lunes, 20 de noviembre de 2023

EL VALOR DE LA MIRADA HUMANA

Estamos tan acostumbrados a la maravilla de los ojos que a veces podemos olvidar el valor tan grande que tiene la mirada de una persona.

Por: Laureano López, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores

El fascinante e inefable misterio de los ojos del hombre ha sido fuente inagotable de inspiración de muchos artistas. Los científicos continúan descubriendo mundos desconocidos al estudiarlos. Sin embargo, alguno se preguntará por qué debemos maravillarnos de la mirada de las personas. ¿Acaso no tienen ojos también los gatos, los perros, los peces? Ellos también nos miran. Estamos tan acostumbrados a relacionarnos con el mundo por medio de la vista que a veces podemos olvidar el valor tan grande que tiene la mirada de una persona.

LA MIRADA DEL HOMBRE ES CAPAZ DE CONTEMPLAR

En la mirada de los hombres encontramos algo que va más allá de recibir ondas de luz, ordenarlas y formar imágenes. En ella descubrimos una huella de que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Podemos recordar aquellas palabras cuando Dios creó el mundo: “Vio lo que había hecho y era todo bueno”. La capacidad de contemplar es un don que Dios ha dado únicamente al hombre en esta tierra. Un animal nos puede ver pero nunca podrá entender nuestra mirada. Este regalo nos asemeja, aunque de manera lejana, a nuestro Creador.

Sólo el hombre puede mirar y descubrir la belleza en el mundo que nos rodea. Cuando mira con atención un paisaje, un árbol, una flor encuentra un camino para levantar su alma como expresión máxima de esa experiencia, comunicar a la sociedad las vivencias de esta contemplación a través del arte en todos sus diversos estilos.

LA MIRADA DEL HOMBRE ES CAPAZ DE AMAR

Basta una mirada del ser humano para entender que detrás de aquellos ojos se esconde algo interior. Esa ventana que nos permite ver el alma es un medio maravilloso que tenemos para conocer el fondo de la persona. Esto lo hemos experimentado desde pequeños. El juego de miradas que van de una madre a su hijo recién nacido no son superficiales. Son necesarias para la intercomunicación cuando todavía no se pueden usar palabras. Una sola de ellas expresa sentimientos, demuestra el amor que existe entre ellos.

Cuántos jóvenes enamorados pueden pasar horas en miradas, suspiros... “Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el refrán popular. Qué hermoso es el lenguaje de la mirada cuando ésta es cristalina, transparente, diáfana. Busca siempre relacionarse con la persona amada, transmitir en profundidad sus sentimientos, sacar del corazón los más inefables afectos.

Podemos aprender de la fuerza de la mirada amorosa de Cristo que, en muchos casos, fue lo único que movió los corazones de las personas. Había tal fuego de amor y tal profundidad en su mirada que uno no podía resistir aquel torrente de caridad.

LA MIRADA DEL HOMBRE ES CAPAZ DE PERDONAR

Cuando ofendemos a alguien nos cuesta mirarle directamente a los ojos. Ya esto mismo experimentaron nuestros primeros padres, cuando sabiendo que habían desobedecido a Dios, se escondieron de su presencia. Tuvieron miedo, su mirada les delataba, les traicionaba. Y fue la mirada de Dios la que les devolvió la esperanza de vivir, el perdón, la reconciliación.

Cuántos padres, sabiendo que sus hijos les han fallado, son capaces de leer en sus miradas si están arrepentidos. Es suficiente para ellos una mirada de arrepentimiento para perdonarles al instante.

El mundo necesita, con nuestro testimonio, recobrar el valor de la mirada de las personas. Poder descubrir en ella el dolor y el gozo, el sufrimiento y la alegría, la búsqueda del sentido de la vida y la esperanza que anhelan los hombres. Ayudar al hombre a vivir en la tierra, con los ojos puestos en el cielo.

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