La idea de que las constituciones deben adaptarse a cada pueblo se basa en una concepción no voy a decir decimonónica porque, en realidad, es incluso mucho más anterior.
Si un
pueblo todavía no se ha bajado del caballo y planta sus tiendas en mitad de la
estepa, entonces tal vez ni siquiera está preparado para la democracia. Pero en
el siglo XXI hasta el Estado de Mongolia está regido por una élite urbana.
Se habla
mucho de adaptación de la constitución al carácter e historia de cada nación.
Pero lo que tiene que hacer la constitución es encadenar al Poder Ejecutivo y habilitar una efectiva división de los tres poderes. Lo
demás es pura poesía.
Los
ciudadanos de Chile y los de Sudáfrica y los de Japón lo que necesitan (aunque
ellos no lo sepan) son esas férreas cadenas y esa noble división. Pueden hacer
larguísimas listas de derechos, pueden multiplicar los consejos, asambleas e
instituciones constitucionales; pero o tienen esas dos cosas (las cadenas y la
división) o no las tienen.
Si yo
quiero ser dictador, lo mejor es una carta magna lo más enrevesada posible. Las
largas listas de derechos siempre me han parecido que están fuera de lugar en
un texto que es legal. Algunas constituciones están a medio camino entre el
discurso y el sermón. Derecho a la felicidad, derecho a la vivienda, derecho al
trabajo, derecho a la igualdad, derecho a la integridad física. Podemos hacer
una lista de doscientos derechos que si no hay división de poderes, el
legislador redefinirá cada derecho. Y cada derecho será lo que el legislador
diga.
Una constitución cuanto más clara,
precisa y sencilla sea, mucho mejor.
En cuanto
un partido tenga mayoría suficiente para cambiar todas las leyes, incluso las
orgánicas, me da lo mismo si es un partido de derechas o de izquierdas, si su
jefe es cristiano o un gran intelectual: la tendencia será a perpetuarse en el
poder cambiando las reglas del juego cada vez con mayor desvergüenza. En cuanto
al Poder no me fio ni de san Francisco de Asís.
Por eso
la conveniencia de tener una constitución ideal standard. Un texto público,
consensuado por los más sabios de otro país, y con el que se pueda comparar
cualquier nueva constitución que se le ocurra al mandatario que sea.
Además,
esa constitución ideal debería tener el texto y la glosa del porqué de cada
artículo y de los vicios que se deben evitar en cada artículo. Así el texto
podría avergonzar a cada dirigente que quisiera aprobar lo que la constitución
ideal en sus glosas advierte que es una trampilla para colarse.
Frente a
la nitidez que impone la racionalidad, un futuro dictador siempre querrá que se
otorgue voz ¡y voto! a los jefes de las tribus de su país, a los jefes de los
clanes, a los representantes de las minorías y a todo el mundo. ¿Por qué? Porque la
democracia se basa en la igualdad de los ciudadanos: un hombre, un voto. Con
los que hay que hablar es con los representantes del Pueblo, no con los
representantes de grupos, subgrupos y entidades artificiales que sirven de
hojarasca para ocultar las verdaderas razones del futuro dictador.
Por todo
esto, doy mi pésame a Chile y a El Salvador. Una chapuza de carta magna es la
semilla de grandes opresiones para los ciudadanos.
Ayer dije
que lo ideal sería una constitución redactada por catedráticos escandinavos.
Con ello lo que quería decir es que una constitución ideal standard debe
hacerse por individuos que no tengan ninguna conexión con los intereses
particulares de los partidos políticos del país donde se vaya a aplicar.
Individuos neutrales que hagan un gran esfuerzo racional. Y esa constitución
debe redactarse en frío, es decir, cuando todavía no existe una asamblea
constituyente. La redacción en caliente implica necesariamente presiones. Un
protocolo de evacuación de un edificio hay que redactarlo cuando no hay ningún
incendio.
Los
políticos dirán: “Es que esos no nos entienden”. En
realidad, lo único que hay que comprender bien es la capacidad que tiene un
partido político para convertirse en un club de intereses propios. Lo único que
hay que entender bien es la naturaleza del Poder.
Pero
los políticos patrios (de todos los países) siempre dirán: “¿Cómo vais a preferir unas reglas
del juego hechas, allí lejos, por individuos sabios y neutrales cuando podemos
redactaros las reglas nosotros aquí, los que os hemos llevado a la pobreza
desde hace cuarenta años?”.
Lo que sí
que es verdad es que el político inepto y deshonesto es un producto enteramente
patrio en cada parte del mundo.
P. FORTEA
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