Sembrando Esperanza I. ¿Con qué rectitud, desprendimiento, sencillez, humildad haces las cosas?
Por: P. Dennis Doren L.C. | Fuente: Catholic.net
El mundo de excelencia, perfección y crítica en
que vivimos, nos lleva a un auto-esfuerzo muy grande para sacar adelante de la
mejor manera nuestros proyectos. Sí, es verdad, vivimos angustiados en querer
quedar bien con todos y que luego se nos diga, ¡qué
bien lo hiciste!, ¡qué padre te quedó!, ¡es que realmente eres excepcional! En
el fondo, fondo, lo que buscamos es el aplauso y que se nos reconozca; así,
incluso, sentimos que nuestra autoestima está alta. Pero cuando las cosas no
salen como lo hemos programado, ¡ah decepción...! el
mundo se nos viene encima y más aún cuando en conciencia le hemos echado todas
las ganas, como decimos los jóvenes, todos los kilos. Tenemos que tener cuidado
en medir los resultados ¿sólo con nuestros
esfuerzos y cualidades? o ¿pensando sólo en
lo que los otros dirán?, pues nos podemos llevar alguna sorpresa por
ahí.
Yo les haría una pregunta y con esta comienzo mi historia: ¿Con qué rectitud, desprendimiento, sencillez, humildad
haces las cosas?
Cuenta el relato que un hombre atribulado subió a lo alto de una montaña para
consultarle a un sabio sobre un problema que traía. Al
llegar le dijo: "Maestro, soy
un sastre. Con los años gané una excelente reputación por mi experiencia y alta
calidad de mi trabajo. Todos los nobles de los alrededores me encargan sus
trajes y los vestidos de sus esposas. Hace unos meses, recibí el encargo más
importante de mi vida. El príncipe en persona escuchó de mí y me solicitó que
le cosiera un ropaje con la seda más fina que es posible conseguir en el país;
puse los mejores materiales e hice mi mejor esfuerzo. Quería demostrar mi arte,
y que éste trabajo me abriera las puertas a una vida de éxito y opulencia. Pero
cuando le presenté la prenda terminada, comenzó a gritar e insultarme:
"¿Esto es lo mejor que puedes hacer? ¡Es una atrocidad! ¿Quién te enseñó a
coser?" Me ordenó que me retirara y arrojó el traje tras de mí. ¡Maestro,
estoy arruinado! Todo mi capital estaba invertido en esa vestimenta, y peor
aún, mi reputación ha sido totalmente destruida. ¡Nadie volverá a
encargarme una prenda luego de esto! ¡No entiendo qué sucedió, fue el mejor
trabajo que hice en años!"
-"Vuelve a tu negocio", dijo el
Maestro, "descose cada una de las puntadas de la
prenda y cóselas exactamente como lo habías hecho antes; luego, llévala al
príncipe".
-"¡Pero obtendré el mismo atuendo que tengo
ahora!", protestó el sastre; "además,
mi estado de ánimo no es el de siempre".
-Haz lo que te indico y Dios te ayudará", dijo
el maestro.
Dos semanas después, el sastre volvió a subir la montaña.
-"¡Maestro, usted ha salvado mi vida! Cuando
le presenté nuevamente el ropaje, el rostro del noble se iluminó: ¡Hermoso!
exclamó, ¡éste es el más hermoso y delicado traje que haya visto! Me pagó
generosamente y prometió entregarme más trabajo y recomendarme a sus amigos.
Pero Maestro, deseo saber ¿cuál era la diferencia entre la primer prenda y la
segunda?"
"El primer traje", explicó el Maestro,
"fue cosido con arrogancia y orgullo. El resultado
fue una vestimenta espiritualmente repulsiva que, aunque técnicamente perfecta,
carecía de gracia y belleza. Sin embargo, la segunda costura fue hecha con
humildad y con el corazón quebrado, transmitiendo una belleza esencial que
provoca admiración en cada uno que la vea".
Humilde es aquel con quien
todos están a gusto, el que está ubicado. Agradece a Dios las cruces y
contrariedades aún sin entenderlas.
No
pierde la cabeza si le corrigen incorrectamente, pues sabe que lo que es, es a
los ojos de Dios, no reclama frente a las ofensas.
Se
alegra y habla de lo bueno que hay en los demás y no tanto lo malo que pueda
ver.
No
discute a Dios, no se desalienta en el fracaso. Se confiesa con sincero dolor,
pero con serenidad; reconoce sus fallas, pide perdón y sigue adelante con la
cara muy en alto.
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