristo resucitado, a lo mejor, lo único que hace es dejar nuestra vida un poco más tranquila, pero no renovada. Sobre nuestra vida puede proyectarse la sombra del pasado o la incertidumbre del futuro. Nuestra vida puede seguir aferrada a antiguas certezas, a los criterios que nos han servido de brújula durante mucho tiempo.

Es bonito que Cristo haya resucitado, pero repasemos nuestra vida para ver cuántas veces pensamos que no nos sirve de mucho y que en el fondo hasta es mejor que las cosas sigan como están. Pedro no parece tener todavía una conciencia plena de lo que significa la resurrección de Jesucristo: lo vemos apegado a sus antiguos hábitos. Pedro sigue siendo el mismo, nada más que ahora se siente más solo, porque casi lo único que ha sacado en claro es la debilidad de su amor. Después de tres años, para Pedro lo único que prácticamente hay claro es que su amor es sumamente débil. Pedro se ha dado cuenta de que puede fallar mucho y de que no sabe ser roca para los demás. Junto a todas las cosas de que ha sido testigo tras la resurrección de Cristo, en el corazón de Pedro hay algo que pesa: la pena, el fracaso para con quien él más ama.

Esto es como una herida tremenda en el corazón de Pedro, que ni el Domingo de Resurrección, ni las otras apariciones han sido capaces de curar, de limpiar, de purificar. A pasar de todos sus esfuerzo -cuando le dice María Magdalena: "ahí está el Señor”, y corre; le dice Juan: “es el Señor", y se lanza al agua-, el corazón de Pedro tiene una experiencia de profunda tristeza. Él sabe que es muy débil, más aún, nada le garantiza que no lo volvería a hacer, y casi prefiere ni pensar.

Quizá nosotros, después de esta Cuaresma en la que hemos ido recogiendo, como un odre, todas las gracias, todos los propósitos de transformación, todas las necesidades de cambio, todas las ilusiones de proyección, todavía podríamos tener un peso en nuestra alma: el saber que somos débiles, que nada nos garantiza que no volveríamos al estado anterior. Y, la verdad, se está muy a gusto pensando en la resurrección, mejor que pensar en esto.

La resurrección por sí misma no es garantía; pero, si queremos dar un paso adelante, nos daremos cuenta de que Cristo a Pedro lo renueva en el amor y en la misión. El diálogo en la playa entre Cristo y Pedro es un diálogo de renovación en el amor. Pedro amaba a Cristo, y desde el primer momento en que Cristo le pregunta: "Simón, hijo de Juan",(ya no le dice Pedro) me amas más que éstos?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Esa certeza, el amor a Cristo, Pedro la tiene clavadísima en su alma.

Pedro, después de tres veces de preguntarle Cristo sobre el amor de su alma, se da cuenta de que, muy posiblemente, ese triple amor está curando una triple negación. Pedro constata que su amor se había quedado enredado en las tres veces que dijo: "No conozco a este hombre".

Cuando lo negó por tres veces, sus palabras, sus miedos encadenaron el amor vigoroso de Pedro. Y cuando Cristo sale al patio y lo mira, esa mirada hizo que Pedro se diera cuenta de las cadenas que él había echado.

Y Cristo como que quiere retomar la escena. Y así como retoma la escena de la vocación de ese primer momento, Cristo retoma la escena de la negación, como si Cristo le dijera a Pedro: ¿dónde estás?, ¿dónde te quedaste?, ¿te quedaste en el Jueves Santo?; vamos a volver ahí.

Y Cristo renueva el diálogo con Pedro donde se había quedado, y Cristo renueva su amor a Pedro y el amor de Pedro hacia Él, donde se había quedado atorado, en el jueves por la noche.

Cristo nos enseña que amarle en libertad significa ser capaces de mirar de frente nuestras debilidades, de volver a recorrer con Él los caminos que por miedo no nos atrevemos a cruzar.

Quizá, cada uno de nosotros tenga un jueves por la noche; quizá, cada uno de nosotros tenga una criada, una hoguera, unos soldados y un gallo que canta. Y Cristo, con amor, nos enseña a mirar de frente esa negación para que ya no nos atoremos ahí: "Si un día me dijiste no, camina ahora conmigo".

El día que Pedro negó a Jesucristo, a lo que Pedro le tuvo miedo fue a morir por Cristo, a morir con Cristo. Pedro sabía que si decía que era discípulo del Señor, le podían echar mano y llevarlo al calabozo. Pero el amor de Cristo retoma a Pedro y se lo lleva, purificándolo hasta anunciarle que él también un día va a morir por Él. "Cuando eras joven te ceñías tú mismo, cuando seas viejo extenderás los brazos, otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras". Y luego añadió: "Sígueme".

Cristo nos renueva con su amor para que atravesemos ese tramo de nuestra vida en el que el miedo a morir con Él, el miedo a entregarnos a Él nos dejó atorados. Ese tramo de nuestra vida en el que todavía nosotros no hemos atrevido a poner nuestros pies porque sabemos que significa extender las manos y ser crucificados.

Cristo no le pregunta a Pedro: "¿me vas a volver a negar?" Sino que le pregunta: "¿me amas?". A Cristo le interesa el amor. Sólo el amor construye, porque sólo el amor repara, une, sana y da vida. El amor renovado, el amor resucitado es el lazo que Cristo vuelve a lanzar a Pedro. El amor capaz de pasar a través de la propia experiencia, ese amor que es capaz de pasar por lo que uno una vez hizo y preferiría no haber hecho, y guarda su conciencia; ese amor que es capaz de pasar por el propio pasado, por la imagen que yo hubiera podido forjarme de mí mismo. Ese amor es el inicio que reconstruye un corazón cansado, porque este amor ya no se apoya en nosotros, sino en Cristo.

«Sígueme», no te sigas a ti mismo, no sigas tus convicciones, tus gustos, tus ideas. Este amor ya no se apoya en ti; es el amor que proviene de Cristo, el amor que nace de Dios. Dirá San Juan: "Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo Único, para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación para nuestros pecados. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros nos debemos amarnos unos a otros".

La experiencia de Pedro es la experiencia de un amor renovado. Pero al mismo tiempo, la experiencia que Pedro tiene de Cristo resucitado, es un amor que no se puede quedar encerrado, es un amor que se hace misión. Es un amor que renueva la misión de apóstoles que nos ha sido dada; es un amor que, en nuestro caso, renueva el vínculo con la misión evangelizadora de la Iglesia, renueva el compromiso cristiano a que fuimos llamados al ser bautizados. No es un amor que se queda en un cofre guardado, es un amor que se invierte, es un amor que se reditúa, es un amor que se expande. Y este amor es un amor que no teme; no teme a la cruz que significa la misma misión, porque va acompañado de Cristo que me dice: "Sígueme".

Autor: P. Cipriano Sánchez LC

JUSTIFICADOS GRATUITAMENTE POR MEDIO DE LA FE EN LA SANGRE DE CRISTO


Meditación del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap, en la celebración celebración de la Pasión del Señor en la Basílica de San Pedro. Viernes Santo 2013.

Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús. Él fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre... De esa manera, Dios ha querido mostrar su justicia: en el tiempo presente, siendo justo y justificando a los que creen en Jesús. (Rom 3, 23-26).

Hemos llegado al culmen del Año de la fe y a su momento resolutivo. ¡Esta es la fe que salva, "la fe que vence al mundo" (1 Jn 5,5)! La fe – apropiación por la cual hacemos nuestra, la salvación obrada por medio de Cristo, y nos revestimos con el manto de su justicia. Por una parte está la mano extendida de Dios que ofrece al hombre su gracia; por la otra, la mano del hombre que se extiende para acogerla mediante la fe. La "nueva y eterna alianza" está sellada con un apretón de mano entre Dios y el hombre.

Tenemos la posibilidad de tomar, en este día, la decisión más importante de la vida, aquella que nos abre las puertas de la eternidad: ¡creer! ¡Creer en que "Jesús murió por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación" (Rom 4, 25)! En una homilía pascual del siglo IV, un obispo pronunciaba estas palabras excepcionalmente modernas y existenciales: "Para cada hombre, el principio de la vida es aquel, a partir del cual Cristo ha sido inmolado por él. Pero Cristo es inmolado por el en el momento en el cual reconoce la gracia y se hace consciente de la vida que le ha sido procurada por aquella" (Homilía pascual del año 387, en SCh 36, p. 59 s.).

¡Qué extraordinario! Este Viernes Santo, celebrado en el Año de la fe y ante la presencia del nuevo sucesor de Pedro, podría ser, si lo queremos, el principio de una nueva vida. El obispo Hilario de Poitiers, convertido al cristianismo en edad adulta, repensando en su vida pasada, decía: "Antes de conocerte, yo no existía".

Aquello que se requiere es solamente que no nos escondamos como Adán después de la culpa, que reconozcamos tener necesidad de ser justificados; que no nos auto-justifiquemos. El publicano de la parábola subió al templo e hizo una breve oración: "Oh Dios, ten piedad de mí, pecador". Y Jesús dice que aquel hombre regresó a casa "justificado", es decir, hecho justo, perdonado, hecho criatura nueva; creo que cantando alegremente en su corazón (Lc 18,14). ¿Qué había hecho de extraordinario? Nada, se había puesto en la verdad ante Dios, y es lo único que Dios necesita para actuar.

***

Como quien, en la escalada de una pared alpina, habiendo superado un paso peligroso, se detiene un momento para recuperar el aliento y admirar el nuevo panorama que se ha abierto ante él, así hace también el apóstol Pablo al inicio del capítulo 5 de la Carta a los Romanos, después de haber proclamado la justificación mediante la fe:

“Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”.
(Rom 5, 1-15).

Son efectuadas hoy, desde los satélites artificiales, fotografías a rayos infrarrojos de enteras regiones de la tierra y del entero planeta. ¡Cómo aparece diferente el panorama visto desde lo alto, a la luz de aquellos rayos, en comparación con aquello que vemos con la luz natural y estando dentro! Recuerdo una de las primeras fotos satelitales difundidas en el mundo; reproducía la entera península del Sinaí. Muy diferentes eran los colores, más evidentes los relieves y las depresiones. Es un símbolo. También la vida humana, vista a los rayos infrarrojos de la fe, desde las alturas del Calvario, es diferente de lo que se ve “a simple vista”.

Todo – dijo el sabio del Antiguo Testamento – sucede igual, del justo hasta el impío... “Yo he visto algo más bajo el sol: en lugar del derecho, la maldad y en lugar de la justicia, la iniquidad”. (Ecl 3, 16, 9, 2). Y en efecto, en todos los tiempos se ha visto la iniquidad triunfante y a la inocencia humillada. Pero para que no se crea que en el mundo hay algo fijo y seguro, he aquí, nota Bossuet, que a veces se ve lo contrario, es decir la inocencia sobre el trono y la iniquidad sobre el patíbulo. ¿Pero qué concluía Qoelet? Entonces me dije a mí mismo: Dios juzgará al justo y al malvado, porque allá hay un tiempo para cada cosa y para cada acción”. (Ecl 3, 17). Encontró el punto de vista que nuevamente pone el alma en paz.

Aquello que el Qoelet no podía saber y que nosotros más bien sí sabemos es que este juicio ya se ha dado: "Ahora dice Jesús – caminando hacia su pasión–, ha llegado el juicio de este mundo, ahora será echado fuera el príncipe de este mundo, y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí "(Jn 12, 31-32).

En Cristo muerto y resucitado, el mundo alcanzó su meta final. El progreso de la humanidad avanza hoy a un ritmo vertiginoso, y la humanidad ve abrir ante sí nuevos e inesperados horizontes fruto de sus descubrimientos. Y también, se puede decir que ya ha llegado el final de los tiempos, porque en Cristo, subido a la derecha del Padre, la humanidad ha alcanzado a su meta final. Ya comenzaron los cielos nuevos y la tierra nueva.

A pesar de todas las miserias, las injusticias y las monstruosidades existentes sobre la tierra, en él ya se inauguró el orden definitivo del mundo. Lo que vemos con nuestros ojos puede sugerirnos lo contrario, pero el mal y la muerte realmente están vencidos para siempre. Sus fuentes se han secado; la realidad es que Jesús es el Señor del mundo. El mal ha sido radicalmente vencido por la redención por él obrada. El mundo nuevo ya ha comenzado.

Una cosa sobretodo aparece diversa, vista con los ojos de la fe: ¡la muerte! Cristo entró en la muerte como se entra en una prisión oscura; pero salió de ella por la pared opuesta. No ha regresado de donde había venido, como Lázaro que vuelve a la vida para morir de nuevo. Abrió una brecha hacia la vida que nadie podrá cerrar jamás, y por la cual todos pueden seguirlo. La muerte no es más un muro contra el que se estrella toda esperanza humana; se ha convertido en un puente hacia la eternidad. Un "puente de los suspiros", tal vez porque a nadie le gusta morir, pero un puente, ya no más un abismo que todo lo traga. "El amor es fuerte como la muerte", dice el Cantar de los Cantares (8,6). ¡En Cristo ha sido más fuerte que la muerte!

En su "Historia eclesiástica del pueblo inglés", Beda el Venerable narra cómo la fe cristiana hizo su ingreso en el norte de Inglaterra. Cuando los misioneros venidos de Roma llegaron a Northumberland, el rey del lugar convocó al consejo de dignatarios para decidir si se les debía permitir o no, difundir el nuevo mensaje. Algunos de los presentes se mostraron a favor, otros en contra. Era invierno y afuera había nieve y ventisca, pero la habitación estaba iluminada y cálida. En cierto momento, un pájaro salió de un agujero de la pared, sobrevoló asustado un rato por la sala, y luego desapareció por un agujero en la pared opuesta.

Entonces se levantó uno de los presentes y dijo: “Oh rey, nuestra vida en este mundo es como ese pájaro. No sabemos de dónde venimos, por un poco de tiempo gozamos de la luz y del calor de este mundo, y luego desaparecemos de nuevo en la oscuridad, sin saber a dónde vamos. Si estos hombres son capaces de revelarnos algo del misterio de nuestras vidas, debemos escucharlos”.

La fe cristiana podría retornar a nuestro continente y en el mundo secularizado por la misma razón por la que hizo su entrada: como la única que tiene una respuesta segura que dar a los grandes interrogantes de la vida y de la muerte.

***

La cruz separa a los creyentes de los no creyentes, porque para unos es un escándalo y una locura, y para otros es el poder de Dios y la sabiduría de Dios (cf. 1 Cor 1, 23-24); pero en un sentido más profundo, ésta une a todos las hombres, creyentes y no creyentes. “Jesús tenía que morir [...] no solo por una nación, sino que también para reunir a todos los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11, 51 s.). Los nuevos cielos y la tierra nueva pertenecen de derecho a todos y son para todos: porque Cristo murió por todos.

La urgencia que nace de todo aquello es evangelizar: "El amor de Cristo nos impulsa, al pensar que uno murió por todos" (2 Cor 5,14). ¡Nos impulsa a la evangelización! Anunciamos al mundo la buena nueva de que "ya no hay condenación para aquellos que viven unidos a Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu, que da la Vida, me libró, en Cristo Jesús, de la ley del pecado y de la muerte" (Rom 8, 1-2).

Hay una narración del judío Franz Kafka que es un fuerte símbolo religioso y adquiere un significado nuevo, casi profético, escuchado el Viernes Santo. Se titula "Un mensaje imperial". Habla de un rey que, en su lecho de muerte, llama junto a sí a un súbdito y le susurra un mensaje al oído. Es tan importante aquel mensaje que se lo hace repetir, a su vez, al oído. Luego despide con un gesto al mensajero que se pone en camino. Pero oigamos directamente del autor lo que sigue de la historia, marcada por el tono onírico y casi de pesadilla típico de este escritor:

"Extendiendo primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la multitud como ninguno. Pero la multitud es muy grande; sus alojamientos son infinitos. ¡Si ante él se abriera el campo libre, cómo volaría! En cambio, qué vanos son sus esfuerzos; todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del palacio interno, de las cuales no saldrá nunca. Y aunque lo lograra, no significaría nada: todavía tendría que esforzarse para descender las escaleras. Y si esto lo consiguiera, no habría adelantado nada: tendría que cruzar los patios; y después de los patios el segundo palacio circundante. Y cuando finalmente atravesara la última puerta --aunque esto nunca, nunca podría suceder--, todavía le faltaría cruzar la ciudad imperial, el centro del mundo, donde se amontonan montañas de su escoria. Allí en medio, nadie puede abrirse paso a través de ella, y menos aún con el mensaje de un muerto. Tú, mientras tanto, te sientas junto a tu ventana y te imaginas tal mensaje, cuando cae la noche".

Desde su lecho de muerte, Cristo confió a su Iglesia un mensaje: "Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15). Todavía hay muchos hombres que están de pie junto a la ventana y sueñan, sin saberlo, con un mensaje como el suyo. Juan, acabamos de oírlo, dice que el soldado traspasó el costado de Cristo en la cruz "para que se cumpliese la Escritura que dice: «Mirarán al que traspasaron»" (Jn. 19, 37). En el Apocalipsis añade: "He aquí que viene entre las nubes, y todo ojo le verá, aún aquellos que le traspasaron; y por él todos los linajes de la tierra harán lamentación" (Ap 1,7).

Esta profecía no anuncia la venida final de Cristo, cuando ya no será el momento de la conversión, sino del juicio. En su lugar describe la realidad de la evangelización de los pueblos. En ella se verifica una misteriosa, pero real venida del Señor que les trae la salvación. Lo suyo no será un grito de desesperación, sino de arrepentimiento y de consuelo. Es este el significado de la escritura profética que Juan ve realizada en el costado traspasado de Cristo, es decir de Zacarías 12, 10: "Y derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén, un espíritu de gracia y de súplica; y mirarán hacia mí, al que ellos traspasaron".

La evangelización tiene un origen místico; es un don que viene de la cruz de Cristo, de aquel costado abierto, de aquella sangre y de aquella agua. El amor de Cristo, como aquel trinitario, del que es la manifestación histórica, es "diffusivum sui", tiende a expandirse y alcanzar a todas las criaturas "especialmente a las más necesitadas de su misericordia". La evangelización cristiana no es conquista, no es propaganda; es el don de Dios para el mundo en su Hijo Jesús. Es dar a la Cabeza la alegría de sentir fluir la vida desde su corazón hacia su cuerpo, hasta vivificar sus miembros más alejados.

Tenemos que hacer todo lo posible para que la Iglesia no se convierta nunca en aquel castillo complicado y atestado descrito por Kafka, y para que el mensaje pueda salir de ella libre y feliz como cuando inició su recorrido. Sabemos cuáles son los impedimentos que puedan retener al mensajero: los muros divisorios, empezando por aquellos que separan a las varias iglesias cristianas entre ellas, el exceso de burocracia, las partes de ceremoniales, leyes y controversias pasadas, convertidas en escombros.

En el Apocalipsis, Jesús dice que Él está a la puerta y llama (Ap 3,20). A veces, como señaló nuestro Papa Francisco, no llama para entrar, sino que llama desde dentro para salir. Salir hacia las "periferias existenciales del pecado, del sufrimiento, de la injusticia, de la ignorancia y de la indiferencia religiosa, y de cada forma de miseria".

Sucede como con algunos edificios antiguos. A través de los siglos, y para adaptarse a las exigencias del momento, se les ha llenado de tabiques, escalinatas, de cuartos y cuartitos. Llega un momento en que nos damos cuenta de que todas estas adaptaciones ya no responden a las exigencias actuales, es más, éstas son un obstáculo, y entonces se hace necesario tener el valor de derribarlas y reportar el edificio a la simplicidad y linealidad de sus orígenes. Esta fue la misión que recibió un día un hombre que estaba orando ante el crucifijo de San Damián: "Ve, Francisco, y repara mi Iglesia".

"¿Y quién es capaz de cumplir semejante tarea?", se preguntaba aterrorizado el Apóstol frente a la tarea sobrehumana de ser en el mundo "el perfume de Cristo", y he aquí su respuesta que vale también hoy: "no porque podamos atribuirnos algo que venga de nosotros mismos, ya que toda nuestra capacidad viene de Dios. Él nos ha capacitado para que seamos los ministros de una Nueva Alianza, que no reside en la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida”. (2 Cor 2, 16; 3, 5-6).

Que el Espíritu Santo, en este momento en cual se abre para la Iglesia un tiempo nuevo, pleno de esperanza, despierte en los hombres que están en la ventana la espera del mensaje, y en los mensajeros, la voluntad de hacerlo llegar a ellos, también al precio de la vida.

Autor: P. Raniero Cantalamessa

sábado, 30 de marzo de 2013

OLVIDÉMONOS DE LOS DISCURSOS CORRECTOS


En mis últimos posts a algunos les he podido parecer excesivo. Pero si no me creéis a mí, creed al menos a la Virgen María. Nuestra Madre advirtió en Fátima lo siguiente, la cita es literal:

La guerra pronto terminará. Pero si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre.

La guerra que iba a terminar era la I Guerra Mundial, la guerra peor era la II Guerra Mundial. Digámoslo CLARAMENTE las dos guerras mundiales fueron un castigo por los pecados. No creáis al Padre Fortea, creed a la Virgen. Si pensais que he tomado el mensaje de una web poco dudosa, podéis comprobar en el siguiente link que está tomada palabra por palabra de la web del Vaticano:

http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20000626_message-fatima_sp.html

Si las dos guerras mundiales fueron castigos divinos (así lo dice la Virgen María), y ahora hay muchísimo más pecado, ¿qué conclusión debemos sacar? Pues yo creo que está clarísimo. Lo lamentable es que tantos creyentes no crean ni a la Virgen María, ni a la Biblia. ¿Entonces a quien creer? Según los teólogos modernos hay que creer a los teólogos progresistas. Por encima de la Biblia o de la Virgen María hay que creer al millonario Hans Küng y a la turba de sus secuaces, verdaderos salteadores de la Palabra de Dios. Salteadores, manipuladores de la Santa Palabra que se nos ha dado de lo alto para nuestra salvación. En esa Palabra está muy claro:

Salmos 39,12: Tú corriges a los hombres, castigando sus culpas.

Sí, queridos lectores del blog: hay que predicar una gran penitencia. Hay que volver a escuchar a Dios en su Palabra. Se necesitan profetas santos que recorran esta Ciudad de los Hombres recordándoles que se acerca un tiempo de grandes castigos, porque así nos lo indican los signos. Lo demás es como esos familiares que le dicen al enfermo deshauciado: tranquilo, tranquilo, estás bien, te vas a poner bueno.

Los Faus, los Masiá, los Küng han pagolizado a muchos en la Iglesia, los han desorientado, les han dicho que el mal ya no es mal, que la penitencia no tiene sentido, que no existe el castigo divino, como tampoco creen en la diferencia de grados de felicidad en el más allá. Han sido las zorras que han devastado la viña. Éste sería el momento de que en la Gran Nínive se proclamase una gran penitencia. Pero no se hará. Las ovejas están ciegas. No sólo no se escuchará a los profetas, sino que al revés, no está lejos el año en que las ovejas se vuelvan lobos.

Publicado por Padre Fortea

SOLEDAD...


Soledad...y silencio. Los discípulos se han escondido y se sienten solos. Han perdido su razón de vivir...Lo han dejado perder. No han sabido defenderlo.

El Sábado Santo es el día de la soledad. El sagrario de las iglesias está vacío...Es el día del silencio de Dios. El día de todos aquellos que buscan un sentido a sus vidas y no lo encuentran.

El día de todos aquellos que han perdido la razón para vivir.

El día de todos aquellos que se sienten cobardes, incapaces de luchar por un mundo mejor.

El día de todos aquellos que sienten abandonados, perdidos, rechazados...

María abrazó al bajar de la cruz, por última vez el cuerpo de su Hijo. Aquel cuerpo que tuvo por primera vez entre tus brazos en Belén. Aquel Hijo que amamantó tantas veces, que lavó, que vistió...María representa a todas las madres que han perdido un hijo. A todas las madres de hijos incomprendidos, rechazados, condenados por la sociedad...

Pero María guardaba todas las cosas en su corazón. No acababa de comprender...pero ella estaba segura de que allí no acababa todo. María esperaba el alba...

Cuando nos sintamos solos, perdidos, abandonados, será bueno recordar el Sábado Santo. Y, como María, esperar el alba que ya se acerca, que despunta en el horizonte...El alba que nos traerá la Vida, el Amor, el gozo de vivir para los demás. El alba que nos indica, que tras la cruz, viene siempre la Vida...

JESÚS HABLA


28 MAR 2013 EL PELIGRO A LA EXISTENCIA DE LA SAGRADA EUCARISTÍA OS SERÁ MOSTRADO

Jueves 28 de marzo de 2013 a las 21:30 hrs.

Mi amadísima hija, ahora comprendes cuánto esta Misión es detestada por el maligno. Debes, sin embargo, levantarte sobre los crueles obstáculos colocados delante de ti para demorar Mi Obra.

El peligro a la Existencia de la Sagrada Eucaristía os será demostrado a través de la arrogancia de aquellos dentro de Mi Iglesia, cuyo plan para cambiar la Verdad ha comenzado en serio.

No importa que muchos alrededor de ti miran con desagrado Mi Misión para preparar sus almas para el Gran Día. Con el tiempo, vosotros sabréis que en verdad soy Yo, Jesucristo, Quien viene para serviros.

Soy vuestro Amo y vuestro Siervo. Vosotros, Mi siervos sagrados, debéis recordar vuestro papel y nunca olvidarlo. Como siervos, no podéis ser amos también. Porque si sois amo, no podéis servirme. Muchos de vosotros dentro de Mi Iglesia habéis olvidado lo que se os enseñó. Os habéis olvidado de la Palabra de Dios.

Mi Promesa es proveeros con el Alimento de Vida – Mi Cuerpo y Sangre – y sin embargo, vais, una vez más, a negarme. Haréis esto al remover la Sagrada Eucaristía del Templo de Dios y la reemplazaréis con un cadáver. La sustitución será imperceptible y tomará un tiempo antes que os déis cuenta de la maligna acción, que será impuesta a vosotros.

Mientras Mi Cuerpo, a través de la Sagrada Eucaristía os sustenta, la Muerte de Mi Cuerpo, Mi Iglesia, traerá muerte a las almas de los que me descartáis.

La hora de la abominación está muy cerca. La hora de elegir entre Mi Sendero, o el del falso profeta, está casi sobre vosotros. Mirad, ahora, za que la Verdad será distorsionada por el impostor. Ved cómo él mismo se exaltará en Mis Zapatos, pero se rehusará a caminar por el sendero de la Verdad como un siervo de Dios.

Vuestro Jesús

Jesushabla.com

SUPERAR SENTIMIENTOS DE CULPA


La culpa es una catástrofe emocional y espiritual, es capaz de enfermar todo lo que pasa en nuestro ser interior. Hoy el Señor te quiere librar de la culpa.

La culpa es un sentimiento que nos hace sentir pesar y angustia "porque tenemos una deuda que pagar o tenemos un error que reparar", y hay quienes sienten que, hagan lo que hagan, nunca pueden enmendar esa supuesta "deuda emocional" con los demás, con ellos mismos o con la vida. Hay quienes conviven con un sentimiento de culpa que les maneja sus acciones por completo. La culpa es una catástrofe emocional y espiritual, es capaz de enfermar todo lo que pasa en nuestro ser interior.

Hay muchas causas por las que la culpa aparece en una persona, a veces puede surgir en el trato o convivencia del seno familiar, otras veces es impuesta directamente por otra persona, que manipulando nuestra buena disposición y teniendo un interés egoísta, nos mete culpa para sacarnos algún provecho. Y muy común es por haber cometidos ciertos pecados que sentimos que Dios no los puede perdonar, y que tampoco las personas no nos perdonarán jamás, e incluso nosotros mismos no somos capaces de perdonarnos esos errores. Este es el tiempo donde el Señor quiere libertarte de la culpa para siempre.

Veamos algunos tipos de culpa más comunes y como librarnos:

CULPA QUE INDUCE EL ENTORNO FAMILIAR.

Padres que enseñan a sus hijos que no son dignos de recibir cosas buenas, que deben "todo a sus padres" por darles la vida y por darles de comer, y una casa. Que si no hay sacrificio y sufrimiento previo, no se puede disfrutar, ni ser feliz. Personas que crecen con estas ideas, luego tienen una actitud de culpa ante todo, se sienten en deuda con el mundo, con la vida, con los padres, con cualquier persona. Dios te hizo digno de vivir feliz y en bendición, no por lo que hayamos hecho, sino por gracia. Y esa gracia nos transforma a ser como Él quiere que seamos.

CULPA POR DEUDA EMOCIONAL

Alguien hizo algo bueno por ti y ahora sientes que siempre debes algo a esa persona, sea quién sea, pero si lo hizo de corazón, en verdad no lo hizo para que se lo retribuyas eternamente, y te sientas culpable por todo lo que le pase a esa persona. Ayuda siempre que puedas, pero no permitas que se desate la culpa por sentirte atado a otra persona. Algunos viven pendiente de la opinión de sus padres, suegras, etc. Y no se dan cuenta que son esclavos emocionales, no estamos para cumplir expectativas ajenas, sino para cumplir el llamado de Dios y disfrutar su perdón y bendiciones.

CULPA PORQUE A OTRO LE PASO ALGO MALO

No te permites vivir en paz y ser feliz porque otro la está pasando mal, porque alguna persona de tu entorno tiene algún problema. Nosotros no somos Dios, no podemos hacer milagros a nuestro antojo, solo podemos colaborar, orar y tener fe para que Dios ayude a alguien que esté pasando algo malo, pero no por eso renunciamos a vivir la vida con alegría. Hay quienes quedan de luto de por vida, por una muerte, por alguna tragedia y así ligan su vida a esa desgracia. No somos los culpables por todo lo que suceda, todos tenemos tiempos que atravesamos dificultades.

LA CULPA RELIGIOSA O LEGALISTA

El legalismo dentro del cristianismo anula por completo la gracia de Dios. La muletilla básica de los líderes religiosos es: "Si no cumples con lo que te digo, te vas al infierno". El legalismo es semejante a vivir por la ley y no por la gracia. Se trata de muchas reglamentaciones impuestas por los hombres (Col. 2:22-23) pero que no tienen ningún valor espiritual. Si te equivocas, Dios te perdona, pero el creyente legalista te sigue condenando. La persona legalista, señala, acusa y juzga como estilo de vida, su vocabulario es de crítica y juicio constante, en nombre de Dios. La culpa religiosa ha hecho estragos en la humanidad. Nunca se justifica que alguien te meta condenación. La biblia dice:

"Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. Juan 3:17

En todo caso el Espíritu Santo es el que convence de pecado. No es una misión del creyente decidir quién es condenado y quien es salvado, acusando. No te dejes engañar por la culpa religiosa.

CULPA POR ENTROMETIDOS O DAR UN MAL CONSEJO.

Una buena forma de evitar la culpa, es no decirles a los demás lo que tienen que hacer, porque si luego se equivocan, te echarán la culpa. Aunque hay gente que usa este método justamente para echar culpas si algo les sale mal, se escudan en que fue "el otro" quién lo aconsejo mal. Cuando alguien decide algo, lo decide porque está de acuerdo, porque le parece bien, y es responsable por sus actos. Toda decisión final, es personal, más allá de las influencias recibidas. Es mejor no entrometerse en la vida de los demás u opinar lo que tiene que hacer con ella, porque es probable que te echen la culpa si les va mal. Hay parejas que se pelean y buscan apoyo en alguien hablándoles mal del otro, nosotros nos enganchamos hablando mal también de su pareja y luego se reconcilian y ellos se perdonan y nosotros no teníamos nada que ver en el tema y nos ensuciamos hablando mal. No des opiniones si no te las piden.

CULPA POR ERRORES O PECADOS COMETIDOS.

Por más grande u horrendo que haya sido tu pecado cometido, nunca podrá superar el poder de la Sangre de Cristo para borrarlo. Nada hay más sano que reconocer nuestros errores. Porque si por orgullo quieres justificar tus actos, entonces tu conciencia, en lo íntimo te volverá a marcar ese error y no podrás ser libre de la culpa. Deja el pecado del orgullo y reconoce que has cometido un error del cual te debes arrepentir confesándoselo a Dios y a las personas afectadas, cambia de actitud, pide perdón de corazón y serás libre.

"Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz". Santiago 5:16.

Es bueno actuar para remendar errores, tener un acto de generosidad, una actitud de restitución. Por ejemplo si le dijiste algo que hirió a alguien en un momento de ira, debes pedirle perdón y restituir esa falla diciéndole palabras positivas y de amor. Si no le dedicaste tiempo a tus hijos o esposo/a y te sientes culpable por ello, no dejes de preparar un momento especial para recuperar ese tiempo perdido, un buen gesto puede sanar una relación y librarnos de la culpa y el dolor. Todo cometemos errores y perdonar y saber perdonarnos en forma constante. Recordemos el sacrificio de Jesús en la cruz que murió y sufrió para quitarnos la culpa del pecado. No menosprecies ese sacrificio y acepta el perdón y aceptación de Dios. Dios te dice hoy lo mismo que le dijo a Isaías cuando se sentía inmundo ante Dios:

"(…) y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado". Isaías 6:7

LOS VIAJEROS EN LA COSTA


Algunos viajeros, que viajaban a lo largo de la costa del mar, subieron a la cumbre de un alto acantilado, y dirigiendo su mirada hacia el mar, vieron en la distancia lo que ellos pensaron era un barco grande.

Ellos esperaron con la esperanza de que aquello entrara a la bahía, pero a medida que el objeto se acercaba a la costa, supusieron que más bien se trataba de una pequeña barca.

Cuando sin embargo, el objeto alcanzó la playa, descubrieron que sólo era un haz grande de leña y palos, y uno de ellos dijo a sus compañeros: “Hemos esperado inútilmente, pues después de todo no hay nada para ver sino una carga de madera”.

Nuestras meras ilusiones y anticipaciones de la vida, son más grandes que las realidades.

Fábula de Esopo.

La narración de hoy nos deja ver la tendencia humana a ver espejismos provocados por nuestras propias expectativas y sueños. Queremos ver algo con tanta intensidad que acabamos viéndolo sin que en realidad se presenten.

Pero por otro lado, Dios sí anhela que miremos más allá de nuestras circunstancias actuales… que le contemplemos a Él y a Sus promesas, cómo se levantan poderosas para dar respuesta a la más complicada de nuestras necesidades.

Y lo más hermoso es que con Dios, aquello que vemos en el horizonte no será un cúmulo de maderos… sino una enorme y lujosa embarcación provista de todos los recursos y bendiciones que necesitamos para salir avante.

Adelante y que el Señor les bendiga.

Raúl Irigoyen