Ganar más, sin importar las personas ni el medio ambiente.
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de
Irapuato | Fuente: Catholic.net
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En su discurso inaugural, el nuevo Presidente de
México arremetió insistentemente contra el neoliberalismo, culpándolo de todos
los males del país. En gran parte tiene razón, pero hay que matizar muchas
cosas. No somos una nación en quiebra, a pesar de la enorme deuda externa, del
fracaso de la política petrolera, de la pobreza extrema en algunos sectores, de
la vergonzosa corrupción, la violencia, la inseguridad y la impunidad. Eso es
totalmente cierto, pero no todo es por el sistema económico vigente. En muchos
aspectos, el país ha avanzado; no se vive ahora como hace unos años. Es demagógico
decir lo contrario. Estuve en Chiapas 27 años, y sostengo que ya no es la misma
pobreza que hace pocos años, sino que ha habido mejorías, aunque no se niega su
rezago en comparación con otras regiones del país.
Por neoliberalismo se
entiende el sistema económico en que el dinero manda, lo que prevalece es ganar
más y más, sin importar las personas ni el medio ambiente. Los que rigen son el libre mercado, lo que más
se vende, las empresas transnacionales, donde los gobiernos poco pueden
intervenir. Es un sistema esencialmente injusto e inhumano; sin embargo, muchos
países le han puesto contrapesos para una política social en favor de las
mayorías, límites a su voracidad financiera, regulaciones a sus desmedidos
ingresos. De esta forma, han evitado algunos de sus excesos y han logrado un
bienestar generalizado. Es el caso de países europeos, de Canadá y del mismo
Estados Unidos. China y Rusia, incluso Cuba, que en un tiempo intentaron otro
sistema, un socialismo totalitario, han asumido varios factores del
neoliberalismo, y están progresando. En Chiapas, en 1994, se levantó una
opción, al principio armada, después sólo política, para rebelarse contra este
sistema, e intentar demostrar que se puede vivir de otra forma. Han logrado
éxitos sociales y políticos en sus autonomías, pero varias de sus regiones
denotan un empobrecimiento que no es el común.
No es posible salirse de este sistema por
decreto presidencial, pues la economía depende de muchos factores
internacionales, pero sí es posible acotarlo, ponerle límites, obligarlo a una
dimensión social en beneficio de las mayorías. Lo ideal es
cambiar el sistema, pero lo real es que estamos dentro del mismo. Hay que encontrar mecanismos
políticos y económicos, para que no dañe más al pueblo inerme y al cosmos.
PENSAR
Los obispos mexicanos, en nuestro Proyecto
Global de Pastoral 2031+2033, afirmamos: “La economía crece
continuamente y muchas familias y comunidades en el mundo, han disfrutado y
experimentado la llegada de importantes beneficios para ellas. Sabemos, por
otro lado, que siendo la economía, uno de los pilares más visibles de este
proceso globalizador, es también la que más hondos sufrimientos ha traído a
muchas personas.
Las cifras que arrojan cada día los mercados
no son sólo números o gráficas; son muchas historias humanas de dolor y
desesperación que se viven a diario en el mundo por falta de salud, educación,
viviendas dignas y los más elementales derechos para una vida decorosa. Este
modelo neoliberal es un capataz cruel, generador de inequidades e injusticias
que marcan tristemente la vida de muchos países pobres, provocando una
concentración de poder y riqueza en pocas manos y manteniendo en la pobreza a
un gran número de personas. La crisis financiera que atravesamos nos hace
olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica… Hemos creado
nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro” (No. 31).
“En este esfuerzo de consolidación por tener una patria
generosa y justa para todos sus habitantes, vemos que nos falta un largo camino
aún por recorrer. Advertimos cómo el fruto de toda esta riqueza se ha
concentrado en pocas manos, dejando en desamparo a una gran multitud de
hermanos nuestros que, teniendo derecho a ella, se encuentran a la espera de lo
necesario para vivir dignamente. Reprobamos este sistema neoliberal agotado,
que privilegia lo económico sobre el valor de la persona y que ha lanzado a la
calle a tantos hermanos. Hacemos nuestra la voz del Papa Francisco: queremos un
cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se
aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo
aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos. Y tampoco lo aguanta la
Tierra, la hermana Madre Tierra como decía San Francisco” (No. 47).
“Nuestro país ha ido
experimentando un crecimiento y un estado de bienestar en campos como la salud,
el trabajo, la educación, la infraestructura de bienes y servicios, y un
importante número de personas disfrutan ya de ellos. Consideramos por otro
lado, que hay un empobrecimiento de un importante número de familias y que a
través de muchos años no hemos podido avanzar lo suficiente en el combate de
este azote que consume la vida de innumerables personas, que pasan hambre,
frío, enfermedades y que no encuentran la oportunidad para salir de un estado
de pobreza que se hereda por generaciones. Nuestro país está catalogado como
uno de los campeones de la desigualdad social a nivel mundial. Aquí residen
personas de las más ricas y poderosas del mundo y, junto a ellos, un gran
número de personas en la indigencia. Esta situación nos duele y nos escandaliza,
ya que somos hermanos que vivimos en un país con tantos recursos” (No.
48).
ACTUAR
Que no sea el dinero el que
mande en nuestra vida personal, familiar, social, política, económica y eclesial, sino las personas, los derechos humanos, el
justo salario, el trabajo digno, la solidaridad, el respeto a la ecología, el
merecido descanso y, ante todo, Dios.
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