La lucha crea tensiones, provoca miedos, nos lleva al cansancio, pero encontramos la paz.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
No es fácil vivir en medio de la lucha, de la
guerra, del combate cuerpo a cuerpo. Casi todos deseamos la paz. Pero la
batalla está por llegar, el miedo nos domina, la incógnita por lo que ocurrirá
nos llena de angustia.
Rendirse para superar la prueba, dejar las armas para evitar el combate, pactar
con el enemigo, aunque sea a costa de renunciar a nuestros principios. Es una
tentación fuerte, que pasa por el corazón de mil soldados, que lleva a la
humillante paz del que se rinde.
En la guerra del corazón también es grande el deseo de pactar, de huir del
combate, de rendirnos. No es fácil luchar día a día contra la gula, contra un
disfrute sexual deshonesto, contra la soberbia que nos hace buscar siempre los
aplausos de los hombres.
La lucha crea tensiones, provoca miedos, nos lleva al cansancio. Si, además, ya
hemos saboreado cien veces la derrota, si hemos visto lo difícil que es volver
a levantarnos para iniciar de nuevo, se hace más fuerte la tentación de ceder “porque es inútil cualquier esfuerzo, porque no es
posible resistir en esta prueba”.
Existe una extraña paz en la derrota. Es la paz del cementerio, de la muerte,
del silencio de las espadas y de los cañones. Es la paz de quien ya no puede
luchar porque ha muerto.
Pero también es extraña la paz de quien se rinde, de quien abandona toda lucha,
todo esfuerzo. Quizá, piensa, evitará la tensión psicológica de enfrentarse
cada día con esa pasión fuerte, que excita a cada hora, que provoca en los
momentos de cansancio, que presenta como bueno ese amargo placer obtenido a
través de la venganza.
Es la paz del esclavo, que deja su libertad, su razón, su posibilidad de luchar
por ideales. Es la paz de quien se deja aprisionar por las cadenas del placer o
del orgullo. De quien prefiere no estar triste porque hoy no ha “tomado” sus cervezas para pactar con ese alcohol
que carcome neuronas, que daña corazones, que destruye familias. De quien cede
a un pequeño robo en la oficina, porque piensa que así, con ese dinero en el
bolsillo, estará más tranquilo, si lo puede estar quien se acostumbra a ser
ladrón de guante blanco...
Es una paz que engaña. Nos engaña, porque la pasión, como un monstruo de mil
cabezas, no se conforma con lo ya conseguido. Siempre pide más, y más, y más.
Lo grande, lo difícil, lo bello, es decirle “no”, con
firmeza, con audacia. Será un “no” que
llevará a la guerra, a heridas, a pequeñas derrotas. Será un “no” que nace de un amor más grande: a mí mismo, a
mi familia, a alguien que me quiere, al Dios que se preocupa por cada uno de
sus hijos. Será un “no” que me llevará a
vivir, quizá, en una lucha constante contra las mil astucias de ese mal que
todos llevamos dentro.
Es sana la tensión de quien sabe que lucha por algo grande y bello. De quien
dice no a la falsa paz que se obtiene a través de rendiciones. De quien lucha
para conquistar esa otra paz, más profunda, más intensa, más apasionante, de
quien quiere ser fiel, en cada instante, a su conciencia.
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