Ayer me llamó un amigo
sacerdote. Estuvimos hablando un rato. Me comentó un sitio donde aparecían
noticias de un compañero sacerdote secularizado tras un proceso en Roma. Del
proceso, no puedo hablar, pues nada sé seguro, solo los rumores.
Este
sacerdote, al que estimo (y lo estimo de verdad, no son palabras) pienso que
los episodios por los que pasó en los últimos años (con culpa o sin ella, que
no lo sé) le
han afectado, no ha podido soportar la presión. Y una de las cosas equivocadas que hizo, en esa
situación de quebrantamiento interno, fue grabar la conversación que tuvo con
el cardenal Omella, arzobispo de Barcelona, que fue el que le comunicó la
sentencia de Roma de forzosa expulsión del ministerio.
Grabar
una conversación como esa fue un grave pecado. Ahora bien, quedé admirado,
más bien conmovido, de la actitud del cardenal Omella. Es imposible encontrar
una actitud más paternal. Era la voz del Buen Pastor. Era la voz del apóstol
Pedro, la voz del apóstol Juan, hablando a un sacerdote superado
psicológicamente por la presión de los acontecimientos a los que tuvo que hacer
frente.
El
sacerdote, fruto de esa situación de presión psicológica, fue duro con el
cardenal, le echó en carea tantas cosas; todas esas recriminaciones eran
injustas. Y el cardenal solo tuvo palabras de amor, de comprensión, de cariño.
No os voy
a dar el link porque se inscribe en una página que solo hace que echar una
tonelada de basura sobre pastores y más pastores. Por eso el autor
de ese link (que no es el sacerdote del que hablo) puso la grabación de forma
pública. Gran pecado hacer tal cosa.
Ahora
bien, el cardenal se ha convertido en uno de mis héroes particulares. Ya había
tenido otras actuaciones que me habían parecido óptimas. Pero esta última tiene
tal profundidad, tantos matices de compasión, que me quito el sombrero ante el
cardenal Omella. Pocas cosas son tan tristes para un obispo como tener que
comunicar algo así a un presbítero. Pero la voz del purpurado fue la de un
padre que se preocupa del bien concreto de un hijo suyo, de su futuro, de que
tenga esperanza el expulsado. No fue un sermón. Fueron palabras amorosas que iban a lo concreto.
Y el amor concreto vale por un sermón.
Os
aseguro que la voz de este arzobispo me ha dado un sermón que difícilmente
olvidaré. Un sermón que vale por mil sermones.
P. FORTEA
No hay comentarios:
Publicar un comentario