Cuando me dejo traspasar por tu mirada y te permito entrar en mi alma, todo adquiere un color diferente.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
La mirada de Dios me penetra y me envuelve, me
rodea y me busca, me invita y me respeta.
Dios no es indiferente ante mi pecado: toma en serio lo que hago y lo que dejo
de hacer. No olvida que soy de barro y que necesito ayuda. No ignora lo bueno
que Él mismo sembró en mi alma. No deja sin recompensa ese vaso de agua que
ofrezco a quien me lo pide.
Así es tu mirada. No sé por qué la rehúyo, como si tuviera miedo de mis faltas,
cuando lo que deseas es curar mis heridas. No sé por qué prefiero otros ojos,
que un día me miran con aprecio y otro con indiferencia. No sé por qué escucho
músicas o veo imágenes cuando podría dejarme envolver por el calor de tus
pupilas de Padre bueno.
Pero cuando me dejo traspasar por tu mirada y te permito entrar en mi alma,
todo adquiere un color diferente. Porque el mundo tiene sentido si surge desde
tu Bondad y si se dirige hacia ti. Porque la vida es maravillosa cuando se
explica desde esa palabra grande y sencilla: Amor.
Ante tu mirada todo cambia. Mi pecado se derrite si me acerco a la gran fiesta
de la misericordia que se celebra en cada confesión. Mi corazón recobra fuerzas
cuando me alimento del Pan de la vida. Mi cuerpo adquiere una luminosidad
diferente, si ha quedado purificado desde el agua y la sangre que brotan del
Calvario.
También cambia el rostro de quienes me rodean, pues descubro que son hijos
tuyos, hermanos necesitados, como yo, de cariño, de perdón y de esperanza.
Este día y toda mi existencia puede ser diferentes si me pongo ahora,
simplemente, lleno de confianza, ante tu mirada.
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