martes, 10 de julio de 2018

RECRISTIANIZACIÓN Y EDUCACIÓN CRISTIANA


La función de la educación no es sólo instruir o transmitir unos conocimientos, o preparar para el trabajo, sino la formación completa de la persona, siendo preciso para educar saber quién es la persona humana y conocer su naturaleza.
Desde hace algún tiempo en mi oración de los fieles, procuro rezar por la siguiente intención: «por la recristianización de España y su unidad».
Es indiscutible que desde hace unos años a esta parte, estamos asistiendo a una descristianización profunda de los países llamados cristianos. Ahora bien: ¿qué podemos hacer para frenar y dar la vuelta a esta tendencia?
Por supuesto creo en el valor de la oración y por tanto lo primero que hemos de hacer es rezar. Pero pienso también que toda recristianización pasa por la vuelta a las familias cristianas y la educación en la fe de los hijos. La familia ha sido creada por Dios y es el lugar ideal para la transmisión de los valores y de la fe cristiana.
Para tener una familia cristiana es fundamental que marido y mujer recen juntos y sepan perdonarse sus mutuas faltas. Como me decía una esposa: «En todos los matrimonios hay broncas. A veces yo le pido perdón a mi marido; a veces él me pide perdón, ¿pero qué hacer esos días que ni yo ni él queremos pedirnos perdón? Al principio ello significaba varios días sin hablarnos, hasta que un buen amigo nos dio un gran consejo: ‘esos días debéis deciros: estamos reñidos, pero nos queremos’», que es lo que nos dice San Pablo cuando en Ef 4,26-27 nos recomienda: «que el sol no se ponga sobre vuestra ira. No deis ocasión al diablo». El perdonar nos mejora y engrandece como personas y por ello lo pedimos en el Padre Nuestro.
Sobre la oración es muy importante que los hijos vean rezar e ir a Misa a sus padres, y ellos si es posible les acompañen, de otro modo pueden pensar que la oración es cosa de niños y no de adultos, con lo que es fácil que quieran sentirse mayores y la dejen. Además no olvidemos el conocido, pero verdadero eslogan: «familia que reza unida, permanece unida». La oración, además nos hace tener ideas claras sobre los grandes interrogantes del hombre: ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Y ¿cuál es el sentido de la vida? Y es que, aunque todas las personas son respetables, por el hecho de ser personas, no todas las opiniones lo son, pues algunas son auténticas aberraciones.
Sobre en qué consiste la educación la Carta a las Familias «Gratissimam sane» de Juan Pablo II nos dice: «Para responder a esta pregunta hay que recordar dos verdades fundamentales. La primera es que el hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor. La segunda es que cada hombre se realiza mediante la entrega sincera de sí mismo» (nº 16). La educación por tanto está al servicio de la verdad, enseñando ante todo qué es lo que está bien y qué es lo que está mal y tiene como objetivo un proceso de maduración o de crecimiento y construcción de la personalidad, y como lo que da sentido a la vida es el amor, educar es transmitir lo mejor que uno ha adquirido a lo largo de la vida, lo que supone fundamentalmente enseñar a amar.
Educar es, ya desde la infancia, sembrar ideales, formar criterios y fortalecer la voluntad, pues todo aprender supone un esfuerzo. La función de la educación no es sólo instruir o transmitir unos conocimientos, o preparar para el trabajo, sino la formación completa de la persona, siendo preciso para educar saber quién es la persona humana y conocer su naturaleza. El educador debe amar, pero por ello mismo debe exigir y corregir, para así formar el carácter capacitando para el sacrificio, así como enseñar los valores y comportamientos, es decir los principios y actitudes, inculcando el sentido del deber, del honor, del respeto, convenciendo y persuadiendo gracias a un diálogo abierto y permanente, mejor que imponiendo. La educación consiste en que el hombre llegue a ser cada vez más hombre, que pueda ser más y no sólo que pueda tener más, pero sobre todo la educación cristiana nos acerca a Dios.
De todos modos, nuestros jóvenes, especialmente cuando llegan a la Universidad, no lo tienen fácil. El ambiente lo tienen en contra y son una minoría, aunque en fechas como las Jornadas Mundiales de la Juventud descubren que tampoco son unos bichos raros. Pero tienen una gran ventaja sobre sus compañeros: el tener ideas claras sobre el sentido de la vida y saber para qué están en este mundo.
Pedro Trevijano, sacerdote

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