Ayer leí un magnífico artículo del chileno Hernán Corral Talciani sobre el juicio a Tomás Moro. Un artículo realmente óptimo.
https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?pid=S0716-54552010000100009&script=sci_arttext
Y, al
leer ciertas partes del juicio y los interrogatorios previos, no puedo dejar de
ver que el martirio de ese santo arroja cierta luz sobre la cuestión del sínodo
alemán actual. Os comparto mis reflexiones. (Aclaro que todas son impresiones
mías, no del autor citado.) Pensamientos surgidos en mi interior a lo largo de
esa lectura.
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Fijémonos
primero en que, cuando en 1531, Enrique VIII se dirigió al clero con la amenaza
para que lo declararan cabeza de la Iglesia, los obispos reunidos en Canterbury
los obispos cedieron (mal hecho, fue una cobardía), pero añadiendo, en el
documento, que sí que era cabeza de la Iglesia de ese reino, pero hasta donde lo permite la ley de Cristo, as far as the law of Christ allows.
Lo mismo
sucede con el actual sínodo. El sínodo puede deliberar sobre las cuestiones,
aprobar o prohibir, pero solo hasta donde lo permite la ley de Cristo. No más
allá.
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En 1532,
Enrique VIII siguió amenazando. Lo importante era que los obispos renunciaran a
toda obediencia
a la jurisdicción del Santo Padre. Ahora, en el fondo, lo que se
plantea en ese sínodo alemán es lo mismo: la autoridad del Santo Padre. ¿El sínodo se somete a esa autoridad, sí o no?..........................................................
Los
obispos acabaron por suscribir un documento que, con toda razón, se denominó Sumisión del clero,
Submission of Clergy.
Lo mismo
hoy día. ¿Clero que lee, escucha y obedece la
Palabra de Dios? ¿O clero que se somete a la voluntad de los hombres, aunque
sean mayoría? Una cosa es el sometimiento a las leyes de Dios y otra muy
distinta el sometimiento a una mayoría frente a esa Palabra. Si la Biblia es la
Verdad, el sometimiento a unas voluntades unidas frente a esa Palabra es un
sometimiento. Da lo mismo someterse a la voluntad de un monarca que someterse a
una mayoría voluntades reunidas.
De nuevo,
la cuestión del Acta de Supremacía. ¿Quién tiene la
supremacía de la Verdad? ¿La Palabra de Dios o un sínodo nacional? Como
se ve, el asunto no difiere tanto del que tuvo que afrontar Tomás Moro.
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El Acta
de Supremacía decía así: "El rey nuestro
soberano señor, sus herederos y sucesores, reyes de este reino, deben ser
considerados, aceptados y reputados la única cabeza suprema en la tierra de la
Iglesia de Inglaterra, llamada Anglicana Ecclesia, y debe tener y gozar,
anexadas y unidas a la corona imperial de este reino, tanto los títulos y
estilo, como todos los honores, dignidades, preeminencias, jurisdicciones,
autoridades, inmunidades, provechos y comodidades que la dicha dignidad de
suprema cabeza de la misma Iglesia le pertenecían o le pertenezcan".
Cámbiese
la palabra rey por sínodo nacional y nos apercibiremos de que, en el fondo, es el
mismo problema; solo cambia el escenario.
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En el
primero de los interrogatorios de 1535, Tomás Moro le dice en una carta a su
hija que esta fue su respuesta:
"Le dije [a Cromwell] en conclusión: 'Soy un fiel y verdadero
súbdito del rey, y a diario rezo por él y por todos los suyos y por todo su
reino. A nadie hago nada malo, de nadie digo nada malo,
de nadie pienso nada malo, sino que para todos deseo bien. Y si esto no es
suficiente para mantener a un hombre en vida, la verdad, no deseo vivir más
("I do nobody harm, I say none harm, I think none harm, but wish every
body good. And if not enough to keep a man alive, in good
faith I long not to live").
Estas
líneas son muy importantes para que algunos católicos del siglo XXI no vayan a
la cárcel. Determinadas leyes se aprueban repitiéndonos mil veces que son para
favorecer la libertad de otros, pero que a los católicos no se les obliga a hacer nada que no
quieran. Eso no es verdad. Una
vez aprobada la ley, se acusará a los católicos de incurrir en discriminación.
Y se les aplicarán multas y cárcel según se considere que su omisión es más o
menos dañosa para los “derechos de los otros”. Al
final, como Tomás Moro lo mejor será callar, no abrir la boca y repetir: A nadie hago
nada malo, de nadie digo nada malo, de nadie pienso nada malo, sino que para
todos deseo bien.
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A los
creyentes en Cristo, se les acusará en el futuro de que nuestro silencio,
frente a ciertas “leyes de derechos de género”, significa
que condenamos lo que protegen esas normas legales. Como Tomas Moro tendremos
que responder con la antigua norma de Derecho: Qui
tacet, consentire videtur, “el que calla
parece que consiente”.
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Por
último, tendremos que decir lo que alegó Tomás: "Y
si hablara de los que ya han muerto, de los cuales muchos son ahora santos en
el cielo, estoy seguro de que la mayor parte de ellos mientras vivían pensaron
en este caso de la misma manera que pienso yo ahora".
Y añadió
algo que ha sido regla durante todo el tiempo que ha durado el cristianismo: "Y por consiguiente, no estoy obligado, mi lord, a
adaptar mi conciencia al concilio de un reino en contra del concilio universal
de la cristiandad”, "am I not bound, my lord, to conform my conscience
to the Council of one realm against the General Council of Christendom".
Y más
adelante, Tomás podría haberle dicho al Sínodo de Alemania: "Por un obispo de los vuestros, yo tengo a mi lado
más de cien santos; y por cada concilio o Parlamento de los vuestros (Dios sabe
de qué manera se ha hecho), yo tengo todos los concilios realizados durante los
últimos mil años; y por este reino, yo tengo a Francia y todos los otros reinos
cristianos"-
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Moro
podría haber tomado la palabra en el sínodo y haber dicho lo que explicó a sus
jueces: "Este reino, no siendo nada más que un
miembro y una parte pequeña de la Iglesia, no podía hacer una ley que no estuviera de acuerdo con la ley
general de la Iglesia Católica y universal de Cristo; como tampoco la
ciudad de Londres, no siendo nada más que un pobre miembro con respecto a todo
el reino, hacer una ley que obligara a todo el reino en contra de una ley del
Parlamento".
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Tomás
Moro podría repetir a los obispos alemanes que quieran cambiar la doctrina
universal y constante de la Iglesia, lo mismo que dijo en el siglo XVI: "Y digo además que vuestra ley ha sido mal hecha,
porque vosotros habéis hecho profesión y habéis jurado no hacer nada en contra
de la Iglesia, la cual es una sola,
íntegra e indivisa en toda la cristiandad, y vosotros no tenéis autoridad
alguna, sin el consentimiento de los otros cristianos, para hacer una ley o
acto del Parlamento contra la dicha unión
de la cristiandad".
P. FORTEA
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