domingo, 25 de junio de 2023

PASÉ DE NUEVO Y YA NO ESTABA

 


Para Putin el problema de Prigozhin era su carácter imprevisible. La acumulación de odio en el jefe de mercenarios le convertía en un pequeño huracán de trayectoria imposible de encauzar si se salía del territorio que se le había concedido para destruir.

¿Odio a qué? A todo. El jefe del grupo Wagner es un ser humano rebosante de odio, carcomido por el odio, lleno de fuego. Abominaba a los ucranianos, a los generales rusos, a Putin.

Su soberbia le impedía tomar decisiones prudentes. Un buen día toma la decisión de tomar Moscú. Tardó un día en darse cuenta de que esa decisión tomada en un arranque de furia no tenía ninguna posibilidad. La única pequeña posibilidad de éxito –que es la que debió contemplar– hubiera sido que los generales del Estado Mayor aprovecharan este pequeño incendio para dar un golpe de Estado. Pero cuando esto no se produjo, se encontró con la única tesitura posible: o retirarse o ser completamente aniquilados.

Tras la borrachera de ira, entendió que (sin un golpe de Estado en Moscú) se encaminaba a la muerte. Putin le ofreció el destierro.

Putin ha dejado bien claro que la traición se paga con la muerte, aunque estés en otro país. Pero tiene que esperar: le ha ofrecido un pacto, no puede vengarse un mes después. No puede incumplir su palabra de forma tan patente, ya nadie de sus oligarcas se fiaría de sus pactos. Pero bastó ver el rostro de Putin para darse cuenta de hasta dónde llega su odio por este esbirro.

Cuando yo escribí La decadencia de las columnas jónicas, quise basar la convivencia de un Estado en la ley, en la racionalidad; una racionalidad al servicio de la libertad, de los derechos individuales.

 Qué diferente de la Rusia putiniana, basadas las relaciones de la cúpula dirigente en el odio, en el miedo, en el enriquecimiento de unos pocos, en la prohibición de la libre expresión. Como leí una vez: En una dictadura, hasta el número dos es un esclavo.

Ahora Prigozhin debe estar camino de Bielorrusia. Un esbirro (el jefe de Wagner) que pone su vida en manos de otro esbirro (Lukashenko). Su vida se mantendrá no por leyes o una constitución, sino solo y exclusivamente por la voluntad de un rey-vasallo de Moscú.

Estas sociedades no tienen nada que ver con el Estado que debemos tratar de forjar los cristianos.

¿Cuántos hijos de Dios tienen que perder sus manos, sus piernas, sus ojos antes de que se cumpla lo que dice el salmo?:

He visto al impío muy arrogante elevarse como un cedro del Líbano.

Pasé de nuevo y ya no estaba.

Lo busqué y no se le encontró (Salmo 37, 35-36).

P. FORTEA

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