Si los padres fueran perfectos, los hijos no tendrían necesidad de buscar el porqué de su acto de obediencia.
Si
los padres no se equivocaran mandando, los hijos no se equivocarían obedeciendo.
Solo
Dios no se equivoca. Solo el acto de obediencia a Dios puede permitirse el lujo
de ser ciego.
«Si nos abandonamos por completo a la voluntad de Dios, nos
obligamos a no ser ninguna otra cosa y ya no necesitamos elegir. Al haber
renunciado a ese derecho nos vemos aliviados de toda otra preocupación» (Gandhi)
No hay comentarios:
Publicar un comentario