jueves, 22 de octubre de 2020

¿POR QUÉ MANTENER UNA BUENA AUTOESTIMA ES TAMBIÉN DAR GLORIA A DIOS?

Este año de tantos cambios internos y de experiencias tan diferentes (viajar, nuevos amigos, pandemia, cancelar planes…) me he dado cuenta de lo valioso que es amarse a uno mismo. Autoestima se define como: «aprecio o consideración que uno tiene de sí mismo» ¿Qué tendrá que ver Dios con mi autoestima? 

¿A QUIÉN DEJO QUE DICTE MI VALOR?

Me di cuenta de que no me aprecio tanto, tal vez porque no he entendido cuánto valgo. Sé que mi valor no lo encuentro en mis acciones, mis logros, mis amistades, mis contactos, mi nivel social o económico, mi peso o mis buenas elecciones. Mi valor lo tiene Dios en Su corazón; ¡cuántas mujeres y hombres en la historia de la salvación estuvieron en los lugares más bajos de la sociedad, juzgados y empobrecidos, esclavos incluso, los despreciados de su tiempo, incluso hasta el mismo Jesús! 

JESÚS TAMPOCO LLENABA EXPECTATIVAS

Si Jesús hubiera puesto su valor en lo que se decía y esperaba de Él, «¿Qué de bueno puede salir de Nazaret?» (Juan 1:46), ¡Jesús hubiera vivido escondido debajo de una piedra, esperando simplemente morir o pasar desapercibido para dejar de recibir críticas tan duras, y Su misión no la hubiera cumplido! Yo también me puedo preguntar ¿qué de bueno puede salir de nuestra familia, de nuestro pueblo, de nuestro país, de nuestra fragilidad, de mí?, si entiendo mi verdadero valor como hija de Dios, la historia cambia.

AMARSE TAMBIÉN ES MANDAMIENTO

Jesús no permitió que lo intimidaran con sus juicios y burlas. En respuesta ¡Él seguía amando! y nos enseñaba a amar: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Jesús sabía que el amor a uno mismo es esencial para poder entregarlo a los demás. Si no me amo a mí ¿cómo amaré a otros?

DÉJATE AMAR PRIMERO 

Él se miraba como lo miraba Dios: «Este es mi hijo muy amado, en quien me complazco». El amor que recibimos nos hace reconocernos dignos y Dios le dice esto a Jesús ¡contrario de lo que le dirán después los jefes y reyes de Su tiempo!

Mi autoestima nace del valor que creo que tengo y ¿a quién le doy permiso para dictar mi valor? ¿A los hombres o a ese Dios amoroso, que me ama como a su mismo Hijo? ¿Quién realmente me ama y conoce?

FOMENTA UNA BUENA AUTOESTIMA

Fomentar una buena autoestima es, en primer lugar, darte tiempo para conocerte y para estrechar tu relación con Dios. Además de tu vida espiritual, hay algunas prácticas que la psicología pone a nuestro alcance para facilitar el conocimiento personal y la estima hacia uno mismo. Aquí algunos consejos.

Haz ejercicios espirituales: el estrés-ansiedad no nos deja percibir las cosas con paz, por eso la oración de contemplación y la meditación nos regresan al estado de armonía interior y exterior cada día. No es un simple estar en blanco, es estar en conversación con Aquel que te ama.

Cuídate: así como cuidas de alguien que amas, prepárate comidas ricas y saludables, llévate a pasear, pregúntate cómo estás, toma las medicinas que ha prescrito el doctor, platica con gente sana y sabia. 

Conócete sin juzgarte: así como conoces a alguien que amas para que se sienta cómodo contigo, pregúntate y respóndete sinceramente (y sin juzgarte): ¿qué te gusta, qué te apasiona, qué te cuesta, qué te entristece, qué te da miedo, qué anhelas? Acéptate sin juzgar, ni castigar, aquello que quieras cambiar déjalo en manos de Dios y María… y ámate. 

Tente paciencia: consejo de muchos santos, porque no somos ni seremos perfectos. No nos castiguemos con penas y culpas que solo nos deprimen. ¡Dios nos transforma incluso dormidos! No perdamos la paciencia con nosotros mismos (Salmo 16).

Cuida lo que piensas y sientes: Si lo que pensamos y sentimos nos da más vida y paz, viene de Dios. Si nos deja desesperados y atribulados tal vez venga del mal (Filipenses 4:8).

Cuidarse es una tarea hermosa, y en esta tarea encontramos ayudas, como este curso hecho con mucho cariño que nos habla de la relación entre el bienestar y nuestra vida espiritual. 

La vida es muy corta y nuestra misión muy grande como para desperdiciarlas en sentirnos poca cosa -aunque suene feo y duro-  y escondernos debajo de una roca. «Si Dios conmigo, ¿quién contra mí?»

Escrito por Sandra Estrada

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