miércoles, 28 de abril de 2021

LAS REGLAS DEL JUEGO

He estado viendo hoy un coloquio sobre la calidad democrática de España, organizado por la Fundación March. En realidad, ver, lo que se dice ver, no he visto nada; porque lo he escuchado mientras hacía labores de la casa, sobre todo fregar los platos, poner orden y limpiar los suelos.

El coloquio no me ha aportado nada. Una larga lista de lugares comunes.

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Pero, dándole vueltas al tema, me confirmo en que la democracia lo único para lo que sirve (y no es poco) es para que haya alternancia en el Poder. Allí acaba todo.

No digo que la democracia sirve para que los peores no lleguen al Poder; a veces, el Pueblo se empeña; a menudo, se empeña.

Tampoco digo que la democracia sirve para que se gobierne para el Pueblo y por el Pueblo. Ni para ni por. La democracia es un rito: papeletas y urna.

Seamos realistas, lo único para lo que sirve la democracia es para lograr una alternancia en el Poder. Otros méritos de la democracia, en realidad, lo son no del Pueblo ni del “rito urnístico”, sino de un periódico heroico o de un cuerpo de jueces honestos. Cierto que sin esa alternancia, no sería posible ni lo uno ni lo otro. En ese sentido, una judicatura independiente o un periodismo libre son frutos de la democracia. Son fruto de un buen texto constitucional. Pero no son fruto del Pueblo que, muchas veces, se pone del lado del malo de la película.

Es verdad, he hablado antes un poco en hipérbole, que hay unos frutos de la democracia. Pero esos frutos, en realidad, lo son de la alternancia del Poder. Siento acabar un poco con la magia y la retórica de la libertad del Pueblo y todo eso.

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Una cosa añadiría más. Se supone que, en un sistema bipartidista, el odio que generan las contiendas electorales y postelectorales alcanzará un techo. Pero veo que no: los partidos siempre pueden crispar más a una sociedad. La crispación social puede ser el estado permanente de una determinada democracia.

Se precisa de algún mecanismo que pueda reconducir las cosas porque el Pueblo lejos de imponer el término medio, lo normal es que sigan como ovejas a los pastores de la confrontación.

El sistema actual de la mayoría de las democracias conduce a un proceso de degradación en el que encontrar consensos cada vez se hace más difícil.

Creo que los teóricos (provenientes del Derecho Constitucional y de la sociología) deben esforzarse más en el estudio de la degradación de la democracia y en la búsqueda de soluciones. Se ha pensado siempre que la degradación venía siempre de la dictadura en la que podía caer una democracia. Pero la degradación también puede venir de una crispación sin fin cada vez más amarga que impide llegar a acuerdos incluso en las materias más razonables.

La idea de un consejo de “censores” formado por expresidentes funcionaría muy bien en Estados Unidos, pero muy mal en Italia o España. Se necesita algún tipo de institución que tienda puentes, que reúna a los contrincantes sin ninguna cámara de televisión, para buscar acuerdos que el Pueblo necesite.

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Ya fue un gran avance lo de que los ciudadanos pusieran una papeleta en una urna. Pero se requiere algo más, alguna institución adicional que modere, que enfríe, que civilice un poco la contienda política. En teoría, esto debería haber sido el senado en la mente de los Padres Fundadores de Estados Unidos; en la práctica fue un Congreso bis. En la práctica (que no en la teoría) esto fue la Cámara de los Lores en el Reino Unido. Aunque, en ese imperio, reconozco que esa función unificadora, conciliadora, la ejerció el trono hasta algo entrado el siglo XX.

En fin, son pensamientos que os los participo. Pensamientos tras haber fregado los platos de mi casa. También la democracia tiene platos que limpiar.

P. FORTEA

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