jueves, 28 de enero de 2021

"LOS TUNALES DE DON JOSÉ" de Alberto Bisso Sánchez (1985)

Perú conserva una imagen de lo que fue desde la época Inca; inclusive sus frutas aborígenes: lúcumos, pacaes, palillos y paltos. Al centro de este ubérrimo paraíso, se destacan pintorescos cerros formando una enorme herradura. Corre una leyenda sobre ellos, de que hay un fabuloso tesoro enterrado allí, que en forma de serpiente gigantesca sale de tiempo en tiempo, deslumbrante, a tomar agua por los contornos de la herradura.

Don José, un gringo llegado de la capital, adquirió tierras cercanas a dicha herradura. En una de estas laderas estaba la casa grande de corredor antiguo, frente a la vivienda de un viejo cabrero, con su corral de chivos.

Don José pensó que al comprar el terreno, también era dueño de los hermosos miradores, notificando al cabrero para que desocupara el sitio.

El viejo amparado en una licencia municipal de ocupación, no aceptó orden alguna. Don José tuvo que trabajar la tierra, para luchar la posesión. Denunció al Estado la hermosa ladera donde estaba el cabrero, la sembró de tunas y esperó a que estuvieran floreando, para demostrar a la autoridad respectiva que el terreno estaba cultivado y solicitar el derecho de propiedad.

Citó entonces al Inspector oficial correspondiente, ofreciendo traerlo especialmente de Lima para acelerar el trámite.

El viejo cabrero, astuto como un zorro, que hasta perdió un ojo en sus correrías de abigeo, no se sabe cómo, se enteró de los pasos acelerados que daba don José para despojarlo de la ladera.

La víspera de la llegada de este funcionario, encerró sin comer a las cabras, que balaban de hambre. Al amanecer, a la luz de la luna, las soltó y pateó sobre los tiernos tunales de don José y voraces se los engulleron; como todavía estaban hambrientas, con las pezuñas escarbaron y se comieron hasta las raíces.

Al llegar don José con el ingeniero de la inspección ocular, y voltear la colina donde estaba la ladera cultivada, se quedó asombrado, cerró y entreabrió los ojos incrédulo, ¿Era sueño o realidad? ¡Habían desaparecido los tunales como por arte de magia! La tierra estaba tan estéril como cuando la denunció. ¿Quién sino el propio interesado, tenis que ser, el que le había hecho todo este daño?

Ante el comisario, el viejo zorro deja hablar a don José, que lo acusaba de todo lo sucedido, culpando al viejo y a las cabras, de la misteriosa desaparición de sus tunales. Terminó su alegato diciendo que tanta había sido la preocupación por este cultivo, que se amanecía trabajando en la ladera.

El viejo que estuvo medio dormido, pero escuchando todo, inició su defensa, diciendo al comisario, que el gringo era muy cierto que se amanecía por esta zona, pero no sembrando nada, sino saqueando las reliquias arqueológicas que había en ese lugar, hasta que encontró un gran tesoro.

Ante las protestas de don José de que todo, lo que contaba el viejo zorro era mentira, fue detenido para los esclarecimientos.

Al día siguiente, el comisario, mandó llamar al viejo. Lo encontraron mendigando en la plaza del mercado.

Llevado ante el comisario, lo interrogó nuevamente:

-A ver, a ver, cuéntame detalladamente lo que sucedió esa noche en que don José encontró el tesoro.

-Desde hace tiempo, el gringo con el pretexto de los tunales, exploraba en noches de luna toda esa ladera. Una vez llegó con un aparatito colgado del cuello, con una trompita que metía por todos los huecos que encontraba. Hasta que dio con una ancha grieta, de la que comenzaron a salir chispitas y encontró la serpiente.

-¿Qué serpiente?, preguntó el comisario.

-¿Cómo usted no sabe?, es la serpiente que ronda deslumbrante por todo ese cerro. ¡Es un gran tesoro oculto!

-¿Y don José lo encontró?, preguntó el comisario.

-¡Seguro! yo lo vi con mis ojos.

-Con uno querrá decir, dijo el comisario entre dientes.

-Este hombre está loco, señor comisario, yo no he encontrado ningún tesoro.

El comisario hizo callar al gringo e interesadísimo en lo que el viejo le contaba, le dijo:

-Siga, siga, buen hombre, ¿qué más vio?

-“La serpiente”, eran monedas de oro que estaban incrustadas a lo largo de la grieta en filas de tres metros.

-¡Filas de tres metros! ¿Y cómo era la serpiente?

-¡Ah! era larga y ancha, deslumbraba, parecía que se movía y cuando don José quiso cogerla y se le escapó.

-¿Cómo que se escapó, si no era ningún animal?

-Bueno, Señor comisario, así yo lo vi en mis sueños.

-So, viejo loco, todo ha sido un cuento a mi costa.

Esa noche fue el viejo el que quedó encerrado en el calabozo.

Don José amparado en su denuncia, pensó circular la ladera, sembrar las tunas nuevamente y poner un guardián.

El viejo “zorro”, una vez más se le adelantó, comprometió a algunos paisanos chivateros y antes de que pudiera realizar algún trabajo don José, invadieron la ladera, instalaron chozas y corrales para sus cabras y se quedaron ahí para siempre.

Alejandro Smith Bisso

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