miércoles, 14 de abril de 2021

«TAMBIÉN NOSOTROS SOMOS COMO EL HIJO PRÓDIGO». ¡ES TIEMPO DE VOLVER A LOS BRAZOS DEL PADRE!

 Todos hemos escuchado hablar de la parábola del hijo pródigo. Y estoy convencida de que al menos una vez en la vida, nosotros también hemos decidido alejarnos y hemos regresado arrepentidos a los brazos del Padre.

¿Te ha pasado que esas debilidades, de las que ya hasta dabas gracias a Dios por haberte liberado… salen de pronto a atormentarte?

En fuertes crisis vemos que siguen todavía latentes. ¡Uf! Es doloroso encontrarnos con lo que más nos cuesta de nosotros mismos, nuestras debilidades, pecados, manías, heridas…

Y se nos suma el pavor del «qué pensará Dios». ¿Me verá Dios igual después de ser un desastre, tan pecadora? Pero… ¿Por qué permite Dios esto?, ¿le gustará vernos humillados?

La parábola del hijo pródigo nos puede ayudar a meditar en varios temas:

1. EL HIJO CREE QUE PUEDE CON SU FUERZA

Cuando nos encontramos con nuestros fallos entendemos que no era nuestra fuerza la que nos mantenía «virtuosos», sino la gracia de Dios.

En el culmen de su vida espiritual, san Ignacio escribió su famosa oración suscipe:

«Toma Señor y recibe toda mi libertad, mi entendimiento, mi voluntad, mi haber y poseer. Todo tú me lo diste, a ti Señor lo devuelvo. Dame tu amor y tu gracia, que esto me basta».

Ignacio se enfrenta con la realidad de que todo lo que sabe, hace, tiene y da: es por gracia. ¿Y el amor?… como hijo pródigo entiende que no valen los aplausos, ni de santos ni de reyes, ni la fama, ni los contactos en el reino ni en el Vaticano.

¡Lo único que necesitamos para encaminarnos es el amor de Dios!

2. SI NO PODEMOS ALEJARNOS DE DIOS, ¿QUÉ ES EL PECADO ENTONCES?

El hijo está avergonzado, sucio exteriormente, pero seguro también, sucio espiritualmente, en su interior. Pero aún en harapos, el padre corre a recibirlo y lo abraza, no se avergüenza de Él.

¿Y por qué si sabía que iba a usar el dinero para sus placeres y negocios, no le negó el dinero ni la posibilidad de irse? Bueno, porque no se trataba de humillarlo, sino de hacerle entender que siempre contaría con su amor.

Eso mismo nos pasa a nosotros como hijos de Dios. Una y mil veces podemos alejarnos, y del mismo modo, volver con el alma adolorida. ¡Jesús siempre estará esperándonos con los brazos abiertos!

3. ENCONTRARNOS A NOSOTROS MISMOS

Como dice Pablo: «…No se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos… Si somos, pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el ingenio humano» (Hechos 17).

El pecado nos lleva a vivir como huérfanos. No es entonces cómo percibimos a Dios, sino cómo nos percibimos a nosotros mismos. ¿Nos alejamos por voluntad propia de nuestra naturaleza divina?

Descubrimos quiénes somos en realidad, cuando experimentamos el amor de Cristo. No se trata de ser el hijo mayor y perfecto, sino de confiar que Dios nunca deja de confiar en nosotros, por más que sintamos que lo hemos decepcionado.

Somos hijos pródigos varias veces al día, cuando nos confundimos, nos caemos, traicionamos, herimos y dejamos de buscar a Dios. ¡Pero recuerda siempre, puedes volver al Padre!

Escrito por Sandra Estrada

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