Un hombre sencillo, como todos; y sin embargo era un hombre como ninguno.
José era el padre de Jesús.
Por: Javier Castellanos | Fuente:
http://lcblog.catholic.net
Lo llamaban el carpintero. Y, ciertamente, era
un hombre trabajador. Mantenía a su familia con el sudor de su frente. Un hombre sencillo, como todos; y sin embargo era un hombre como ninguno.
José era el padre de Jesús.
Cristo, siendo Dios, sabía desde siempre de
quién era Hijo. Pero también era plenamente hombre y seguramente tuvo que
aprender sobre su Padre con el ejemplo de un papá de carne y hueso. Más aún: el Hijo de Dios era bien consciente de la persona que escogía para su
infancia en la tierra: y habrá elegido la imagen más cercana a la paternidad
divina.
Años más tarde, todo Israel escucharía el
mensaje de ese Jesús de Nazaret. Hablaba a la gente de un Padre en los cielos.
Nutría a los pobres con la esperanza en el Padre providente: poderoso y tierno
a la vez, grande pero atento a los pequeños, justo y misericordioso… ¿De dónde le venían estas palabras? ¿Quién le había
enseñado así? ¿No era acaso el hijo de José? (Cf. Lc 4, 22)
San José era un hombre de
autoridad: la sangre de tantos reyes corría por sus venas. Pero el poder que
ejercía no era como el de quien gobierna para sí mismo. Incluso
antes de casarse, José tiene su centro de atención en los demás: decide repudiar en secreto a María, para no llevarla al
escándalo ni a un castigo según la ley de Moisés. Su autoridad es un servicio, es
darse sin reservas, es hacer un regalo de lo que le pertenece. Lo
podemos imaginar trabajando horas extra para comprarle un vestido nuevo a
María. Y al volver, cansado de una jornada larga y pesada, después de
desgastarse bajo el sol, no niega sus preciosas horas de descanso. Ahí lo vemos
al caer la tarde explicando a Jesús algún texto de Moisés o de los Profetas… Y
más que su sueldo o su tiempo, todo su proyecto de vida se había convertido en
su esposa y su hijo, pues no pasó a la historia como un rico mercader, o un
líder de masas; simple y sencillamente lo conocemos como el esposo de María y
el padre “adoptivo” de Jesús. Nada menos que
Jesús y María; su grandeza era su familia.
El poder del servicio se
convirtió en poder de defensa cuando fue necesario. Jesús nació en un establo
no lejos del campo; alguien tenía que estar vigilando para que no se acercaran
bestias salvajes. Si el
rey David fue valiente para matar un león mientras cuidaba las ovejas en esos
mismos campos de Belén, ¡qué no haría José,
descendiente de David, por custodiar a su familia! Después,
inesperadamente, tuvo que partir con María y Jesús lejos de Judea y de Herodes.
¡Cuánta atención y esfuerzo para no dejar rastros
de la huida! ¡Cuántas noches sin dormir en medio del desierto para asegurarse
que no había ladrones o que no los seguían los soldados para matar al Niño! Precisamente
ese Niño que sería el Salvador de Israel… ¡Qué gran
responsabilidad era asegurarse de que Jesús creciera sano y fuerte!
¿CÓMO
EJERCE JOSÉ ESTA CUSTODIA?
Con discreción, con
humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total,
aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el
episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo
momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos
serenos de la vida como en los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y
en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la
huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en
la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a
Jesús. (Papa Francisco, 19 de marzo 2013)
San José, además, era un
hombre con un gran liderazgo. Curiosamente,
era el más “pequeño” en la casa, pues Jesús
era Dios y María no tenía ninguna mancha de pecado… ¿Qué
había en él, que había cautivado a María desde el primer momento? ¿Qué tenía
él, un pobre pecador, que el Rey de reyes le obedecía con tanta mansedumbre?
Tal vez él no se daba cuenta, pero María y Jesús
se fijaban en algo que relucía en cada gesto de José: era
un hombre justo, que vivía en constante unión con Dios. María se habrá
impresionado ante la respuesta de José después de los sueños: la recibió en su casa inmediatamente, y en Belén lo dejó
todo en un día para huir a Egipto. Y después, cuando ya tenían una vida
tranquila en aquel país, de repente venderlo todo y regresar a Nazaret. José
era todo un patriarca, y sin embargo no había podido instalarse en una ciudad
por mucho tiempo. Siguiendo la voz de Dios lo había abandonado todo en pos de
una promesa, como Abraham. Hacía allá guiaba a su familia. Y no una, sino tres
veces: vender la casa, dejar el trabajo, comenzar
una vida de nuevo. Siempre atento a la voz del Señor, siempre dispuesto
a cumplir su Voluntad… Muchos años después, Jesús dirá a la multitud: “el que escucha la palabra de Dios y la cumple, ése es mi
hermano y mi hermana y mi madre” (Mt 12, 50) No mencionó la palabra “padre”; esa estaba reservada para su verdadero
Padre, pero también esa palabra la había ganado ya San José después de una vida
de docilidad al Padre del cielo.
¿CÓMO
VIVE JOSÉ SU VOCACIÓN COMO CUSTODIO DE MARÍA, DE JESÚS, DE LA IGLESIA?
Con la atención constante a Dios, abierto a sus
signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio… José es
«custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y
precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado,
sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea,
y sabe tomar las decisiones más sensatas. (Papa
Francisco, 19 de marzo 2013)
Jesús en su misión se convirtió también en
padre. Al paralítico que bajan del techo lo llama “hijo”
(Mt 9,2), y lo mismo a la mujer que tocó su manto: “Hija, tu fe te ha salvado.” (Mc 5, 34) No fueron
hijos según la carne, como tampoco lo fue Cristo respecto a José, pero ambos
hicieron brillar la faceta más bella de la paternidad. Pues ser padre es dar lo
mejor de sí y dar la propia vida todos los días.
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