miércoles, 2 de diciembre de 2020

PAPA FRANCISCO: QUE EL SEÑOR NOS ENSEÑE A NUNCA MALDECIR, SINO A BENDECIR

El Papa Francisco advirtió que “la raíz de la mansedumbre cristiana es la capacidad de sentirse bendecidos y de bendecir” por lo que animó a “nunca maldecir, sino a bendecir”.

Así lo indicó el Santo Padre en la Audiencia General de este miércoles 2 de diciembre realizada en la biblioteca del palacio apostólico sin la asistencia de fieles.

Al continuar con su serie de catequesis sobre la oración, el Papa Francisco reflexionó en la bendición que “es una dimensión esencial de la oración”.

“Nosotros podemos tan solo bendecir a este Dios que nos bendice. Debemos bendecir a toda la gente, bendecir a Dios, bendecir a los hermanos, bendecir el mundo. Esta es la raíz de la mansedumbre cristiana: la capacidad de sentirse bendecidos y de bendecir”, afirmó el Papa.

En esta línea, el Santo Padre añadió que “si todos nosotros hiciéramos así, seguramente no existirían las guerras: este mundo tiene necesidad de bendición, y nosotros podemos dar la bendición y recibir la bendición. El Padre nos ama. Y a nosotros nos queda tan solo la alegría de bendecirlo y la alegría de darle gracias, y de aprender de Él a no maldecir, sino bendecir”.

Por ello, el Papa dedicó “una palabra a las personas que están acostumbradas a maldecir, la gente que tiene siempre en la boca, y también en el corazón, una palabra fea, una maldición” e invitó a que cada uno se interrogue: “¿Yo tengo esa costumbre de maldecir?” y, si es así, “pedir al Señor la Gracia de cambiar ese hábito, porque nosotros tenemos un corazón bendecido, y de un corazón bendecido no puede salir la maldición. Que el Señor nos enseñe a nunca maldecir, sino a bendecir”.

Luego, el Pontífice recordó que en las narraciones de la creación en el primer Libro de la Biblia -Génesis- “Dios continuamente bendice la vida. Siempre. Bendice a los animales, bendice al hombre y a la mujer, finalmente bendice el sábado, día de reposo y del disfrute de toda la creación”.

“Es Dios que bendice”, subrayó el Papa y añadió que “Dios bendice, pero también los hombres bendicen, y pronto se descubre que la bendición posee una fuerza especial, que acompaña para toda la vida a quien la recibe, y dispone el corazón del hombre a dejarse cambiar por Dios”.

Sin embargo, el Santo Padre reconoció que “al principio del mundo está Dios que ‘dice-bien’, bendice, ‘dice-bien’. Él ve que cada obra de sus manos es buena y bella, y cuando llega al hombre, y la creación se realiza, reconoce que ‘estaba muy bien’. Poco después, esa belleza que Dios ha impreso en su obra se alterará, y el ser humano se convertirá en una criatura degenerada, capaz de difundir el mal y la muerte por el mundo; pero nada podrá cancelar nunca la primera huella de bondad que Dios ha puesto”.

“Dios no se ha equivocado con la creación y tampoco con la creación del hombre. La esperanza del mundo reside completamente en la bendición de Dios: Él sigue queriéndonos, Él el primero, como dice el poeta Péguy, sigue esperando nuestro bien”, afirmó.

En este sentido, el Pontífice indicó que “la gran bendición de Dios es Jesucristo. El gran don de Dios, su Hijo. Es una bendición para toda la humanidad, que nos ha salvado a todos. Él es la Palabra eterna con la que el Padre nos ha bendecido ‘siendo nosotros todavía pecadores’ dice San Pablo: Palabra hecha carne y ofrecida por nosotros en la cruz”.

“No hay pecado que pueda cancelar completamente la imagen del Cristo presente en cada uno de nosotros. Ningún pecado puede borrar aquella imagen que Dios nos ha dado aquella imagen de Cristo. Puede desfigurarla, pero no puede quitarla de la misericordia de Dios. Un pecador puede permanecer en sus errores durante mucho tiempo, pero Dios es paciente hasta el último instante, esperando que al final ese corazón se abra y cambie”, subrayó.

De este modo, el Santo Padre destacó que “Dios es como un buen padre, es un buen padre, y como una buena madre, también es una buena madre: nunca dejan de amar a su hijo, por mucho que se equivoque, siempre”.

Después, el Papa recordó a las madres que visitan a sus hijos en la cárcel y a las personas que están en prisión o en un centro de desintoxicación para destacar la experiencia de leer los textos bíblicos de la bendición a estas personas y hacerles sentir que “permanecen bendecidas no obstante sus graves errores, que el Padre celeste sigue queriendo su bien y esperando que se abran finalmente al bien”.

“A veces ocurren milagros: hombres y mujeres que renacen. Porque la gracia de Dios cambia la vida: nos toma como somos, pero no nos deja nunca como somos”, destacó el Papa quien puso como ejemplo lo que hizo Jesús con Zaqueo, a quien en la narración del Evangelio de San Lucas (19,1-10) “todos veían en él el mal; Jesús sin embargo ve un destello de bien, y de ahí, de su curiosidad por ver a Jesús, hace pasar la misericordia que salva. Así cambió primero el corazón y después la vida de Zaqueo”.

“En las personas marginadas y rechazadas, Jesús veía la indeleble bendición del Padre. Es más, llegó a identificarse a sí mismo con cada persona necesitada” en el relato del Evangelio de San Mateo del capítulo 25.

Por ello, el Santo Padre animó a “ante la bendición de Dios, también nosotros respondemos bendiciendo. Dios nos ha enseñado a bendecir, nosotros debemos bendecir. Es la oración de alabanza, de adoración, de acción de gracias”.

Finalmente, el Papa citó el Catecismo de la Iglesia Católica que describe que “la oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición” y añadió que “la oración es alegría y reconocimiento” porque “Dios no ha esperado que nos convirtiéramos para comenzar a amarnos, sino que nos ha amado primero, cuando todavía estábamos en el pecado”.

POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa

PERDONAR, SANAR, RESTAURAR, RENOVAR...

Y el perdón... es la medicina que sana el dolor del alma, es el sentimiento que devuelve la esperanza.

Por: P. Jaime Forero | Fuente: Fray Nelson

 “El mayor espectáculo del mundo es ver un hombre esforzado luchando solo contra la adversidad; pero hay uno todavía más sorprendente y es el ver a otro hombre lanzarse en su ayuda sin que este se lo pida”

VALORES HUMANOS: viviendo la sobriedad. Vivir la sobriedad nos permite controlar nuestros deseos e impulsos, sin embargo no siempre es fácil saber aplicar este valor en la vida ordinaria.

Porque existen recuerdos, situaciones, acontecimientos, personas, que más que huellas han dejado heridas en el alma y se convierten en la piedra en el zapato que no nos deja avanzar puesto que duele y lastima cada vez que intentamos caminar. Por esto urge, es necesario aprender a perdonar…

Y el perdón… es la medicina que sana el dolor del alma, es el sentimiento que devuelve la esperanza, es el milagro que renueva o restaura, es la magia que nos permite recordar sin sufrir, y muchas veces olvidar aquello que tanto nos hizo llorar, nos robó la fe en el amor, en la amistad, en Dios, en uno mismo, en los demás.

PERDONAR: Por ello debemos aprender a Perdonar; quizás a Dios, no porque haya hecho algo mal… sino por aquello por lo que lo hemos culpado: enfermedades, accidentes, consecuencias de los errores de la humanidad, infertilidad, hijos con características no esperadas, abundancias o carencias, inconformidades propias que nos impiden encontrar la paz. Hacemos de nuestra oración un muro de lamentos, nos alejamos de El porque no logramos entender o discernir cuál es su voluntad, le culpamos de los errores de otros…

SANAR: Para poder renovar nuestro interior, es preciso liberar de toda culpa a Dios, aprender a descubrir y experimentar su inmenso amor y encontrar en él la sanación interior…

Hay casos en los que nos cuesta reconocer, que es a nosotros mismos a los que debemos perdonar; porque nos culpamos de muchas de las cosas que pasan a nuestro alrededor, juzgamos muy severamente nuestros errores, nos atormentamos por lo que dejamos de hacer o hicimos mal; divorcios, muertes, separaciones, palabras dichas y otras que no se dijeron, flores marchitas, historias de amor y amistad que no lograron terminar de escribirse o que tuvieron un triste final… y nos quedamos estancados en el pasado sin poder avanzar; negándonos la oportunidad de empezar de nuevo, liberarnos, restaurar, renovar…

Perdonarnos, es ser capaces de aceptar e indultar nuestra propia humanidad; pasar la hoja, atrevernos a escribir un nuevo capítulo de nuestra historia personal.

Para encontrar la paz del alma, hace falta perdonar también a los demás; la palabra que dolió, la traición que golpeó, la acción que la vida destrozó, el abandono que dejó vacíos internos, la omisión, la indiferencia, los acosos, el cansancio, la fragilidad humana del otro que tanto hirió, que robó La fe, la esperanza de creer en el amor, en la amistad, aún en el mismo perdón…

Perdonar al otro es liberarnos de sentimientos que causan mucho más dolor; porque nos encasillan en hechos que ya pasaron, en tormentas que cesaron, en diluvios y terremotos que aunque arrasaron con lo mejor de nosotros mismos, no todo se lo han robado; porque mientras nuestro corazón siga latiendo, tenemos la oportunidad de seguir viviendo, restaurando lo que está destruido, renovar el corazón herido, devolviendo la fe y la paz que se había perdido…

RESTAURAR: El perdón sale de nosotros mismos, de nuestra capacidad de amar, de volver a empezar… El aprender a perdonar surge de esa experiencia que tengamos del Amigazo Dios que nos enseñó a perdonar, saldando El mismo todas nuestras deudas, liberándonos de toda culpa, regalándonos la nueva vida en el amor que a diario nos manifiesta, en esa cruz, que más que condenarnos nos redime y nos libera…

Perdonar es empezar de nuevo, amar con tanta intensidad que hagamos del perdón el milagro que restaure nuestra vida, le devuelva la paz y la esperanza perdida; y nos llene de fuerza y fe para hacer nuestros sueños realidad….

RENOVAR: Por ello, revisa tu interior y piensa: ¿Qué te hace falta perdonar? ¿Qué te impide avanzar?… ¿Estás listo para empezar de nuevo, reparar, restaurar, renovar?… Solo Dios nos da esa capacidad de perdonar; de El recibimos y aprendemos el perdón que le devuelve la paz al corazón… Cada día en nuestra oración repetimos: Perdónanos como perdonamos… Digámosle también, enséñanos a perdonar como Tu nos has perdonado…

El autor es el P. Jaime Forero, Terciario Capuchino fallecido el 11 de Abril de 2007, aunque él se apoyó ampliamente en textos de otros autores, de modo que su trabajo no tiene pretensión de originalidad sino sólo de servicio.

ESCLAVITUD

Todavía hay millones de personas privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares.

Por: Julián López Amozurrutia | Fuente: El observador en línea

El Papa Francisco ha dedicado su mensaje para la Jornada de la Paz de este año al tema de la esclavitud. Aunque “desde tiempos inmemoriales, las diferentes sociedades humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre”, es de reconocerse que “hoy, como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de lesa humanidad, está oficialmente abolida en el mundo”. Sin embargo, “todavía hay millones de personas -niños, hombres y mujeres de todas las edades- privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud” (n.3).

El Papa Francisco puntualiza los ejemplos, refiriéndose a “tantos trabajadores y trabajadores, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores”; a “muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente”; también a “personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y eslavas sexuales; en las mujeres obligadas a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio o en las entregadas en sucesión”; y, por último, a “los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional” (n. 3).

El Mensaje se introduce entonces en un análisis más profundo, que llega a desenmascarar las causas de tan lamentables realidades. Ante todo, “una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto”. Pero a esta “causa ontológica” añade otras más dependientes de los contextos. En primer lugar, la pobreza, especialmente cuando se combina “con la falta de acceso a la educación” y cuando no hay oportunidades de trabajo. Añade, por otro lado, “la corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse”. Finalmente, señala “los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo” (n.4).

La continuación del documento propone un compromiso común para luchar contra este flagelo. Si por un lado denuncia la sospecha de una indiferencia general, por otro identifica grupos humanos -entre los que destaca congregaciones religiosas, especialmente femeninas- que intervienen con acciones directas contra el mismo. Llama, para ello, a intervenir a nivel global ante un fenómeno que tiene ese mismo alcance, mencionando la responsabilidad de los Estados, las organizaciones intergubernamentales, las empresas y las organizaciones de la sociedad civil (n.5).

Pero el Papa evita que el discurso se quede en los altos niveles de gestión humana, al recordar, por ejemplo, la responsabilidad de cada consumidor a la hora de adquirir un producto, cuando puede tener detrás una especie de esclavitud laboral. “Cada persona debe ser consciente de que comprar es siempre un acto moral, además de económico” (n. 5).

 “Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia, o porque se desentienden de las preocupaciones diarias, o por razones económicas. Otros, sin embargo, optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o buscando pequeños gestos cotidianos –que son tan valiosos–, como decir una palabra, un saludo, un ‘buenos días’ o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en relación con esta realidad” (n. 6).

La base de esta solicitud no es otra que la conciencia de ser hermanos, miembros de la misma familia humana. “La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos” (n.6).

¿QUÉ ES EL DON DE TEMOR DE DIOS?

El temor de Dios ¿Es miedo a Dios?

Por: Ángel Moreno de Buenafuente | Fuente: La-oracion.com

LO QUE NO ES

Puede interpretarse que el temor de Dios es miedo a Dios, pero ese sentimiento no responde a la revelación divina. “En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se acercaron y lo despertaron gritándole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» Él les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» (Mt 8, 24-26)

LO QUE ES

Sobre todo: temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de “permanecer” y de crecer en la caridad” (cfr Jn 15, 4-7).  “¡Qué deseables son tus moradas, | Señor del universo! Mi alma se consume y anhela | los atrios del Señor, | mi corazón y mi carne | retozan por el Dios vivo. Hasta el gorrión ha encontrado una casa; | la golondrina, un nido | donde colocar sus polluelos: | tus altares, Señor del universo, | Rey mío y Dios mío” (Sal 83, 2-4).

SANTA TERESA DE JESÚS

“En fin, nadie la puede quitar la paz, porque ésta de sólo Dios depende. Y como a El nadie le puede quitar, sólo temor de perderle puede dar pena, que todo lo demás de este mundo es, en su opinión, como sino fuese, porque ni le hace ni le deshace para su contento. (Fundaciones 5,7)

LOS PAPAS

“De este santo y justo temor, conjugado en el alma con el amor a Dios, depende toda la práctica de las virtudes cristianas, y especialmente de la humildad, de la templanza, de la castidad, de la mortificación de los sentidos” (Juan Pablo II).

“Este temor de Dios es deseo de hacer el bien, de vivir en la verdad, de cumplir la voluntad de Dios” (Benedicto XVI).

 “Es el temor a alejarse de Dios, el temor de no ser felices, el temor de errar el camino de felicidad que Él nos propone” (Papa Francisco).

SÚPLICA

Espíritu Santo, concédenos el don de Temor de Dios por el que siempre nos mantengamos conscientes de nuestra fragilidad y seguros de su misericordia.

Regalo del don de Temor de Dios

“Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga (1Co 10, 12).

martes, 1 de diciembre de 2020

ESTE ADVIENTO SERÁ DIFERENTE, ¡PERO EL AMOR QUE DIOS QUIERE DARTE SIGUE INTACTO!

 ¿Adviento en pandemia? Nos queda claro que este tiempo será distinto. No digo que será malo o bueno, sino distinto y una oportunidad para seguir creciendo espiritualmente.

Sabemos que el Adviento, nos ayuda a prepararnos para la Navidad. Durante él, se enfatiza sobre todo la esperanza en Dios, manifestada en el nacimiento de Jesús, Emmanuel (Dios con nosotros).

Recordamos cómo Dios cumple sus promesas y eso nos da seguridad. Por eso los que creemos en Cristo, tratamos de prepararnos durante cuatro semanas para celebrar este gran acontecimiento de la Navidad.

Dicen que no hay mejor momento para practicar el perdón, para vivir la esperanza y la confianza en Dios que un tiempo como el actual, donde hay tantas cosas inciertas.

UN ADVIENTO DIFERENTE PARA NUTRIR LA ESPERANZA

El futuro cercano es desconocido y ningún ser humano puede predecir lo que sucederá el próximo año. Por eso para aquellos que tenemos fe, se nos presenta una ocasión propicia para poder levantar nuestra mirada hacia Dios:

«A ti, Señor, levanto mi alma: Dios mío, en ti confío; no quede yo defraudado; que no triunfen mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados» (Salmo 24,1-3).

Creo que muchos en este tiempo de pandemia nos hemos acercado más a Dios. Quizás nos hemos preguntado el por qué de tantas cosas, de tanto dolor y sufrimiento. Pero lo que sucede es que ante este panorama incierto y donde las palabras humanas se agotan, queda solo la Palabra de Dios que va más allá.

El Adviento, es el tiempo de espera por excelencia, por eso considero que esta es una muy buena ocasión para sacarle más provecho que otros años. Quizás porque al no tener las seguridades de antes, ahora más que nunca experimentamos que estamos en las manos de Dios.

LA SALVACIÓN VINO DE DONDE MENOS SE ESPERABA

Una mujer sencilla, un nacimiento en un pesebre, un pueblo desconocido, una Virgen que concibe por obra del Espíritu Santo. Todo según los planes de Dios, no de los hombres.

Quizás Dios se vale de este tiempo que vivimos, para decirnos que debemos dejarnos sorprender por Él, que es el único capaz de sacar cosas buenas de los males. Recuerda que para Él nada es imposible.

Por eso también este tiempo nos puede ayudar a tener esa mirada de fe que tuvo María. Se trata no solo de esperar aquello que el hombre puede hacer con sus limitadas fuerzas, sino más bien dejarnos sorprender y maravillar por Dios y su poderosa acción en nuestras vidas.

UN TIEMPO PARA QUEDARNOS CON LO ESENCIAL

Cuántas veces hemos visto que en estas fiestas, muchas cosas accidentales nos distraen de lo esencial. Tanto así que Jesús queda sepultado detrás de cientos de regalos, eventos, cenas, reuniones, hombres de nieve, desayunos, panderos, etc. (cosas que no son malas en sí mismas).

Pero ahora quizás la realidad, nos lleva a quedarnos con lo esencial. En vez de entristecerse o amargarse por esto, hay que verlo como una oportunidad para volcar toda nuestra atención al pesebre.

A ese lugar donde María y José nos presentan al Niño Dios. A ese rincón que por ser el más humilde y sencillo quizás ya no miramos, porque hemos quedado encandilados por los superfluo y pomposo.

Tiempo donde quizás muchas puertas se han cerrado, como le sucedió a la Sagrada Familia, y solo se abrió la puerta de un pesebre para el nacimiento del Niño Jesús.

Hoy que quizás se han cerrado algunas puertas en tu vida, mira, contempla y tal vez puedas entender un poquito lo que significó ese momento para estos jóvenes esposos que buscaban un lugar digno para que naciera el Salvador.

¡Qué este Adviento sea una oportunidad para crecer en esa fe y confianza que tuvo María en ese momento de natural incertidumbre!

ESTE ADVIENTO NOS DA UNA GRAN OPORTUNIDAD

Un adviento y Navidad especial, para vivirlo con la Sagrada Familia. Donde quizás ya no se podrán tener muchos regalos, pero no va a faltar el gran regalo que es ¡Jesús!

Donde quizás no estaremos rodeados de todos los que queremos, pero eso también podría ayudarnos a elevar una oración por los que tantas veces están solos. Una ocasión quizás para salir y ofrecerle algo a quien está ahí afuera de tu casa y muchas veces celebra la Navidad sin nadie.

Pidámosle a Dios que nos ayude a vivir este tiempo que nos regala con mayor fe, esperanza y alegría que otros años. Porque Jesús viene de la misma manera como lo ha hecho en otras Navidades, a traernos la paz y esperanza que nadie más puede darnos.

LES DEJO UNA ORACIÓN QUE QUIZÁS PUEDEN REZAR EN FAMILIA:

«Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañado por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno. Amén» (Oración colecta I Domingo de Adviento).

Escrito por Padre Enrique Granados

¡EMPECEMOS DICIEMBRE AGRADECIENDO! PORQUE SIEMPRE HAY RAZONES PARA SENTIRNOS BENDECIDOS

 Hace unos días me encontraba meditando sobre lo diferente que será esta Navidad en mi hogar. Usualmente se reunía toda mi familia buscando festejar la llegada de Jesús, orábamos juntos y celebrábamos con una agradable cena. Ahora, por el adecuado cuidado de nuestra salud, no podremos hacerlo.

Entonces, reflexioné en lo mucho que ha cambiado el mundo, ¡en tan poco tiempo! Recuerdo cuando me llegó un mensaje con el aviso de que acababa de declararse la pandemia, estaba en clase con mis alumnos y dije: «Este día lo recordarán por mucho tiempo».

Mantengo muy presentes sus caras y los comentarios que saltaron: ¿Qué pasará?, ¿vendremos al colegio mañana?, ¿cuánto durará esto? Y yo, aun siendo su maestra, no tuve respuesta.

Ciertamente, no la había. Pareció que, a pesar de los vastos esfuerzos científicos que teníamos como humanidad, un pequeño espécimen llegaba a demostrarnos nuestras más frágiles debilidades.

Sin duda, este año ha sido un huracán de cambios. Pero, a pesar de todos ellos, hemos sido testigos de una clara constante: la misericordia de Dios. ¡Sobran las razones para dar gracias!

EMPECEMOS DICIEMBRE DE LA MEJOR MANERA, DANDO GRACIAS A DIOS 

— Señor, estoy agradecido porque este fue el año en que más tuvimos presente que un día, nuestro paso por esta vida terminará. ¡Gracias porque hoy estoy vivo y también porque ahora tengo más presente el cielo!

— Gracias Señor, porque mis amigos, familiares y conocidos están sanos. Porque tal vez alguno de ellos o yo, estuvo contagiado, pero ahora por tu misericordia todos estamos bien o en proceso de recuperación.

— Te doy las gracias porque en el año en que la escasez sucumbió en muchos lugares, nosotros fuimos bendecidos con pan en nuestra mesa. Y aunque ha sido un año difícil, no nos falta nada.

— Gracias Señor, porque durante todo este año en que el temor y la incertidumbre reinaron, nuestra esperanza se mantuvo en ti, nuestro Salvador.

¡GRACIAS POR INCLUIRME EN TU BARCA SEÑOR!

Cuando nada parecía tener sentido, nuestra barca… aquella que mencionaba el papa Francisco y en la que nos encontramos todos… no se hundió y todo ha sido por la gracia infinita de Dios.

Fuera de lo diferente que será la celebración navideña de este año, este mes reflexionemos sobre la oportunidad que Dios nos ha dado para valorar aquello que verdaderamente nos acerca a Él.

Este es el tiempo para agradecer que, a pesar de todo, Dios ha estado presente y se ha encargado de nosotros como un Padre amoroso. Y, especialmente ahora en preparación para el nacimiento de su Hijo Jesús, nos ha privado de muchas distracciones  para que podamos enfocarnos en este, el más bello acontecimiento del año.

Los invito a orar juntos e insaciablemente para que la santa voluntad de Dios reine en los años venideros y podamos seguir siendo testigos, como hasta ahora, de su misericordia en nuestras vidas.

¡No nos cansemos nunca de dar gracias y de alabar por siempre su nombre. Amén!

Escrito por Myriam Ponce

LA DESMESURA

 Un aspecto no menor de lo ocurrido, causa de lógica indignación: el gobierno que encerró al país durante ocho meses para cuidar la salud amenazada por la pandemia, eliminó de hecho todo protocolo en un vergonzoso espectáculo que él mismo ha organizado.

Ciertos sucesos, y las personas que los protagonizan, adquieren o se les otorga una trascendencia que los hacen dignos de entrar en la historia. Este es el caso de Diego Armando Maradona, de su condición de crack extraordinario, que lo ubica entre los más grandes futbolistas del mundo desde que se tiene memoria de las gestas deportivas; también es el caso de las vicisitudes insólitas, caprichosas, de su existencia, de las clamorosas características de su muerte, velatorio y entierro.

Desmesura, exceso, descomedimiento, atrevimiento, insolencia, desarreglo, desorden... Son las palabras que me vinieron a mientes al contemplar un largo rato, por televisión, las escenas de la despedida popular que se le brindó.

Miles y miles de personas formaron una fila de 25 cuadras, permanentemente, esperando entrar a la Casa de Gobierno, que fue el desmesurado escenario ofrecido, y que lucía en su frente un gran paño negro en señal de luto. Se decretaron, además, tres días de duelo nacional, con la Bandera Argentina a media asta. Cuando se acercaba la hora de concluir el velorio, según había sido la decisión de la familia del difunto, llegó la Vicepresidente de la Nación, que ordenó interrumpir el ingreso para estar ella sola en el salón donde se había colocado el ataúd. Se desató, entonces, el explicable enojo de los asistentes, que verían frustrado el propósito de acercarse a su ídolo, y se enfrentaron con la policía: piedras, gases lacrimógenos, balas de goma, heridos. La presión de la multitud venció una de las rejas del palacio, y numerosos fanáticos enardecidos ingresaron al lugar; no era cuestión de pedir permiso. La avalancha dio por tierra con el busto de un ex presidente; otras esculturas se salvaron porque fueron retiradas a tiempo.

El Presidente de la Nación, que al igual que muchos otros funcionarios acudieron a rendir homenaje al difunto, declaró que «si no hubiéramos organizado esto, todo hubiera sido peor, porque era imparable». No faltó la discusión política respecto de la responsabilidad por la intervención policial. Todo bien argentino. Según narran los periódicos, el Presidente colocó sobre el ataúd una camiseta de Argentinos Juniors, equipo del que es simpatizante, y que había integrado Diego, y dos pañuelos blancos, «símbolo de la lucha de los organismos de derechos humanos». Además, aprovechó el momento de popularidad prestada para sacarse selfies con muchos de los presentes. Otro mamarracho. En el Senado de la Nación también se rindió homenaje; caracterizaron a Maradona como un exponente de la identidad argentina, «referente del pueblo», un «irreverente social», que luchó «contra el dominio de las corporaciones sobre los débiles». El ideologismo oficial no podía perder la oportunidad que se le presentaba; los senadores se plegaron al uso que los políticos en general han hecho del astro futbolístico en numerosas ocasiones. ¡Son incorregibles! Un aspecto no menor de lo ocurrido, causa de lógica indignación: el gobierno que encerró al país durante ocho meses para cuidar la salud amenazada por la pandemia, eliminó de hecho todo protocolo en un vergonzoso espectáculo que él mismo ha organizado.

Los homenajes se cumplieron, asimismo, en otros escenarios; numerosos periódicos reflejaron el caso, que adquirió una magnitud mundial: La Gazzetta dello Sport, ABC, L' Equipe, L' Humanité, Independent, Libération, Mirror Sport, The Sun, El País, La Stampa, The Guardian, Folha de Sao Paulo. Imagino lo que habrá sido en Nápoles. Hace unos años me maravilló ver que en el centro de esa hermosa ciudad prácticamente todas las vidrieras exhibían un retrato de Maradona. El sitio Vatican News lo recordó como «el poeta del fútbol». Algunos de los comentarios periodísticos argentinos han querido señalar la dimensión unánime de la veneración, como si esa «muerte del dios» -así se ha llegado a decir- hubiera sanado la grieta nacional en un instante de comunión, y como si ese sentimiento se hubiese extendido a casi todo el mundo. Europa y Asia, Israel y el mundo musulmán, América y África. Recojo un comentario cargado de esperanza: «Probablemente se trate de un fenómeno fugaz. Pero no fue un espejismo; ocurrió. Y lo que ocurre una vez puede llegar a repetirse». Tratándose de «dios», no es extraño que la desmesura asuma los rasgos de un páthos religioso. Diego habría sido un «héroe integrador», de esos que no abundan.

A mi parecer, la desmesura manifestada en los hechos comentados tiene una base más amplia: la consideración exagerada que se hace del fútbol y de la ambigüedad de ese «mundo» en la cultura contemporánea, en la que asume una magnitud casi religiosa, que llena en muchísima gente el vacío de la ausencia de Dios. Sectores los más dignos y nobles de la actividad humana, como la ciencia, las artes, las letras, la buena música, el ejercicio de la beneficencia y la caridad, resultan desplazados en la atención general porque no tienen «llegada» a las muchedumbres, En este punto cabría plantearse la cuestión: ¿qué es lo popular? ¿Se trata solo o primeramente del número? A propósito me parece oportuno recordar una intervención descollante del Papa Pío XII: su mensaje de Navidad de 1944, que comenzaba con las palabras: «La benignidad y la humanidad de Dios nuestro Salvador», dedicado al tema de la democracia. En ese texto el gran pontífice establecía una distinción fundamental entre pueblo y masa. La imposición de la masa, y el uso político de la misma pueden hacer pasar como popular lo que no es una manifestación orgánica del verdadero pueblo; la democracia, si eso ocurre, se deforma en demagogia, utilizada hábilmente por los dirigentes, que no son entonces verdaderos políticos en el sentido aristotélico del término. La distinción pueblo - masa puede valer también para interpretar algunos fenómenos populistas que se registran en la Iglesia contemporánea.

Ahora corresponde detenernos un poco en la persona de Diego Armando Maradona, con todo respeto y sin intención de juzgarlo. El excelente escritor Juan Luis Gallardo refirió en el diario «La Prensa» una anécdota, un suceso que le ocurrió en Roma, poco después de ganar Argentina el Mundial de Méjico. El triunfo nacional fue asegurado aquella vez por dos goles de Diego; uno de ellos fue el resultado de una jugada genial, y el otro metido con la mano sin que el árbitro lo advirtiera, un gol irregular atribuido a «la mano de Dios» (de «dios» habría que escribir). Cuenta Gallardo que un taxista romano, al comprobar que era argentino, comenzó a hablarle de fútbol y de Maradona, y deslizó esta observación sobre el famoso deportista: un grande giocatore ma un piccolo uomo: «un gran jugador pero un hombre pequeño».

No lo ayudó a ser humana e integralmente mejor la gente que lo rodeaba, y utilizaba. En este campo quizá se le podría reconocer una cierta ingenuidad, potenciada por la fama que alcanzó y la fortuna que llegó a reunir; carecía de las condiciones humanas necesarias para emplear correctamente esos bienes. La sencillez de sus orígenes no explica ni justifica su adhesión a la ideología castrista, y su admiración por el Che Guevara. La debilidad que lo llevó a concertar parejas fugaces incurrió además en la injusticia de no reconocer a los hijos que engendraba, más que cediendo cuando no había otro remedio a las instancias judiciales; la disolución de la única familia verdadera que formó dio pie a los posteriores excesos; en este y en otros ámbitos su vida fue, como dice Gallardo, «un muestrario de malas conductas», y un pésimo ejemplo.

El hecho de ser un astro del fútbol, uno de los más grandes de todos los tiempos, ayudó a que todo le fuese tolerado. Luego, algo fatal, el recurso a las drogas; posiblemente, en su vida estaba actuando una pulsión autodestructiva, que finalmente lo llevó a la muerte. Se podría pensar tal vez que el extraordinario logro alcanzado por su trabajo y sus méritos lo hizo creerse superior, más allá de cualquier censura posible.

No se puede olvidar su descomedida actitud, su insolencia con San Juan Pablo II, en lo que se mostró también su inclinación ideológica, que tendía a identificar el amor a los pobres con la ilusión izquierdista. Sin embargo, corresponde reconocer su sensibilidad y la ayuda que prestó a diversas iniciativas benéficas. No tuvo idea de lo que es la Iglesia, como muchos otros argentinos no la tienen, lo cual es signo de un ancestral fracaso de la misión eclesial entre nosotros, cuyas causas no viene al caso examinar ahora.

Se ha dicho que se reconcilió con la Iglesia, y pudo reconocerla como madre gracias al encuentro con el actual Sumo Pontífice; es esta otra muestra de su confusión, y de su dependencia de lo que la propaganda torna general. Su presunta religiosidad sería la del «argentino tipo»: bautizados que no han recibido la formación que sólo puede conceder la vida eclesial; muchos de ellos han hecho la «única Comunión» -desconozco si este es también el caso de Diego- ¿Qué es la «fe popular», la «fe de los sencillos» que se le ha atribuido considerando ciertos gestos de religiosidad, porque a veces se hacía la señal de la Cruz, nombraba a Dios, y pedía ayuda a la Virgen? Otras informaciones, en cambio, hablan más bien de una «religiosidad» gravemente heterodoxa. En todo caso, su perfil espiritual muestra la ausencia de la Iglesia. El clericalismo populista habla de la «fe popular» que le transmitió su madre Tota, y que nunca perdió; es penoso, lo usa políticamente. La discreción es lo que correspondía. Pero ¿quién se le acercó, alguna vez, para anunciarle a Jesucristo, para desempolvar el don del Bautismo que residía en el fondo de su alma, para intentar convertirlo a la vida de la gracia? ¡Qué signo maravilloso habría sido, teniendo en cuenta su fama, la recuperación cristiana de Diego Maradona! ¡Qué repercusiones culturales y sociales habría tenido! El drama del catolicismo argentino, de lo que queda de él, se pinta entero en la situación particular del grande giocatore, del piccolo uomo.

El estado de las cosas que he descrito pone en evidencia la actual crisis (o decadencia) de la Iglesia, tema del cual me he ocupado en otras intervenciones, y que ahora resumiría así: se persevera en la reducción de Dios, y de los misterios de la fe -lo diría en términos kantianos- al plano de la razón práctica; la Iglesia ocupándose primordialmente de hacer más llevadera y feliz la vida de la gente en este mundo. Hemos abandonado a nuestros hermanos evangélicos, con sus probables acentos fundamentalistas, la predicación explícita del Evangelio sine glossa, el anuncio de la necesidad de la gracia, y del cumplimiento de la Ley de Dios para alcanzar el Reino; pareciera que la misión católica consiste ahora en promover la fraternidad universal. Después de esta digresión, vuelvo al caso Maradona, para concluir este rápido inventario.

Las noticias destacan la soledad de sus últimas horas; es una paradoja, tratándose de alguien admirado y mimado, un hecho que mueve a la compasión y permite reflexionar sobre la inanidad de la gloria del mundo. ¿Cómo fue posible que nadie advirtiera a tiempo la gravedad de su estado, y que se decidiera a acompañarlo? Quizá era el momento oportuno para acercarle un sacerdote, pero en nuestro país sería este un recurso inhabitual, que no se le ocurriría a nadie. Hay un Servicio Sacerdotal de Urgencia, servido por laicos generosos que acompañan al sacerdote de turno. Sin embargo, según los testimonios, las veces que salen son para atender no casos urgentisimos, sino para suplir la dificultad de encontrar un sacerdote en horarios diurnos. Más allá de la asistencia religiosa, en el caso de marras se trató de un increíble abandono humano. ¡Qué contraste con el espectáculo desmesurado de la «despedida» popular!

Como en todos los casos que adquieren una dimensión histórica, se continuará hablando de él, se creará un mito nacional. Otro recuerdo es, ciertamente, necesario: la oración por el difunto, la apelación en su favor a la misericordia de Dios, cuyos juicios superan inmensamente nuestros cálculos. He escrito esta nota después de ofrecer la Santa Misa en sufragio, por su eterno descanso.

Héctor Aguer, arzobispo emérito de La Plata

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Académico Correspondiente de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro. Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).

Monseñor Héctor Aguer

LA IGLESIA Y EL SIDA

El SIDA sigue siendo un reto para la comunidad internacional y para la Iglesia. 

Por: Fernando Pascual | Fuente: catholic.net

El SIDA (en inglés, AIDS) es una de las enfermedades que más estragos ocasiona en el mundo, especialmente en África.

Los datos publicados por la Organización mundial de la salud relativos al año 2007 muestran la gravedad de la situación: la epidemia sigue cobrándose millones de vidas.

El número de contagiados gira alrededor de los 33 millones de personas. El virus HIV penetra en la vida de innumerables niños, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, en todos los continentes, pero especialmente en África. El número de muertos por SIDA hasta el año 2008 alcanzaría un número aproximado de 38 millones de personas (la cifra podría ser mayor).

¿QUÉ HACE Y PROPONE LA IGLESIA PARA PALIAR EL DOLOR DE MILLONES DE PERSONAS Y PARA PREVENIR nuevos contagios?

Un punto central consiste en la atención y el respeto hacia el enfermo. Hay que evitar cualquier tipo de marginación o de condena. Mirar a un enfermo de SIDA como si fuese un “castigado por Dios” no es ni cristiano ni justo desde una perspectiva simplemente humana. Es cierto que algunos contraen la enfermedad por comportamientos peligrosos (por ejemplo, una excesiva promiscuidad sexual o por el uso de ciertas drogas), pero ello no quita el respeto que merece todo enfermo, ni destruye su dignidad de ser humano. A la vez, resulta injusto excluir o marginar a las personas seropositivas de la vida social, cuando podrían desarrollar con normalidad y sin riesgos muchas actividades laborales.

Sobre este punto, podemos hacer presente lo mucho que está haciendo la Iglesia. Se calcula que un 25% de enfermos de SIDA reciben tratamiento en organizaciones de la Iglesia o promovidas por católicos, lo cual es una ayuda enorme. Y eso que la Iglesia no siempre recibe fondos de organismos filantrópicos que promueven campañas contra el SIDA, sino que tiene que financiarse muchas veces con la generosidad de millones de católicos que se sienten invitados a hacer algo por quienes viven situaciones tan dramáticas como esta.

Junto a la atención a los enfermos, la Iglesia invita a promover medidas de prevención, como se hace respecto de cualquier enfermedad contagiosa. La prevención debe aplicarse a los distintos niveles en los que es posible contraer el SIDA, es decir: en las relaciones madre-hijo (antes, durante o después del parto); en las transfusiones de sangre o a través del contacto con heridas; a través de relaciones sexuales; en ciertos modos de drogarse.

Respecto al contagio madre-hijo, se puede hacer mucho con una buena inversión en medicinas para África, como ya se hace en los países ricos. Por egoísmo o por otros motivos no claros, el mundo desarrollado no está ayudando como debería en este punto. Hoy es posible reducir el contagio materno-filial a porcentajes muy bajos con un buen seguimiento médico del embarazo y del parto, y con ayudas para evitar una lactancia peligrosa.

Respecto a la transmisión sexual, es claro que el método preventivo más seguro es la abstinencia antes del matrimonio y la fidelidad conyugal. Estos dos consejos coinciden con la doctrina de la Iglesia sobre la moral matrimonial, y tienen un valor antropológico muy rico, válido también para los no creyentes.

Si uno ha sido contagiado por el virus del SIDA, tiene una responsabilidad muy grave de evitar relaciones de cualquier tipo, incluso con preservativo (condón). Algunos critican fuertemente la posición de la Iglesia sobre este punto, pero tal posición tiene a su favor razones de peso. Cuando se trata de una enfermedad contagiosa y que implica peligro de muerte, no basta con reducir el riesgo de contagio como se puede hacer con el preservativo (dicen que resulta eficaz en un 90% de los casos). Lo que hay que hacer, entonces, es optar por el medio más seguro (con una seguridad del 100%): abstenerse de relaciones sexuales o de comportamientos peligrosos (compartir jeringas para drogarse, etc.).

Algunos, sin embargo, preguntan: si una persona contagiada (seropositiva) quiere tener relaciones “peligrosas”, ¿no sería bueno aconsejarle el uso del preservativo? La pregunta es un poco parecida a la de aquel que preguntaba: si alguien está decidido a matar a un enemigo, ¿le invitamos al menos a usar un narcótico para que la víctima no sufra? ¿Podemos proponerle un curso de puntería para que sus disparos no hieran a otros que pasen por el lugar donde está la víctima?

Notamos en seguida que hay un vicio en el planteamiento de estas preguntas, pues ya estamos en una actitud equivocada de base. Siempre es bueno reducir daños, pero en temas de vida o muerte (ese es el caso del SIDA), no basta con una opción a favor de “reducir daños”, sino que hay que ir a fondo.

Podemos añadir, además, un dato estadístico a favor de la abstinencia. Las campañas basadas solamente en la promoción del uso de los preservativos han logrado pocos resultados en evitar nuevos contagios de SIDA. En cambio, las campañas que han defendido con claridad el valor y la eficacia de la abstinencia, como las promovidas en Uganda, ya están viendo sus frutos. Los datos hablan por sí solos: con programas implementados desde 1992 a favor de la abstinencia y de la fidelidad conyugal, se ha reducido la tasa de contagios en Uganda en un 50%. El número de infectados ha pasado de un 12-15% (1991) a un 4-5% (2003) de la población.

A esta luz se comprenden las palabras del Papa Benedicto XVI en la rueda de prensa que tuvo al iniciar su viaje a Camerún y Angola (el 17 de marzo de 2009), y que han sido malinterpretadas y leídas fuera de contexto, incluso con tergiversaciones que rayan en lo absurdo. Ante la pregunta de la postura de la Iglesia ante el SIDA, considerada por algunos como poco realista y eficaz, el Papa respondió:

“Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el SIDA es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la comunidad de San Egidio que hace tanto, visible e invisiblemente, en la lucha contra el SIDA, en los Camilos, en todas las monjas que están a disposición de los enfermos... Diría que no se puede superar el problema del SIDA sólo con eslóganes publicitarios. Si no está el alma, si no se ayuda a los africanos, no se puede solucionar este flagelo sólo distribuyendo preservativos: al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema”.

¿CUÁL SERÍA, ENTONCES, LA MANERA CORRECTA DE AFRONTAR EL PROBLEMA? BENEDICTO XVI CONTINUABA ASÍ EN SU RESPUESTA:

“La solución puede encontrarse sólo en un doble empeño: el primero, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que traiga consigo una nueva forma de comportarse uno con el otro; y segundo, una verdadera amistad también y sobre todo hacia las personas que sufren, la disponibilidad incluso con sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Y estos son factores que ayudan y que traen progresos visibles. Por tanto, diría, esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fuerza espiritual y humana para un comportamiento justo hacia el propio cuerpo y hacia el prójimo, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer en los momentos de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y que la Iglesia hace esto y ofrece así una contribución grandísima e importante. Agradecemos a todos los que lo hacen”.

En conclusión, el SIDA sigue siendo un reto para la comunidad internacional, llamada a ayudar a los países más afectados. A la vez, es una invitación a evitar comportamientos discriminatorios contra los enfermos o los seropositivos, y a omitir aquellos actos que puedan ser causa de nuevos contagios.

La postura de la Iglesia católica a favor de la abstinencia y la fidelidad, y el esfuerzo por atender a los millones de enfermos de SIDA son, en este sentido, una contribución muy valiosa para defender la vida y la salud de tantos seres humanos necesitados de un apoyo fraterno, que es siempre la base de cualquier justicia social.