¿Día de la Raza o de la Hispanidad?
Por: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant | Fuente:
Caminando con Jesús
Recuerdo bien cuando un día 12 de octubre me
llamó por teléfono un amigo zaragozano, que desde hacía un par de meses
trabajaba en Santiago de Chile, aprovechado el día de la conmemoración del
descubrimiento de América. Su llamada era para hacerme ver que vivíamos en la
mayor de las ingratitudes con la Madre Patria, a lo que le respondí, que cuando
nosotros viajábamos a la “Madre Patria”, nos
sentíamos huérfanos.
En efecto, lo que a él le había sucedido ese día, era no encontrar en Santiago
templos marianos dedicados a la Virgen del Pilar, y cuando había salido a la
calle, se había enfrentado a una marcha indígena que protestaba indignada
contra la estadía española en estas tierras durante la colonia.
Por tanto, un día en la cual había que celebrar el “Día
de la Raza”, en otras palabras, la unión de las razas, y agradecer a la
Virgen del Pilar por ese suceso, se transformaba en un día xenofóbico.
Es así, como este día debe ser visto sin ningún ánimo de soberbia, no eran
mejor los españoles que vinieron junto a Colón, ya que por lo que sabemos, no
era requisito para viajar el haber tenido una vida en rectitud, tampoco eran
peores los nativos que vivían al abandono de la Providencia.
Cuando la expedición de Colón zarpo desde las
costas españolas a destino desconocido, sucedieron
cosas que ellos nunca imaginaron, dónde llegarían ni qué día llegarían, menos
la transformación de un continente ni la trascendencia que este hecho tendría a
futuro.
Pero Dios sabía bien de sus planes, por muchos centenares de años, Él había
permitido que un número muy grande de sus hijos, se mantuviera al margen de la
civilización europea, sólo Él sabe por qué y para qué, pero queriendo Él lo
mejor para sus hijos, dispuso cuándo era el tiempo del contacto formal entre
hijos de distintos orígenes.
Hubo un tiempo en el mundo en el que Dios se dirigía a sus hijos, sin que estos
estuvieran guiados por otros hombres, convencidos de lo que dicen y hacen es lo
correcto, un mundo sin filosofías o doctrinas tan bien preparadas, sin
preceptos que obligaran al ser humano a actuar de una determinada forma.
Dios entregaba a sus hijos su Providencia, ellos sentían la necesidad de tener
un contacto con el creador de una forma muy espiritual. Dios no abandona nunca
a sus hijos.
En China, unas 15 veces más de la población que habita España, o unas 60 veces
de la población que hay en Chile, viven hombres que nada saben de Cristo;
sumémosle ahora hombres de otras regiones... son millones que no saben la
historia del pueblo de Dios. Quizás, aún a muchos les gustaría vivir más
abandonados a la voluntad de Dios que exigidos por la voluntad del hombre que
habla de Dios y castiga a la sociedad como hombre.
Si nos fijamos en María, la madre de Dios, encontraremos a nuestra Madre que vivió
para responder al Ángel, Hágase en mí según tu palabra [Lc 1,38].
No podemos reconocer otra cosa, Ella, vivió al sencillo abandono del alma, a la
voluntad de Dios, con una inigualable disposición, admirable desde todo punto
de vista; en pocas palabras, sencillas y sin ser rebuscadas, ni adornadas se
resumen en estas palabras especiales: Fiat mihi. No
es otra palabra que la que Jesucristo nos pidió tantas veces, y la que nos dejó en la oración al Padre: “Hágase
tu voluntad”.
Dios sabiendo nuestras necesidades, nos pide un corazón dispuesto y una
expresión amorosa en los labios, “hágase tu
voluntad” y María nos ha enseñado cómo se dice y se hace, haciéndonos
ver que en Ella, es solamente la voluntad de Dios la que mueve su corazón.
Seguramente, en las soledades del mar, entre bonanzas y tormentas, hubo oración
entre los marineros de las tres naves que viajaban hacia los desconocido,
sintiéndose tal vez abandonados, le pidieron a la Madre su protección, como es
lógico, ellos sabían que en el pilar de sus fe, estaba la Virgen Reina y Madre,
como del mismo modo, en el mástil principal de su nave, sostenía el velamen que
les permitiría llegar a algún lugar.
No se ha sabido que la Virgen desoiga a su hijos, si se sabe que ella no
atiende sus súplicas, así fue, que ella quiso que en su día, el día 12 de
octubre de 1492, las tres carabelas de Cristóbal Colon avistaran las
desconocidas tierras de América, allende (fuera del) del océano Atlántico.
Mientras los devotos de la Virgen del Pilar cantaban alabanzas a la Madre de
Dios en su santuario de Zaragoza, muy lejos, en el silencio, donde sólo se oían
ruidos de la naturaleza, un grupo de bravos marinos, hacía alabanzas por haber
llegado a un destino, ¿dónde estaremos? se
habrán preguntado, bajo el manto protector de la Virgen se habrán respondido
algunos. Había llegado donde el hombre vivía a la voluntad de Dios. Ellos no
sabían ni de Elías, ni de Job, ni Jonás, ni de Isaías, no sabían de que hubo un
pueblo crucificó al Hijo de Dios y que no creyeron en Él. ¿Estaban condenados por eso?
Cuando Colón salió del Puerto de Palos, no salió con la idea de venir a
evangelizar, pero como cristiano, al ver un pueblo que desconocía la fe y que
vivía sumida al paganismo, debe haber recibido la inspiración de la necesidad
de hacerlo. Del mismo modo, cuando algo más
de 1400 años atrás por entonces (40 AD), el Apóstol Santiago el Mayor, hermano
de san Juan e hijo de Zebedeo, vino a predicar a España, debe haber sentido la
necesidad de dar a conocer los evangelios a unas tierras se encontraban atadas
al paganismo. Santiago obtuvo la bendición de la Santísima Virgen para su
misión. Se sabe que Santiago, "pasando por Asturias, llegó con sus nuevos
discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que
se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas
del Ebro. Allí predicó Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos
eligió como acompañantes a ocho hombres, con los cuales trataba de día del
reino de Dios, y por la noche, recorría las riberas para tomar algún descanso.
Fue en una noche de enero, siendo el año 40, cuando Santiago descansando con
sus discípulos junto al río Ebro, "oyó voces
de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen
Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol. La Virgen María, le
pidió al Apóstol que se le construyese allí una templo, en el un altar en torno
a un pilar donde estaba de pie y prometió que permanecerá este sitio hasta el
fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre maravillas y prodigios por
su intercesión con aquellos que en sus necesidades suplique su ayuda y patrocinio.
Así fue, como esta fue la primera iglesia dedicada en honor a la Virgen
Santísima.
Numerosos milagros le son atribuido a la Virgen del Pilar, es así, como en 1438
se escribió un Libro de milagros atribuidos a la Virgen del Pilar, que
contribuyó al fomento de la devoción hasta el punto de que, el rey Fernando el
católico dijo: "creemos que ninguno de los
católicos de occidente ignora que en la ciudad de Zaragoza hay un templo de
admirable devoción sagrada y antiquísima, dedicado a la Sta. y Purísima Virgen y Madre de
Dios, Sta. María del Pilar, que resplandece con innumerables y continuos
milagros."
Y aquí vino María a estas tierras
americanas, para hacer uno de sus mayores milagros, y este es la advocación a
la Virgen que hay hoy en este continente. Porque el Señor así me lo ha permitido, he recorrido este bellísimo
y mariano continente, en México, siempre lindo, he visto la devoción a Nuestra
Señora de Guadalupe, en mi hermana Argentina, me encontré con la Virgen del
Lujan, pasando por la grandeza de Bolivia con nuestra Nuestra Señora de
Copacabana, luego en la calidez de Brasil con Nuestra Sra. Aparecida, por el
norte en Canadá, con Notre Dam du Cap, aquí en Chile con su Virgen
Patrona de la Nación, la Virgen del Carmen, por la querida Colombia, Nuestra
Señora de Chiquinquirá, por mi inolvidable Costa Rica, con Nuestra Señora
de los Ángeles, de la hermosita Cuba, que aún no he ido, he sabido de Virgen de
la Caridad del Cobre, en el bello Ecuador, supe de Nuestra Señora del Quinche,
en los Estados Unidos de Norte América, la Inmaculada Concepción, en la noble
Guatemala Santa María del Rosario, en el buen Haití, Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro, en la hermosa Honduras, Nuestra Señora de Suyapa, en la dulce
Nicaragua La Inmaculada Concepción de El Viejo (La Purísima), en la
inolvidable Panamá, Santa María de la Antigua, por el agradable Paraguay,
Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé y en mi hermano Perú, Nuestra.
Señora de la Merced. Bellas nota de Puerto Rico, me han hecho saber de Nuestra
Señora de la Divina Providencia, de mis hermanos de la República
Dominicana Nuestra Señora de la Altagracia, de mis amigos del San
Salvador Nuestra Señora de la Paz. Gratos recuerdo de Uruguay de hace
unos cuatro años atrás que pasé por allí, de Nuestra Señora de de los Treinta y
Tres, y mi inolvidable pasada por Venezuela en el año 74 de Nuestra Señora de
Coromoto.
A muchos latinos, no nos agrada oír lo del “Día de
la Raza”, preferimos el concepto del “Día de
la Hispanidad”. A Zacarías de Vizcarra Arana (1880-1963), Obispo
católico español, se le atribuye este concepto y ser el primer ideólogo de la “Hispanidad”. Pero como hay quien aún la utiliza,
esto produce algunos conflictos, como el que se encontró mi amigo del inicio de
este relato. En Efecto, nos suena como cosa absurda hablar de del día de la
raza, porque vemos un conglomerado de pueblos integrados por individuos de muy
diversos linajes, casta, familias y razas, los hay blancos, europeos, negro,
amarillos, mestizos, indígenas incas, aimaras, quechuas, mapuches, guaraníes,
aztecas, ¿Y qué?, ¿alguna diferencia hay de
estos hijos para Dios?, ni siquiera
los habitantes de España y Portugal pertenecen a una sola raza, donde viven
pueblos de las más diversas procedencias, a los cuales aún los historiadores no
han sido capaces de señalar cual son con exactitud, en especial luego con la
llegada de los fenicios, cartagineses, griegos, romanos, godos, suevos, árabes,
africanos, y muchos más. Por eso hablar de la raza, produce en el corazón una
expresión de ironía, en especial si quien lo hace es ario
Esta es el Gran Prodigio de la Virgen del Pilar, la unión de los pueblos en un
mismo lenguaje, y en una misma fe. Ella en su día ha reunido a todos sus hijos
mirándolo por igual, como la ha pedido su Hijo Jesús, “Ámense
como yo les he amado”, sin diferenciar de cómo es cada uno.
No me corresponde juzgar los hechos de los hombres desde el descubrimiento del
continente hasta hoy, eso es privilegio de Dios. Lo que hicieron y no hicieron
esos españoles que vinieron y esos que por esta tierras vivían, no son “esos”, son nuestros ascendentes, en efecto, el
que vino de la península formo familia y esa familia vive aquí, “esos”, son nuestros abuelos, o nuestros padres. A
ellos nuestra gratitud por la cultura, el idioma y las tradiciones, por la
música de la quena y el charango, la guitarra y las castañuelas.
Mi Amigo, no encontró un templo dedicado a la Virgen del Pilar, como ya lo
relate antes, aquí se llama de diversas formas, pero es la misma Madre de Dios,
a ella todo el Mérito, todo el agradecimiento por venir a América a protegernos
con su manto.
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