El Papa Francisco animó en la Audiencia General de este miércoles 14 de octubre a “no maquillar el alma para rezar” sino ir al Señor “como somos, con las cosas bellas y con las cosas feas”.
“Y esto no lo olviden, para rezar bien debemos rezar
como somos, no maquillados, no maquillar el alma para rezar: ‘Señor,
yo soy así’. Ir al Señor como somos, con las cosas bellas, y con las cosas
feas, que nadie conoce, pero que nosotros conocemos en el interior”, advirtió.
El Santo Padre continuó con su serie de catequesis sobre la oración, y
hoy la dedicó al Libro de los Salmos “un libro
compuesto solo de oraciones, libro que se ha convertido en patria, lugar de
entrenamiento y casa de innumerables orantes” porque “comunica el ‘saber rezar’ a través de la experiencia del
diálogo con Dios”.
“En los salmos encontramos todos los sentimientos
humanos: las alegrías, los dolores, las dudas, las esperanzas, las amarguras
que colorean nuestra vida”, destacó el Papa.
Además, el Pontífice citó el Catecismo de la Iglesia Católica que afirma
que cada salmo “es de una sobriedad tal que
verdaderamente pueden orar con él los hombres de toda condición y de todo
tiempo”.
Por ello, el Papa subrayó que “leyendo y
releyendo los salmos, nosotros aprendemos el lenguaje de la oración. Dios
Padre, de hecho, con su Espíritu los ha inspirado en el corazón del rey David
y de otros orantes, para enseñar a cada hombre y mujer cómo alabarle, darle
gracias, suplicarle, cómo invocarle en la alegría y en el dolor, cómo contar
las maravillas de sus obras y de su Ley. En síntesis, los salmos son la palabra de
Dios que nosotros humanos usamos para hablar con Él”.
En esta línea, el Santo Padre describió que en los salmos “no encontramos personas etéreas, personas abstractas,
gente que confunde la oración con la experiencia estética o alienante. No”
ya que “los salmos no son textos nacidos en la
mesa, sino invocaciones, a menudo dramáticas, que brotan de la vida de la
existencia”.
“En los salmos escuchamos las voces de orantes de
carne y hueso, cuya vida, como la de todos, está plagada de problemas, de
fatigas, de incertidumbres. El salmista no responde de forma radical a este
sufrimiento: sabe que pertenece a la vida. Sin embargo, en los salmos el
sufrimiento se transforma en pregunta. Del sufrir al preguntar”.
De este modo, el Papa dijo que “entre las
muchas preguntas, hay una que permanece suspendida, como un grito incesante que
atraviesa todo el libro de lado a lado, una pregunta que también nosotros
repetimos muchas veces: ‘¿Hasta cuándo Señor? ¿Hasta cuándo?’” y añadió
que “cada dolor reclama una liberación, cada
lágrima pide invoca un consuelo, cada herida espera una curación, cada
calumnia una sentencia absolutoria”.
“Planteando continuamente preguntas de este tipo,
los salmos nos enseñan a no volvernos adictos al dolor, y nos recuerdan que la
vida no es salvada si no es sanada. La existencia del hombre es un
soplo, su historia es fugaz, pero el orante sabe que es valioso a los ojos de
Dios, por eso tiene sentido gritar”.
En este sentido, el Santo Padre destacó que es importante recordarlo
cuando vamos a rezar “vamos porque sabemos ser
valiosos a los ojos de Dios y por eso voy a rezar… tú lo sabes, lo sabes
incluso en el inconsciente, pero lo sabes. Es la gracia del Espíritu Santo dentro
que te empuja a ir a esta sabiduría, que tú eres valioso a los ojos de Dios y por
ello, vas a rezar”.
“La oración de los salmos es el testimonio de este
grito: un grito múltiple, porque en la vida el dolor asume mil formas, y toma
el nombre de enfermedad, odio, guerra, persecución, desconfianza... Hasta el
‘escándalo’ supremo, el de la muerte. La muerte aparece en el Salterio como la
más irracional enemiga del hombre: ¿qué delito merece un castigo tan cruel,
que conlleva la aniquilación y el final? El orante de los salmos pide a Dios
intervenir donde todos los esfuerzos humanos son vanos. Por esto la
oración, ya en sí misma, es camino de salvación e inicio de salvación”,
afirmó el Papa.
En esta línea, el Pontífice destacó que en los salmos
“el dolor se convierte en relación: grito de ayuda que espera interceptar un
oído que escuche. No puede permanecer sin sentido, sin objetivo” y
agregó que “también los dolores que sufrimos no
pueden ser solo casos específicos de una ley universal: son siempre ‘mis’
lágrimas. Piensen en esto: las lágrimas no son universales, son ‘mis’
lágrimas, cada uno tiene las suyas, mis lágrimas, mi dolor me empuja a ir hacia
adelante en la oración. Son mis lágrimas que nadie ha derramado nunca antes de mí.
Muchos han llorado antes, pero mi dolor es mío, mi sufrimiento es mío”.
Por ello, el Papa explicó que “todos los dolores de los
hombres para Dios son sagrados” porque
“delante de Dios no somos desconocidos, o números.
Somos rostros y corazones, conocidos uno a uno, por nombre”.
“En los salmos, el creyente encuentra una
respuesta. Él sabe que, incluso si todas las puertas humanas estuvieran
cerradas, la puerta de Dios está abierta. Si incluso todo el mundo hubiera
emitido un veredicto de condena, en Dios hay salvación”, advirtió.
En este sentido, el Santo Padre indicó que a veces en la oración basta
saber que “el Señor escucha” porque “no siempre los problemas se resuelven. Quien reza no es
un iluso: sabe que muchas cuestiones de la vida de aquí abajo se quedan sin
resolver, sin salida; el sufrimiento nos acompañará y, superada la batalla,
habrá otras que nos esperan. Pero, si somos escuchados, todo se vuelve más
soportable”.
“Lo peor que puede suceder es sufrir en el
abandono, sin ser recordados. De esto nos salva la oración. Porque puede
suceder, y también a menudo, que no entendamos los diseños de Dios. Pero
nuestros gritos no se estancan aquí abajo: suben hasta Él, el Señor, que
tiene corazón de Padre, y que llora Él mismo por cada hijo e hija que sufre y
que muere”.
Finalmente, el Papa confió “a mí me hace
bien en los momentos difíciles pensar a Jesús llorando, cuando lloró mirando a
Jerusalén, cuando lloró ante la tumba de Lázaro, Dios ha llorado por mí, Dios
llora, llora por nuestros dolores, Dios ha querido hacerse hombre, decía un
escritor espiritual, para poder llorar, pensar que Jesús llora conmigo en el
dolor es una consolación, nos ayuda a ir hacia adelante”.
“Si nos quedamos en la relación con Él, la vida
no nos ahorra los sufrimientos, pero se abre un gran horizonte de bien y se
encamina hacia su realización. Ánimo y adelante con la oración, Jesús siempre
está al lado de nosotros”, concluyó el Papa.
POR MERCEDES DE LA
TORRE | ACI Prensa
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