jueves, 28 de septiembre de 2023

«MIRANDO AL CIELO»: TU HIJO DE 13 AÑOS TOMA UN CABALLO Y TE DICE QUE SE VA A LA GUERRA POR CRISTO

 RESEÑA DE LA PELÍCULA MEXICANA SOBRE SAN JOSÉ SÁNCHEZ DEL RÍO, QUE SE ESTRENA EN ESPAÑA

San José Sánchez del Río, mártir con 14 años... Mirando al Cielo es, sobre todo, una película espiritual

Se estrena este 29 de septiembre en cines de toda España la película mexicana Mirando al Cielo, la historia de San José Sánchez del Río, un muchacho que murió mártir con 14 años en México en 1928. Se sumó al ejército cristero, pero no como soldado, sino como abanderado y clarín. No llevaba armas, sólo el rosario, y dirigía su rezo por las noches en el campamento.

Su historia ya apareció, en parte, en la película de Dean Wright de 2012 Cristiada, pero aquella película buscaba centrarse más en aspectos épicos, de combate y contexto social, mientras que esta obra, mucho más íntima (y presupuesto pequeño), se centra en el muchacho santo, su fe, su vida cotidiana y su martirio, y también su contexto familiar.

Como en tantas historias de mártires, también como en la historia de Jesús, las intuiciones divinas y las crueldades y a veces la mediocridad humana se entrecruzan.

EL CONTEXTO: REPRESIÓN Y PERSECUCIÓN

Con la guerra de Ucrania en nuestras puertas y noticiarios, vuelven los dilemas sobre la guerra justa, sus límites y el papel del soldado católico. Pero la Guerra Cristera no fue la invasión de una potencia extranjera, sino el alzamiento armado, sobre todo de campesinos pobres, frente a la insistente opresión anticatólica de un gobierno obsesionado.

Es un episodio que no se explica en las escuelas mexicanas, y mucho menos en las españolas, por lo que vale la pena conocer el contexto. Que el régimen buscaba sistemáticamente borrar a la Iglesia del país es cosa clara: hacia 1920, había unos 5.000 sacerdotes en México. Pero en 1936, tras años de acoso, los 3 años de guerra cristera (1926-1929) y siete años de represión tras la guerra, cuando el presidente Cárdenas ganó el cargo y detuvo las persecuciones, quedaban apenas 300 sacerdotes con autorización para ejercer, según detalla el historiador Jean Meyer.

La Constitución mexicana de 1917 ya era muy anticatólica y hostil al clero y la Iglesia. En 1925 el gobierno incluso impulsó -con poco éxito- una títere "iglesia católica mexicana" separada del Vaticano. La Ley Calles de 1926 lo empeoró: obligaba a todos los sacerdotes a inscribirse en ciertos registros, con unos juramentos inaceptables para un católico. Misioneros y órdenes extranjeras ya llevaban tiempo expulsados. Los católicos intentaron responder con manifestaciones, recogida de firmas y huelgas, recibidas con desdén y más represión. En 1926 muchos campesinos pobres se lanzaron a la lucha armada, invocando a Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe.

LA PELÍCULA NOS LLEVA ALLÍ, NOS LO HACE CERCANO

"Mi sueño era ganar el Cielo", nos dice la voz en off del joven santo. Las primeras imágenes nos muestran nubes, un puente, un tren... ¿Puede el hombre, con sus máquinas y puentes, llevarnos al Cielo? Las imágenes son hermosas, pero pronto, junto al tren y sus humos, en la estación, se comete un crimen. La modernidad va acompañada de la violencia.

Un sacerdote acude a ofrecer la extrema unción. "Yo no tengo perdón", dice, entre iracundo y desesperado Rafael Picazo. Es el Judas del niño mártir, el que le entrega, el que maniobra contra él, su pariente. Pero mientras Judas se lanzó a la desesperación del suicidio, aquí hay espacio para la reconciliación con Dios.

Viajamos en el tiempo y conocemos al muchacho José, que juega con sus amigos, que mira con tierna curiosidad a una niña, que trata de agradar a su duro padrino. En la crisis, sus hermanos mayores piden la bendición de sus padres para ir con los cristeros.

La madre pone a San José Sánchez del Río una medalla de la Virgen de Guadalupe antes de que vaya a la guerra.

Todo un tercio de la película nos plantea algo cercano a quien siga la guerra de Ucrania: la guerra ha venido aquí cerca, ¿cómo reaccionar? Se habla en las casas, a la hora de la cena. Se plantean formas no violentas de luchar, como unirse a Acción Católica. Muchos jóvenes entienden que servir a Cristo implica servir con armas. Empatizamos con los padres de clase media-alta que ven marchar a sus hijos tras conmovedoras escenas de bendición. Los niños van vestidos casi como en nuestros días: se nos hacen contemporáneos.

EL HORROR LLAMA A NUESTRAS FRONTERAS

¿Se puede mantener alejado el horror? José y sus amigos ven a hombres del padrino ahorcar a un campesino. Con su barba y su pobreza, con la mujer que llora cerca, con su cuerpo colgando en la madera, el campesino es icónicamente otro Cristo, el inocente asesinado entre burlas por el poder que abusa. Históricamente, José y sus amigos no asistieron a tal escena, aunque se sabe que había violencia de ese tipo en la zona. 

No se puede mantener muy alejado al horror. El fotógrafo del pueblo (que existió de verdad y fotografió horrores) muestra a los niños fotos de campesinos ejecutados y torturados (reales, históricas, bien conocidas). Son más duras que lo que los telediarios muestran hoy sobre Ucrania. 

UN MUNDO HERMOSO, Y HOMBRES QUE SE MATAN

"No puedo ser soldado, pero sí cristero", dice José, a sus padres, y al general Guízar Morfín. Consigue el permiso paterno, toma un caballo con un amigo, y se van al monte. Durante un rato, nos seduce la belleza de la creación: el sol, los campos, el agua, las flores, la luna... Dios es bueno, ha hecho un mundo hermoso, dos muchachos de catorce años pueden recorrerlo con sus caballos y su amistad. ¿Por qué han de matarse los hombres?

Aunque hay escenas de disparos y muertes, no veremos la guerra en sí, movimientos de tropas ni audaces hazañas. La guerra es horrenda, nos repiten. Llegan muertos y heridos, y el muchacho los cuida, como Cristo consoló a los enfermos.

Cuando llega el momento, José se entrega por salvar a otro. Se conocen sus palabras reales al general Guízar Morfín: "Mi general, aquí está mi caballo. Sálvese usted aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí". Como Cristo, se entrega por otros. "No hay mayor amor que dar la vida por los amigos", recuerdan.

La película quiere retar al espectador cristiano (y no solo a él) y lo hace con una reunión de los que han quedado atrás, los que no luchan. "¿De qué manera defiende usted el Reino de Dios?", plantean los jóvenes luchadores a los mayores que no actúan, cristianos reunidos, que parece que solo rezan. "¿Todo lo que hacen son simples palabras?" Hoy resuena con especial fuerza.

LA PASIÓN DE JOSÉ SÁNCHEZ

Detenido José, será, como tantos mártires, otro Cristo en otra Pasión, aunque los paralelismos son muchos y a veces asombrosos. Hay elementos que lo refuerzan, porque tenemos las cartas reales que José escribió a su madre y tías desde la cárcel.

Igual que la madre e hija de Santo Tomás Moro le visitaron en prisión para disuadirle del martirio en el s.XVI, también José recibe en prisión a sus tías, pero ellas no le quieren disuadir: le llevan la Comunión escondida. Están preparadas para ello, porque desde hace tiempo hay persecución y faltan curas y los laicos esconden y distribuyen el sacramento. Es una escena que puede hacerse icónica y será inspiradora para los ministros extraordinarios de la Eucaristía hoy, que muchas veces son mujeres.

Es poderoso el simbolismo del gallo. Es un hecho que José vio a los gallos de pelea de su padrino revoloteando en la iglesia desacralizada y los mató. Es un gesto que busca resacralizar el lugar de Dios. El gallo que canta para Pedro es signo de traición consumada. Para el padrino, es su orgullo, es su campeón agresivo de batalla. Como Judith corta la cabeza del frívolo y bravucón Holofornes, el niño santo, que no odia a nadie y perdona a todos, no puede permitir ese signo de desprecio a Dios.

l joven actor Julián Fidalgo interpreta correctamente a San José Sánchez del Río; en esta escena escribe a su familia; tenemos las cartas que desde prisión dirigió a su madre y tías.

LOS PARALELISMOS CON CRISTO

José sufrirá burlas de sus verdugos, como Cristo, más crueles al ser él un niño. Tendrá miedo en cierto momento y pedirá fuerzas a Dios, como Cristo en Getsemaní. Sufrirá tortura sobre madera, como Cristo en la cruz. La tortura la noche antes de la ejecución, su paso ensangrentado (muy documentado) será peor que la ejecución en sí, aunque como Cristo recibirá una hoja de hierro en el costado.

Piadosas mujeres lo verán desde las ventanas en su viacrucis. Aunque su familia no estaba en la ciudad, los cineastas le aportarán una verónica, una Madre casi al pie de su cruz. "Nos vemos en el cielo", dice el santo.

¿Y los verdugos? Les vemos anestesiar su crueldad, sus conciencias, con música y alcohol. Su padrino tiene sobre la mesa monedas que le han traído para pagar por liberar al niño, monedas que caen y resuenan como las de Judas.

Como en la Pasión de Cristo, podemos preguntarnos cuánta maldad es del sistema, y cuánta de las pasiones personales de cada uno, de su rabia, ira y crueldad. El padrino de José es un hombre iracundo, y también, como Pilatos, un político que quiere proteger su cargo, incluso dejando que maten a un inocente. Y la maquinaria de muerte ya estaba en marcha: se necesita coraje para frenarla.

La asombrosa realidad es que todos los verdugos de San José Sánchez del Río se arrepintieron o confesaron con el paso de los años. Nunca olvidaron a ese niño especial. La película se centra en la muerte y confesión de su padrino y acaba con un mensaje de perdón.

PARA JÓVENES A PARTIR DE 12 AÑOS

No se trata de una película de aventuras ni de guerra, aunque reflexiona sobre la guerra. Es una película espiritual. Jóvenes a partir de 12 años pueden identificarse con el protagonista y conectar con el filme, e inspirarse en su firmeza, mientras los padres sufrimos como sus padres.

No parece recomendable para menores de 12 años, en parte porque es una película larga (dos horas) centrada en un drama de tipo social e interior. En catequesis o clase de Religión puede ser una gran herramienta, quizá partiéndola en dos sesiones.

El drama implica implicarse con José y su familia, tan parecida a tantas de nuestras familias, de repente golpeada por una guerra que, pese a todo, podían haber esquivado. Un adolescente puede valorar también la radicalidad del muchacho en su entrega, y la Iglesia le dará la razón: los mártires vencen al mundo con su ejemplo.

La gran pregunta es, una vez más, cuánto nos implicaremos nosotros, en nuestra generación, en las luchas de nuestro tiempo. No todos están llamados a las armas, el mismo José no era combatiente. Pero sigue resonando la pregunta: "¿Qué haces por el Reino de Cristo?"

Pablo J. Ginés

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