miércoles, 31 de octubre de 2018

¿FUNCIONA EL ARGUMENTO ONTOLÓGICO?


“Dice el necio en su corazón: no hay Dios” (salmo 53)
Aparte de las 5 Vías de Santo Tomás que hemos venido revisando, hay muchos otros argumentos para demostrar la existencia de Dios. Entre ellos está el “argumento ontológico", asociado con san Anselmo de Canterbury (1033-1109), que se suele expresar de la siguiente forma:
1.      Por definición, Dios es un ser del que nada más grande puede ser imaginado.
2.      Un ser que necesariamente existe en la realidad es más grande que un ser que no necesariamente existe.
3.      Así, por definición, si Dios existe como una idea en la mente, pero no necesariamente existe en la realidad, entonces podemos imaginar algo que es más grande que Dios.
4.      Pero no podemos imaginar algo que sea más grande que Dios.
5.      Así, si Dios existe en la mente como una idea, entonces Dios necesariamente existe en la realidad.
6.      Dios existe en la mente como una idea.
7.      Por lo tanto, Dios necesariamente existe en la realidad.
¿Convencido? No mucho, seguramente, y con razón. Los escépticos suelen denunciar aquí un argumento circular o petitio principii, es decir, que la premisa con que comienza el argumento ya lleva implícita la conclusión. En la definición de Dios  como “aquello más grande que podemos pensar", está incluida la idea de su existencia. En particular el Kant criticó esta clase de argumentos, explicando que no son más que un juego de conceptos mentales, que nada nos dicen acerca de la realidad.
El mismo Santo Tomás, en pleno S. XIII, advierte contra esta forma de razonar. Nunca bastará, dice él, con definir a Dios para demostrar que existe, porque en realidad jamás podemos comprender a fondo a Dios, y saber qué es. Eso no implica que sea imposible demostrar a Dios, solo que la ruta para hacerlo es otra, a través de sus efectos que sí conocemos.
Los filósofos medievales eran extremadamente rigurosos en sus razonamientos, y es extraño que argumento ontológico realmente haya sido propuesto como una demostración. Tal vez no era ese su objetivo.
Tal vez san Anselmo no estaba tanto demostrando la existencia misma de Dios, como denunciando la estupidez de los ateos, que niegan algo que ni siquiera pueden definir, mucho menos entender.

Imaginemos, por ejemplo, que alguien dijera: “el neutrino no existe, y quien afirma que existe tiene la carga de demostrar su existencia". Quien asuma el desafío de responder a este escéptico de las partículas fundamentales, naturalmente será un físico, y no cualquiera sino uno especializado en física cuántica y cosmología. Pero antes, este hipotético especialista tendría derecho a hacer algunas preguntas:
–Oye, pero ¿Tú sabes qué es un neutrino?
–Vi un video de YouTube en un canal de física, y no me convenció.
–Bueno, hay mucha física y matemática antes de entender por qué los físicos hablan del neutrino y sus efectos.
–Ya te vas por las ramas. Ya te he dicho que el neutrino no existe, y si existiera debería ser algo evidente, fácil de entender y demostrar para cualquiera. Si dices que existe, tienes la carga de darme pruebas ahora. De lo contrario, debes reconocer que tu fe en la existencia de las partículas fundamentales es completamente irracional.
Nadie se extrañará si un físico se aleja frustrado de esta clase de conversación. De los creyentes, en cambio, se espera que demuestren la existencia de Dios, ahí mismo y si lugar a dudas, como si el fundamento último de la realidad fuera algo tan simple que cualquiera lo pueda entender.
Los ateos pretenden que negar a Dios es una posición neutra, que se limita a negar la existencia de Dios, tal como se puede dudar de cualquier cosa, y que el creyente tiene toda la carga de demostrar. Sin embargo, no es así. Tal como el neutrino tiene tras de sí complejos desarrollo científicos y matemáticos, el concepto de Dios ha sido objeto de atención y reflexión a lo largo de toda la historia humana. No se trata simplemente de negar que Dios existe, como quien pudiera dudar del monstruo de spagetti, o que hay una tetera orbitando en torno al sol. Hoy en día se requiere al menos algo de preparación en filosofía y epistemología para decir algo significativo en cuanto a Dios.
Quien dice “Dios no existe” al menos afirma conocer lo que Dios es, y tanto sabe al respecto que está seguro que no existe ni puede existir. Esa es una afirmación extremadamente osada, pues toda la reflexión filosófica al respecto suele comenzar precisamente por el lado opuesto: Dios, por definición, excede las capacidades del intelecto humano. Por eso, cuando alguien niega a Dios, uno tiene derecho a responder “Oye, pero ¿sabes de qué estás hablando?".
Si nos responden que Dios es un abuelito en el cielo, o uno más en la lista de dioses paganos, como Thor o Zeuz, ni siquiera vale la pena discutir. En ese caso nos saltamos todo el debate con un amistoso “¡Estamos de acuerdo! yo tampoco creo que ese Dios exista”. Si nos dicen que Dios es un tirano omnipotente constantemente obsesionado con lo que los humanos hacen con sus genitales, es evidente que la discusión pendiente no es filosófica, sino psicológica, y que más se refiere a la relación de cada uno con su padre. Todavía no me he encontrado con un ateo que me responda con la definición de la RAE  ("Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo"), que si bien dista de ser perfecta al menos es un punto de partida.
El argumento ontológico, más que una demostración en sentido estricto, es una herramienta retórica, que muestra al ateo que no sabe qué es Dios, y que si lo supiera no andaría por ahí hablando tonterías.
 “Dice el necio en su corazón: no hay Dios” (salmo 53)
Pato Acevedo

¿QUEDA ALGO DE LA UNIDAD DE LA IGLESIA O NO?


La Iglesia Católica es Una y Única, porque así salió de las manos de su Fundador, de su Cabeza, que es Jesucristo; y Ella, su Cuerpo. Esta es la razón principal y primera, aunque hay más; por ejemplo, que siendo Dios Uno y Único no puede “desposarse” con dos o más iglesias. O, por añadir una razón más, y de la mano del papa Benedicto XVI: por lo mismo que “los dioses no son Dios", las iglesias no son la Iglesia, ni lo pueden ser. O sea: un solo Dios verdadero, una sola Iglesia verdadera, una sola Religion verdadera. No hay margen para nada más. Como cada cuerpo tiene su cabeza, y cada cabeza su cuerpo propio. Aparte que ningún cuerpo puede vivir en cabeza ajena.
Esta cualidad, Una y Única, pertenece al mismo ser de la Iglesia que nos ha dado -y a la que nos ha traído- Jesús. El Señor la ha hecho así desde el primer segundo. Y así ha vivido desde entonces, a pesar de los pesares: desde los intentos, internos y externos, para romperla en cachitos, para triturarla: cismas, herejías, persecuciones reiteradas, abandonos con “nuevos inventos pseudo eclesiales": llámense como quieran y gusten, y haya sido su trayectoria la que haya sido; y esto ya desde el primer conato de ruptura o, al menos, de sembrar cizaña; en concreto, con los judaizantes, recién nacida la Iglesia;:todo resuelto -y bien resuelto- en el primer concilio de Jerusalén, con el mismo Pedro a la Cabeza.
En aquella época, y luego en otras muchas -de muy diversas situaciones y temáticas-, la solución siempre venía, lógicamente pues para eso está en primer lugar, por parte de la Jerarquía: con el Papa a la cabeza de sus obispos, o estos mismos en los concilios regionales, asentando una y otra vez la doctrina perenne que Cristo mismo les había entregado -tenían una única conciencia de estar defendiendo a Cristo y a sus propias ovejas, al defender a su Iglesia-, porque esa doctrina, como la misma Iglesia, como la propia Persona de Cristo NO ERA “propiedad” SUYA: ellos eran ADMINISTRADORES, que un día habrían de oír aquello del Evangelio: ¡Dame cuenta de tu administración!
El sistema era más o menos el mismo. El Papa para toda la Iglesia -aunque tantas veces solo acudían los obispos que podían-, o un obispo con prestigio -en Toledo, en Reims o en Cartago, por ejemplo-, para una parte regional más o menos amplia de la Iglesia en Europa o en el norte de África, convocaban a los demás obispos para el estudio, a veces, de un solo tema: el de los lapsi, en África; el re-bautismo de los que venían de un sector cismático o herético y volvían a la Iglesia en Roma, y en contra, por cierto, de la propuesta del mismo Papa; los obispos que se habían vendido en Francia al poder real frente a Roma y frente a la defensa del matrimonio legítimo del propio monarca; etc.
Reunidos, se discutían los temas, siempre en base a las Escrituras Santas como primera referencia; luego a la Tradición, para finalmente acudir al Magisterio que, en los primeros siglos daba de sí lo que daba. Pero daba.
Iluminadas las nuevas ideas o las nuevas situaciones de facto con lo inmutable de la Iglesia   -lo recibido por Ella- se pronunciaban al respecto y se dictaba sentencia. Y no se cortaban un pelo en declarar hereje al más pintado, o en excomulgar al más gallito, o en discutirle al propio Papa sus disposiciones cuando no concordaban con las verdaderas Fuentes, que nacían de Dios mismo.
Uno de los casos más sonados por las repercusiones que tuvo, no solo en su momento, que también, sino porque sentó doctrina y jurisprudencia hasta hoy mismo, como quien dice, fue el que enfrentó al Papa Nicolás I con el rey de Francia, Lotario II. En pleno siglo IX.
Fue un enfrentamiento de años: casi diez -los que gobernó el Papa-, con ocasión del empeño de Lotario de que el papa Nicolás I, refrendara la sentencia de dos obispos desleales, traidores y entregados al poder imperante, que habían acusado y sentenciaron como incestuosa a la mujer legítima del rey -con total injusticia, pues los testimonios eran falsos- y casarlo con su barragana de juventud y de siempre. Y lo hicieron. Y la reina, “a un convento, como era su obligación".
Pero el Papa Nicolás era mucho Papa. Les ahorro las vicisitudes de años en las que se empeñaron, pero sí cómo acabó todo: los dos arzobispos, el de Colonia y el de Reims -dos pesos pesados- son excomulgados y reducidos al estado laical; el rey es obligado a recibir a su mujer y apartar a su “circunstancia", que también es excomulgada; al rey le manda, además, que si no recibe a su mujer, quedará obligado a perfecta castidad “como un monje” y, caso de incumplimiento del precepto de castidad, quedará excomulgado automaticamente.
Pero, no contento con estas resoluciones, concretará los casos de nulidad matrimonial en solo dos; que la Iglesia tiene la última palabra en estos temas, y en todo lo que dice relación a la Salvación de sus fieles, frente al poder temporal; que la Iglesia no se casa con nadie: es “Esposa-Virgen", como lo es la misma Madre de Dios y Madre nuestra; que la Iglesia debe defender siempre al débil frente al poderoso, sin hacer acepción de personas, como le pide el mismo Señor; que los miembros de la Jerarquía han de ser los primeros en obrar en favor de la Verdad, la Justicia y la Paz de sus “hijos", por hijos de Dios; etc.
Así se ha mantenido la unidad de la Iglesia Católica a lo largo de más de veinte siglos de vida. Y el puntal en todo este horizonte ha estado en los miembros de la Jerarquía: porque lo han sido.
¿Que con Nicolás I a la cabeza han pecado de “rígidos", de “legalistas", de “usar un lenguaje que nadie entendía", de “encerrados en sí mismos", de “obsoletos” y “con cara de vinagre"? Sinceramente, y vistos los resultados, nadíe en su sano juicio lo diría. Desde Roma se llamaba al pan, pan, y al vino vino. Y todos sabían a qué carta quedarse. O de qué había que descartarse.
El lenguaje del Papa lo entendió hasta Lotario II, el mayor implicado, y el primer destinatario de la sentencia. Y los fieles comunes, ni te cuento. Y los demás miembros de la Jerarquía, para qué hablar. Y no armó ningún “lio", sino todo lo contrario: deshizo los nudos que había, que no eran pocos, ni fáciles: porque resistirse a todo un emperador, Luis II, cuando aparece ante Roma con sus tropas, flanqueando a los dos obispos indignos y empieza el jaleo, no debió ser nada fácil, me da. Y, además, el Papa, que se entrevistó con el mismo Luis II, arregló todo el desaguisado que le habían montado, a él, y a la Iglesia. Porque él no estaba por la labor, desde luego.
¿Igualito que ahora? Igualito tal cual.
Ahora “cada loco con su tema". Y para mayor gloria de los locos, hoy pueden decir una cosa, mañana su contraria, y pasado cambiar de tema, para volver la semana siguiente a la misma murga. Y no pasa nada, porque ya se sabe: están como cabras.
Ahora, un miembro de la Jerarquía dice una cosa, y otro la contraria. ¡Viva la “comunión"!, como ahora a la progrez eclesial les gusta llamar a la Unidad de toda la vida. Pero lo más gordo es que nadie interviene, ni se interpone, ni aclara… porque “no juzga": ¿quien es él para cometer tamaña fechoría?. Y el “lío” pasa de chascarrillo a divisa vigente y en regla. Y crece como una bola de nieve cuesta abajo. Y arrasa.
Ahora, basta que el Papa firme unas resoluciones de un sínodo parcial y particular que ha trabajado un instrumentum laboris que se les ha dado “fabricado” -en el anterior sobre la familia se les suministraron también las conclusiones fabricadas de antemano, para facilitarles la recopilación-, para que eso, lo que salga de ahí, sea “magisterio"… Será “magisterito” en todo caso y exagerando: “como aquel que tenía un cerebro de tamaño mosquito porque lo tenía hinchado". Pues eso.
Hoy y ahora, en la Iglesia Católica, impera el KAOS. Lo escribo así para que lo entiendan hasta los más “periféricos". Y si pretendes sacar un tema a relucir, para recordar la doctrina de siempre y fortalecer la Fe de todos, apoyándote en el Catecismo, o en los Evangelios, vas “apañadito", ¡y por tus mismos “hermanos"!
La UNIDAD en la Iglesia -un Bien preciso y absolutamente necesario para la supervivencia- solo se construye en la Verdad, en el Bien, en el buen Camino, en la Vida que lleva a la Santidad, en la tierra y en el cielo. Es decir: en CRISTO. Nunca “chalaneando” -por táctica o sin ella- con las cosas del Señor y de su Iglesia.
Todo lo demás es bla, bla, bla, cuando no herejías formales y/o materiales, locuras de “teólogos arrodillados” ante el mundo y no ante Dios y su Iglesia, sueños -pesadillas, mejor, aunque no lo reconozcan- de “revolucionarios trasnochados” y/o “infantilizados” que no han madurado y siguen siendo críos que anteponen la fantasía a la realidad y, por supuesto, a la Fe. Y están también los de la máquina con la pinza gigante para que no quede más que arena y polvo. Más los de “no sabe, no contesta"; en cierto modo, hacen “bien". Lo malo es que no hacen NADA.
La UNIDAD está en UNA sola Fe, UN solo Bautismo, UN solo Dios y Padre. Como solo hay UN Cristo y UNA Iglesia: la Católica. Con esto, y solo con esto, se ilumina cualquier situación humana, vieja o nueva, cualquier pretendido ataque de la (sub) "kultura” occidental que, intelectual y moralmente hablando, no resiste la más mínima confrontación con la verdad más sencillita, por más evidente.
Y no solo con la Verdad de la Iglesia: el pollo que le montaron a una del PP por decir que un niño de una escuela castellana iba dos o tres años por delante de un niño andaluz, fue de traca. ¿Alguien dijo que “no es verdad"? Nadie. Lo que le achacaron fue que “una cosa así no se puede decir"; y los tontos -con máster donde Sánchez- añadieron que eso era meterse e insultar a los niños andaluces. Quod est demostrandum. Habían estudiado en Andalucía, fijo.
En la Iglesia está pasando exactamente lo mismo, solo que más en gordo y con mayores y más nefastas repercusiones: porque se pierden las almas, en una trágica desbandada histórica, organizada y facilitada desde hace 50 años en la propia Iglesia. Pero exactamente lo mismo: lo peor de la subkultura hecha por la progrez en todos sus horizontes ha tomado carta de naturalidad en la Iglesia Católica. Y no ha venido sola, ni ha empezado ayer, como acabo de señalar.
En conclusión: hay que rezar el Rosario por la Iglesia y frente al demonio: lo ha pedido el Papa.
Amén.
José Luis Aberasturi

¿CONTRA HALLOWEEN? SÍ, CONTRA HALLOWEEN


Es posible que más de uno pueda pensar que la pregunta del título de hoy sobra. Efectivamente sobra porque, en realidad, todo católico ha de estar contra la dizque fiesta de Halloween pero no por llevar la contraria sino por lo que supone el sentido que se le da y la razón por la que se hace. Por eso afirmamos, a continuación que sí, que es obligación nuestra “estar” contra tal presunta “fiesta”.

Sin embargo resulta acertado preguntar si, en efecto, hay que estar contra Halloween para decir las causas de tal posicionamiento aún a sabiendas de que, con casi toda seguridad, a lo largo de esta semana en la que estamos muchos centros, públicos, privados o concertados habrán llevado a cabo algún tipo de celebración entorno a tan extraña forma de traer a la muerte a nuestra vida.

La fe se puede manifestar de muchas formas. Una de ellas es, sin duda alguna, la de aceptar (o no) determinados comportamientos que, en apariencia, tienen relación con la cristiandad.
Así, en determinadas ocasiones, se aceptan costumbres que viniendo allende del espíritu católico tienen relación, al unísono, con alguna festividad que en nuestra fe tenemos como importante.

Por experiencia propia o, lo que es lo mismo, por haberlo visto y vivido, cuando se acerca el día 1 de noviembre, tradicionalmente dedicado al recuerdo de Todos los Santos y el 2 del undécimo mes del año dedicado a la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos o Benditas Almas del Purgatorio-Purificatorio, siempre acude a las pantallas de nuestra vida una costumbre que trata de sustituir a las festividades citadas arriba: Halloween.

Es más que conocida la costumbre que encierra tal fiesta. Por tanto, no se trata aquí de hacer exposición alguna del contenido de la misma porque cualquier lector de este artículo sabe y conoce, seguramente más que de sobra, en qué consiste la tal festividad fantasmagórica.

Sin embargo nos gustaría hacer hincapié en algo que es bastante peor que la fiesta misma: la aceptación católica de Halloween.

Sabemos, a este respecto, que, para no causarse excesivos problemas de convivencia, los seres humanos tenemos la tendencia a mimetizarnos con el terreno (“Donde fueres, haz lo que vieres”, se dice) Es decir, aceptar todo aquello que nos venga dado para que no se pueda decir eso, precisamente, de “qué dirán” es lo que, en general, se hace y que damos por llamar “respeto humano”. Y eso es equivalente al comportamiento políticamente correcto. Vamos, que es lo mismo.

Tendríamos que preguntarnos cómo ha sido posible que, siendo una fiesta eminentemente foránea haya ido calando en la sociedad española (no digamos, por ejemplo, en América no inglesa…) de tal forma que parece, ahora mismo, inseparable de las fechas en las que estamos.

Así, de haber empezado siendo, en exclusiva, una forma de festividad para los niños en la que se disfrazaban imitando los modelos televisivos, ha acabado por invadir (impulsada la misma por el desconocimiento de su origen o, lo que es peor, por el resultado de aquel principio) cada uno de los centros públicos de enseñanza que no pueden pasar, como así parece, sin su fiesta de Halloween.

¿Qué decir de los mismos en los que la gran mayoría de padres optan, para sus hijos, por la asignatura de Religión Católica?
Oponiéndose el catolicismo al sentido que ha adoptado la tal fiesta ¿Qué nivel de culpabilidad tenemos los padres por no oponernos a que pasen tales cosas? Seguramente, elevado.

Para los católicos y para los que no siéndolo, tienen un respeto por sus antepasados (pues esto es un principio de derecho natural totalmente insoslayable) el que un día al año se celebre su recuerdo, se acuda o no al cementerio a hacerlo patente (pues hoy día muchas personas tienen las cenizas de sus difuntos en su propia casa) tiene más importancia de la que muchos quieren darle como si se tratase de algo anecdótico que ocupa espacio en el telediario como algo simpático y para rellenar pantalla, papel escrito o internáutico.

Por eso, ese recuerdo hay que diferenciarlo, claramente, de ese día por el que pretenden sustituirlo, que no es más que una fiesta claramente pervertidora del sentido aquel que celebramos y que respetamos. La presencia de la muerte, de la que se hace escarnio y risa no es para hacerla menos gravosa sino, precisamente, para hacerle una mueca. Sin embargo, para los creyentes, o no, esa muerte, que no es el final (como dice la célebre canción militar) es, al contrario, un dejar de existir para alcanzar la vida eterna (si acaso se alcanza, claro está), muy al contrario del concepto que esa fiesta extraña tiene de la misma cosa.

Se trata, entre otras cosas, de una concesión al paganismo que debería ser impropia del católico cuando, además, de ninguna manera nos hace falta el recuerdo, así, de los muertos. Para tal memoria ya tenemos la celebración de Todos los Fieles Difuntos (el 2 de noviembre, como hemos dicho arriba) y también, antes, el 1 de noviembre, la de Todos los Santos (como también hemos recordado aquí mismo)

Nos debemos acoger, por tanto, no a la banalización de nuestros muertos sino, muy al contrario, a darles honra que no es, precisamente, lo que se hace en Halloween sino mofa del que murió cuando no se le tiene como enemigo que ataca.
De otra forma nos dejaremos vencer por el mundo, por el siglo, por esa tibieza que hace de nosotros meros peleles en manos de los vencedores de la nada y el vacío y habremos caído en ese esoterismo y ese paganismo tan antiguo como el hombre y que, ahora, quieren que esté  presente para dar al traste, seguro que es así, con la Verdad.

A esto lo podemos llamar de muchas formas: relativismo o de la forma que mejor convenga a la verdad de las cosas.

Lo que no podemos decir, de ninguna de las maneras, es que sea una actitud muy católica la aceptación de Halloween como algo que, dentro de la normalidad espiritual, pueda sustituir a alguna fecha importante para la Iglesia de Cristo y como si, al fin y al cabo, no tuviera importancia alguna. Y es que la tiene… y mucha.

Sin embargo, a lo mejor no todo está perdido porque quisiera decir que se puede hacer algo positivo para tratar de mitigar el efecto de la calabaza y la muerte vista de tal forma.

En tanto en cuanto parece que se va a acabar imponiendo esta “fiesta” entre nosotros (si es que no se ha impuesto ya que va a ser que sí) y, sobre todo, entre las jóvenes generaciones que son las que tienen, en sus manos, el futuro, sería conveniente, necesario, obligado, el dar a conocer el verdadero sentido de lo que el día de Todos los Santos y los Fieles Difuntos tiene y, así, dejar claro que, aunque ellos se vean “obligados”, por los medios y el propio centro en el que estudian, a llevar a cabo juegos, disfraces, etc., relacionados con Halloween, en el fondo, y en la superficie de su vida diaria, lo que, en verdad deben de tener en cuenta es que los Santos y los Difuntos que nos precedieron han de gustar, por fuerza, de que su recuerdo no esté manchado por deformaciones del mismo.

Por eso, sí hemos de manifestarnos contra Halloween porque es una forma, como diría san Pedro, de “dar razón de nuestra esperanza”. Y a eso no podemos negarnos. Además, San Pablo dijo que debíamos examinarlo todo y quedarnos con lo bueno. ¿Es, acaso, bueno Halloween?
Pues eso, a actuar en consecuencia.
Eleuterio Fernández Guzmán

(225) MANIFESTACIÓN CONTRA LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO: CONFUSIÓN Y ALGUNAS REFLEXIONES


Publicamos algunas fotos de lo que por supuesto, los grandes medios tratarán de minimizar como se advierte en uno de los videos de la noticia que dimos en Infocatólica sobre la Marcha.
En la manifestación del domingo que se hizo en numerosas ciudades de la Argentina contra la “Educación sexual integral” con adoctrinamiento de género, se observó efectivamente, una interesante variedad de ciudadanos, a quienes como quien dice, “nos unió el espanto”, pero aclaremos también que no necesariamente comulgábamos en todos los principios. Pensamos que la cuestión no debe ser escondida bajo la alfombra, y habría que ponerla sobre la mesa, por ciertas confusiones y perplejidades que se van sucediendo y arrastrando.
Hubo quienes -con rectísima intención algunos, con torcida y estratégica maniobra otros-  aprovecharon para la “tirada de líneas” en vistas a nuevos partidos políticos, dando un nuevo voto de confianza a la democracia que nos ha traído hasta donde estamos. Otros, que repudiaban firmemente la reforma de la ley de Educación Sexual Integral (ESI) pero adherían fervorosamente a su mantenimiento tal como está, lo que ha dado  pie para que hoy estemos viviendo un sistema educativo que corrompe, pervierte y prostituye a millones de argentinos. Son, sobre todo, los que no pueden acogerse a colegios privados que evadan bajo un ideario suficientemente inteligente, los planes de degeneración global imperantes, amparándose en el art. 5.
Así, por ejemplo mientras colocábamos un pendón que decía La familia católica: estandarte y trinchera, se nos acercó una señora visiblemente contrariada a decirnos que le parecía un lema muy “violento”, porque ella era católica pero no fanática, y había que saber contemporizar… Sin palabras.
Ésta última posición fue más o menos ambiguamente sostenida por gran parte de la Jerarquía y de muchísimos católicos liberales, y por lo cual otros católicos a secas, dudamos hasta último momento si asistir o no.
Me consta la inasistencia de muchos fieles por esta razón: queremos un “sí-sí, no-no” que plantee sin rodeos “ESI Cero”, claro y definido contra un sistema perverso al que no le interesa en forma alguna tener “acuerdos” con nosotros sino abolir todo vestigio de orden natural y cristiano. Por eso, mientras algunos creen que pueden buscar algún resguardo “lustrándole la cola", nosotros creemos que con el Dragón infernal no se “dialoga", sino que se lo combate esperando que Nuestra Señora y Reina le aplaste definitivamente la cabeza.
Lo cierto es que el domingo, el número de asistentes no fue realmente representativo del rechazo que la población “normal” siente por la implementación de aberraciones so capa de “educación”.
Hay muchos, sin embargo, que siguen sin advertir que se trata de una guerra sin cuartel, pero que es ante todo espiritual y sobrenatural, más que política o social. Y tal como sucedió con el intento de despenalizar el aborto, si no se acomete fuertemente el Rosario, ayunos, Misas y Adoración Eucarística en defensa de los inocentes y de la familia, toda manifestación pública -necesaria, desde ya- quedará en un mero “rejunte de gastos", que aunque haya muchísimos, no harán mella al Desastre.
Hay cientos o miles de familias católicas argentinas cuyos hijos asisten a colegios estatales, y están siendo corrompidas con un salvajismo brutal. Para esas almas, tal vez la UNICA defensa y advertencia lúcida sobre lo que sucede, pueda provenir de sus sacerdotes y consagrados. El enemigo sabe esto, y por eso apunta sin descanso a la Iglesia como blanco privilegiado de todo tipo de ataques. Tal como afirmaba hace unos años Mons. Samuel Jofré en una entrevista políticamente muy incorrecta y digna de verse, “la fe viene al rescate del sentido común".
Por eso, además de las fotos ilustrativas, nos interesa destacar que el domingo hubo también ciertas presencias ejemplares, entre las que señalamos algunos -podrían haber sido más…- sacerdotes que no se avergonzaron de acompañar a sus fieles, y que siguen siendo motivo de consuelo, fortalecimiento y gratitud: aún hay en nuestra pobre patria, hija de María Santísima, pastores que no buscan apacentarse a sí mismos y a su posible “carrera eclesiástica” y en cambio saben responder a los tiempos recios con docilidad al Espíritu Santo, sirviendo a la verdad. Dios los colme de bendiciones, los sostenga y nos otorgue la gracia inmensa de que su ejemplo sea estímulo para otros hermanos suyos en el sacerdocio, aquí, en Roma o en Hong Kong.
Va abajo un video bastante ilustrativo de uno de ellos -r.p. Iván Bersano-, hablando a los manifestantes en la ciudad de Villa María (Córdoba, en la misma provincia donde el viernes se realizó una espeluznante “Noche de los museos” con fuerte promoción LGTB), y que incluso recibió un caluroso y fraternal  reconocimiento por parte de algún pastor evangélico presente, agregando que por fin veían a un sacerdote católico hablar sin temor con el lenguaje claro del Evangelio”. Tal vez sea éste el mejor método ecuménico para que vuelvan a casa tantas ovejas alejadas.
Mª Virginia

¿NOS LLEVA EL DEMONIO A LA LIBERTAD?


El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad, misteriosa y pavorosa»…
«El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos» (Catecismo de la Iglesia Católica nº 391). Son por tanto criaturas que tratan de oponerse a Dios y como Dios es Amor (1 Jn 4,8 y 16) el motor que les inspira es el odio y hacer el mal, pero evidentemente si quieren seducirnos y engañarnos su estrategia ha de ser disfrazar el mal con apariencia de bien.
Ésta es la estrategia que emplea el Diablo en la narración del pecado original: «Pero la serpiente… dijo a la mujer: ‘¿conque os ha mandado Dios que no comáis de los árboles todos del paraíso?’. Y respondió la mujer a la serpiente: ‘Del fruto de los árboles del paraíso comemos, pero del fruto del que está en medio del paraíso nos ha dicho Dios: ‘No comáis de él, ni lo toquéis siquiera, no vayáis a morir’. Y dijo la serpiente a la mujer: ‘No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal’. Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él sabiduría, y tomó de su fruto y comió» (Gén 3,1-7).
En esta narración el diablo se sirve de estas tretas: niega a Eva que si come va a morir y le presenta dos bienes que puede conseguir con su desobediencia; el ser como Dios, que es desde luego nuestra máxima aspiración, pero que conseguiremos no por el camino de la rebelión contra Dios, sino por el camino contrario del Amor y la Obediencia y la adquisición de Sabiduría, que es en sí algo bueno que todos hemos de buscar, pero que también hemos de conseguir acercándonos y no alejándonos de Dios. El diablo lo que pretende es que Eva intente alcanzar algo en sí interesante, positivo y bello no por el medio adecuado, sino por un camino inadecuado que le desvía de lo que ha de hacer para conseguir lo que desea.
Una estrategia semejante sigue el diablo en los tiempos actuales. Nos ofrece Libertad, pero para alcanzarla hemos de seguir estas tres reglas: 1) Haz todo aquello que quieras, 2) No debes obedecer a nadie, es decir no te sometas a Dios; 3) Sé tu propio dios.
Está claro que si aplico sus reglas aparentemente soy una persona libre, pues sólo tengo que tenerme en cuenta a mí mismo. Si Dios no existe o no le hago caso soy mi propio dios y no tengo que dar cuenta a nadie de lo que hago y además yo mismo decido mi conducta, sin tener por qué atenerme a ninguna norma ética o moral que me venga desde fuera, como pueden ser los diez mandamientos e incluso la Declaración de Derechos Humanos de 1948. En realidad se trata de llevar a la práctica la frase de Zapatero «La Libertad os hará verdaderos», en abierta contradicción con la de Jesucristo: «la Verdad os hará libres» (Jn 8,32).
Porque lo que de hecho sucede con estas reglas es que se da paso a un subjetivismo total, en el que lo objetivo y verdadero no tienen nada que decir, mi conciencia queda debilitada y me lleva a la cerrazón del corazón, al egoísmo, a no perdonar, a hacerme siervo del dinero, del poder y del sexo, así como del alcohol, de las drogas y de todo tipo de inmoralidad, es decir me lleva a ser esclavo de mis instintos y pasiones. No seré por tanto libre, sino esclavo.
El mal existe y está muy presente en nuestra Sociedad. Simplemente pensemos en los crímenes de comunistas y nazis en el siglo pasado, o en el siglo actual con el genocidio del aborto y el asesinato de tantos cristianos. San Pablo VI en la audiencia general del 15 de Noviembre de 1972 afirmó: «El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad, misteriosa y pavorosa»… «El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos que este ser oscuro y perturbador existe realmente y sigue actuando».
Además Jesús nos advierte: «El que no está conmigo está contra mí» (Mt 12,30) y por tanto no hay vías intermedias, o somos de Cristo o somos de Satanás. Pero seamos conscientes que Cristo le ha vencido y que si nosotros le resistimos él huirá de nosotros, como nos dice en su Carta el Apóstol Santiago (4,7), y seremos así verdaderamente libres, aunque no puedo por menos de preguntarme con quién están aquéllos que rechazan expresa y voluntariamente a Cristo. Recemos por ellos y su conversión.
Pedro Trevijano Etcheverria

PÍO XI. MORTALIUM ANIMOS (II)


RESUMEN DE LA PRIMERA PARTE 
En la entrega anterior vimos que, tras haber recordado que los católicos no pueden apoyar de ningún modo las reuniones ecuménicas, en las que se considera que los diferentes pueblos, aunque tengan sobre Dios ideas totalmente distintas, se pondrán de acuerdo, sin embargo, un día en la profesión de un mínimo común denominador de doctrinas, el Papa advierte que semejante teoría pan-ecumenista, no sólo es falsa, sino que repudia totalmente la verdadera religión falseando su concepto, abriendo el camino al naturalismo y al ateísmo (Pío XI, Encíclica Mortalium animos, 6 de enero de 1928, en Tutte le Encicliche dei Sommi Pontefici, Milano, Dall’Oglio Editore, de. V, 1959, 1º vol., p. 803).

ATENCIÓN AL ENGAÑO BAJO APARIENCIA DE BIEN 
En esta segunda parte del artículo dedicado a la Mortalium animos, vemos que Pío XI advierte a los católicos que presten atención sobre todo “allí donde bajo la apariencia de bien se oculta fácilmente el engaño” (ivi), es decir, allí donde “se trata de promover la unidad entre todos los cristianos” (ivi). En efecto, la apariencia de bien o el sofisma dentro del cual se oculta el error manifiesto es profesar que es debido que “cuantos invocan el nombre de Jesús se abstengan de las recriminaciones mutuas y se unan con un poco de caridad recíproca” (ivi). En efecto, Jesús, en el Evangelio (Jn., XIII, 35), recomendó a sus discípulos que se amaran los unos a los otros; así, “si todos los cristianos, un día, se convirtieran en una sola cosa, serían más fuertes para combatir la peste de la impiedad” (ibidem, p. 804).

Este es el eslogan de los “pan-cristianos”, como los llama Pío XI, los cuales, “bajo estas palabras tan atrayentes y amorosas” (ivi), en cuanto propugnan la unidad de los cristianos, esconden “un error de los más graves, que derrumba desde los cimientos las bases de la fe católica” (ivi).
EL PAN-ECUMENISMO ES UNA APOSTASÍA DE LA VERDADERA RELIGIÓN 
Según Pío XI, por lo que respecta al pan-ecumenismo, no se trata de desviaciones, de herejías, sino de una auténtica apostasía, o sea, de pasar de la religión católica a otra esencialmente distinta de ella: el racionalismo o el ateísmo. En efecto, explica el Papa, Dios podría haber dado al hombre solamente una ley natural para conseguir que se dirigiera hacia su fin último. En cambio, Dios quiso añadir a la ley natural preceptos especiales a los que los hombres debieran obedecer y reveló verdades que debemos creer. “Por tanto, es claro que no puede existir religión verdadera sino la que tiene como base la palabra revelada de Dios: revelación comenzada en los orígenes de la humanidad, continuada en el Antiguo Testamento y perfeccionada y concluida por Jesús mismo en el Nuevo Testamento” (ibidem, p. 805).
En resumen, el hombre, según Pío XI, debe creer en la revelación y en la palabra de Dios y obedecer sus mandamientos. Pues bien, para ayudar al hombre a cumplir estos deberes, “Dios fundó en la tierra Su Iglesia. Por tanto, uno no puede profesarse cristiano sin creer que Cristo fundó una Iglesia y una Iglesia única” (ivi).
Este es el punto crucial. En efecto, “el disenso comienza cuando se quiere saber cuál debe ser esta Iglesia según la voluntad de Su Fundador” (ivi).
Los protestantes niegan que la Iglesia de Cristo deba ser visible y jerárquicamente constituida. En cambio, el Evangelio nos muestra cómo “Cristo instituyó Su Iglesia como sociedad perfecta, por su naturaleza externa y visible, la cual prosiguiera en el futuro la obra de la redención humana, bajo una sola Cabeza, con la enseñanza de viva voz y con la administración de los sacramentos; no por nada la paragonó a un reino, a una casa, a un redil, a un rebaño. Finalmente, esta Iglesia, una vez muertos Su Fundador y sus Apóstoles, que tanto la habían difundido, no podía acabar y extinguirse, ya que le fue mandado llevar a la salvación eterna a todos los hombres de todos los tiempos. Por tanto, es imposible que la Iglesia no exista todavía hoy y en todo tiempo, y no sea la misma que en la edad apostólica” (ivi).
CONFUTACIÓN DEL ERROR FUNDAMENTAL SOBRE EL QUE SE BASAN LAS INICIATIVAS ECUMENISTAS 
Pío XI, llegado a este punto, afirma que es necesario confutar el error sobre el que se fundan las iniciativas ecumenistas de los a-católicos, relativas a la unión de todas las sectas cristianas puestas en común con la Iglesia que Cristo fundó sobre Pedro.
Los ecumenistas piensan que el deseo de Cristo de fundar una sola Iglesia dirigida por un solo Pastor ha quedado sin efecto, negando así implícitamente la divinidad y la omnipotencia de Cristo. Ellos afirman que la Iglesia, actualmente, está dividida en varias partes, o sea, consta de varias pequeñas iglesias o comunidades particulares, que convienen sólo en algunos puntos de doctrina. La Iglesia estuvo quizá unida sólo en la edad apostólica. Por tanto, sería necesario poner aparte todas las controversias dogmáticas entre los cristianos y prestar atención sólo al mínimo común denominador que los pone en común. Sólo cuando todas las distintas iglesias estuvieran confederadas en este fondo común de fe, podrían poner freno a la incredulidad.
Pío XI responde a los pan-cristianos que “la Sede Apostólica no puede de ningún modo tomar parte en sus congresos, y de ninguna manera los católicos deben unirse a semejantes tentativas, de otro modo darían autoridad a una pretendida y falsa religión cristiana, que está mil millas alejada de la única Iglesia de Cristo” (ibidem, p. 807).
No se puede admitir que la verdad revelada por Dios quede comprometida. Pues bien, lo que está en juego en este asunto del ecumenismo es precisamente la verdad revelada por Dios sobre la naturaleza de Su Iglesia: una, santa, católica, apostólica y romana.
Se plantea en este punto un dilema. En efecto, los pan-cristianos, que quieren unir todas las iglesias y las sectas, parecen animados por una idea muy noble y caritativa: acrecentar la unidad entre cristianos, pero – se pregunta el Papa – “¿cómo puede la caridad dañar la fe?” (ivi). Después recuerda que San Juan (el Apóstol de la caridad) “prohibió absolutamente todo tipo de relación con cuantos no profesaban entera e inmaculada la doctrina de Cristo. Por tanto, si la caridad no tiene otro fundamento que la fe íntegra y sincera, es necesario para los cristianos, si quieren unirse, unirse antes y sobre todo en la unidad de la fe íntegra y sincera” (ibidem, p. 808).
Esta verdad recordada por Pío XI no debemos olvidarla jamás, sobre todo hoy, cuando se querría que practicáramos una caridad sin o incluso contra la fe. Por ejemplo, en Asís se oró juntos cada uno a su divinidad (también los a-cristianos y los ateos…), pero sin la fe no subsiste la caridad. Pues bien, en Asís la fe faltó y, por tanto, faltó la verdadera caridad sobrenatural para dar lugar a un simulacro de filantropía y amistad puramente natural.
El Papa continúa: “¿Cómo se puede pensar en una Confederación cristiana, cuyos miembros, también en materia de fe, pueden considerar cada uno lo que les parece, cuando también los demás tienen ideas y sentimientos opuestos?” (ivi). En resumen, sin unidad de fe no subsiste la caridad. Y propone un remedio: “Esta unidad puede nacer sólo de un único magisterio, de una única ley del creer y de la única fe de los cristianos, mientras que la desigualdad de las opiniones es el camino hacia la negligencia de la religión, o indiferentismo, y al modernismo, según el cual la verdad dogmática no sería absoluta sino relativa” (ivi).
EL ÚNICO ECUMENISMO VERDADERO 
Pío XI enseña que “la reunión de los cristianos se puede favorecer solamente favoreciendo el retorno de los disidentes a la única Iglesia verdadera de Cristo, de la cual se separaron; a la única Iglesia verdadera de Cristo, que es visible para todos y que, por voluntad de Su Fundador, seguirá siendo tal y como Él mismo la fundó para la salvación de todos” (ibidem, p. 809).
Además, el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, es uno (1 Cor., XII, 12), es compacto y conexo y es semejante a Su cuerpo físico. Por tanto es una estupidez pretender que este Cuerpo místico resulte de miembros desunidos y dispersos. Por tanto, quien no está unido a él no es miembro suyo, no está unido a su cabeza, que es Cristo (Ef., V, 30).

Finalmente “nadie está en esta única Iglesia de Cristo, nadie persevera en ella, si no reconoce y acepta la autoridad y la potestad de Pedro y de sus legítimos sucesores” (ivi).
Los disidentes que salieron de la Iglesia, que vuelvan a ella y serán acogidos con gran amor. Como enseña Lactancio: “si alguien no entra o sale de la Iglesia se queda fuera de la vida de la esperanza y de la salvación. Aquí no conviene engañarse a sí mismos con disputas pertinaces. Aquí se trata de la vida y de la salvación: si no se presta atención con cautela y con diligencia, la vida, la salvación, se pierden y se encuentra la muerte” (Divin. Instit., IV, 30, 11-12).

Por tanto, el Papa hace una última llamada: “Que vuelvan los hijos disidentes a la Sede Apostólica, colocada en esta ciudad que Pedro y Pablo consagraron con su sangre, a esta Sede que es raíz y origen de la Iglesia; pero que no vuelvan con la idea de que la Iglesia del Dios vivo abandone la integridad de la fe y tolere sus errores; sino más bien para someterse a su magisterio y gobierno” (ibidem, 811).
CONCLUSIÓN 
A partir de lo que es enseñado en la Encíclica Mortalium animos salta a la vista cuánto el falso ecumenismo, iniciado con el Concilio Vaticano II, se aleje de la doctrina y de la práctica bimilenaria de la Iglesia, resumida en la Encíclica de Pío XI.

Es, por tanto, deber nuestro permanecer anclados en la fe católica de siempre y repudiar todas las novedades ecuménicas que la comprometen y nos exponen al peligro de naufragar y apostatar de la fe católica, como Pío XI nos advirtió.
Robertus 
Fin de la segunda y última parte
(Traducido por Marianus el eremita /Adelante la Fe)