sábado, 5 de junio de 2021

(475) LEVIATÁN DE TRES OJOS Y DOS CABEZAS

«Por último, el liberalismo muy moderado, propio de aquellos que no quieren renunciar a su fe cristiana y que rechazan (o así lo creen) todo cuanto es contrario a la Revelación, sostienen, dice el Papa, que “se han de regir según las leyes divinas la vida y costumbres de los particulares, pero no las del Estado. Porque en las cosas públicas es permitido apartarse de los preceptos de Dios, y no tenerlos en cuenta al establecer las leyes. De donde sale aquella perniciosa consecuencia: que es necesario separar la Iglesia del Estado“» (Alberto CATURELLI, Liberalismo y apostasía, Fundación GRATIS DATE, Pamplona 2008, p.11; negrita y cursiva son mías.)

1. LA BESTIA BIFRONTE

El liberalismo es un monstruo de dos cabezas: una moderada y otra progresista.

Una cabeza ataca a la otra, mordiéndose mutuamente. Sólo miran en la misma dirección, coordinándose, para atacar a la tradición e imponer su orden nuevo, global y bifronte; el orden de 1789 y sus metástasis, sobre todo la americana.

El progresismo y el moderantismo conservador son síntomas diversos, pero no contradictorios, de la misma enfermedad.

El conservador quiere una revolución respetable, ñoña y puritana, y el progre una revolución pedante, viciosa y obscena. El primero es sentimental, el segundo pasional.

El progresismo desactiva la tradición entregándola al conservadurismo.

Dios, y no el hombre, es causa primera de todo bien personal y social. Progresistas y moderados coinciden, sin embargo, en que es el hombre y no Dios. Ambos adoran la máxima ilustrada de Volney: el hombre (la persona humana) es el ser supremo para el hombre.

El progresista entrega la tradición al conservador para que éste, imitándola, se encargue de destruirla falseándola. Y así todos contentos.

El conservador propugna una autodeterminación moderada. El progresista, una autodeterminación sin otro límite que el propio querer (Hegel). Danilo Castellano, cabalmente, insiste en denominar a este abuso libertad negativa, alma de la Modernidad conservadora y progresista, romántica y europea, antihispánica y antitradicional.

El progresista profesa la imprudencia política. El moderado la falsa prudencia carnal. 

2. LOS TRES OJOS DEL MONSTRUO

La cabeza progresista tiene dos ojos grados. La cabeza moderada tiene uno, que es el tercero.

-Ojo primero, perspectiva liberal de primer grado, para la cual «no hay en la vida práctica autoridad divina alguna a la que haya que obedecer; cada ciudadano es ley de sí mismo. De aquí nace esa denominada moral independiente, que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la observancia de los mandamientos divinos, concede al hombre una licencia ilimitada» (LEÓN XIII, Libertas, 12). Niega el imperio de la ley natural y de la Revelación sobre personas y sociedades.

-Ojo segundo, perspectiva liberal de segundo grado, que niega que «el hombre libre deba someterse a las leyes que Dios quiera imponerle por un camino distinto al de la razón natural». (Ibid., 13). Niega el imperio de la Revelación sobre personas y sociedades.

-Ojo tercero, perspectiva liberal de tercer grado, que afirma que «las leyes divinas deben regular la vida y la conducta de los particulares, pero no la vida y la conducta del Estado; es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada». (Ibid., 14) Niega el imperio de la ley natural y la Revelación sobre las sociedades, aunque no sobre las personas. 

3. DOS CEREBROS PARA UN MISMO LEVIATÁN

Para el liberalismo el ser sigue al obrar. Sea absolutamente, como en el progresismo; sea con ciertos límites, como en el moderantismo conservador.

El liberalismo consiste en la voluntad de edificación de un orden nuevo, contra la sociedad tradicional, fundamentado en el concepto nominalista de libertad como potencia absoluta. Esta voluntad adquiere dos formas, una ralentizada, que se amalgama al catolicismo en ciertos elementos, y otra rápida, que lo pretende transformar.

Hay un conservadurismo corregido por el protestantismo que es sobrenaturalista, como una especie de intimismo piadoso neorromántico.

El progresismo “católico” tiene defensores en el ala moderada: los personalistas, que hoy son conservadores, y que ayer eran progresistas.

El conservador acepta los fines de la revolución pero no sus medios. El progresista lo justifica todo.

El conservadurismo combate las heterodoxias visibles pero no las invisibles, porque es pelagiano y nominalista. Los desórdenes en el orden de la doctrina no le parecen decisivos respecto de la verdad sino respecto de la autoridad.

El progresismo “católico” es pelagiano por ser materialista, como todo marxismo. Y es arriano necesariamente, por tener un concepto inmanentista de la salvación. El moderantismo, sin embargo, es sobre todo nestoriano.

El materialismo progresista conduce a la idolatría ecológica por su propio dinamismo interno. Para el progresista católico el marxismo es condenable por ateo, no por materialista ni por rabiosamente inmanentista. Por eso devine ecólatra, porque se convierte a las criaturas, se convierte a la inmanencia, se convierte al mundo caído.

El progresismo “católico” se viste de humanismo solidario para ocultar su anticatolicismo.

David González Alonso Gracián

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