UN POCO DE FE, UNA FIRME INTUICIÓN PROVIDA Y UNA ORACIÓN LA SALVARON.
LA PROTAGONISTA DEL TESTIMONIO MIRABA LA VENTANA Y
CONSIDERABA ATRACTIVO SALTAR.
Javier
Díaz Vega, psicólogo y experto en afectividad y sexualidad, ha publicado en la
editorial Nueva
Eva un libro valiente, de 158 páginas, sobre
el suicidio, titulado Entre el puente y el río,
fruto de su experiencia personal, su reflexión profesional y el testimonio de
otras personas.
Uno de
los testimonios que recoge, de una madre de familia española que no da su
nombre, pone de relevancia la imagen
maternal, cercana y femenina de la Virgen María, capaz de llegar a aquellas
personas que están muy heridas y hundidas y no se atreven a acercarse a Dios Padre o a
Cristo. En un momento de tentación suicida, la presencia de María inició una
transformación en ella. Tomamos aquí los párrafos más reveladores.
11
AÑOS DE AGRESIONES SEXUALES COTIDIANAS
Yo no he
intentado nunca suicidarme, pero sí he llegado a sentir tendencias muy fuertes
de tirarme delante de un coche o de saltar por la ventana y acabar con mi
sufrimiento. Llevaba 11 once años de agresión sexual
diaria, obligada a ver pornografía y a realizar lo que salía en la película.
No se me
pasaba por la cabeza el sufrimiento de mis hijos si yo me suicidaba, porque mi
vida era solamente llorar y centrarme en que no podía soportarlo más.
UNA
VIDA OCULTA Y MUY HERIDA
Pasaba
los días centrada en sobrevivir, haciendo mi trabajo y las tareas de la casa
como si no ocurriera nada. A los
ojos de la gente yo era normal. No sonreía mucho, pero era amable y pacífica. Nadie era
capaz de descubrir lo que ocultaba.
Cuando se
acercaba el momento de que ese hombre llegara a casa, me entraba un pánico
atroz y mi cabeza se quedaba atrapada en un círculo vicioso de terror. Dejaba a
los niños protegidos viendo la televisión encerrados en el comedor, que ya
estaba acondicionado para ellos.
Cuando él se iba yo me quedaba destrozada llorando, sin ser consciente del mundo a mí
alrededor. Es difícil entender que en esa situación yo pudiera tener un
trabajo, llevar los niños al cole, comprar, cocinar, conducir el coche y hablar
con toda normalidad con los demás. Pero así era. Mi vida estaba
perfectamente dividida como por un hacha. Mi familia no sospechaba nada y las pocas personas con las que me
había atrevido a hablar un poco estaban hartas de escucharme.
EL
DÍA QUE PENSABA EN SUICIDARSE
Un día
acabé tirada en el suelo, llorando mientras él se iba a trabajar con cara de
satisfacción por su premio recién obtenido.
MIRABA
LA VENTANA DESDE EL SUELO Y ME ATRAÍA COMO UN IMÁN.
Mi
sensación desde hacía meses es que si me tiraba por
la ventana sería como dejarse caer en una cama blandita y agradable después de
haber estado corriendo una maratón.
No
pensaba en mis niños ni en mis padres ni en mis amigos. Todo eso simplemente no
estaba, así que no podían interferir en mi decisión. No es que me dieran igual,
sino que no estaban en mi mente. La muerte era el
descanso y el alivio, la liberación de la esclavitud.
MIRAR
HACIA EL CIELO…
Esa noche
sucedió algo. Mientras yo repetía, no sé si de pensamiento o de viva voz, “no puedo más, no puedo más, no puedo más”, apareció en mi mente una luz muy débil. Tuve deseos de mirar hacia el
cielo y llamar a Jesús.
Yo había
estado en un colegio religioso e iba a misa los domingos, pero hacía muchos años que no comulgaba. La Biblia estaba cogiendo polvo en mi
biblioteca. No sabía casi nada de doctrina. Era provida
bastante activa y
creo que en el fondo eso me salvó, pues aunque tenía esas tendencias suicidas
nunca había aceptado la idea de suicidarme.
Desde el
suelo miré hacia el techo y traté de decir
“Jesús”. No pude. Sólo decir “Je” me
hacía sentir una vergüenza tremenda y
unas ganas enormes de esconderme y que me tragara la tierra. Porque yo vivía
una mentira y estaba engañando a todo el mundo con mi fachada. Era una
mentirosa. Intenté decir de nuevo “Jesús” y
volvía fracasar. Ya no lo intenté más. Me quedé en silencio, frustrada.
DESESPERADA,
ACUDIÓ A LA VIRGEN
Entonces, me vino a la mente otra luz muy tenue: la Virgen no es Dios, es humana, no da miedo. Como una
desesperada, empecé a repetir en voz alta y llorando: “ayúdame, ayúdame, ayúdame…” Movía la cabeza de un lado a otro, como
cuando decía ‘no puedo más’.
De
repente, sentí una paz inmensa y tuve el convencimiento, la certeza, de que la Virgen había venido hasta mí y se había sentado a mi
lado en el sofá, a mi derecha.
Me quedé tremendamente sorprendida. ¿Qué era aquella paz? ¿Qué significaba esa presencia de la Virgen?
No me
dijo nada. No sentí nada más, pero recordé la devoción de las tres
avemarías que me habían
enseñado en el colegio.
Durante
varias noches, estuve rezando las tres
avemarías con mucha confianza. No pedía nada, sólo rezaba. Era lo único que yo era capaz de rezar, después
de tantos años alejada. Luego me di cuenta de que habían sido nueve días
seguidos (en aquel entonces yo no sabía lo que era una novena).
CRECIÓ
EN FORTALEZA Y PUDO ESCAPAR
Un día
mis labios se abrieron con una amiga, que me ayudó a redescubrir mi fe y poco a
poco cogí fortaleza para hablar más.
Nunca me
suicidé. Conseguí escapar con mis hijos y desde entonces Dios
me ha ido sanando milagrosamente, también
del estrés postraumático. Hoy en día puedo decir que soy muy feliz y que he podido perdonar y amar a mi enemigo.
Mi convicción
provida, gracias a Dios, me protegió del suicidio. Dios siempre deja la opción
de que le abras la puerta de tu corazón. Espero que mi testimonio
sirva para que muchos que sufren encuentren consuelo.
(Este testimonio del libro "Entre el puente y el río" se ha
publicado también en versión resumida en internet en el portal
de noticias marianas CariFilii)
No hay comentarios:
Publicar un comentario