martes, 3 de noviembre de 2015

ANTES DE LA MUERTE......


Dios te prolonga la vida para que repares el tiempo perdido.

Procura, hijo mío nos dice el Espíritu Santo, emplear bien el tiempo, que es la más preciada cosa, riquísimo don que Dios concede al hombre mortal. Hasta los gentiles conocieron cuánto es su valor.

«¡Oh, cuan loco fui!...

¡Oh tiempo perdido en que pude santificarme!...
Mas no lo hice, y ahora ya no es tiempo...» ¿Y de qué servirán tales suspiros y lamentos cuando el vivir se acaba y la lámpara se va extinguiendo, y el moribundo se ve próximo al solemne instante de que depende la eternidad?

¡Ah, Jesús mío! Toda vuestra vida empleasteis en salvar mi alma; ni un solo momento dejasteis de ofreceros por mí al Eterno Padre para alcanzarme perdón y salvación... Séneca decía que nada puede equivaler al precio del tiempo. Y con mayor estimación le apreciaron los Santos.

San Bernardino de Sena afirma que un instante de tiempo vale tanto como Dios, porque en ese momento, con un acto de contrición o de amor perfecto, puede el hombre adquirir la divina gracia y la gloria eterna.
 
Tesoro es el tiempo que sólo en esta vida se halla, más no en la otra, ni el Cielo, ni en el infierno. Así es el grito de los condenados

«¡Oh, si tuviésemos una hora!...» A toda costa querrían una hora para remediar su ruina; pero esta hora jamás les será dada.

En el Cielo no hay llanto; mas si los bienaventurados pudieran sufrir, llorarían el tiempo perdido en la vida mortal, que podría haberles servido para alcanzar más alto grado de gloria; pero ya pasó la época de merecer.

Una religiosa benedictina, difunta, se apareció radiante en gloria a una persona y le reveló que gozaba plena felicidad; pero que si algo hubiera podido desear, sería solamente volver al mundo y padecer más en él para alcanzar mayores méritos; y añadió que con gusto hubiera sufrido hasta el día del juicio la dolorosa enfermedad que la llevó a la muerte, con tal de conseguir la gloria que corresponde al mérito de una sola Avemaría.

¿Y tú, hermano mío, en qué gastas el tiempo?...

¿Por qué lo que puedes hacer hoy lo difieres siempre hasta mañana? Piensa que el tiempo pasado desapareció y no es ya tuyo; que el futuro no depende de ti.

Sólo el tiempo presente tienes para obrar...

«¡Oh infeliz!, advierte San Bernardo, ¿por qué presumes de lo venidero, como si el Padre hubiese puesto el tiempo en tu poder?» Y San Agustín dice: «¿Cómo puedes prometerte el día de mañana, si no sabes si tendrás una hora de vida?» Así, con razón, decía Santa Teresa: «Si no te hayas preparado para morir, teme tener una mala muerte...»
 
Gracias os doy, Dios mío, por el tiempo que me concedéis para remediar los desórdenes de mi vida pasada. Si en este momento me enviarais la muerte, una de mis mayores penas sería el pensar en el tiempo perdido...

¡Ah, Señor mío, me disteis el tiempo para amaros, y le he invertido en ofenderos!... Merecí que me enviarais al infierno desde el primer momento en que me aparté de Vos; pero me habéis llamado a penitencia y me habéis perdonado.

Prometí no ofenderos más,
¡y cuántas veces he vuelto a injuriaros y Vos a perdonarme!... ¡Bendita sea eternamente vuestra misericordia! Si no fuera infinita, ¿cómo hubiera podido sufrirme así? ¿Quién pudiera haber tenido conmigo la paciencia que Vos tenéis?...

¡Cuánto me pesa haber ofendido a un Dios tan bueno!...

Carísimo Salvador mío, aunque sólo fuera por la paciencia que habéis tenido para conmigo, debería yo estar enamorado de Vos. No permitáis nuevas ingratitudes mías al amor que me habéis demostrado.

Desasidme de todo y atraedme a vuestro amor...

No, Dios mío; no quiero perder más el tiempo que me dais para remediar el mal que hice, sino emplearle todo él en amaros y serviros.

Os amo, Bondad infinita, y espero amaros eternamente.

Gracias mil os doy, Virgen María, que habéis sido mi abogada para alcanzarme este tiempo de vida. Auxiliadme ahora y, haced que le invierta por completo en amar a Vuestro Hijo, mi Redentor, y a Vos, Reina y Madre mía.

Nada hay más precioso que el tiempo, ni hay cosa menos estimada ni más despreciada por los mundanos. De ello se lamentaba San Bernardo y añadía: «Pasan los días de salud, y nadie piensa que esos días desaparecen y no vuelven jamás.»

Ved aquel jugador que pierde días y noches en el juego. Preguntadle qué hace, y os responderá: «Pasando el tiempo.» Ved aquel desocupado que se entretiene en la calle, quizá muchas horas, mirando a los que pasan, o hablando obscenamente o de cosas inútiles. Si le preguntan qué está haciendo, os dirá que no hace más que pasar el tiempo. ¡Pobres ciegos, que pierden tantos días, días que nunca volverán!

¡Oh tiempo despreciado!, tú serás lo que más deseen los mundanos en el trance de la muerte... Querrán otro año, otro mes, otro día más; pero no les será dado, y oirán decir que ya no habrá más tiempo (Ap., 10, 6).

 
¡Cuánto no daría cualquiera de ellos para alcanzar una semana, un día de vida, y poder mejor ajustar las cuentas del alma!... «Sólo por una hora más—dice San Lorenza Justiniano darían todos sus bienes.» Pero no obtendrán esa hora de tregua... Pronto dirá el sacerdote que los asista: «Apresúrate a salir de este mundo; ya no hay más tiempo para ti»

Por eso nos exhorta el profeta (Ecl., 12, 1-2) a que nos acordemos de Dios y procuremos su gracia antes que se nos acabe la luz... ¡ Qué angustia no sentirá un viajero al advertir que perdió su camino cuando, por ser ya de noche, no sea posible poner remedio!...

Pues tal será la pena, al morir, de quien haya vivido largos años sin emplearlos en servir a Dios. Vendrá la noche cuando nadie podrá ya operar (Jn., 9,4).

Entonces la muerte será para él tiempo de noche, en que nada podrá hacer. «Clamó contra mí el tiempo» (Lm., 1, 15).

La conciencia le recordará cuánto tiempo tuvo, y cómo le gastó en daño del alma; cuántas gracias recibió de Dios para santificarse, y no quiso aprovecharse de ellas; y además verá cerrada la senda para hacer el bien.

Por eso dirá gimiendo: «¡Oh, cuan loco fui!...

¡Oh tiempo perdido en que pude santificarme!...
Mas no lo hice, y ahora ya no es tiempo...» ¿Y de qué servirán tales suspiros y lamentos cuando el vivir se acaba y la lámpara se va extinguiendo, y el moribundo se ve próximo al solemne instante de que depende la eternidad?

¡Ah, Jesús mío! Toda vuestra vida empleasteis en salvar mi alma; ni un solo momento dejasteis de ofreceros por mí al Eterno Padre para alcanzarme perdón y salvación...

Y yo, al cabo de tantos años de vida en el mundo, ¿cuántos he empleado en serviros? ¡Todos los recuerdos de mis actos me traen remordimientos de conciencia! El mal fué mucho. El bien, poquísimo y lleno de imperfecciones, de tibieza, amor propio y distracción.

¡Ah, Redentor mío, he sido así porque olvidé lo que por mí hicisteis! Os olvidé, Señor, pero Vos no me olvidasteis, sino que vinisteis a buscarme y me ofrecisteis vuestro amor repetidas veces, mientras yo huía de Vos.

Aquí estoy, ¡oh buen Jesús!, no quiero resistir más, ni pensar que me abandonaréis. Duéleme, ¡oh Soberano Bien!, de haberme separado de Vos por el pecado. Os amo, Bondad infinita, digna de infinito amor. No permitáis que vuelva a perder el tiempo que vuestra misericordia me concede.

Acordaos; siempre, amado Salvador mío, del amor que me tenéis y de los dolores que por mi padecisteis.

Haced que de todo me olvide en esta vida que me queda, excepto de pensar sólo en amaros y complaceros.

Os amo, Jesús mío, mi amor y mi todo. Y os prometo hacer frecuentísimos actos de amor. Concededme la santa perseverancia, como espero confiadamente, por los merecimientos de vuestra preciosa Sangre...

Y en vuestra intercesión confío, ¡oh María, mi querida Madre!

Preciso es que caminemos por la vía del Señor mientras tenemos vida y luz (Jn., 12, 35), porque ésta luego se pierde en la muerte. Entonces no será ya tiempo de prepararse, sino de estar preparado (Lc., 12, 40). En la muerte nada se puede hacer: lo hecho, hecho está...

¡Oh Dios! ¡Si alguno supiese que en breve se había de fallar la causa de su vida o muerte, o de su hacienda toda, con cuanta diligencia buscaría un buen abogado, procuraría que los jueces conociesen bien las razones le asistieran, y trataría de allegar medios de obtener sentencia favorable!...

Y nosotros, ¿qué hacemos?

Nos consta con incertidumbre que muy en breve, en el momento menos pensado, se ha de fallar la causa del mayor negocio que tenemos, es, a saber, del negocio de nuestra salvación eterna..., ¿y aún perdemos tiempo?

Quizá diga alguno: «Yo soy joven ahora; más tarde me convertiré a Dios.» Pues sabed me respondo que el Señor maldijo aquella higuera que halló sin frutos, aunque no era tiempo de tenerlos, como lo hace notar el Evangelio (Mr., 11, 13)

Con lo cual Jesucristo quiso darnos a entender que el hombre en todo tiempo, hasta en el de la juventud, debe producir frutos de buenas obras; de otro modo será maldito y no dará frutos en lo por venir.

Nunca jamás coma ya nadie de ti (Mr., 11, 14). Así dijo a aquel árbol el Redentor, y así maldice a quien Él llama y le resiste...

¡Cosa digna de admiración. Al demonio le parece breve el tiempo de nuestra vida, y no pierde ocasión de tentarnos. Descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo (Ap., 12, 12).

¡De suerte qué el enemigo no desaprovecha ni un instante para perdernos, y nosotros no aprovechamos el tiempo para salvarnos !

Otro preguntará: «¿Qué mal hago yo?...»

¡Oh Dios mío! ¿Y no es ya un mal perder el tiempo en juegos o conversaciones inútiles, que de nada sirven a nuestra alma? ¿Acaso nos da Dios ese tiempo para que así le perdamos?

No, dice el Espíritu Santo; la partecita de un buen don no se te pase (Ecl., 14, 14).

Aquellos operarios de que habla San Mateo no hacían cosa alguna mala; solamente perdían el tiempo, y por ello les reprendió el dueño de la viña: ¿Qué hacéis aquí todo el día ociosos? (Mt., 20, 6).

En el día del juicio, Jesucristo nos pedirá cuenta de toda palabra ociosa. Todo tiempo que no se emplea por Dios es tiempo perdido (6).

Y el Señor nos dice (Ecl., 9, 10): Cualquier cosa que pueda hacer tu mano, óbrala con instancia; porque ni obra, ni razón de sabiduría, ni ciencia, habrá en el sepulcro, adonde caminas aprisa.

La venerable Madre Sor Juana de la Santísima Trinidad, hija de Santa Teresa, decía que en la vida de los Santos no hay día de mañana; que solamente la hay en la vida de los pecadores, pues siempre dicen: «Luego, luego», y así llegan a la muerte. He aquí ahora el tiempo favorable.

(2 Cor., 6, 2).

Si hoy oyereis su voz, no queráis endurecer vuestros corazones (Sal. 94, 8). Hoy Dios te llama para el bien; hazle hoy mismo, pues mañana quizá no sea ya tiempo, o Dios no te llamará.

Y si, por desgracia, en la vida pasada has empleado el tiempo en ofender a Dios, procura llorarlo en el resto de tu vida mortal, como se propuso el rey Ezequías: Repasaré delante de ti todos mis años con amargura de mi alma (Is., 38, 15).
 
Dios te prolonga la vida para que repares el tiempo perdido: Redimiendo el tiempo, porque los días son malos (Ef., 5, 16); o bien, según comenta San Anselmo: «Recuperarás el tiempo si haces lo que descuidaste hacer».

San Jerónimo dice de San Pablo, que, aunque era el último de los Apóstoles, fue el primero en méritos por lo que hizo después de su vocación.

Consideremos siquiera que en cada instante podemos granjear mayor acopio de bienes eternos. Si nos concediesen tanto terreno como caminando en un día pudiéramos rodear, o tanto dinero como alcanzásemos a contar en un día, ¡con cuánta prisa procederíamos! Pues si podemos en un momento adquirir eternos tesoros, ¿por qué hemos de malgastar el tiempo? Lo que hoy puedas hacer,
No digas que lo harás mañana, porque el día de hoy le habrás perdido y no volverá más.

Cuando San Francisco de Borja oía hablar de cosas mundanas, elevaba a Dios el corazón con santos afectos, de suerte que si le preguntaban luego su sentir acerca de lo que se había dicho, no sabía qué responder.

Reprendiéronle por ello,
y contestó que antes prefería parecer hombre de rudo ingenio que perder el tiempo vanamente.

No, Dios mío; no quiero perder el tiempo que me habéis concedido por vuestra misericordia... He merecido verme en el infierno, gimiendo sin esperanza.

Os doy, pues, fervorosas gracias por haberme conservado la vida. Deseo, en los días que me restan, vivir sólo para Vos.

Si estuviese en el infierno, lloraría desesperado y sin fruto. Ahora lloraré las ofensas que os hice, y llorándolas, sé de cierto que me perdonaréis, como lo asegura el Profeta (Is., 30, 19).

En el infierno me sería imposible amaros; ahora os amo y espero que siempre os amaré. En el infierno jamás podría pedir vuestra gracia; ahora oigo que decís: Pedid y recibiréis (Jn., 16, 24).

Y puesto que aún me hallo en tiempo útil para pediros gracias, dos voy a demandaros: ¡oh Dios mío!, concededme la perseverancia en vuestro santo servicio, dadme vuestro amor, y luego haced de mí lo que quisierais.
 
Haced que en todos los instantes de mi vida me encomiende siempre a Vos, diciendo: «Ayudadme, Señor... Señor, tener piedad de mí; haced que no os ofenda; haced que os ame...»

¡Virgen Santísima y Madre mía, alcanzadme la gracia de que siempre me encomiende a Dios y le pida su santo amor y la perseverancia!

Al copiar este artículo favor conservar o citar la Fuente: EL CAMINO HACIA DIOS

www.iterindeo.blogspot.com

Publicado por Wilson

DIOS NOS PERMITE SER SUS HIJOS


Es un momento en el que podemos recibir de Dios su amor de Padre. Es necesario tener las mismas actitudes que tuvo Cristo como Hijo.

Por: Taís Gea | Fuente: Catholic.net

Durante este mes de Noviembre, los martes y jueves, reflexionaremos en las partes de la Misa y así lograremos un acercamiento experiencial a la celebración litúrgica de la Eucaristía.

A través de un diálogo sencillo, descubriremos algunas actitudes que nos pueden ayudar a hacer de la Misa un encuentro personal con Dios.

Recorreremos las partes de la Misa más importantes, describiendo el modo en que podamos vivir ese momento en particular.

Cada reflexión está ilustrada por un cuadro pintado por la autora, que resume el contenido del mismo. A través de estas imágenes, podremos visualizar y hacer nuestra la experiencia transmitida por la autora:

ACTO PENITENCIAL

EL ENCUENTRO CON LA MISERICORDIA DE DIOS

Al inicio de la Misa tenemos la posibilidad de encontrarnos con el Dios de la misericordia. Cuando el sacerdote nos invita a celebrar “dignamente” los sagrados misterios nos preguntamos: ¿somos realmente dignos de celebrar la Eucaristía?, ¿qué es aquello que nos dignifica? Inmediatamente decimos juntos el “Yo confieso” con un gesto precioso: nos golpeamos en el pecho tres veces reconociéndonos pecadores. Entonces nos preguntamos: “¿Somos dignos porque somos pecadores?”

La dignidad del Hijo

El mensaje que revoluciona al mundo con la venida de Cristo, Hijo de Dios, que nace pobre en Belén es la respuesta a nuestra pregunta (Lc. 2, 7). Cristo se vacía de sí mismo, de su condición de Dios, se anonada para tener nuestra misma condición de hombres débiles (Fil. 2, 5-8). Nace pobre, sin bienes, sin reconocimiento público, totalmente dependiente, desnudo, solo. “Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne.” (Rom. 8, 3). Sin embargo, Cristo no pierde su dignidad. Su dignidad se encuentra en ser hijo del Padre celestial.

El amor de un hijo a su padre tiene como característica el ser un amor pasivo, sin protagonismo. El hijo no da nada, al contrario, recibe todo de sus padres. Esta característica del amor se ve más clara en un recién nacido. Cuando un bebé nace, depende totalmente de su madre. Es frágil, vulnerable y pequeño. La madre no pretende lo contrario. Sabe que su hijo necesita de ella y por eso, se vuelca totalmente perdiendo incluso su vida en él. Desaparece en su hijo para darle continuamente vida, lo alimenta, lo arropa, lo limpia, le da todo lo que necesita. Todo esto lo hace porque lo ama. Una madre se da totalmente. Sin embargo, el hijo no responde a su madre con el mismo modo de amar. La respuesta a su amor es una actitud de acogida. El hijo se sabe necesitado, se sabe dependiente, sin nada, sin fuerzas. Es por eso que se deja amar y dejándose amar es como ama.

La dignidad del hijo

Dios, nuestro Padre, quiere amarnos así. Quiere volcarse en nosotros y darnos vida. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” Jn. 3, 16. Quiere alimentarnos, arroparnos, limpiarnos, nos quiere dignificar.

El acto penitencial es un momento en el que nosotros podemos recibir de Dios su amor de Padre. Para eso, es necesario que adoptemos esas mismas actitudes que tuvo Cristo como Hijo (Heb. 3, 6). Nuestra libertad tiene que decidir abrirse al Amor. Nuestra libertad tiene que elegir mantenerse en una actitud de acogida. Tenemos que estar vacíos de nosotros mismos para poder ser llenados por la gracia. Tenemos que amar y reconocer que somos pequeños, niños, pobres, pecadores. En definitiva tenemos que vivir en nuestra verdad. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.” Rom. 5, 20.

Somos limitados y pequeños

Deseamos ser hijos pero “¿cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?»” Jn 3, 4. Nosotros ya no somos niños. Hemos crecido y hemos adoptado actitudes de hombres independientes, autónomos, capaces de llevar adelante la vida sin necesidad de los demás, incluso sin necesidad de nuestros padres. Sin embargo, a pesar de que nos sentimos seguros así, es común que en el día a día advertimos nuestros propios límites.

Todos los días experimentamos nuestra limitación de una forma o de otra. Deseamos ser buenos padres de familia y nos impacientamos, anhelamos ser mejores esposos y nos buscamos a nosotros mismos, queremos ser grandes profesionistas y nos equivocamos, pretendemos ayudar a nuestros amigos en necesidad y no tenemos el tiempo, ansiamos ser buenos pastores, sacerdotes de Dios y nos encontramos pecadores, deseamos ser religiosos ejemplares y constatamos que nuestra limitación es grande.

Además de experimentar nuestra limitación, Dios Nuestro Señor permite acontecimientos en nuestra vida que nos hacen tocar nuestra miseria y pequeñez: una enfermedad, la muerte de un ser querido, un accidente, una dificultad psicológica, la ancianidad. Todo esto nos lleva a tocar la verdad del ser humano que es criatura limitada y pecadora.

Postrarse ante el Señor

Estos acontecimientos son el punto de encuentro con la misericordia de Dios. Sin embargo, pueden llegar a ser también el punto que nos separe de Él si no sabemos presentarnos con humildad ante el Padre celestial pidiéndole ayuda y misericordia.

El acto penitencial es el momento perfecto para que el Espíritu Santo pueda ir realizando su obra en nosotros. Es recomendable que durante el acto penitencial postres tu alma ante el Señor. No quieras tener otra fuerza más que la suya. “La necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres.” (1Cor. 1, 25)

Es tu oportunidad de abandonarte totalmente en su misericordia. Descansa en Él. Déjale todo en el altar: pecados, caídas, preocupaciones, disgustos, tentaciones, debilidades, etc. Abre el corazón y extiende tus manos. Dios ve lo que hay ahí, no se lo tienes ni que decir. No necesita explicaciones o justificaciones. Te quiere a ti, su hijo, y eso le basta, quiere llenarte de su amor misericordioso que funde todas tus miserias en el fuego de su amor, quiere ser el protagonista de tu vida, quiere ser tu Dios, tu Salvador, tu Padre.

Puedes decirle esta oración:

Señor tú conoces mi pequeñez y mi miseria. Tú sabes cuánto busco ser el dueño y señor de mi vida. Mira que lo he intentado una y otra vez y no puedo. No soy capaz de abrirme a tu gracia. Sé quien abra mi corazón. No puedo darte nada, no poseo nada. Lo único que te puedo dar, es darme a mí mismo. Recíbeme pequeño, pobre, débil, pecador en el seno de tu misericordia. Déjame descansar en ti y ser una sola cosa contigo. En ti me siento seguro. Manda tu Espíritu y hazme capaz de vivir en mi verdad de hijo, de criatura, de pecador. Sal a mi encuentro y acepta mi humilde súplica.

Ahora sí, después de haber adoptado la actitud de postrarte ante Dios abandonado en su misericordia y abierto a su gracia eres “digno” de continuar con la celebración Eucarística. Nuestra dignidad se encuentra en habernos reconocido pecadores, sin embargo el reconocer nuestra miseria no nos ha hundido, sino que nos ha elevado a la condición de hijos en el Hijo Jesucristo. “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, también heredero por voluntad de Dios.” (Gal. 4, 4.5.7)

MENSAJE DEL CIELO A NUESTRO GRUPO DE ORACIÓN “SÍ SEÑOR” – VIERNES 30 DE OCTUBRE 2015


Abba, Habsa Abba, Abba Saraidá Jesús, Abba Saraidá María, Abba Habsa Abba…

Se roció agua bendita en todo el lugar y se rezó la Oración: San Miguel Arcángel defiéndenos del combate, se nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio….

El Ángel Rosa del Corazón de Santísimo hizo la señal de su presencia.

HNO. JOSÉ: Bienvenida seas Rosa del Corazón de Santísimo, gracias por tu presencia.

ÁNGEL ROSA DEL CORAZÓN DE SANTÍSIMO: Cierren sus ojos… mírense por dentro, en profundo silencio con los ojos cerrados, bajen la cabeza y estiren las manos (como recibiendo)… mírense por dentro… ¿que los agobia, que  hacen que los aparten su camino… que los entristece, que los molesta?.

Ahora piensen hace un año que estaban haciendo… cómo estabas… que recuerdas de ti, te sentías mejor o peor… Hace cinco años… cómo eras tú, que es lo que sentías, que es lo que hacías… Recuérdate niño(a), recuerda tu sonrisa, tus alegrías, tus ilusiones, ¿En qué momento te perdiste? ¿En qué momento cambiaste? ¿En qué momento te apartaste de mí?

NUESTRO SEÑOR JESÚS: Buenas noches Grupo… YO SOY LUZ; AMOR Y PAZ...

HNO. JOSÉ: Bienvenida seas  Jesús,  gracias por tu presencia Señor… tenemos la presencia de nuestro hermano Jesucristo, nuestro Dios.

NUESTRO SEÑOR JESÚS: Queridos hermanos manténganse con los ojos cerrados, porque YO he venido hoy a liberarlos, porque ésa tristeza que muestran no es de un Hijo de Dios, un hermano mío, una hermana mía que me conoce, que ha tenido un encuentro conmigo: SONRÍE, a pesar de todo SONRÍE, porque confía y tiene Esperanza.

Nuestro Señor Jesús se acercó al Hno. José, le puso sus manos en la cabeza y dijo…

Bendito seas Padre Santo… Todos: Bendito seas.

Bendito seas Padre Misericordioso… Todos: Bendito seas.

Bendito seas Padre Eterno… Todos: Bendito seas.

Bendito seas Padre Bueno… Todos: Bendito seas.

Luego Nuestro Señor Jesús fue bendiciendo y dando un mensaje personal a cada uno de los presentes.

Al final Nuestro Señor Jesús se acercó al Hno. José y le dijo: YO ME VOY A LLEVAR SUS TRISTEZAS, AHORA QUIERO QUE ALABEN, QUE SONRIAN, PORQUE CUANDO ESTÁN TRISTES ATRAEN LAS COSAS NEGATIVAS… YA NO MÁS MI QUERIDO GRUPO… YO CUIDO DE USTEDES AL IGUAL QUE SU MADRE… MI MADRE… LES DEJO MI BENDICION Y LA PROMESA DE QUE SI USTEDES SE MANTIENEN EN ORACION TODO PASARÁ.

HNO. JOSÉ: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

TODOS: Amén.

HNO. JOSE: El Señor esté con ustedes.

TODOS: Y con tú Espíritu.

HNO. JOSÉ: Podemos ir en Paz.

TODOS: Demos gracias a Dios y a Nuestra Madre Santísima.

HNO. JOSÉ: Un aplauso a la Santísima Trinidad, a Nuestra Madre Santísima y a nuestros Ángeles.

Grupo Católico de Oración por los Enfermos – Si Señor

José Miguel Pajares Clausen.

lunes, 2 de noviembre de 2015

TEXTO HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA SANTA MISA POR LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS


VATICANO, 01 Nov. 15 / 10:40 am (ACI).- El Papa Francisco presidió esta tarde en el Cementerio de Verano de Roma la Santa Misa de Todos los Santos. En su homilía reflexionó sobre las Bienaventuranzas y afirmó que son “la vía de la felicidad”, el camino a través del cual se puede entrar en la vida eterna.

A continuación, gracias a Radio Vaticana ofrecemos el texto completo:

En el Evangelio hemos escuchado a Jesús que enseñaba a sus discípulos y a la gente reunida sobre la colina del lago de Galilea (Cfr. Mt 5,1-12). La palabra del Señor resucitado y vivo indica también a nosotros, hoy, el camino para alcanzar la verdadera felicidad, el camino que conduce al Cielo. Es un camino difícil de comprender por qué va contra corriente, pero el Señor nos dice que quien va por este camino es feliz, tarde o temprano alcanza la felicidad.

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Podemos preguntarnos, ¿cómo puede ser feliz una persona pobre de corazón, cuyo único tesoro es el Reino de los cielos? Pero la razón esta propio aquí: que teniendo el corazón vacío y libre de tantas cosas mundanas, esta persona está en “espera” del Reino de los Cielos.

“Bienaventurados los que ahora lloran, porque serán consolados”. ¿Cómo pueden ser felices aquellos que lloran? Es más, quién en la vida nunca ha experimentado la tristeza, la angustia, el dolor, no conocerá jamás la fuerza de la consolación. En cambio, pueden ser felices cuantos tienen la capacidad de conmoverse, la capacidad de sentir en el corazón el dolor que hay en sus vidas y en la vida de los demás. ¡Ellos serán felices! Porque la compasiva mano de Dios Padre los consolará y los acariciará.

“Bienaventurados los mansos”. Y nosotros al contrario, ¡cuántas veces somos impacientes, nerviosos, siempre listos a lamentarnos! Hacia los demás tenemos tantas pretensiones, pero cuando nos tocan, reaccionamos alzando la voz, como si fuéramos dueños del mundo, mientras que en realidad todos somos hijos de Dios. En cambio, pensemos en aquellas mamas y en aquellos papas que son tan pacientes con sus hijos, que “los hacen enloquecer”. Este es el camino del Señor: el camino de la humidad y de la paciencia. Jesús ha recorrido este camino: desde pequeño ha soportado la persecución y el exilio; y después, de adulto, las calumnias, los engaños, las falsas acusaciones en los tribunales; y todo lo ha soportado con humildad. Ha soportado por amor a nosotros incluso la cruz.

“Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia, porque serán saciados”. Si, aquellos que tienen un fuerte sentido de la justicia, y no solo hacia los demás, sino sobre todo hacia ellos mismos, estos serán saciados, porque están listos para recibir la justicia más grande, aquella que solo Dios puede dar.

Y luego, “bienaventurados los misericordiosos, porque encontraran misericordia”. Felices los que saben perdonar, que tiene misericordia por los demás, que no juzgan todo ni a todos, sino que buscan ponerse en el lugar de los otros. El perdón es la cosa de lo cual todos tenemos necesidad, nadie está excluido. Por eso al inicio de la Misa nos reconocemos por aquello que somos, es decir pecadores. Y no es un modo de decir, una formalidad: es un acto de verdad. “Señor, aquí estoy, ten piedad de mi”. Y si sabemos dar a los demás el perdón que pedimos para nosotros, somos bienaventurados. Como decimos en el “Padre Nuestro”: Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

“Bienaventurados los constructores de paz, porque serán llamados hijos de Dios”. Miremos el rostro de aquellos que van por ahí sembrando cizaña: ¿son felices? Aquellos que buscan siempre la ocasión para engañar, para aprovecharse de los demás, ¿son felices? No, no pueden ser felices. En cambio, aquellos que cada día, con paciencia, buscan sembrar la paz, son artesanos de paz, de reconciliación, ellos son bienaventurados, porque son verdaderos hijos de nuestro Padre del Cielo, que siembra siempre y solo paz, al punto que ha enviado al mundo su Hijo como semilla de paz para la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, este es el camino de la santidad, y es el mismo camino de la felicidad. Es el camino que ha recorrido Jesús, es más, es Él mismo este camino: quien camina con Él y pasa a través de Él entra en la vida, en la vida eterna. Pidamos al Señor la gracia de ser personas sencillas y humildes, la gracia de saber llorar, la gracia de ser humildes, la gracia de trabajar por la justicia y la paz, y sobre todo la gracia de dejarnos perdonar por Dios para convertirnos en instrumentos de su misericordia.

Así han hecho los Santos, que nos han precedido en la patria celestial. Ellos nos acompañan en nuestra peregrinación terrena, nos animan a ir adelante. Su intercesión nos ayude a caminar en la vía de Jesús, y obtenga la felicidad eterna para nuestros hermanos y hermanas difuntos, para los que ofrecemos esta Misa. Así sea.

¿ES PECADO “LLAMAR” A LOS DIFUNTOS? ESTO ENSEÑA LA IGLESIA SOBRE TRATO DEBIDO A LAS ALMAS


LIMA, 01 Nov. 15 / 06:05 pm (ACI).-El P. Carlos Rosell, rector del Seminario Santo Toribio de Mogrovejo de la Arquidiócesis de Lima (Perú), explicó cuál es el trato correcto que deben tener los fieles para con sus difuntos, y explicó que el “llamar” a los difuntos para tratar de hablar con ellos es un pecado.

En declaraciones a ACI Prensa, el también miembro de la Comisión Arquidiocesana Para la Doctrina de la Fe de la Arquidiócesis de Lima, señaló que la palabra “espíritus” es un término muy amplio, que incluye incluso a los ángeles, buenos y malos, así como a los difuntos.

“Cuando se dice voy a evocar espíritus podría entenderse ‘voy a evocar a los ángeles caídos’, pecado muy grave, pero también ‘voy a evocar a mis difuntos’, pecado grave”, advirtió.

El P. Rosell señaló que “lo que uno debe hacer con sus difuntos es rezar por ellos y punto. Todo lo demás viene del maligno”.

Lo que la Iglesia nos enseña sobre el “más allá”, dijo el sacerdote peruano, es “a invocar a los santos, que son nuestros amigos, sobre todo a pedirles mucho a pedirle mucho a la Virgen María Nuestra Madre para que vivamos en Gracia de Dios”.

“También la Iglesia nos enseña a ofrecer la Santa Misa por nuestros difuntos”, recordó.

“Nosotros podemos ayudar a las almas del purgatorio rezando por ellas, es lo que se llaman los sufragios. Y también la Iglesia nos habla del infierno no para meternos miedo sino para decirnos que podemos perder el cielo si usamos mal nuestra libertad”, señaló.

El P. Rosell advirtió también que “quienes hacen lo que se denomina la evocación de espíritus están jugando a ser Dios. Dios es el Señor del más allá, y la manera correcta de relacionarnos con los difuntos no es a través de la evocación, es a través de la oración”.

“Si son santos los invocamos para que nos ayuden”, explicó, mientras que “si no sabemos si nuestros difuntos están en el cielo, lo que debemos de hacer es rezar por ellos, sobre todo ofrecer la Santa Misa”.

“Esa es la manera correcta de relacionarnos con el más allá”, aseguró el rector del seminario de Lima, pues “otras formas de relacionarnos con nuestros difuntos, como el espiritismo, son puertas abiertas para llamar al maligno”.

“El maligno se sirve de esas técnicas de invocación para entrar en la vida de una persona y arruinarla”, señaló.

¿DE VERDAD VIVIMOS EN UNA SOCIEDAD TAN TOLERANTE COMO NOS CUENTAN?


Les pongo en antecedentes. Ayer les contaba el caso del francés Phillipe Verdier (pinche aquí si no tuvo tiempo de leerlo para hacerlo hoy), héroe ayer cuando era el primero en Francia en anunciar que se casaba con otro hombre, villano hoy por osar “hacerse unas preguntitas” sobre el cambio climático. Y les prometía contarles hoy una teoría que la noticia me suscitaba.

Pues bien, la teoría es la siguiente: por el contrario de lo que todos nos desgañitamos en repetir con machaconería inagotable, no vivimos en una sociedad interesada en el debate, no vivimos en una sociedad convencida de que el progreso se produzca tras escuchar la opinión de todas las personas formadas para emitirla… no vivimos, en suma, en una sociedad tolerante y libre para pensar y para expresarse.

Vivimos, por el contrario, en una sociedad que, simplemente, impone la aceptación de cosas diferentes a las que imponía ayer. Pero igual de estricta, igual de implacable, igual de intolerante, ante la menor discrepancia, ante el que disiente, ante el que se enfrenta a “lo que Dios manda”. Digamos que el rango de lo aceptable hoy ha cambiado de lugar, lo que nos produce el espejismo de que somos más tolerantes. Pero la dura realidad es que dicho rango, con haber cambiado, es mucho más estrecho, mucho más corto, del que era antaño, y en realidad, desde ese punto de vista, hemos dado un paso atrás respecto de lo que ocurría en épocas no tan lejanas reputadas “más intolerantes” (porque así lo han decidido y ordenado, igualmente, los que dictan la doctrina “oficial”).

Reconozcamos, para decir toda la verdad, que hoy nadie va a la hoguera por disentir, algo en lo que sí hemos dado un hermoso paso hacia adelante. Pero nunca como ahora, y no de manera casual sino precisamente en la sociedad de los medios de comunicación, han funcionado mejor los mecanismos de la “damnatio memoriae”, y el que discrepa de “lo que Dios manda”, se queda fuera, o como decía aquel lumbreras, “no sale en la foto”. Todos sabemos que es así: en el fondo de nuestro ser, sin ni siquiera atrevernos a reconocerlo para no “irritarles”, todos sabemos que es así. Pero nadie objeta, para que no nos borren del mapa: por eso son tan pocos los que sacan los pies del plato.

Verdier lo hizo, sí. Pero no cuando fue el primer hombre de una cierta notoriedad que anunció en Francia que se casaba con otro hombre, algo que, en realidad, fue muy fácil de hacer porque, -las cosas como son-, no hizo sino navegar con la corriente. Sino ahora que se atreve contra una de las verdaderas vacas sagradas del sistema, una más de las muchas: la del cambio climático.

Y es que amigos, desengáñense: vacas sagradas hubo siempre, y no sólo en la India, también en Europa. Aunque no lleven cuernos ni tengan ubres. Siempre las hubo… y ahora más, que corren malos tiempos para la verdadera tolerancia. Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Nos seguimos viendo por aquí.

Luis Antequera

PASOLINI SINTIÓ SIEMPRE SU HOMOSEXUALIDAD «COMO UNA HERIDA, COMO UN ENEMIGO», DIJO SU GRAN AMIGA


[Este 2 de noviembre se cumplen cuarenta años de la muerte del escritor y cineasta friulano Pier Paolo Pasolini (1922-1975), asesinado en circunstancias aún no completamente aclaradas. Con este motivo, reproducimos la entrevista que ha recuperado el 31 de octubre la revista Tempi, concedida en 1995 a esta misma publicación por Silvana Mauri (1920-2006), íntima amiga del director italiano, que era comunista, ateo y homosexual y sin embargo firmemente contrario al aborto. En 1964 rodó la discutida El Evangelio según San Mateo, una seca y fría pero fiel narración fílmica del texto del primer evangelista. La entrevista muestra la problemática relación del artista con su propia homosexualidad.]

Silvana Mauri, 76 años, esposa del escritor Ottiero Ottieri, vive apartada del caos metropolitano en una callejuela situada entre San Babila y los bastiones de Porta Venezia, entre los pliegues de la Milán bien, en uno de esos palacios del siglo XIX que parecen anclados melancólicamente a un tiempo pasado, el de la laboriosa y discreta burguesía lombarda, que tal vez ya no existe. Romana de nacimiento pero milanesa de adopción, Silvana Mauri es la mujer que compartió con Pier Paolo Pasolini los afectos más íntimos, las confidencias más secretas.

Por esto no ha colaborado con la prensa hablando sobre Pasolini y, fiel a la consigna que se impuso a sí misma, ha permanecido en silencio evitando todos los debates y celebraciones del poeta de Casarsa. En más de cincuenta años de actividad, cuarenta de los cuales pasados en la Editorial Bompiani, aunque ha seguido trabando en el campo editorial, Silvana no se ha dejado implicar en la que ella llama la "furia biográfica" que ha arrollado la figura de Pasolini. Por este motivo nuestra conversación nos parece un milagro y nos retiramos con gusto de la escena dejando que hable ella, Silvana Mauri, a través de los apuntes recogidos en el diálogo que tuvimos durante una lluviosa mañana de un domingo de otoño.

UNA PASIÓN SIN SEXO
"Conocí a Pier Paolo Pasolini en Bolonia, la ciudad donde su familia y la mía se habían establecido de manera provisional. Vino un día a casa con mi hermano Fabio. Se habían conocido en la redacción de un periódico juvenil, Il Setaccio. Teníamos veinte años. Los modernos no pueden entender lo que nos unió. Fue una pasión única, irrepetible. La mentalidad contemporánea no puede imaginar ciertas cosas, esa pasión gratuita por la cual entre un hombre y una mujer no hay inmediatamente sexo. En cambio, así fue entre Pier Paolo y yo. ¿Me entiende? No sé si me entiende de verdad… De todas formas, a partir de ese día en mi casa de Bolonia no nos perdimos nunca de vista. Nos seguíamos, incluso a distancia, con la misma ternura y dulzura de esos veinte años en Bolonia y en Casarsa".

"Siempre nos hemos querido, siempre. Nos unía una especie de avidez de lo real. Una dulzura que se nutría de la alegría de ver las cosas juntos. Lo he escrito en alguna parte: la avidez de acumular juntos lo real, culturas, criaturas, naturalezas, ha sido el punto más alto y específico de nuestro encuentro".

"Para mí, que era una burguesa, diría incluso, una persona muy, muy burguesa, ciudadana, metropolitana, con él se me abrió el mundo criatural, campesino. Recuerdo que una vez viajé en tren durante doce horas para ir a verlo. Le agradezco a mi padre su gran liberalidad. Estuve un mes en Versuta. Pasábamos días enteros en el campo, en la playa de Tagliamento, noches enteras bailando. Dormía con él, en la misma y única habitación de esa casa de campesinos de la Pivetta".

"En las tardes de invierno bajábamos a calentarnos entre el heno, contándonos historias con los pies debajo de las vacas. Pier Paolo parecía el pequeño Jesús del pueblo, fascinaba y atraía a todos, chicos y chicas".

EL GRAN SECRETO

"No sabía nada de su homosexualidad, ni lo intuí hasta que fue él mismo quien me lo reveló. Llevaba siempre consigo, en un bolsillo de la chaqueta, un pequeño cuaderno rojo. Me decía: ´Ahora te lo leo´. Pero después se lo pensaba mejor: ´No, eres demasiado pequeña para entender…´. Después supe que ese era el famoso diario donde iba revelando, tímidamente, con pudor, su homosexualidad. Homosexualidad que yo descubrí en 1950, a causa de un hecho particular. Mi hermano Fabio había caído en un profunda crisis mística, más allá de los límites del equilibrio. Recuerdo que estábamos de vacaciones en Macugnaga. Fabio salió y no volvió al llegar la noche. Empezamos a buscarlo por la montaña. Todo el pueblo se movilizó. Lo encontramos milagrosamente escondido en una gruta, en ayunas, cubierto de musgo, a dos mil metros de altura".

"
Fabio quería ser santo eremita, separarse del mundo. Lo llevamos a casa y esa noche nos sentimos más cercanos que nunca. Al despedirnos nos abrazamos -él se dio cuenta, pero yo francamente no me di cuenta enseguida- con una calidez especial. Fue entonces cuando me escribió esa carta: ´No puedo seguir escondiéndote mi secreto´. Para mí no cambiaba nada. Sólo me dolía el hecho de que sabía que entraba en un destino que yo presentía sería de gran sufrimiento".

"Sin embargo, él nunca habría adherido a un Arcigay [organización lésbica y gay italiana fundada en 1985], como me escribió. Su diversidad la sintió siempre como una herida, como un enemigo. Estuve siempre muy cerca de él también en Roma, después de esa fuga por la noche de Casarsa".

CARTAS JAMÁS HALLADAS
"Pier Paolo me reprochaba el que no escribiera. Siempre insistió sobre esto, también cuando me casé y tuve dos hijos. Le decía: ´Pier Paolo, no se puede hacer todo en la vida. Cada uno tiene su camino, el mío es el trabajo, mi marido, mi familia. No tengo tiempo para escribir libros´. Pero él seguía insistiendo. Me decía: ´Un día te cuelgo un micrófono en el cuello, tú hablas y yo grabo´”.

"En este hecho de que Pier Paolo quería que fuera escritora hay además un misterio. Un día me dijo: ´Si no escribes, publico tus cartas´. Y eran centenares. Porque a mi “Tarchetto” -así llamaba yo a Pier Paolo- le escribía todos los días, por la mañana, antes de empezar el trabajo en la oficina. Usted entiende, he trabajado, durante cuarenta años, en Bompiani. Bien, esas cartas no se han encontrado nunca".

EN UN COLEGIO RELIGIOSO

"¿Roma? Una libertad respecto al Friuli. Sospecho que para él significaba haber huido de una patria profunda, envolvente, pero que también lo encarcelaba. Nunca habría abandonado el Friuli. Las circunstancias lo arrojaron a otro mundo. Vivía en Rebibbia, que entonces era un zona suburbana caótica e informe. No era todavía la Roma hecha de cemento. Era la Roma de los cuchitriles y los acueductos imperiales. Iba a verle, pero en esa época las calles no estaban indicadas. No había nada, eran las chabolas del subproletariado".

"Recuerdo que los primeros años en la capital fueron para él durísimos. Como maestro había sido expulsado de todas las escuelas públicas, por lo que impartía clases en una escuela privada, de religiosos. Piense, iba todas las mañanas desde Rebibbia a Montemammolo. Y mientras tanto escribía, escribía como un loco".

"Los chicos de la vida hicieron que el gran público lo conociera. Después Pier Paolo descubrió el cine y triunfó con Accattone [película que dirigió en 1961]. Su actitud hacia el éxito fue siempre ambivalente: le importaba y, al mismo tiempo, lo detestaba. Su verdadera pasión no era el cine, sino la escritura".

EL DÍA, LA NOCHE, LA MUERTE
"Recuerdo su primera casa en el barrio de Monteverde, cerca de la del [poeta Carlo Emilio Gadda, a quien Pier Paolo estimaba mucho pero con el que no tenía mucha relación porque el escritor lombardo era muy esquivo. La vida de Pier Paolo estaba perfectamente organizada, su jornada era similar a la de un empleado. Visto que normalmente se acostaba tarde, hacia las dos o tres de la madrugada, se despertaba hacia las nueve de la mañana y trabajaba hasta las seis, seis y media de la tarde, interrumpiendo su trabajo sólo para comer la rica comida que le preparaba esa excelente cocinera que era su madre. Pier Paolo comía con el entusiasmo de un campesino que vuelve del campo después de una dura jornada de trabajo. Comía por hambre, como un chico sanísimo, física y psíquicamente. De hecho, no bebía, no fumaba, jugaba a menudo a fútbol. Era fuerte como un toro. (Por esto estoy convencida de que su asesino [Pino Pelosi no podía estar solo…)».

"Después, hacia las siete, iba a ver al [escritor y periodista Alberto Moravia, que lo consideraba casi como un hijo, a [la escritora] Elsa Morante, [al director y guionista] Sergio Citti, [la actriz y cantante] Laura Betti, [la escritora] Dacia Maraini, a mi hermano Fabio. Este era su círculo de amigos más íntimos. Salían a cenar, o bien comían en casa de Moravia o de Laura Betti. Sin embargo cada noche, a medianoche, como Cenicienta, Pier Paolo saludaba a sus amigos y desaparecía. Es la pendiente que lo llevó al infierno, hasta Petrolio [novela inacabada de Pasolini, publicada en 1992 por Einaudi, ndt]".

"Sin embargo, su vida era de una regularidad y una disciplina ejemplares. Nunca pisó un salón romano. Pero estoy segura de que no se sentía feliz con su vida nocturna. En los años de Pier Paolo en Roma, capté en él una progresiva tristeza y una profunda decepción de sus noches. Lo vi un mes antes de morir, con una herida en el pecho y un brazo vendado. Sabía que sus relaciones habían pasado a ser amenazadoras, experimentaba una escalada de violencia sobre él".

"Este era el origen de su tristeza: la suya se había convertido en una desilusión humana, esos chicos que había amado y ayudado se habían convertido en sinvergüenzas. No creo en el complot político; creo que fue un asesinato de grupo".

Publicado en Tempi.
Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.

EN EL CEMENTERIO DE ROMA, EL PAPA REPASA LAS BIENAVENTURANZAS: «ESTE ES EL CAMINO A LA SANTIDAD»


Las Bienaventuranzas enseñadas por Jesús a los apóstoles y a la multitud reunida sobre la colina junto al mar de Galilea “son el camino a la santidad y a la felicidad”. A través de estas indicaciones, de hecho, han caminado los santos que nos han precedido en la patria celestial; y nosotros, reconociéndonos antes que nada pecadores, debemos esforzarnos en seguirles.

Lo dijo el Papa Francisco durante la homilía de la misa que celebró en el Cementerio del Verano, en Roma.

Junto a él, concelebraron el cardenal vicario para la capital italiana, Agostino Vallini; el arzobispo Iannone, vicegerente de la diócesis y el párraco de San Lorenzo Extramuros, P. Armando Ambrosi. Luego de la celebración eucarística, el pontífice rezó por los difuntos y bendijo sus tumbas.

“El camino para alcanzar la verdadera felicidad, el camino que conduce al Cielo -dijo Francisco- es un camino difícil de comprender, porque va contra la corriente, pero el Señor nos dice que quien va por este camino es feliz, y que tarde o temprano se convierte en una persona feliz”.

«
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Podemos preguntarnos, ¿cómo puede ser feliz una persona pobre de corazón, cuyo único tesoro es el Reino de los cielos? Pero la razón está justamente aquí: que teniendo el corazón vacío y libre de tantas cosas mundanas, esta persona está a la “espera” del Reino de los Cielos”.

Pero bienaventurados son también quienes lloran, y serán consolados: “¿Cómo pueden ser felices aquellos que lloran? Y sin embargo, quien jamás haya experimentado en la vida la tristeza, la angustia, el dolor, jamás conocerá la fuerza de la consolación. En cambio, pueden ser felices cuantos tienen la capacidad de conmoverse, la capacidad de sentir en el corazón el dolor que hay en sus vidas y en la vida de los demás. ¡Ellos serán felices! Porque la compasiva mano de Dios Padre los consolará y los acariciará”.

Inmediatamente después fue el turno de los mansos: “Bienaventurados los mansos. Y nosotros al contrario, ¡cuántas veces somos impacientes, nerviosos, ¡siempre listos para lamentarnos! Hacia los demás tenemos tantas pretensiones, pero cuando nos tocan, reaccionamos alzando la voz, como si fuéramos dueños del mundo, mientras que en realidad todos somos hijos de Dios. En cambio, pensemos en esas mamás y en esos papás que son tan pacientes con sus hijos, que “los hacen enloquecer”. Este es el camino del Señor: el camino de la humidad y de la paciencia”.

Quienes tienen hambre y sed de justicia, “que tienen un fuerte sentido de la justicia, y no sólo hacia los demás, sino sobre todo hacia ellos mismos, estos serán saciados, porque están listos para recibir la justicia más grande, aquella que sólo Dios puede dar”.

Y luego “bienaventurados los misericordiosos, porque encontraran misericordia”. Felices los que saben perdonar, que tiene misericordia por los demás, que no juzgan todo ni a todos, sino que buscan ponerse en el lugar de los demás. El perdón es la cosa de la cual todos tenemos necesidad, nadie está excluido. Por eso al inicio de la Misa nos reconocemos como aquello que somos, es decir pecadores. Y no es un modo de decir, una formalidad: es un acto de verdad. “Señor, aquí estoy, ten piedad de mi”. Y si sabemos dar a los demás el perdón que pedimos para nosotros, somos bienaventurados. Como decimos en el “Padre Nuestro”: Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden»”.

Bienaventurados, por último, los constructores de la paz, porque serán llamados hijos de Dios: “Miremos el rostro de aquellos que van por ahí sembrando cizaña: ¿son felices? Aquellos que buscan siempre la ocasión para engañar, para aprovecharse de los demás, ¿son felices? No, no pueden ser felices. En cambio, aquellos que cada día, con paciencia, buscan sembrar la paz, son artesanos de la paz, de la reconciliación, ellos son bienaventurados, porque son verdaderos hijos de nuestro Padre del Cielo, que siembra siempre y solamente paz, al punto que ha enviado al mundo Su Hijo como semilla de paz para la humanidad”.

Queridos hermanos y hermanas, concluyó Francisco, este es el camino de la santidad, y es el camino mismo de la felicidad. Es el camino que recorrió Jesús, y aún más, es Él mismo este camino: quien camina con Él y pasa a través de Él entra en la vida, en la vida eterna. Pidamos al Señor la gracia de ser personas sencillas y humildes, la gracia de saber llorar, la gracia de ser mansos, la gracia de trabajar por la justicia y la paz, y sobre todo la gracia de dejarnos perdonar por Dios para convertirnos en instrumentos de su misericordia. Así han hecho los Santos, que nos han precedido en la patria celestial. Ellos nos acompañan en nuestra peregrinación terrenal, nos animan a ir adelante. Que su intercesión nos ayude a caminar en el camino de Jesús, y nos obtenga la felicidad eterna para nuestros hermanos y hermanas difuntos, por quienes ofrecemos esta Misa”.

¿CÓMO SER FELIZ EN EL TRABAJO?


“Esta parte de mi vida, esta pequeñita parte de mi vida, se llama felicidad.” (Frase de la película “En Busca de la Felicidad”)

¿Cómo ser feliz en el trabajo? La verdad es un reto porque son muchos factores los que tratan de robarte la felicidad.

Ser feliz en el trabajo requiere en primer lugar de que estés haciendo lo que te guste y estés en el lugar correcto. Cuando eres feliz tus fortalezas están al máximo, aumenta el rendimiento, hay pasión y disfrutas de lo que haces.

Cuando eres feliz puedes lidiar con los momentos difíciles, puedes escuchar, puedes hablar sin temor, puedes liderar de forma efectiva e influenciar las vidas a tu alrededor. Una persona feliz mantiene una actitud positiva, puede desarrollar buenas ideas, puede crear nuevas relaciones, puede aumentar las ventas, puede lograr clientes más satisfechos. Puede lograr muchas cosas. La felicidad llega como consecuencia de sacar todo tu potencial.

Quiero recomendarte algunas cosas para que seas feliz en el trabajo:

– Comienza el día siendo positivo. Se agradecido por todas las cosas buenas que tienes. Busca siempre lo bueno en tu personal y en los clientes.

– La felicidad es una elección. Nuestra felicidad no proviene de las circunstancias, nosotros creamos los momentos de felicidad.

– Protege tu felicidad estableciendo límites, dándote permiso para decir “No” o “Si” cuando la situación lo amerite.

– Borra los recuerdos negativos del pasado.

– Busca amigos con actitud positiva.

– Realiza actividades que aumenten tu energía. Cuidado con los ladrones de energía.

– Enfócate en lo bueno, en las cosas que te gusta hacer, como puedes mejorar y ser mejor cada día.

Las personas felices pueden vivir unos 7- 10 años más que los infelices. Pueden prosperar y crecer aun en tiempos difíciles. Disfruta tu vida hoy. Si quieres más información de nuestro programa “Se Feliz y Alcanza tus Sueños” escribe a info@liderazgocreativo.com

En amor y liderazgo,

Pedro Sifontes

FIELES DIFUNTOS


"Todos los que el Padre me da vienen a mí, y a los que vienen a mí no los echaré fuera. Porque no he venido del cielo para hacer mi propia voluntad, sino para hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado. Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite el día último. Porque la voluntad de mi Padre es que todo aquel que ve al Hijo de Dios y cree en él, tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el día último."
 
Hoy celebramos la Festividad de los Fieles Difuntos. El evangelio nos recuerda, que no es una festividad de tristeza, sino de esperanza. Jesús nos dice que Él no pierde a ninguno de los suyos. Todo aquél que ve al Hijo de Dios y cree en Él, tiene la vida eterna. Y como nos dice varias veces el evangelio, todo aquél que vive por el hombre, vive por Jesús. Porque en este mundo el hambriento, el necesitado el perseguido, el otro es Jesús.
Hoy recordamos las personas que hemos perdido, que añoramos. Pero debemos estar convencidos de que todos ellos están con Jesús, nos aman e interceden por nosotros desde la eternidad. Todo aquél que ama a los demás, a quien ama es a Jesús, aunque no lo sepa. Y Él no lo abandonará.
Enviat per Joan Josep Tamburini