Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales
Reconoce «a los fieles el derecho a recibir el Cuerpo de Cristo de
la manera prevista, sin limitaciones que vayan incluso más allá de lo que
prevén las normas de higiene dictadas por las autoridades públicas o los
Obispos » y afirma la necesidad de volver a la normalidad de la vida cristiana
sin improvisadas experimentaciones rituales y respetando plenamente las normas,
contenidas en los «libros litúrgicos, que regulan su realización»
(VaticanNews/InfoCatólica) Es urgente volver a la
normalidad de la vida cristiana con la presencia física en la misa, donde las
circunstancias lo permitan: ninguna transmisión es
equiparable a la participación personal o puede reemplazarla.
Así afirma el Cardenal Robert
Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, en una Carta sobre la celebración de la liturgia durante y después
de la pandemia de Covid-19, titulada «¡Volvamos con
alegría a la Eucaristía!». El texto, dirigido a los presidentes de las Conferencias Episcopales de la
Iglesia Católica el 15 de agosto, fue aprobado por el
Papa Francisco el pasado 3 de septiembre.
Un texto especialmente
significativo en aquellas diócesis en los que las autoridades
civiles intentan marcar la celebración o no de la Santa Misa e incluso el modo
de hacerlo.
DIMENSIÓN
COMUNITARIA DE LA VIDA CRISTIANA
La pandemia debida al nuevo
coronavirus – escribe el Cardenal Sarah – ha producido «trastornos»
no sólo en las dinámicas sociales y familiares, «sino
también en la vida de la comunidad cristiana, incluida la dimensión litúrgica».
El Purpurado recuerda que «la dimensión comunitaria tiene un significado
teológico: Dios es relación de Personas en la
Santísima Trinidad» y «se pone en relación con
el hombre y la mujer y los llama, a su vez, a la relación con Él». Así, «mientras que los paganos construían templos dedicados
únicamente a la divinidad, a los que el pueblo no tenía acceso, los cristianos,
en cuanto gozaron de libertad de culto, construyeron inmediatamente lugares que
eran domus Dei et domus ecclesiae, donde los fieles podían reconocerse
como una comunidad de Dios». Por esta razón «la
casa del Señor presupone la presencia de la familia de los hijos de Dios».
COLABORACIÓN DE LA
IGLESIA CON LAS AUTORIDADES CIVILES
En el texto se lee que «la
comunidad cristiana nunca ha perseguido el aislamiento y nunca ha hecho de la
Iglesia una ciudad con puertas cerradas. Formados en el valor de la vida
comunitaria y la búsqueda del bien común, los cristianos siempre han buscado la
inserción en la sociedad». «Incluso en la
emergencia de la pandemia surgió un gran sentido de responsabilidad: al
escuchar y colaborar con las autoridades civiles y los expertos», los
obispos «estuvieron listos para tomar decisiones
difíciles y dolorosas, hasta la suspensión prolongada de la participación de
los fieles en la celebración de la Eucaristía».
LA URGENCIA DE
VOLVER A LA NORMALIDAD DE LA VIDA CRISTIANA
«Tan pronto como
las circunstancias lo permitan, sin embargo – afirma el Cardenal Sarah – es necesario y
urgente volver a la normalidad de la vida cristiana, que tiene como casa el
edificio de la iglesia y la celebración de la liturgia, especialmente la
Eucaristía, como ‘la cumbre hacia la que tiende la acción de la Iglesia y al
mismo tiempo la fuente de la que emana toda su fuerza’» (Sacrosanctum
Concilium, 10).
NECESIDAD DE
PARTICIPACIÓN PERSONAL EN LA MISA
El Cardenal subraya que «aunque los medios de comunicación realicen un valioso
servicio a los enfermos y a los que no pueden ir a la iglesia, y han prestado
un gran servicio en la transmisión de la Santa Misa en un momento en que no era
posible celebrarla comunitariamente, ninguna transmisión es equiparable a la
participación personal o puede sustituirla. Por el contrario, estas
transmisiones, solas, hacen que se corra el riesgo de alejarnos del encuentro
personal e íntimo con el Dios encarnado que se nos ha entregado no de forma
virtual, sino real, diciendo: 'El que come mi carne y bebe mi sangre permanece
en mí y yo en él'» (Jn 6, 56).
SUGERENCIAS PARA
VOLVER A LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
En la carta el Purpurado
sugiere «algunas líneas de acción para promover un
retorno rápido y seguro a la celebración de la Eucaristía». «La
debida atención a las normas de higiene y seguridad –
escribe – no puede conducir a la esterilización de
los gestos y ritos». Además,
«confía en la acción prudente, pero firme, de los
Obispos para que la participación de los fieles en la celebración de la
Eucaristía no se catalogada por las autoridades públicas como una 'reunión', y
no se la considere comparable, y ni siquiera subordinada, a formas de
agregación recreativa».
RECONOCE «A LOS
FIELES EL DERECHO A RECIBIR EL CUERPO DE CRISTO Y A ADORAR AL SEÑOR PRESENTE EN
LA EUCARISTÍA DE LA MANERA PREVISTA»
En esta carta se exhorta a
facilitar a los fieles su participación en las celebraciones, pero sin
improvisadas experimentaciones rituales y respetando plenamente las normas,
contenidas en los «libros litúrgicos, que regulan
su realización», y reconociendo «a los fieles el derecho a recibir el Cuerpo de
Cristo y a adorar al Señor presente en la Eucaristía de la manera prevista, sin
limitaciones que vayan incluso más allá de lo que prevén las normas de higiene
dictadas por las autoridades públicas o los Obispos».
UN PRINCIPIO SEGURO:
LA OBEDIENCIA A LOS OBISPOS
En este punto el Cardenal da
una indicación precisa: «Un principio seguro para no cometer errores es la
obediencia. Obediencia a las normas de la Iglesia, obediencia a
los obispos. En tiempos de
dificultad (por ejemplo, pensemos en las guerras, en las pandemias) los Obispos
y las Conferencias Episcopales pueden dar reglamentos provisionales a los que
hay que obedecer».
LA SALUD PÚBLICA Y
LA SALVACIÓN ETERNA
La Iglesia – concluye el Cardenal Sarah –
protege a la persona humana «en su totalidad» y «a
la debida preocupación por la salud pública la Iglesia une el anuncio y el
acompañamiento hacia la salvación eterna de las almas».
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