Para quienes tienen el precioso encargo de educar.
Por: Estanislao Martín Rincón | Fuente:
Catholic.net
La alegría humana es una, pero, con vistas a la educación, su
tratamiento admite, al menos, tres enfoques importantes. De ella se puede
hablar como sentimiento, como actitud y como virtud. El presente artículo está
dedicado a la alegría-sentimiento.
LA
ALEGRÍA-SENTIMIENTO.
Es la forma más sencilla y más habitual de entender la alegría. La
alegría-sentimiento es la respuesta afectiva de la persona ante un bien que se
le hace presente. Se trata de una alegría consciente, de quien conoce la causa
de su alegría. En este caso uno se sabe alegre por algo: una buena noticia, el logro de una aspiración
largamente trabajada, el encuentro con una persona querida, etc. Este enfoque
nos lleva a entender la alegría, no como algo consistente por sí mismo, sino
como fruto de otra situación bondadosa que se vive en todo caso en presente.
Porque no tiene consistencia en sí misma, sino que depende de algo que es
bueno, la alegría no se puede buscar por sí misma sino a través de
intermediarios. En este sentido no es educable directamente; de lo que se trata
es de educar en hacer las cosas bien, porque al practicar el bien la alegría
surge como consecuencia necesaria. Educar en el bien es lo que conocemos como
educación moral, cuya regla de oro -válida para toda persona,
independientemente de su fe- es practicar el bien y evitar el mal. Puede que
por lo extenso de esta cuestión haya que dedicar algún artículo a las fuentes
de la alegría, ya se verá, pero digamos por ahora que como fuentes principales
de esta alegría están el trabajo bien hecho y la convivencia cordial. El
trabajo es fuente de alegría solamente si se vive como un bien; si no es así,
decir que el trabajo es fuente de alegría puede sonar a burla, pues todo
trabajo tiene una carga considerable de aspereza. Educar en la alegría es, por
tanto, educar en hacer bien lo que haya que hacer. La Obra Bien Hecha (así, con
mayúsculas) ha sido señalada, primero por Eugenio d'Ors y después por Víctor
García Hoz, como la finalidad práctica de la educación. D'Ors, en una
conferencia titulada “Aprendizaje y heroísmo” dada
en 1915 en la Residencia de Estudiantes de Madrid, concluía su intervención con
estas palabras -cálidas y hondas- dirigidas a los residentes: “Todo pasa. Pasan pompas y vanidades. Pasa la nombradía
como la oscuridad. Nada quedará a fin de cuentas, de lo que hoy es la
dulzura o el dolor de tus horas, su fatiga o su satisfacción. Una sola cosa,
Aprendiz, Estudiante, hijo mío, una sola cosa te será contada, y es tu Obra
Bien Hecha”.
Por su parte, Víctor García Hoz (que sepamos, el único pedagogo español
de nuestra época que ha sido nombrado personalmente por un Papa, Juan Pablo I,
elogiando su obra) en La práctica de la educación personalizada afirma: “La Obra Bien Hecha es el medio de que el trabajo sea
fuente de alegría y al mismo tiempo factor operativo fundamental de la
educación”. No será necesario explicar que Bien Hecha quiere
decir bien proyectada, bien realizada y bien terminada. En este sentido educar
en la alegría es educar a favor del esmero y en contra de la chapuza o la
dejadez.
Acerca de la convivencia me limitaré a consignar solamente que la
condición es que sea cordial, es decir, de corazón. Si la convivencia es
cordial, la relación con los demás es un manantial de alegría segura, pues sólo
en la relación la persona se realiza como tal. Ser persona es ser-en-relación.
El ser humano es impensable sin su dimensión social y comunitaria. Como decía
Enmanuel Mounier, el padre del personalismo cristiano contemporáneo, "la persona no es más que anarquía sin las
comunidades que la realizan" Pero volvamos a la cuestión de la
alegría-sentimiento. Por ser un sentimiento, la alegría reúne otras
características de las cuales hay dos que conviene señalar. Una es su carácter
de totalidad. La alegría, como los demás sentimientos, no afectan a una parte
de la persona, sino a todas las dimensiones de la misma: al alma, al cuerpo y a
la afectividad. Por eso la alegría se manifiesta en el cuerpo y en el alma al
mismo tiempo. Tiene repercusiones espirituales de las cuales la más importante
es el gozo, y las tiene físicas. El sentimiento de alegría y su vivencia se
traduce en un aumento de la respiración, del ritmo cardíaco y del tono
muscular. Esta nota de totalidad es irrenunciable para quienes defendemos que
la educación de la persona debe ser integral, de la persona entera.
Otra característica de las experiencias afectivas, con especial
importancia en la infancia, es que dejan huella. Si hay algún tipo de vivencia
humana que nos marca en la vida, y en cierto modo la determina, ese algo son
las experiencias afectivas. La afectividad es el ámbito de la persona que, sin
estar localizado físicamente en ninguna parte del cuerpo, conocemos como "el corazón". "El corazón" es
nuestro centro de intimidad, el reducto más personal, ese "lugar" interior que a cada uno nos
permite decir “yo”, allí donde todo hombre
se encuentra consigo mismo porque cada uno nos sabemos portadores de una
identidad personal y, de algún modo, nos poseemos a nosotros mismos, aun cuando
se trate siempre de una posesión imperfecta. "El
corazón" es donde anida eso tan humano que son los sentimientos.
Pues bien, cuando algo nos ha tocado en el fondo, positiva o negativamente, eso
deja poso. De aquí la importancia de la alegría-sentimiento en la niñez. La
Pedagogía Experimental demostró hace ya muchos años que existe una elevada
relación entre las personas que vivieron infancias felices y aquellas que
tienen actitudes positivas ante la vida: personas
optimistas, indulgentes, esperanzadas, comprensivas, dialogantes, etc. Qué
importante es saber esto y tratar de ponerlo en práctica. A menudo en el día a
día de la educación se nos imponen aspectos, que, sin dejar de tener su
hondura, en realidad, puestos al lado de "el
corazón" son poco profundos. Con excesiva frecuencia nos fijamos
demasiado en lo externo, en lo que el niño hace por fuera, y demasiado poco en
cómo lo vive, en sus experiencias internas, esas que le están marcando para más
adelante. Es verdad que el educador actúa siempre desde fuera a dentro, pero la
educación de la persona se realiza de dentro a fuera. Quienes tienen el
precioso encargo de educar deberían ser conscientes de que la mayor parte de
los contenidos propios de las materias de estudio caerán irremediablemente en
el olvido, aún aquellos que sirvieron para obtener notas brillantes; en cambio
el impacto afectivo que se produce en las almas infantiles no se pasa nunca,
ese se mantiene intacto a lo largo de la vida, y con él los valores que hayan sido
capaces de asociarse a ese impacto. "Si en el
colegio –dice García Hoz en otro lugar- se
tuviera el dilema de elegir entre que los alumnos aprendan mucho o que vivan
contentos, sin duda alguna, habría de elegirse la segunda posibilidad"
Quien conozca, siquiera sea someramente, la obra de García Hoz, pronto
advierte que aquí se plantea un dilema falso, y que con este dilema don Víctor
no pretendió restar un ápice de importancia al aprendizaje, sino para hacer una
sonora llamada de atención sobre la importancia de educar en y para la alegría.
Tanta importancia le daba que en el momento culminante de su carrera
pedagógica, se atrevió a proponer como modelo de hombre al que debe aspirar la
educación personalizada, uno que él definió como el homo
gaudens, el hombre de la alegría, expresión latina que modestamente
pero con toda intención elegí en su día para dar nombre a este blog. Cuando se
bucea un poco en esta cuestión de la alegría, no es difícil darse cuenta de
que, ciertamente, merece la pena que la educación aspire a este prototipo de
hombre y de mujer. Al menos, a algunos así nos lo parece.
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