sábado, 27 de febrero de 2021

CASO ANA ESTRADA: EUTANASIA SIEMPRE SERÁ CAMINO EQUIVOCADO, ADVIERTEN OBISPOS DEL PERÚ

Ante un reciente fallo del Poder Judicial en primera instancia que permitiría a una mujer someterse a la eutanasia a través del sistema público de salud, la Conferencia Episcopal Peruana recordó que esta práctica contra la vida “siempre será un camino equivocado”.

En un comunicado difundido este 27 de febrero, los Obispos del Perú señalaron que “la Iglesia, a imitación de Jesús, el Buen Samaritano, siempre atenderá, cuidará y acompañará a los enfermos, en la certeza que toda vida humana es inalienable y tiene un valor infinito porque es don de Dios”.

“La terrible experiencia de la pandemia que estamos sufriendo, y que ha causado la muerte de miles de peruanos, nos ha unido en el incansable esfuerzo por salvar la vida y toda vida hasta el último momento, sin ninguna distinción o excepción, porque nos impulsa el amor al prójimo y reconocer en cada enfermo al mismo Cristo que sufre en la carne del hermano”, señalaron.

Comprendemos el sufrimiento que Ana Estrada Ugarte viene atravesando a causa de su enfermedad, nos solidarizamos con ella, le ofrecemos nuestra oración y cercanía para que en medio del dolor y la angustia que le ha tocado vivir, abra su corazón a la fe, a la misericordia y al amor de Dios”, añadieron.

A través de su cuenta de Twitter, la Corte Superior de Justicia de Lima informó el 25 de febrero que el Décimo Primer Juzgado Constitucional ordenó “al Ministerio de Salud y a EsSalud respetar la decisión de Ana Estrada Ugarte, de poner fin a su vida a través del procedimiento técnico de la eutanasia”.

Sin embargo, la resolución declaró improcedente el pedido de ordenar al Ministerio de Salud que emita “una Directiva que regule el procedimiento médico para la aplicación de la eutanasia para situaciones similares a las de la Sra. Ana Estrada Ugarte”.

Ana Estrada es una peruana de 44 años que padece polimiositis –una enfermedad incurable que la ha dejado en silla de ruedas– y que desde hace unos años reclama al Estado peruano, con el respaldo legal de la Defensoría del Pueblo, el supuesto derecho a la eutanasia.

La acción de amparo fue presentada en febrero de 2020 por la Defensoría del Pueblo contra el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, el Ministerio de Salud y el Seguro Social de Salud del Perú (EsSalud). Además, pedía que no se sancione penalmente a quienes practiquen la eutanasia. La demanda y la posición del Estado Peruano fueron sustentadas en enero de 2021.

Expertos juristas peruanos han considerado que el fallo en primera instancia del Poder Judicial es inconstitucional y debería ser apelado hasta llegar al Tribunal Constitucional.

Los Obispos del Perú indicaron este 27 de febrero que “en estas circunstancias es valioso recordar el testimonio de tantas personas que han atravesado el misterio del dolor y de la enfermedad desde la vivencia de su fe, encontrando en ella el sentido a su sufrimiento, transformando la fría cama del hospital o de su casa en un auténtico altar, desde donde se proclama el valor de la vida, junto a sus familiares y los que luchan para brindarle los cuidados que merecen”.

“Debemos recordar que la eutanasia siempre será un camino equivocado, porque es atentar contra el derecho inalienable a la vida, causa directamente la muerte de un ser humano y por ello es un acto intrínsecamente malo en toda ocasión y circunstancia”, explicaron.

La Conferencia Episcopal Peruana recordó además que “la Constitución del Perú establece con claridad que el fin supremo de la sociedad y del Estado es la defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad; esto es cuidar, respetar y promover la vida desde la concepción hasta su término natural; por tanto, ninguna autoridad puede legítimamente imponerla o permitirla”.

“Es contradictorio y no se debe tolerar que un órgano del Estado Peruano pretenda cambiar una norma constitucional y promueva acciones contra este sagrado principio”, indicaron los obispos.

“Ante este tipo de ordenanzas que pretenden legitimar la eutanasia o el suicidio asistido, todos debemos negar siempre cualquier cooperación formal o material inmediata y, en el total ejercicio de nuestros derechos ciudadanos, debemos exigir el respeto a la objeción de conciencia, también en el ámbito médico y sanitario, en salvaguarda de los principios de la ley moral natural, de la obligación de proteger la vida y asistirla hasta el final”.

Los obispos invitaron también a “recordar lo que ha dicho el Papa Francisco: La eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. La respuesta que hemos de dar es no abandonar nunca a quien sufre, no rendirnos, sino cuidar y amar a las personas para devolverles la esperanza’”.

La dura experiencia de la pandemia en que nos encontramos nos convoca a seguir luchando por la vida y por toda vida humana; por ello, los invocamos a poner nuestra mirada en el Buen Samaritano, para que en el noble servicio del cuidado de nuestros hermanos enfermos, seamos signo de esperanza y fermento de unidad en torno a nuestros más altos valores”, expresaron.

En un mensaje publicado este 27 de febrero, el Arzobispo de Piura, Mons. José Antonio Eguren, hizo un llamado "al Procurador del Ministerio de Salud a que presente inmediatamente una apelación a la sentencia del Décimo Primer Juzgado Constitucional, porque los procuradores están obligados a actuar en defensa de la vida y de las leyes, y no por posiciones personales".

"Debemos reiterar que no existe el derecho a disponer de la propia vida, no existe el derecho a disponer de la vida de otros. La eutanasia es un crimen contra la vida. Incurable no es sinónimo de 'poco valor', 'menos dignidad' o 'in-cuidable'", dijo.

Además, pidió al Estado "buscar los mejores medios que puede dar la medicina paliativa y estar con el enfermo, acompañarlo escuchándolo, haciéndolo sentirse amado y querido, es lo que puede evitar la soledad, el miedo al sufrimiento y a la muerte, y el desánimo que conlleva, son elementos que hoy en día se encuentran entre las principales causas de solicitud de eutanasia o de suicidio asistido".

"Como lo hemos expresado los Obispos del Perú en nuestro Comunicado del día de hoy, acompaño con mi oración y cercanía a todos aquellos que padecen la prueba de la enfermedad, para que en medio del dolor y la angustia que les ha tocado vivir, abran sus corazones a la fe, al amor misericordioso de Dios, como lo han hecho tantas personas que han atravesado el misterio del dolor y de la enfermedad desde su fe, encontrando en ella el sentido a su sufrimiento", indicó.

Redacción ACI Prensa

ARZOBISPADO RECAUDA MÁS DE 60 MIL DÓLARES PARA PLANTA DE OXÍGENO PARA ENFERMOS DE COVID

El Arzobispado de Piura, en el norte del Perú, anunció han logrado recolectar más de 60 mil dólares de un total de cerca de 192 mil necesarios, que servirán para adquirir una planta de oxígeno medicinal para ayudar a los enfermos de coronavirus COVID-19 en la región.

A través de un comunicado difundido este 26 de febrero, el Arzobispado señaló que “con profunda alegría anunciamos que, en su primera semana, la Campaña Humanitaria ‘Respira Piura’ lleva recaudado a la fecha S/. 228,418.36 para poder hacer realidad la pronta adquisición de una Planta de Oxígeno Medicinal para llenar hasta 48 cilindros diarios de 10m3 y salvar las vidas de aquellos enfermos que, con indicación y supervisión médica, se vienen tratando del terrible mal del Covid-19 en sus hogares”.

El Arzobispado de Piura agradeció “la generosidad de todos aquellos que vienen apoyando esta Campaña y animamos a todas las personas de buen corazón, así como a las Instituciones, a los micro, medianos y grandes empresarios a que se sigan sumando a esta iniciativa solidaria”.

La meta, explicó, es llegar pronto a S/. 700,000.00 (cerca de 192 mil dólares), para hacer “realidad este anhelo de contar con una Planta de Oxígeno Medicinal, hoy tan necesaria ante la escasez de esta medicina esencial en la lucha contra el Covid-19”.

Uno de los mayores desafíos para los enfermos de COVID-19 en el Perú es la falta de oxígeno medicinal en los centros de salud peruanos. En distintas diócesis peruanas se han lanzado campañas de recolección de fondos para la compra de plantas de oxígeno, para asistir a la población.

El Arzobispado de Piura señaló que “si continuamos en este buen camino, muy pronto se podrá ordenar la fabricación de la Planta”.

“Recordemos que no hay donación pequeña, toda donación importa y es bienvenida”, indicó.

Redacción ACI Prensa

PARA PENSAR: ¿SÍ SE PUDO?, ¿HISTÓRICO?...

¿ACASO LA APROBACIÓN LEGAL DE LA EUTANASIA ES ALGO QUE SE DEBA CELEBRAR? - NO.

1.- Porque conllevaría abusos en la realidad y en la ley (como coacciones y presiones de terceros) por lo que el único modo de evitarlos sería no abrir "puerta" alguna. Ej. 1) El paso de la "Eutanasia voluntaria" a la "involuntaria" como sucedió en Holanda y que constituye el 0.8 % de las muertes de ese país por año en promedio. Ej. 2) La ampliación de la Eutanasia en Bélgica, Holanda y Canadá ya no sólo por dolores físicos y/o crónicos sino también por dolor "psíquico" y "existencial" (¿Cómo pueden establecerse parámetros legales si estos últimos pueden ser muy subjetivos?) Ej. 3) La ampliación de la Eutanasia en Bélgica y Holanda a niños entre 1 y 12 años de edad.

2.- Porque afectaría a las personas más vulnerables: la legalización de la Eutanasia ¿nace de la exigencia de un derecho o de la ausencia de solidaridad y compasión con los que sufren? Por eso mismo, la Eutanasia fomenta la indolencia (¿para qué sufrir con el sufriente por más tiempo si podemos "eutanasiarlo" ya?) y la mercantilización de la muerte. P. Ej. en Suiza, sus costos se encuentran entre 800 y 10000 euros habiendo en el 2015, 3500 solicitudes y 782 "eutanasiados" lo que constituyó un aumento del 34% con respecto al año anterior además de promoverse el "turismo de la muerte" (llegando personas de Alemania, Inglaterra, Francia y España principalmente)

3.- Porque daña la imagen del médico y su relación con el paciente ya que la Eutanasia no es reconocer el derecho a disponer de la propia vida sino, reconocer a otro el derecho a disponer de mi vida. P. Ej. Los investigadores Henk ten Have y Jos Welie en su libro "Death and Medical Power: An Ethical Analysis Of Dutch Euthanasia Practice" corroboraron que, en Holanda, el 70% de pacientes que solicitaron una Eutanasia afirmaban que su decisión estaba lejos de ser autónoma porque dependía de lo que el médico les dijera lo que les generaba inseguridad y desconfianza.

4.- Porque la Eutanasia no es prioritaria sino, la mejora de los cuidados paliativos. En efecto, la Eutanasia no tiene sentido si la causa que la motiva (como el dolor o la pérdida de facultades) puede ser eliminada por otros medios. Sin embargo, más del 50% de los costos médicos facturados en clínicas y hospitales se generan en los últimos seis meses de vida de los pacientes. ¿No es acaso este dato una tentación fuerte para "recortar gastos"?

NADA QUE CELEBRAR

CANTALAMESSA RECOMIENDA EL «BAUTISMO EN EL ESPÍRITU» PARA LA CONVERSIÓN DE LA TIBIEZA AL FERVOR

 La primera predicación cuaresmal de 2021 por el cardenal Raniero Cantalamessa tuvo lugar este viernes en el Aula Pablo VI, como colofón a los ejercicios espirituales que durante esta semana han realizado el Papa y la Curia romana. [Puedes ver abajo el texto completo de la predicación, traducida por Pablo Cervera Barranco.]

El propio predicador de la Casa Pontificia definió su intervención como "una introducción general al tiempo cuaresmal" centrada en la conversión, según el propio mandato de Nuestro Señor Jesucristo: "¡Convertíos y creed en el Evangelio!" (Mc 1, 15).

TRES CONVERSIONES

De la conversión se habla en los Evangelios en tres momentos y contextos distintos, señaló Cantalamessa: "No se dice que tengamos que experimentarlas las tres juntas, con la misma intensidad. Hay una conversión para cada estación de la vida. Lo importante es que cada uno de nosotros descubra la adecuada para él en este momento".

La primera conversión parte de "un significado fundamentalmente moral", que implica cambiar de costumbres y dejar de hacer cosas que nos sitúan "fuera del camino". Pero a esto Cristo añade un significado nuevo que no es solo dar marcha atrás, sino "dar un salto adelante y entrar en el Reino, captar la salvación que ha llegado gratuitamente a los hombres, por iniciativa libre y soberana de Dios",  un Dios "que viene con las manos llenas para dársenos del todo".

La segunda conversión tiene que ver con el "hacese como niños" evangélico. Es la conversión "de quien ya ha entrado en el Reino, ha creído en el Evangelio, y desde hace tiempo está al servicio de Cristo", pero, como los Apóstoles, pugna por ver "quién es el más grande": "La mayor preocupación ya no es el reino, sino el propio lugar en él, el propio yo". Pero así "¡no se entra en el reino en absoluto!", enfatiza el purpurado capuchino. Aquí la conversión consiste en "cambiar completamente la perspectiva y la dirección... descentralizarse de uno mismo y centrarse en Cristo»".

EL "BAUTISMO EN EL ESPÍRITU"

La tercera conversión es la que recoge una de las siete cartas del Apocalipsis a las siete Iglesias: la carta a la Iglesia de Laodicea y su célebre expresión: "Porque eres tibio, no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca... Sé celoso y conviértete" (Ap 3, 15 y ss). Es la conversión que nos hace salir de la mediocridad, la "conversión de la tibieza al fervor", y en esto tiene un papel fundamental la "sobria ebriedad del Espíritu".

Como medio para lograrlo, Cantalamessa ensalza el "Bautismo en el Espíritu". Lo hace "sin ninguna intención de proselitismo", pues afirma que "no es la única manera de hacer una fuerte experiencia del Espíritu" y que "ha habido y hay innumerables cristianos que han tenido una experiencia análoga, sin saber nada sobre el bautismo en el Espíritu".

Pero lo considera "una de las formas en que se manifiesta en nuestros días esta forma de actuar del Espíritu fuera de los canales institucionales de la gracia" que "ha demostrado ser un medio sencillo y poderoso para renovar la vida de millones de creyentes en casi todas las Iglesias cristianas".

Así, son innumerables "las personas que sólo eran cristianas de nombre y, gracias a esa experiencia, se han convertido en cristianos de hecho, dedicados a la oración de alabanza y a los sacramentos, activos en la evangelización y dispuestos a asumir tareas pastorales en la parroquia". 

 Como de costumbre, dedicamos esta primera meditación a una introducción general al tiempo cuaresmal, antes de entrar en el tema específico programado, una vez terminados los ejercicios espirituales de la Curia. En el momento de recibir las cenizas, al comienzo de la Cuaresma, hemos escuchado de nuevo las palabras programáticas: «¡Convertíos y creed en el Evangelio!» Queremos meditar sobre este llamamiento, siempre en curso, de Cristo.

De conversión se habla en tres momentos o contextos diferentes del Nuevo Testamento. Cada vez se resalta un nuevo componente suyo. Juntamente, los tres pasajes nos dan una idea completa de lo que es la metanoia evangélica. No se dice que tengamos que experimentarlas las tres juntas, con la misma intensidad. Hay una conversión para cada estación de la vida. Lo importante es que cada uno de nosotros descubra la adecuada para él en este momento.

 ¡CONVERTÍOS, ES DECIR, CREED!

La primera conversión es la que resuena al principio de la predicación de Jesús y que se resume en las palabras: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). Tratemos de entender lo que significa aquí la palabra conversión. Antes de Jesús, convertirse siempre significaba un «volver atrás» (el término hebreo, shub, significa invertir la ruta, volver sobre los propios pasos). Indicaba el acto de quien, en un cierto momento de la vida, se da cuenta de que está «fuera del camino». Entonces se detiene, tiene un repensamiento; decide volver a la observancia de la ley y volver a entrar en la alianza con Dios. La conversión, en este caso, tiene un significado fundamentalmente moral y sugiere la idea de algo doloroso a realizar: cambiar las costumbres, dejar de hacer esto y eso otro...

En los labios de Jesús este significado cambia. No porque le divierta cambiar el significado de las palabras, sino porque, con su venida, las cosas han cambiado. «¡Se acabó el tiempo y ha llegado el Reino de Dios!». Convertir ya no significa volver atrás, a la antigua alianza y a la observancia de la ley, sino que significa más bien dar un salto adelante y entrar en el Reino, captar la salvación que ha llegado gratuitamente a los hombres, por iniciativa libre y soberana de Dios.

«Convertíos y creed» no significan dos cosas diferentes y sucesivas, sino la misma acción fundamental: ¡convertíos, es decir, creed! Todo esto requiere una verdadera «conversión», un cambio profundo en la forma de concebir nuestras relaciones con Dios. Exige pasar de la idea de un Dios que pide, que manda, que amenaza, a la idea de un Dios que viene con las manos llenas para dársenos del todo. Es la conversión de la «ley» a la «gracia», que era tan querida para San Pablo.

«SI NO OS CONVERTÍS Y NO OS HACÉIS COMO NIÑOS...»

Escuchemos ahora el segundo pasaje en el que, en el Evangelio, se vuelve a hablar de la conversión: «En ese momento, los discípulos se acercaron a Jesús y dijeron: "¿Quién es, por lo tanto, el más grande en el reino de los cielos?". Entonces Jesús llamó a un niño junto a sí mismo, lo colocó en medio de ellos y dijo: "En verdad os digo: si no os convertís y nos hacéis como en niños, no entraréis en el reino de los cielos"» (Mt 18,1-4).

Esta vez, sí, convertirse significa volver atrás, ¡incluso a cuando eras un niño! El verbo mismo utilizado, strefo, indica inversión de marcha. Esta es la conversión de quien ya ha entrado en el Reino, ha creído en el Evangelio, y desde hace tiempo está al servicio de Cristo. ¡Es nuestra conversión!

¿Qué supone la discusión sobre quién es el más grande? Que la mayor preocupación ya no es el reino, sino el propio lugar en él, el propio yo. Cada uno de ellos tenía algún título para aspirar a ser el más grande: Pedro había recibido la promesa del primado, Judas la caja, Mateo podía decir que había dejado más que los demás, Andrés que había sido el primero en seguirlo, Santiago y Juan que habían estado con él en el Tabor... Los frutos de esta situación son evidentes: rivalidades, sospechas, comparaciones, frustración.

Jesús de golpe quita el velo. ¡Muy distinto a ser los primeros, de esta manera no se entra en el reino en absoluto! ¿El remedio? Convertirse, cambiar completamente la perspectiva y la dirección. Lo que Jesús propone es una verdadera revolución copernicana. Es necesario «descentralizarse de uno mismo y centrarse en Cristo».

Jesús habla más sencillamente de hacerse niño. Hacerse niños, para los apóstoles, significaba volver a cómo eran en el momento de la llamada en las orillas del lago o en la mesa de los impuestos: sin pretensiones, sin títulos, sin confrontaciones entre sí, sin envidias, sin rivalidades. Ricos solo de una promesa («Os haré pescadores de hombres») y de una presencia, la de Jesús. Cuando todavía eran compañeros de aventura, no competidores por el primer puesto. También para nosotros hacernos niños significa volver al momento en que descubrimos que fuimos llamados, en el momento de la ordenación sacerdotal, de la profesión religiosa, o del primer verdadero encuentro personal con Jesús. Cuando dijimos: «¡Solo Dios basta!» y creímos en ello.

«NO ERES NI FRÍO NI CALIENTE»

El tercer contexto en el que tiene lugar, martilleante, la invitación a la conversión lo dan las siete cartas a las Iglesias del Apocalipsis. Las siete cartas están dirigidas a personas y comunidades que, como nosotros, han vivido durante mucho tiempo la vida cristiana y, más aún, ejercen en ellas un papel de liderazgo. Están dirigidas al ángel de las diferentes Iglesias: «Al ángel de la Iglesia que está en Éfeso escribe». Este título no se explica únicamente en referencia, directa o indirecta, al pastor de la comunidad. No se puede pensar que el Espíritu Santo atribuya a los ángeles la responsabilidad de las culpas y de las desviaciones que se denuncian en las diferentes Iglesias, y mucho menos que la invitación a la conversión esté dirigida a los ángeles y no a los hombres.

De las siete cartas del Apocalipsis, la que sobre todo debería hacernos reflexionar es la carta a la Iglesia de Laodicea. Conocemos su tono duro: «Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente... Porque eres tibio, no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca... Sé celoso y conviértete» (Ap 3,15s). Se trata de la conversión de la mediocridad y de la tibieza.

En la historia de la santidad cristiana el ejemplo más famoso de la primera conversión, del pecado a la gracia, es San Agustín; el ejemplo más instructivo de la segunda conversión, de la tibieza al fervor, es Santa Teresa de Jesús.

Lo que dice de sí misma en la Vida ciertamente es exagerado y dictado por la delicadeza de su conciencia, pero, en cualquier caso, puede servirnos a todos para un examen útil de la conciencia: «De pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión, a meterme tanto en muy grandes ocasiones y andar tan estragada mi alma en muchas vanidades... Dábanme gran contento todas las cosas de Dios; teníanme atada las del mundo. Parece que quería concertar estos dos contrarios —tan enemigo uno de otro— como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales».

El resultado de este estado era una profunda infelicidad: «Con estas caídas y con levantarme y mal -pues tornaba a caer- y en vida tan baja de perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales, y los mortales, aunque los temía, no como había de ser, pues no me apartaba de los peligros. Sé decir que es una de las vidas penosas que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba de Dios ni traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos del mundo, en acordarme lo que debía a Dios era con pena; cuando estaba con Dios, las aficiones del mundo me desasosegaban» [1].

Muchos podrían descubrir en este análisis la verdadera razón de su insatisfacción y descontento.

Hablemos, pues, de la conversión de la tibieza. San Pablo exhortaba a los cristianos de Roma con las palabras: «No seáis perezosos en hacer el bien, sed, en cambio, fervientes en el Espíritu» (Rom 12,11). Se podría objetar: «Pero, querido Pablo, ¡ahí está precisamente el problema! ¿Cómo pasar de la tibieza al fervor, si uno por desgracia se desliza hacia ella? Poco a poco podemos caer en la tibieza, como se cae en las arenas movedizas, pero no podemos salir de ellas solos, como tirándonos del pelo».

Nuestra objeción nace del hecho de que se descuida y se malinterpreta la adición «en el Espíritu» (en neumati) que el Apóstol hace seguir a la exhortación: «Sed fervientes». En Pablo, la palabra «Espíritu» casi siempre indica, o incluye, una referencia al Espíritu Santo. Nunca se trata exclusivamente de nuestro espíritu o de nuestra voluntad, excepto en 1 Tes 5,23, donde indica un componente del hombre, junto al cuerpo y al alma.

Somos herederos de una espiritualidad que concebía el camino de la perfección según las tres etapas clásicas: vía purgativa, vía iluminativa y vía unitiva. En otras palabras, hay que practicar durante mucho tiempo la renuncia y la mortificación antes de poder experimentar el fervor. Hay una gran sabiduría y una experiencia centenaria detrás de todo esto y ay del que crea que está superado. No, no está superado, pero no es la única manera que sigue la gracia de Dios. Un esquema tan rígido denota un desplazamiento lento y progresivo del acento de la gracia al esfuerzo humano. Según el Nuevo Testamento hay una circularidad y una simultaneidad, de modo que, si es cierto que la mortificación es necesaria para alcanzar el fervor del Espíritu, también es cierto que el fervor del Espíritu es necesario para llegar a practicar la mortificación. Una ascesis emprendida sin un fuerte empuje inicial del Espíritu moriría de cansancio y no produciría nada más que «orgullo de la carne». El Espíritu se nos da para poder mortificarnos, más que como recompensa por ser mortificados. Este segundo camino que va desde el fervor a la ascesis y a la práctica de las virtudes fue el camino que Jesús hizo seguir a sus apóstoles.

El gran teólogo bizantino Cabasilas escribe: «Los Apóstoles y Padres de nuestra fe tuvieron la ventaja de ser enseñados en todas las doctrinas y, además, por el Salvador mismo. [...] Sin embargo, a pesar de haber conocido todo esto, hasta que no fueron bautizados [en Pentecostés, con el Espíritu], no mostraron nada nuevo, noble, espiritual, mejor que lo antiguo. Pero cuando el bautismo vino para ellos y el Paráclito irrumpió en sus almas, entonces se hicieron nuevos y abrazaron una nueva vida, fueron guía para los demás y ardieron con la llama del amor de Cristo en sí y en los demás. [...] De la misma manera Dios conduce a la perfección a todos los santos que vinieron después de ellos» [2].

Los Padres de la Iglesia expresaron todo esto con la imagen evocadora de la «sobria ebriedad» (nefelios). Lo que empujó a muchos de ellos a tomar este tema, ya desarrollado por Filón de Alejandría [3], fueron las palabras de Pablo a los Efesios: «No os emborrachéis con vino, lo cual conduce al desenfreno, sino llenaos del Espíritu, conversando unos a otros con salmos, cantos, cantos espirituales, cantando y diciendo himnos al Señor con todo vuestro corazón» (Ef 5,18-19).

A partir de Orígenes, son incontables los textos de los Padres que ilustran este tema, ya sea jugando con la analogía, ya con el contraste entre la ebriedad material y la ebriedad espiritual. Aquellos que, en Pentecostés, confundieron a los apóstoles con borrachos tenían razón —escribe San Cirilo de Jerusalén; solo se equivocaban al atribuir tal ebriedad al vino ordinario, mientras que se trataba del «vino nuevo», exprimido de la «vid verdadera» que es Cristo; los apóstoles estaban, sí, ebrios, pero de esa sobria ebriedad que da muerte al pecado y da vida al corazón [4].

¿Cómo podemos reanudar este ideal de la sobria ebriedad y encarnarlo en la actual situación histórica y eclesial? ¿Dónde está escrito, en efecto, que una forma tan «fuerte» de experimentar el Espíritu era prerrogativa exclusiva de los Padres y de los primeros días de la Iglesia, pero que ya no es así para nosotros? El don de Cristo no se limita a una época particular, sino que se ofrece a todas las épocas. Es precisamente el papel del Espíritu el que hace universal la redención de Cristo, disponible para toda persona, en todo lugar del tiempo y del espacio.

Una vida cristiana llena de esfuerzos ascéticos y mortificación, pero sin el toque vivificante del Espíritu, se parecería —decía un padre antiguo— a una Misa en la que se leyeran muchas lecturas, se realizaran todos los ritos y se trajeran muchas ofrendas, pero en la que no tuviera lugar la consagración de especies por parte del sacerdote. Todo seguiría siendo lo que era antes, pan y vino.

«Así» —concluía aquel Padre— es también para el cristiano. Si él también ha realizado perfectamente el ayuno y la vigilia, la salmodia y todo la ascesis y todas las virtudes, pero no se ha realizado, por la gracia, en el altar de su corazón, la operación mística del Espíritu, todo este proceso ascético es incompleto y casi vano, porque no tiene el júbilo del Espíritu operando místicamente en el corazón» [5].

¿Cuáles son los «lugares» donde el Espíritu actúa hoy de esta manera pentecostal? Escuchemos la voz de San Ambrosio, que fue el cantor por excelencia, entre los Padres latinos, de la sobria ebriedad del Espíritu. Después de recordar los dos «lugares» clásicos en los que beber el Espíritu —la Eucaristía y las Escrituras— alude a una tercera posibilidad.

Dice: «También hay otra ebriedad que está operando a través de la lluvia penetrante del Espíritu Santo. Así, en los Hechos de los Apóstoles, los que hablaban en diferentes idiomas se aparecieron a los oyentes como si estuvieran llenos de vino» [6].

Después de recordar los medios «ordinarios», san Ambrosio, con estas palabras, alude a un medio diferente, «extraordinario», en el sentido de que no está fijado de antemano, no es algo instituido. Consiste en revivir la experiencia que los apóstoles tuvieron el día de Pentecostés. Ambrosio ciertamente no tenía la intención de señalar esta tercera posibilidad, para decir a los oyentes que estaba prohibida para ellos, al estar reservado sólo para los apóstoles y la primera generación de cristianos. Por el contrario, tiene la intención de estimular a sus fieles para que experimenten esa «lluvia penetrante del Espíritu« que tuvo lugar en Pentecostés. Esto es lo que San Juan XXIII se proponía con el Concilio Vaticano II: un «nuevo Pentecostés» para la Iglesia.

Por lo tanto, también existe para nosotros la posibilidad de beber el Espíritu por este nuevo camino, dependiendo únicamente de la iniciativa soberana y libre de Dios. Una de las formas en que se manifiesta en nuestros días esta forma de actuar del Espíritu fuera de los canales institucionales de la gracia, es el llamado bautismo en el Espíritu. Lo menciono aquí sin ninguna intención de proselitismo, sólo para responder a la exhortación que el Papa Francisco dirige a menudo a los seguidores de la Renovación Carismática Católica a compartir con todo el pueblo de Dios esta «corriente de gracia» que se experimenta en el bautismo del Espíritu.

La expresión «Bautismo en el Espíritu» proviene de Jesús mismo. Refiriéndose al próximo Pentecostés, antes de ascender al cielo, dijo a sus apóstoles: «Juan bautizó con agua pero vosotros, en no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo» (Hch 1,5). Se trata de un rito que no tiene nada de esotérico, sino que está hecho más bien de gestos de gran sencillez, calma y alegría, acompañados por actitudes de humildad, arrepentimiento, disposición para hacerse niños.

Es una renovación y actualización no sólo del bautismo y de la confirmación, sino de toda la vida cristiana: para los casados, del sacramento del matrimonio, para los sacerdotes, de su ordenación, para las personas consagradas, de su profesión religiosa. El interesado se prepara allí, además de mediante una buena confesión, participando en encuentros de catequesis en los que es puesto en contacto vivo y gozoso con las principales verdades y realidades de la fe: el amor de Dios, el pecado, la salvación, la vida nueva, la transformación en Cristo, los carismas, los frutos del Espíritu. El fruto más frecuente e importante es el descubrimiento de lo que significa tener «una relación personal» con Jesús resucitado y vivo. En la comprensión católica, el bautismo en el Espíritu no es un punto de llegada, sino un punto de partida hacia la madurez cristiana y el compromiso eclesial.

¿Es justo esperar que todos pasen por esta experiencia? ¿Es la única manera posible de experimentar la gracia de un Pentecostés renovado deseado por el Concilio? Si por bautismo en el Espíritu entendemos un cierto rito, en un cierto contexto, debemos responder que no; ciertamente no es la única manera de hacer una fuerte experiencia del Espíritu. Ha habido y hay innumerables cristianos que han tenido una experiencia análoga, sin saber nada sobre el bautismo en el Espíritu, recibiendo un evidente aumento de gracia y una nueva unción del Espíritu después de un retiro, una reunión, una lectura. Incluso una tanda de ejercicios espirituales puede muy bien terminar con una invocación especial del Espíritu Santo, si quien los guía lo ha experimentado y los participantes desean hacerlo. El secreto es decir una vez «Ven, Espíritu Santo», pero decirlo con todo mi corazón como quien sabe que su invitación no caerá en el vacío. Con una fe llena de verdadera espera.

El «bautismo en el Espíritu» ha demostrado ser un medio sencillo y poderoso para renovar la vida de millones de creyentes en casi todas las Iglesias cristianas. No se cuentan las personas que sólo eran cristianas de nombre y, gracias a esa experiencia, se han convertido en cristianos de hecho, dedicados a la oración de alabanza y a los sacramentos, activos en la evangelización y dispuestos a asumir tareas pastorales en la parroquia. ¡Una verdadera conversión de la tibieza al fervor! Es apropiado decirnos lo que Agustín repetía, casi con desdén, a sí mismo al escuchar historias de hombres y mujeres que, en su tiempo, dejaron el mundo para dedicarse a Dios: «Si isti et istae, cur non ego?» [7]: Si estos y estos, ¿por qué no yo también?

Pidamos a la Madre de Dios que nos obtenga la gracia que obtuvo del Hijo en Caná de Galilea. Por su oración, en aquella ocasión, el agua se convirtió en vino. Pidamos que a través de su intercesión el agua de nuestra tibieza se convierta en el vino de un fervor renovado. El vino que en Pentecostés provocó en los Apóstoles la ebriedad del Espíritu y los hizo «fervientes en el Espíritu».

©Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco

[1] Santa Teresa de Jesús, Vida, cap. 7-8.
[2] N. Cabasilas, La vida en Cristo, II, 8: PG 150, 552 s.
[3] Filón de Alejandría, Legum allegoriae, I, 84 [ed. Claude Mondesert] (Cerf, París 1962) 88 (methē nefalios).
[4] San Cirilo de Jerusalén, Cat. XVII, 18-19: PG 33,989.
[5] Macario egipcio, en Philocalia, 3 (Turín 1985) 325.
[6] San Ambrosio, Com. a Sal 35, 19.
[7] San Agustín, Confesiones VIII, 8, 19

ReL

¿CÓMO SON LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LOS MONJES? LA «BUENA MUERTE» EN EL INTERIOR DE UNA HISTÓRICA ABADÍA

NICOLÁS DIAT RECOGE OCHO ENSEÑANZAS SOBRE LA MUERTE EN CONTRASTE CON EL MUNDO MODERNO

Como cada día en la abadía francesa de Fontgombault Dom Forgeot rezaba la oración de San Pío X por los agonizantes entre cantos gregorianos y una densa película de incienso. Lo hacía ante la imagen de Nuestra Señora de la Buena Muerte que preside la abadía. “Desde hoy acepto gustoso el género de muerte que quieras enviarme, con todos sus dolores, angustias y penas”, rezaba el benedictino. Pero el pasado 15 de agosto de 2020 fue el resto de la comunidad de monjes quien rezó por el benedictino durante sus últimos momentos antes de morir. 

FONTGOMBAULT, REFERENTE DE LAS ABADÍAS EUROPEAS

Dentro de un monasterio, cuando se acerca la muerte, las cosas se apaciguan y se simplifican. Es la conclusión a la que llegó Nicolás Diat tras recorrer ocho abadías europeas, tratando de comprender la visión de la muerte que tienen los monjes al final de sus días, y que plasmó en Tiempo de morir. Los últimos días de la vida de los monjes (Palabra). La abadía de Fontgombault no fue una excepción en su camino.

A lo largo de sus mil años de historia, los muros de esta abadía han visto pasar decenas de generaciones de monjes. Fundada como monasterio benedictino a finales del siglo XI, fue saqueada y dañada en 1569 y nuevamente durante la Revolución Francesa. Tras una breve estancia de los trapenses en el siglo XIX, la abadía fue restaurada por los monjes de Solesmes. Hoy, Fontgombault es un referente entre las abadías europeas por su canto gregoriano y la celebración de la Santa Misa.

NUESTRA SEÑORA DE LA BUENA MUERTE

“A mediados del siglo XVIII, los monjes abandonaron la propiedad”, explica Diat. En esa época, un desgraciado se lanzó contra una imagen de la Virgen para derribarla”. El agresor sufrió una grave caída que le provocó la muerte, no sin antes haberse arrepentido. Desde entonces, aquella Virgen del siglo XII es conocida como “Nuestra Señora de la Buena Muerte”.

A día de hoy, la talla del siglo XII preside la abadía y, como Dom Forgeot, los monjes acuden a rezar a diario por los agonizantes y hospitalizados.

VIDA Y MUERTE EN LA COMUNIDAD DE FONTGOMBAULT

En el prólogo de Tiempo de Morir, el cardenal Sarah señala que "los monasterios son lugares en los que se aprende a vivir y a morir en una atmósfera de oración silenciosa, con los ojos puestos siempre en el más allá, en Aquel que nos ha creado y a Quien contemplamos".

Para los monjes de Fontgombault, la muerte es un tema cotidiano en su oración y día a día. Dom Thevenin es el padre enfermero de la abadía desde 1984, y su presencia contribuye a mirar con otros ojos a la muerte. “La principal diferencia entre nuestra generación y la de nuestros predecesores es, sin duda, negarse a mirar la muerte a la cara”, explica. “Nos gustaría olvidarla, y evitar todo el dolor y la angustia que la acompañan”.

Por el contrario, conforme se acerca su hora, los monjes más difíciles, impetuosos o individualistas se serenan. "Esta paz", explica Diat, "no es ajena a la alegría de los monjes en el momento de su muerte", y gracias a ella se ha mantenido intacta la unidad de la abadía durante décadas.

Durante su estancia en Fontgombault, el difunto Dom Forgeot acompañó a veintiséis monjes en  sus últimos días, y de todos ellos, no conservó en su memoria una sola muerte trágica o dolorosa. Al contrario: solo recordaba tránsitos silenciosos, apacibles y muertes dulces. 

“EL MONJE EN COMA SIGUE JUNTO A DIOS”

Tras asistir a decenas de monjes en sus últimos días, Thevenin es un gran conocedor de como los monjes afrontan este tránsito. “Se muestran serenos y en paz”, explica, “se van abandonando poco a poco, por fases, sostenidos por la oración de sus hermanos”.

“El sentido de la oración se conserva hasta el último minuto”, explicó Dom Forgeot antes de su propia muerte. “Si la oración es abandonarse en las manos de Dios, ¿cómo va a detenerse justo en el momento en que está cerca el encuentro?”, se preguntó.

En los peores momentos, un enfermo puede ser incapaz de rezar, “pero el deseo de estar con María no puede cambiar. Lo que varían son la forma que adoptan la meditación y contemplación”, explica Forgeot, “pero el fondo sigue siendo el mismo: el monje en coma sigue viviendo junto a Dios”.

PACIENTE Y ENFERMERO, DOS MONJES DURANTE LA AGONÍA

El médico de Fontgombault observa como la fuerza de la oración durante la vida del monje influye en la forma de afrontar sus últimos momentos.

Especialmente, en la relación con su enfermero. “El vínculo entre ambos puede llegar a ser fuerte, y a veces este tiene que mostrarse firme”, explica Thevenin, “como cuando algún monje se niega a tomarse las medicinas”. Los enfermos, por su parte, “saben que se les sirve en atención a Dios, y que el monje que se encarga de cuidarlos, no es un criado”.

LA MEJOR PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

La respiración irregular, el pulso débil o la palidez del rostro son señales que no pasan inadvertidas al padre Thevenin.  Entonces, el monje suele conservar los reflejos de buen religioso. El rosario, sus oraciones y las letanías de los Santos son la mejor preparación para la muerte.

Tampoco está solo, y la comunidad acompaña al moribundo con su oración. En Fontgombault se han llegado a reunir los sesenta monjes que conforman la abadía, entonando la oración de los agonizantes hasta el momento del eterno reposo del difunto: “Alma cristiana, al salir de este mundo marcha en nombre de Dios que te creó, en nombre de Jesucristo, que murió por ti… entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios”.

LOS ÚLTIMOS DÍAS EN LA ABADÍA: UNA MUERTE FELIZ

El mismo monje que acompaña al enfermo durante su agonía, cuida y asea su cuerpo tras su muerte. Entonces, el padre enfermero lava el cuerpo del difunto, y le reviste con su cogulla o su estola, preparando al fallecido para el velatorio. Un momento de especial relevancia en el que la comunidad podrá darle su último adiós espiritual.

Para el monje Dom Pateau, la muerte tiene muchas lecciones que ofrecer al hombre moderno. Explica que la vida monástica es feliz, y la muerte monástica también, porque cada miembro  de la comunidad acepta perder todo su tiempo por Dios.

¿QUEDA TIEMPO PARA MORIR?

Frente a esta concepción, la prisa de la vida tecnológica desquicia hasta nuestros últimos momentos, y el mismo Dios tiene que obligarnos a dedicarle ese tiempo”, afirma Dom Pateau. “En ese momento, Dios dice: 'Basta', cuando al hombre moderno lo que le gustaría es decir 'no tengo tiempo'”.

El anciano benedictino se pregunta, entonces, si queda tiempo para morir. Para el monje, después de la muerte, lo esencial de la vida no se acaba. En un cuerpo gastado y dolorido, el alma ya no es capaz de expresarse. El camino ha llegado a su fin, y el enfermo, puede marcharse: ahí están sus hermanos. 

J.M.Carrera / ReL