He venido a traer fuego sobre la tierra.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del
Padre Nicolás Schwizer
He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya
estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! ¿Creéis que
estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división.
Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos,
y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra
el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra
la nuera y la nuera contra la suegra.
REFLEXIÓN
Si observamos el mundo de hoy, si miramos al hombre moderno, podemos
distinguir dos tipos o clases de personas.
1. El hombre adaptado. Sufre bajo una enfermedad
grave y universal: la masificación. Por eso, podemos llamarlo también el hombre
masa. Según el Padre José Kentenich, Fundador del Movimiento de Schoenstatt, es
aquel que piensa lo que piensa, porque los demás lo piensan; aquel que dice lo
que dice, porque los demás lo dicen; el que hace lo que hace, porque los demás
lo hacen.
Es un esclavo: un esclavo de lo que dicen los
diarios y la televisión, de lo que opina su partido, de lo que dicta la moda -
porque “hay que estar en onda”. El hombre masificado no piensa por sí
mismo y no decide por sí mismo, sino se deja arrastrar por los demás. Por eso,
no tiene personalidad, ni carácter, ni interioridad.
Tal vez deberíamos vernos también a nosotros mismos en ese espejo del hombre
moderno. Probablemente encontraríamos algunos rasgos nuestros en él.
2. Al otro tipo de hombre podríamos llamar el hombre-contradiccion. Es el hombre anti-masa, el hombre plenamente libre, que puede
pensar y decidir por sí mismo. Es capaz, por lo tanto, de asumir
responsabilidades, de comprometerse, de ser fiel.
Resulta ser una personalidad sobresaliente, pero también un hombre que inquieta
y choca, que desconcierta y desafía - que nada contra la corriente. Y es porque
actúa de acuerdo con su propia conciencia, y no con la opinión pública. Pero
eso le da también una paz verdadera, una lucidez interior, una serenidad muy
grande.
3. Modelo de este hombre pleno, de este hombre nuevo,
de este hombre-contradicción es Jesucristo mismo. En Él y en su mensaje se
dividen los espíritus.
Cuando es todavía un niño ya se profetiza de Él: “Este
será un signo de contradicción para muchos” (Lc 2, 34). Y al final de su
vida, los jefes de Israel lo acusan ante Pilato con estas palabras: “alborota al pueblo” (Lc 23, 2).
La vida de Jesús no es una vida tranquila y tranquilizante. Todo lo contrario,
es un profeta perseguido sin piedad por las autoridades del pueblo, excomulgado
de la comunidad judía, traicionado por falsos amigos, entregado a los romanos y
crucificado para escarmiento de todos.
4. Pero no cabe duda de que Jesús quiere la paz
y no la guerra. Sólo que su paz no tiene nada que ver con lo que el mundo
entiende por paz. Esta es una falsa paz, construida sobre la injusticia, la
discriminación, la marginación. Frente a esta falsa paz, Jesús sí quiere la
guerra.
Jesús no viene al mundo para ser un hombre de paz, es decir, un hombre sin
problemas y compromisos. Jesús viene al mundo para dar testimonio de la verdad
y luchar contra la mentira, para anunciar la Buena Nueva a los pobres y
denunciar la injusticia de los ricos y poderosos.
Jesús viene al mundo para decir a unos: “¡Bienaventurados!”
y a otros: “¡Ay de vosotros, hipócritas!”.
En este contexto debemos entender el Evangelio de hoy: “No
penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz,
sino espadas. He venido a enemistar al hijo con su padre, a la hija con su
madre, a la nuera con su suegra…”
5. El Evangelio de Jesús es conflictivo: Lleva la división dentro de la familia y crea conflictos
en nuestra conciencia. Nos obliga a definirnos, a tomar posición, a
optar entre dos alternativas.
La palabra de Dios es conflictiva, porque pide nuestra conversión, la renuncia
a nuestros planes egoístas, la lucha por un mundo mejor.
Queridos hermanos, decidirse por Cristo y seguirle fielmente no es asunto
fácil. Pero su camino nos colma también de una alegría profunda y una paz
verdadera y segura. Y al final del camino nos espera el gozo y la felicidad de
Cristo para siempre.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
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