miércoles, 31 de octubre de 2018

¿FUNCIONA EL ARGUMENTO ONTOLÓGICO?


“Dice el necio en su corazón: no hay Dios” (salmo 53)
Aparte de las 5 Vías de Santo Tomás que hemos venido revisando, hay muchos otros argumentos para demostrar la existencia de Dios. Entre ellos está el “argumento ontológico", asociado con san Anselmo de Canterbury (1033-1109), que se suele expresar de la siguiente forma:
1.      Por definición, Dios es un ser del que nada más grande puede ser imaginado.
2.      Un ser que necesariamente existe en la realidad es más grande que un ser que no necesariamente existe.
3.      Así, por definición, si Dios existe como una idea en la mente, pero no necesariamente existe en la realidad, entonces podemos imaginar algo que es más grande que Dios.
4.      Pero no podemos imaginar algo que sea más grande que Dios.
5.      Así, si Dios existe en la mente como una idea, entonces Dios necesariamente existe en la realidad.
6.      Dios existe en la mente como una idea.
7.      Por lo tanto, Dios necesariamente existe en la realidad.
¿Convencido? No mucho, seguramente, y con razón. Los escépticos suelen denunciar aquí un argumento circular o petitio principii, es decir, que la premisa con que comienza el argumento ya lleva implícita la conclusión. En la definición de Dios  como “aquello más grande que podemos pensar", está incluida la idea de su existencia. En particular el Kant criticó esta clase de argumentos, explicando que no son más que un juego de conceptos mentales, que nada nos dicen acerca de la realidad.
El mismo Santo Tomás, en pleno S. XIII, advierte contra esta forma de razonar. Nunca bastará, dice él, con definir a Dios para demostrar que existe, porque en realidad jamás podemos comprender a fondo a Dios, y saber qué es. Eso no implica que sea imposible demostrar a Dios, solo que la ruta para hacerlo es otra, a través de sus efectos que sí conocemos.
Los filósofos medievales eran extremadamente rigurosos en sus razonamientos, y es extraño que argumento ontológico realmente haya sido propuesto como una demostración. Tal vez no era ese su objetivo.
Tal vez san Anselmo no estaba tanto demostrando la existencia misma de Dios, como denunciando la estupidez de los ateos, que niegan algo que ni siquiera pueden definir, mucho menos entender.

Imaginemos, por ejemplo, que alguien dijera: “el neutrino no existe, y quien afirma que existe tiene la carga de demostrar su existencia". Quien asuma el desafío de responder a este escéptico de las partículas fundamentales, naturalmente será un físico, y no cualquiera sino uno especializado en física cuántica y cosmología. Pero antes, este hipotético especialista tendría derecho a hacer algunas preguntas:
–Oye, pero ¿Tú sabes qué es un neutrino?
–Vi un video de YouTube en un canal de física, y no me convenció.
–Bueno, hay mucha física y matemática antes de entender por qué los físicos hablan del neutrino y sus efectos.
–Ya te vas por las ramas. Ya te he dicho que el neutrino no existe, y si existiera debería ser algo evidente, fácil de entender y demostrar para cualquiera. Si dices que existe, tienes la carga de darme pruebas ahora. De lo contrario, debes reconocer que tu fe en la existencia de las partículas fundamentales es completamente irracional.
Nadie se extrañará si un físico se aleja frustrado de esta clase de conversación. De los creyentes, en cambio, se espera que demuestren la existencia de Dios, ahí mismo y si lugar a dudas, como si el fundamento último de la realidad fuera algo tan simple que cualquiera lo pueda entender.
Los ateos pretenden que negar a Dios es una posición neutra, que se limita a negar la existencia de Dios, tal como se puede dudar de cualquier cosa, y que el creyente tiene toda la carga de demostrar. Sin embargo, no es así. Tal como el neutrino tiene tras de sí complejos desarrollo científicos y matemáticos, el concepto de Dios ha sido objeto de atención y reflexión a lo largo de toda la historia humana. No se trata simplemente de negar que Dios existe, como quien pudiera dudar del monstruo de spagetti, o que hay una tetera orbitando en torno al sol. Hoy en día se requiere al menos algo de preparación en filosofía y epistemología para decir algo significativo en cuanto a Dios.
Quien dice “Dios no existe” al menos afirma conocer lo que Dios es, y tanto sabe al respecto que está seguro que no existe ni puede existir. Esa es una afirmación extremadamente osada, pues toda la reflexión filosófica al respecto suele comenzar precisamente por el lado opuesto: Dios, por definición, excede las capacidades del intelecto humano. Por eso, cuando alguien niega a Dios, uno tiene derecho a responder “Oye, pero ¿sabes de qué estás hablando?".
Si nos responden que Dios es un abuelito en el cielo, o uno más en la lista de dioses paganos, como Thor o Zeuz, ni siquiera vale la pena discutir. En ese caso nos saltamos todo el debate con un amistoso “¡Estamos de acuerdo! yo tampoco creo que ese Dios exista”. Si nos dicen que Dios es un tirano omnipotente constantemente obsesionado con lo que los humanos hacen con sus genitales, es evidente que la discusión pendiente no es filosófica, sino psicológica, y que más se refiere a la relación de cada uno con su padre. Todavía no me he encontrado con un ateo que me responda con la definición de la RAE  ("Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo"), que si bien dista de ser perfecta al menos es un punto de partida.
El argumento ontológico, más que una demostración en sentido estricto, es una herramienta retórica, que muestra al ateo que no sabe qué es Dios, y que si lo supiera no andaría por ahí hablando tonterías.
 “Dice el necio en su corazón: no hay Dios” (salmo 53)
Pato Acevedo

No hay comentarios: