jueves, 30 de septiembre de 2021

(660) 27-IX. -SAN VICENTE DE PAÚL

–San Vicente de Paúl, ruega por nosotros.

–Y que el Señor, por tu intercesión, nos convierta al amor a Dios y al prójimo. 

La base de este escrito es la excelente obra de José María Román, San Vicente de Paúl – I. Biografía (BAC 424, Madrid 1982, 705 pgs.), y su segundo tomo –II. Espiritualidad y selección de escritos (ib. 1984, 551 pgs.). Las citas que hago de estos libros van entre corchetes, indicando el volumen y la página; por ejemplo [I,54].

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I. –BIOGRAFÍA

Nació, tercero de seis hermanos, de una modesta familia rural, unos dicen que en Pouy, pueblo de las Landas, cerca de Dax, al suroeste de Francia (1581); pero otros mantienen que nació en Tamarite, Huesca, del Reino de Aragón, junto a la frontera de Cataluña (1576). Parece más probable la primera fecha. De niño y adolescente trabajó como pastor del ganado de su familia. Pero pronto dió señales de su gran inteligencia y fue enviado a Dax para estudiar  en el colegio de los Franciscanos (1595). Poco después inició sus estudios teológicos en Zaragoza y Toulouse (1596). Fue ordenado sacerdote (1600) y tuvo ministerio parroquial en Clichy.

Pero aconsejado por el cardenal Pedro de Bérulle (1575-1629) –gran maestro de espiritualidad y fundador del Oratorio en Francia–, aceptó ser preceptor de la aristocrática y poderosa familia de los Gondi (1613), a la que pertenecía el cardenal Pedro de Gondi (+1616), arzobispo de París. Tras unos años en este servicio, llegó un tiempo en que, acompañando los veranos a esta familia en una de sus propiedades del campo (1617), descubrió la miseria material y espiritual de los campesinos, malamente atendidos por sacerdotes ignorantes. Más abajo lo refiero. En esa ocasión, el Señor, que ya iba sacándolo de sus ambiciones temporales, encendió su verdadera vocación sacerdotal, especialmente ejercida en favor de los pobres y de los sacerdotes.

Su nueva vida de total entrega apostólica –su conversión– se inició inmediatamente con extraordinaria fecundidad. Fue nombrado Capellán real de las Galeras. Organizó múltiples Misiones Rurales e instituyó las Cofradías de la Caridad (1620). Fundó la Congregación de la Misión (1625) –los paúles–, las Hijas de la Caridad (1633), que llegaron a ser en la Iglesia, en el siglo XX, la más numerosa de las congregaciones religiosas femeninas.

San Vicente, tan solícito con los pobres, ayudó a las autoridades civiles no sólo como Capellán de las Galeras –duras cárceles flotantes–, sino también en otras altas funciones. Fue nombrado miembro del Real Consejo de Conciencia; asistió al Rey Luis XIII en la hora de su muerte (1643); durante la cruel guerra civil de la Fronda (1648-1653), intervino como mediador, pacificador y benefactor de muchos modos, entre ellos tratando con la regente Ana de Austria y con el cardenal Mazarino… 

II. –COMIENZOS MEDIOCRES

La familia de Vicente era más bien pobre tanto en cultura como en economías, pero trabajadora y sanamente cristiana. Cuando su padre le llevó al colegio de los Franciscanos en Dax, pronto se dio cuenta de que los más de los alumnos eran de familias más distinguidas, y sintió vergüenza de su origen. Él mismo lo reconoce.

«Cuando mi padre, mal trajeado y un poco cojo, me llevaba con él a la ciudad, me daba vergüenza ir con él y reconocerlo como padre. ¡Miserable de mí!»… Una vez «en el colegio me avisaron de que me llamaba mi padre, que era un pobre aldeano. Yo me negué a salir a hablarle, con lo que cometí un gran pecado» (I,45).

Algunos signos negativos dió Vicente también en su ordenación sacerdotal. Nacido en 1581 o en 1580, en 1600 tendría 19 o a lo más 20 años, y contra la norma del concilio de Trento (1545-1563), que exigía para la ordenación sacerdotal 24 cumplidos, buscó y consiguió ser ordenado no en la cercana diócesis de Tarbes, sino en la lejana de Périgueux por su Obispo muy anciano, que murió muy poco después. En su descargo hay que recordar que Francia, tocada de galicanismo, no aplicó pronto el concilio de Trento, sino que sólo se dignó aceptarlo en la Asamblea General del Clero de 1615.

AMBICIONES

No, no era Vicente a los 20 años un santo devorado por el amor a la santidad y el apostolado. Más bien daba signos de pretender el sacerdocio como un buen modo de ganarse la vida.

Él mismo declara: «Si hubiera sabido lo que era el sacerdocio cuando tuve la temeridad de entrar en este estado, como lo supe más tarde, hubiera preferido quedarme a labrar la tierra antes de comprometerme a un estado tan tremendo» [I,55].

Fallido su nombramiento para la parroquia de Thils, quiso Dios que en 1612, por primera vez en su vida sacerdotal, lograse con toda legalidad ser párroco de Clichy-La Garonne, título que mantuvo durante catorce años. Pero sólo en los dos primeros se dedicó a la parroquia, ocupándose él de otras actividades. Para ello consiguió un Vicario que le sustituyera, en una prolongada excedencia suya –o si se prefiere, un subarriendo del beneficio parroquial, del que Vicente seguía como titular–, que la disciplina eclesial de su tiempo permitía.

En realidad, Vicente sacerdote «tenía proyectos elaborados por propia inspiración, sin preocuparse de averiguar si coincidían o no con los de Dios» [I,57]. «Era un joven que se había propuesto hacer carrera… Nunca sintió una vocación intelectual. Vio en el estudio un medio, no un fin… Vicente aspira a una obispado» [I,65].  En 1604, a los veinticuatro años, decide dar por terminada su carrera universitaria en Zaragoza y Toulouse. Siete años de estudio le consiguieron el título de bachiller en Teología. Quizá sus ambiciones le movieron a aceptar ser preceptor en la aristocrática familia de los Gondi en 1613, siguiendo el consejo del cardenal Pedro de Bérulle, como ya dije.

 DUDAS DE FE

Durante tres o cuatro años –no se conocen las fechas exactas– sufrió Vicente una terrible crisis espiritual, asaltado por graves tentaciones contra la fe, que terminaron en 1616. La ociosidad de su nuevo oficio de preceptor y las dudas angustiosas que le confidenció un sacerdote teólogo, fueron ocasión de esta tremenda crisis.

Con la gracia de Dios, Vicente, con oración intensificada y penitencias, y sin entrar en diálogo con el diablo, libró largamente una batalla espiritual acudiendo a todos los medios. Uno de ellos, escribir el símbolo de la fe en un papel que llevaba junto a su corazón. Cada vez que se veía tentado, se llevaba la mano al pecho, levantando su corazón a Dios. El Señor le libró inspirándole la determinación irrevocable de entregar su vida al servicio de los pobres. Apenas tomada, desaparecieron las tentaciones del Maligno y su alma se llenó de una luz esplendorosa. Salió de la crisis purificado y transformado  [I,103-105].

III. –CONVERSIÓN

Poco después de su ordenación sacerdotal, hizo en 1601 un viaje a Roma, y fue conmovido por la memoria de sus numerosos santos y el conocimiento del ejemplar papa Clemente VIII. «Tuvo en este viaje a Roma su primer encuentro con el misterio de la santidad; acaso, una primera llamada»  [I,63]. También la crisis de fe, que tanto le atormentó, le impulsó hacia la conversión. Pero quizá ésta culminó en 1617, en un viaje que hizo al castillo de Folléville, en tierras de Picardía, acompañando a la señora de Gondi.

De un pueblecito vecino le llegó a Vicente el ruego de un moribundo que quería confesarse con él. Era un hombre con fama de grandes virtudes. Pero exhortado por el Santo, hizo una confesión completa de sus pecados, también, por primera vez, de aquellos más graves que había ocultado siempre al confesor. Entendió el penitente que por esta buena confesión había salvado su vida para la eternidad con Dios. Y con un inmenso gozo, hizo entrar a la familia, a los vecinos y también a la señora de Gondi, contando en público lo que no había contado durante muchos años en el secreto de la confesión, por vergüenza y por ignorancia, al ser atendido por sacerdotes gravemente incompetentes. A los tres días murió en la paz de Dios [I,117].

Una semana después, en la celebración de la Conversión de San Pablo (25-I), con la asistencia de muchos fieles de Folléville y pueblos próximos, predicó Vicente con claridad y gran fuerza persuasiva la necesidad de la confesión y de sus verdaderos modos. «Dios bendijo mis palabras», comentó después. Aquellos pobres aldeanos, mal tratados por curas ineptos, acudieron en masa a confesarse de verdad.

Ya había sido avisado Vicente de que el cura «no les daba la absolución, sino que murmuraba algo entre dientes». Al saberlo, contaba él, «me fijé y puse más atención en aquellos con quienes me confesaba, y vi efectivamente que era verdad todo esto y que algunos no sabían las palabras de la absolución», sino que rezongaban solamente un galimatías insignificante.

Fue para Vicente una revelación. Entendió que aquella era su misión: llevar el Evangelio y el catecismo de la Iglesia a los pobres e ignorantes campesinos y sacerdotes. Ocho años más tarde fundó la Congregación de la Misión, y estableció la norma de celebrar la fiesta de su Compañía el 25 de enero, en la Conversión de San Pablo.

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*Ahora vendría en el desarrollo de este artículo la enumeración deslumbrante de las Obras que quiso Dios hacer a través de este aquitano, sus servicios al Reino de Francia, como Capellán de Galeras, miembro del Consejo real de Conciencia, asistente espiritual del Rey, y tantas otras gestiones y mediaciones. Pero sobre todo queda sin exponer su obra formidable en favor de los pobres y de los sacerdotes mal formados: las Hijas de la Caridad colaborando con Santa Luisa de Marillac, las Conferencias parroquiales al servicio de la caridad, la Congregación de la Misión –los paúles–, las Misiones rurales, los Ejercicios espirituales antes de recibir el sacramento del Orden, la acogida de Niños expósitos, la fundación y dirección de Seminarios

Algunos de esos temas son tan grandiosos que exigen un artículo propio. Pero se me acaban las páginas, y sobre todo el tiempo, pues quiero subir ya al blog este artículo para ayudar a celebrar su memoria mañana. Éste se ha quedado en los comienzos mediocres de la vida de San Vicente, hasta llegar a su conmovedora conversión. Si Dios me lo concede, el año que viene haré lo posible por describir los horizontes inmensos de su obra como fundador, predicador y maestro espiritual.

«Pasó haciendo el bien» (Hch 10,38). Mantuvo su sobrehumana y apostólica actividad caritativa hasta su muerte, que fue en 1660 (27-IX), el mismo año en que murió su hija espiritual Santa Luisa de Marillac (15-III). Si le preguntáramos a él cómo se puede explicar la cantidad y la calidad espiritual de su ministerio sacerdotal, nos contestaría con la frase de San Pablo: «Es que ya no vivo yo: es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).

Su vida fue sobre-humana, porque fue plenamente cristiana.

Fue beatificado en 1729 y canonizado en 1737.

José María Iraburu, sacerdote

Vaya como apéndice este texto admirable del Santo que hoy nos trae la Liturgia de las Horas.

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27 de septiembre, San Vicente de Paúl, Presbítero

EL SERVICIO A LOS POBRES HA DE SER PREFERIDO A TODO

De los escritos de san Vicente de Paúl, presbítero 

Nosotros no debemos estimar a los pobres por su apariencia externa o su modo de vestir, ni tampoco por sus cualidades personales, ya que, con frecuencia, son rudos e incultos. Por el contrario, si consideráis a los pobres a la luz de la fe, os daréis cuenta de que representan el papel del Hijo de Dios, ya que él quiso también ser pobre. Y así, aun cuando en su pasión perdió casi la apariencia humana, haciéndose necio para los gentiles y escándalo para los judíos, sin embargo, se presentó a éstos como evangelizador de los pobres: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres. También nosotros debemos estar imbuidos de estos sentimientos e imitar lo que Cristo hizo, cuidando de los pobres, consolándolos, ayudándolos y apoyándolos.

Cristo, en efecto, quiso nacer pobre, llamó junto a sí a unos discípulos pobres, se hizo él mismo servidor de los pobres, y de tal modo se identificó con ellos, que dijo que consideraría como hecho a él mismo todo el bien o el mal que se hiciera a los pobres. Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio. Por esto, nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos ame, en atención los pobres. Por esto, al visitarlos, esforcémonos en cuidar del pobre y desvalido, compartiendo sus sentimientos, de manera que podamos decir como el Apóstol: Me he hecho todo a todos. Por lo cual, todo nuestro esfuerzo ha de tender a que, conmovidos por las inquietudes y miserias del prójimo, roguemos a Dios que infunda en nosotros sentimientos de misericordia y compasión, de manera que nuestros corazones estén siempre llenos de estos sentimientos. 

El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él con el ánimo bien tranquilo y haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración. Y no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar algún servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de Dios por alguna de las causas enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que es por él por quien lo hacemos.

Así pues, si dejáis la oración para acudir con presteza en ayuda de algún pobre, recordad que aquel servicio lo prestáis al mismo Dios. La caridad, en efecto, es la máxima norma, a la que todo debe tender: ella es una ilustre señora, y hay que cumplir lo que ordena. Renovemos, pues, nuestro espíritu de servicio a los pobres, principalmente para con los abandonados y desamparados, ya que ellos nos han sido dados para que los sirvamos como a señores.

ORACIÓN.– Señor, Dios nuestro, que dotaste de virtudes apostólicas a tu presbítero san Vicente de Paúl, para que entregara su vida al servicio de los pobres y a la formación del clero, concédenos, te rogamos, que, impulsados por su mismo espíritu, amemos cuanto él amó y practiquemos sus enseñanzas. Por nuestro Señor Jesucristo.

Por José María Iraburu

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