La juventud de espíritu y de corazón.
Por: ARBIL |
La juventud no es, en la vida, un periodo, sino
un estado de ánimo; se manifiesta en determinadas reacciones de la imaginación,
en la capacidad emotiva, en el predominio de la osadía sobre la timidez y del
ansia de empresas sobre el apego a las comodidades.
No se envejece solo por haber vivido tantos a cuantos años; se envejece al
renunciar a un ideal. El paso de los años deja sus huellas en el cuerpo, pero
declararse vencido y renunciar a todo entusiasmo deja sus huellas en el alma.
El hastío, la duda, la inseguridad, el temor o la desesperación son tantos más
años que influyen en el ánimo y convierten el espíritu en ceniza.
Para cada ser humano, permanecer joven es tener siempre vivo en sí, a la edad
que sea, ese afán de lo maravilloso, de los hechos y pensamientos
deslumbradores, del intrépido desafío a los acontecimientos, del mismo
insaciable apetito que siente la criatura ante lo nuevo y, finalmente del
alegre vivir.
El hombre es tan joven como su confianza; tan viejo como su recelo; tan joven
como su fe en sí mismo; tan viejo como su temor; tan joven como su esperanza; tan
viejo como su desaliento.
El hombre es joven mientras su corazón perciba los mensajes de belleza, gallardía y valor, grandeza y fuerza que emanen de la naturaleza, de un ser humano o del Infinito.
Cuando todas las fibras del corazón estén destrozadas y quede sumido en las
tinieblas del pesimismo, entonces es cuando el hombre habrá envejecido, para
cuando llegue ese momento ¡quiera Dios apiadarse del
él!
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