No es gravosa la corrección que se hace desde el amor.
Por: P.Fernando Pascual, L.C. | Fuente:
Catholic.net
Hay ofensas que surgen entre sonrisas, o
acompañadas con miradas de rabia, o desde un tono misterioso de ironía, o por
sorpresa de quien menos lo esperábamos.
La reacción ante las mismas varía mucho. A veces
duelen porque llegan en un mal momento. Otras veces por venir de quien
pensábamos era un amigo. Otras, porque tocan un punto delicado de nuestro
pasado.
Por ejemplo, para quien lucha contra su
dependencia de la cerveza, recibir de un familiar una ironía amarga sobre el
tema puede causar un dolor profundo, sobre todo cuando sufre tremendamente a
causa de su situación.
Otras veces, las ofensas no hacen tanta mella.
Como explicaba san Doroteo de Gaza, una palabra agresiva de alguien que no
resulta importante para uno suele no causar graves daños.
Lo importante, cuando llega una ofensa,
revestida de broma, de insulto, de antipatía o de golpe bajo, es reconocer que
uno no es menos porque le insulten, como tampoco es más porque le alaben, como
recordaba Tomás de Kempis.
Somos lo que somos ante Dios, añadía ese
escritor. Y ante Dios tenemos, ciertamente, muchas cosas que mejorar. Pero si
nos las pide y nos las recuerda es porque nos ama.
Por eso, cuando nos dejamos corregir por Dios,
que indica cuáles son nuestras faltas, sentimos una inmensa alegría: vale la pena que Él mismo señale nuestros defectos y nos lleve a la
conversión.
Como enseña la Carta a los Hebreos: "Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a
todos los hijos que acoge. Sufrís para corrección vuestra. Como a hijos os
trata Dios, y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige?" (Hb 12,6
7)
No ofende quien llama la
atención con cariño. No será gravosa la corrección que nace desde el amor. No
hay lágrimas amargas cuando alguien nos ayuda a mejorar nuestras vidas con la
ternura de un afecto sincero.
Las otras ofensas, las que
llegan de corazones que parecen disfrutar con nuestro dolor, las dejaremos a un
lado. Hay
miles de cosas importantes en las que invertir nuestro corazón y nuestro
tiempo.
Bastará con algo de
paciencia, un perdón sincero, y la confianza en Dios, para que pronto superemos
el daño que ciertas ofensas puedan habernos hecho. Y lo ocurrido puede ser un motivo para cuidar
mejor nuestras palabras sobre otros para no ofenderles y para animarlos en el
camino hacia el amor.
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