El 16 de octubre de 1890 nació Santa María Goretti en Corinaldo, provincia de Ancona, Italia. Fue la tercera de siete hijos de un matrimonio católico muy devoto, por lo que fue bautizada y consagrada a la Virgen María al día siguiente de nacer.
Sus padres fueron Luigi Goretti y Assunta Carlini, dos católicos pobres
de bienes materiales, pero ricos en fe y virtudes que cultivaron en sus hijos
por medio de la oración en común, el rezo del Santo Rosario diario, la
asistencia a Misa dominical y la Comunión frecuente.
Luego del nacimiento del cuarto hijo, la familia atravesó por una severa
crisis económica que los llevó a emigrar a la localidad Ferreire di Conca,
donde Luigi trabajó las tierras del conde Mazzoleni. Este lugar era parte de
una gran llanura de los campos romanos ubicada en la provincia de Lazio, que se
caracterizaba por ser insalubre.
Al iniciar su nuevo trabajo, Luigi se asoció con Giovanni Serenelli y su
hijo Alessandro. Las dos familias vivían en casas separadas, pero compartían la
cocina. Al poco tiempo, Luigi se arrepintió de su decisión, pues Serenelli era
bebedor y no compartía los valores de su familia.
La esposa de Giovanni había fallecido en un hospital psiquiátrico de
Ancona y él no se preocupaba por su hijo, un joven robusto, grosero y vicioso
de diecinueve años, al que le gustaba pegar en su cuarto imágenes obscenas y
leer libros indecentes.
Luego de un año de agotador trabajo, el padre de María Goretti contrajo
paludismo y falleció luego de padecer diez días. En su lecho de muerte presintió
el peligro de la compañía de los Serenelli y repitió sin cesar a Assunta que
regrese a Corinaldo. Sin embargo, ella estaba endeudada y comprometida por un
contrato de arrendamiento.
Tras la muerte de Luigi, Assunta dejó el cuidado de la casa a los hermanos
mayores y se dedicó a trabajar. Desde entonces, María asumió la responsabilidad
de ocuparse de la casa y de la instrucción religiosa de sus hermanos menores.
Se cuenta que prefería comer las sobras para que todos se alimentaran bien.
Además, asistía a sus cursos de catecismo y oraba con frecuencia.
Ella sufrió mucho la muerte de su padre y aprovechaba cualquier ocasión
para arrodillarse delante de su tumba y rogar a Dios por su alma. La familia
quedó bajo el yugo despótico de los Serenelli, por ello María se esforzaba por
animar a su madre a no tener miedo y confiar en Dios.
Años más tarde, Assunta contó que María siempre llevaba su rosario
enrollado a su muñeca y solía contemplar el crucifijo, pues para ella eran una
fuente que la nutría de un intenso amor a Dios y un profundo horror por el
pecado. Tras su Primera Comunión, su amor a la virtud de la pureza creció.
Desde muy pequeña, María anheló recibir la Eucaristía, pero por la
costumbre de la época debía esperar a tener 11 años. Su madre rechazó su deseo,
porque María no sabía leer, no sabía el catecismo y no tenían tiempo ni dinero
para su preparación en la iglesia y su traje de Comunión. María persistió, se
preparó con ayuda del pueblo y recibió la Eucaristía el 29 de mayo de 1902.
Con el tiempo, Alessandro hizo proposiciones deshonestas a María. Si
bien al inicio no entendió sus adulaciones, luego las rechazó con firmeza. Por
ello, solía rezar a Dios y suplicar llorando a su madre que no la deje sola en
casa, pero sin explicarle con claridad la razón, por miedo a las amenazas de
muerte.
El 5 de julio de 1902, María volvió a suplicar a su madre no dejarla
sola, pero al no recibir mayor explicación, Assunta no le dio importancia, lo
consideró un capricho y se dispuso a trabajar en el campo. Ese día a las tres
de la tarde, cuando María estaba sola en casa, Alessandro le pidió a Assunta
que llevara en su lugar una carreta arrastrada por bueyes al campo.
Cuando Alessandro llegó a casa, vio a María cuidando a su hermana
Teresina en la cocina, mientras remendaba una de las camisas que él le entregó
después de comer. Luego, le pidió a María que lo siga, pero ella se negó,
porque él no le daba explicaciones.
Ante su rechazo, el joven la arrastró por la cocina, la amordazó y
amenazó con un puñal, pero ella logró quitarse la mordaza y con temor, le
gritó: “No hagas eso, que es pecado. Irás al infierno”.
Luego, él la acuchilló 14 veces y se fue a su cuarto. Al recobrar el
conocimiento, María llama al padre de Alessandro, que a su vez, llama a Assunta
y la llevan al hospital.
En el hospital, los médicos se sorprendieron que la niña aún sobreviva,
pese a tener heridas letales en diversos órganos. Los doctores llamaron al
capellán y María logró confesarse por dos horas. Después, la niña le pidió agua
a su madre, pero ella se negó diciéndole que era contraproducente para su
salud.
La santa no se lamentó, sino que ofreció sus sufrimientos a la Virgen y
se identificó con el sufrimiento de Cristo en la cruz. Luego, el sacerdote le
preguntó si perdonaba de todo corazón a su asesino y ella dijo: “Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también
venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado. Que Dios lo perdone,
porque yo ya lo he perdonado”.
El 6 de julio de 1902, María recibió los últimos sacramentos con
serenidad, se le escuchó decir “Papá”. Falleció
a las tres de la tarde.
Alessandro fue condenado a 30 años de trabajos forzados y si bien al
principio no mostró arrepentimiento, años más tarde, luego de hablar con Mons.
Blandini, Obispo de la diócesis donde está la prisión, y de soñar con la santa
vestida de blanco en el paraíso, el joven escribió una carta al Prelado para
pedir perdón a Dios por su acto.
Luego, el joven ocupó el puesto de hortelano de un convento de
capuchinos y por su conducta ejemplar, fue admitido en la orden tercera de San
Francisco. Fue testigo del proceso de beatificación de María y en la Navidad de
1937 viajó a Corinaldo para pedirle perdón a Assunta, y ella le dijo: “Si María te perdonó -balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?”.
María Goretti fue beatificada el 27 de abril de 1947 y canonizada el 24
de junio de 1950 por el Papa Pío XII. En su homilía, el Santo Padre la llamó “la pequeña y dulce mártir de la pureza” y subrayó
que si bien “no todos estamos llamados a sufrir el
martirio”, sí estamos llamados a buscar y conseguir la virtud cristiana,
que exige un diligente y continuo esfuerzo hasta la muerte.
En 2003, San Juan Pablo II dijo que si bien en esta época se exalta el
placer, egoísmo y la inmoralidad “en nombre de
falsos ideales de libertad y felicidad”, la santa recuerda a los jóvenes
que la “auténtica felicidad exige valentía y
espíritu de sacrificio, rechazo de todo compromiso con el mal y disponibilidad
para pagar con el propio sacrificio, incluso con la muerte, la fidelidad a Dios
y a sus mandamientos”.
En 2016, con ocasión de la fiesta de la santa, el Papa Francisco dijo
que “la memoria y vida de María Goretti debe animar
a comprometerte contigo mismo y ser testigo del perdón”. También comparó
las tribulaciones de la familia Goretti con las que las familias enfrentan hoy
por la migración forzada y la pobreza.
Este año se celebraron los 70 años de la canonización de Santa María
Goretti en la Basílica de Nuestra Señora de Gracia y Santa María Goretti en
Nettuno, a 50 km de Roma, lugar donde se encuentran las reliquias del cuerpo de
la santa desde 1929. El templo es custodiado por los Pasionistas desde 1888.
Redacción ACI
Prensa
No hay comentarios:
Publicar un comentario