Como padre espiritual y cónyuge de la Iglesia, me entristece ver que el rebaño confiado a mi cuidado sufre la separación del Señor a quien he dedicado mi vida a servir y hacer presente entre su pueblo. La privación de la Eucaristía es la privación de Cristo.
EL SAGRADO BANQUETE
Hijo de aristócratas
franceses, huérfano a los seis años, expulsado dos veces del ejército Francés,
temerario aventurero, la vida de Carlos de Foucauld fue finalmente conquistada
por el amor de Jesús. Pocos años después de su regreso a la fe, Carlos fue
ordenado sacerdote y vivió varios años como monje Trapense, absorto en la
oración. Sin embargo, su amor personal por el Señor unido a su naturaleza
ferviente hacía de la complacencia algo inconcebible. El hermano Carlos dejó el
monasterio Trapense y vivió los últimos veintitantos años de su vida
esencialmente sin hogar y sin compañeros, dedicado a amar al Señor en la
Eucaristía y a servir a los necesitados con su cálida hospitalidad. Fue la claridad
sobre el poder transformador de la Eucaristía lo que desató en él una confianza
y un amor inquebrantables. Para él, la Eucaristía era simplemente «Jesús entregando Su vida por Su pueblo». El Beato
Carlos de Foucauld moldeo su vida en torno a esta verdad sencilla.
Mis queridos hijos e hijas,
les escribo porque es ahora cuando necesitamos la fe clara y sencilla en la
Eucaristía que tenía el Beato Carlos de Foucauld.
Muchas personas han compartido
conmigo el gran dolor que han soportado durante la pandemia de COVID-19 debido
a la pérdida del acceso habitual al gran Sacramento de la Eucaristía. Como
padre espiritual y cónyuge de la Iglesia, me entristece ver que el rebaño
confiado a mi cuidado sufre la separación del Señor a quien he dedicado mi vida
a servir y hacer presente entre su pueblo. La privación de la Eucaristía es la
privación de Cristo. Ya sea debido a mis decisiones realizadas con prudencia o
a las suyas propias, estoy consciente del dolor que han sufrido. Es más, sé que
su dolor no termina ahí.
Una encuesta reciente del
Centro Pew Research (julio de 2019) mostró que la mayoría de los Católicos no
creen en la Eucaristía. Casi siete de cada diez Católicos (69%), han expresado
que de manera personal creen que, durante la Misa Católica, el pan y el vino
que se usan en la Comunión «son símbolos del cuerpo
y la sangre de Jesucristo». Solamente un tercio de los Católicos
Estadounidenses (31%) manifestó que cree que «durante
la Misa Católica, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Jesús».
Este informe fue una confirmación de lo que se sabía desde hacía mucho
tiempo, pero no se expresaba a menudo: hay una
grave crisis de fe en la Eucaristía como Presencia Real de Jesucristo, nuestro
Dios y Señor.
Estas personas son nuestros
propios amigos y familiares, nuestros hijos e hijas. Qué sufrimiento ver que
las personas que amamos no comparten nuestra fe y devoción a nuestro Redentor.
Esta crisis de fe nos afecta a
todos, no solo desde fuera, sino también desde dentro de nuestra alma. La duda y
la desconfianza son como un virus que se transmite de corazón a corazón a un
ritmo exponencial.
¡SE NECESITA
DESESPERADAMENTE UNA RENOVACIÓN DE LA FE EN LA EUCARISTÍA!
Hermanos sacerdotes y diáconos
de la diócesis, por quienes siento una gratitud y un afecto cada vez mayor,
ustedes también han sufrido mucho el dolor y la confusión causados por esta
crisis de fe. Ustedes son los hombres que han «dejado
casas o hermanos o hermanas o padre o madre o esposa o hijos o terrenos» para
servir al Señor en el Altar (Mateo 19:29). Han cargado con Cristo el peso de
esta pérdida y han sentido gran parte del dolor que sintió nuestro Señor
mientras lloraba por Jerusalén. (cfr. Lucas 19:41ss).
Aunado a nuestro dolor, todos
conocemos Católicos que incluso antes del COVID no asistían con regularidad a
la Misa Dominical. ¡Pero nuestro amor por la
Eucaristía no puede separarse de la celebración dominical de la Misa! Como
dice el Catecismo de la Iglesia Católica, «La
celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel
principalísimo en la vida de la Iglesia.» (CIC 2177). La centralidad del
Día del Señor en la vida de los Católicos ha disminuido drásticamente durante
años, esto incluso antes de que la Misa transmitida en vivo fuera algo común.
¿Qué valor tiene la
Misa dominical? Para un grupo de cuarenta y nueve cristianos en el siglo IV, fue
alimento para su vida. El emperador Diocleciano de Roma encontró a estos fieles
creyentes culpables de haber celebrado la Misa dominical la cual había sido
prohibida. Cuando se les preguntó por qué violaron la ley, un miembro del
grupo, llamado Emérito, respondió: «Sine dominico
non possumus», que nuestro Papa Emérito Benedicto XVI una vez explicó
que significa «sin el ‘Dominicum’, es decir, sin la
Eucaristía dominical no podemos vivir» (Ángelus, 26 de junio del 2011). ¿Por qué tenían este sentimiento tan fuerte?
Durante más de nueve años tuve
la fortuna de observar y aprender de la paternidad espiritual del Papa San Juan
Pablo II como asistente en la Secretaría de Estado de la Santa Sede. Permítanme
compartirles una exhortación que nos hizo hace casi 22 años, expresando nuestra
fe en la Eucaristía dominical:
«Desde el
principio de mi Pontificado no me ha cansado de repetir: ‘¡No temáis! ¡Abrid,
más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!’, en esta misma línea
quisiera hoy invitar a todos con fuerza a descubrir de nuevo el domingo: ¡No
tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo! Sí, abramos nuestro tiempo a
Cristo para que él lo pueda iluminar y dirigir. […] El descubrimiento de este
día es una gracia que se ha de pedir, […] para dar una respuesta concreta a los
anhelos íntimos y auténticos de cada ser humano. El tiempo ofrecido a Cristo
nunca es un tiempo perdido, sino más bien ganado para la humanización profunda
de nuestras relaciones y de nuestra vida» (Dies Domini 7).
Deseo unirme a las palabras de
nuestro difunto Papa: a medida que la pandemia
disminuya en las próximas semanas y meses, ¡exhorto encarecidamente a todos a
redescubrir la Misa dominical! Los invito a implorarle a Dios la gracia
de descubrir nuevamente la alegría y el reposo del día del Señor.
Mis queridos hermanos y
hermanas, hijos e hijas, con amor y cuidado como su padre espiritual, los
invito a volver sus corazones con renovado fervor a nuestro Señor en la Sagrada
Eucaristía y a una fidelidad inquebrantable en la santificación del Día del
Señor todos los domingos.
Estos son tiempos difíciles
con problemas de salud e información contradictoria acerca de que es lo que se
necesita para mantenerse saludable y prevenir la propagación de enfermedades.
Sin embargo, todos tenemos una necesidad real de encontrar nuestra seguridad y
vida en Cristo. ¿No necesitamos un Salvador? ¿No es
él el único Señor?
Deseo ayudarlos y acompañarlos
a un conocimiento, amor y compromiso cada vez mayores con este gran don de
nuestro Dios. El tratar de lograr este propósito mediante una pequeña carta no
proporciona la debida reverencia ni a las necesidades de nuestro tiempo, ni a
la sed de nuestras almas.
Es debido a esto que, en este
momento me gustaría anunciar una venidera Exhortación Apostólica sobre la
Eucaristía.
Hace cinco años, comprendí que
había una gran necesidad de escribir una exhortación sustancial para los
hombres Católicos. Hace dos años, discerní la necesidad de hacer lo mismo con
los matrimonios y las familias de nuestra diócesis. Estos dos documentos han
surgido y continúan dando muchos frutos.
AHORA ES EL MOMENTO
DE DIRIGIRNOS AL NUCLEO DE TODO.
Otra persona humilde y de gran
corazón eucarístico fue Santo Tomás de Aquino, quien escribió el conocido himno
eucarístico Tantum ergo, entre
muchos otros. Para el nombre de la próxima Exhortación he elegido dos palabras
del segundo verso de este himno de alabanza a la Eucaristía: Veneremur cernui. Es difícil traducir estas palabras, pero
capturan la reverencia que debemos fomentar: Veneremos
con el cuerpo postrado, expresadas
en referencia al Gran Sacramento de la Eucaristía.
En mi próxima Exhortación Apostólica, deseo ofrecer
una exploración exhaustiva de la fe de la Iglesia en la Eucaristía dominical
con un énfasis en lo siguiente:
§ El don de la
Presencia Real en la Eucaristía.
§ La Eucaristía
como ofrenda de sacrificio y banquete celestial.
§ Cómo la
Eucaristía desencadena la paz, la caridad y la justicia en nuestra sociedad.
§ Formas para que
las parroquias y las familias profundicen su fe y amor eucarísticos.
§ La disposición
adecuada para la recepción de la Eucaristía.
§ Cómo comunicarse
con amigos y familiares que no comparten nuestra fe.
Se puede anticipar que este
documento se haga público el Jueves Santo de la Cena del Señor en el Sagrado
Triduo Pascual, que este año cae el primero de abril.
En 1916, el Beato Carlos de
Foucauld estaba en la Adoración Eucarística cuando fue atacado y asesinado por
su fe Cristiana en el norte de África. Toda esperanza parecía perdida, su vida
y su fe sin efecto perceptible. Los soldados Franceses que llegaron a su choza
saqueada encontraron una Custodia con la Hostia Sagrada todavía dentro.
Colocaron la Custodia con la Hostia expuesta en la silla de un caballo y
regresaron al campamento Francés. Esta fue la primera procesión Eucarística en
esa parte del mundo. La sangre de apenas se había secado y su fe Católica ya se
anunciaba con valentía al mundo. Desde entonces, la Iglesia en África ha sido
bendecida con un crecimiento impresionante y una fuerza notable.
Mis queridos hermanos y
hermanas, la fe en la Eucaristía siempre es
fecunda cuando se le ama y se vive. Mi esperanza es que nuestro
redescubrimiento de la belleza y la verdad de la Eucaristía sea igualmente
bendecido.
Quedo de ustedes con sincera
esperanza y cariño paternal.
Sinceramente suyos en Cristo,
+ Thomas J. Olmsted
Obispo de
Phoenix
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