lunes, 10 de mayo de 2021

(470) ¿GNOSTICISMO ACTUAL?

PARÁFRASIS 1

«El gnosticismo supone “una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan"» (Gaudete et exsultate, n.36)

Este parágrafo 36 preludia una serie de diez pasajes (36-46) que pretenden denunciar el «gnosticismo actual». Podría imaginarse que se va a tratar del pensamiento moderno, de la mentalidad protestante, del sincretismo epistemológico que perturba la mente de la Posmodernidad. Y empieza bien, mencionando el mal de «una fe encerrada en el subjetivismo».

Sin embargo, a continuación arroja una sombra de duda, porque atribuye a este subjetivismo —que sin dudarlo existe en el gnosticismo posmoderno— «una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan».

Y decimos una sombra de duda, o de perplejidad, que nos hace prever que en realidad en los puntos 36 a 46 no va a ocuparse del gnosticismo actual. Porque, si algo tiene el gnosticismo posmoderno, es que ni quiere razonar bien, ni quiere alcanzar un verdadero conocimiento, ¡por eso es, precisamente, subjetivista! Y es que si uno razona rectamente, y alcanza conocimiento, esta rectitud y este saber alcanzados en verdad reconfortan y en verdad iluminan, y por tanto no son gnosticismo, sino verdadera sabiduría. 

Por eso, como reconoce en el n. 39, con lo de gnósticos no se refiere «a los racionalistas enemigos de la fe cristiana», es decir, a los que verdaderamente son los gnósticos modernos; sino a un gnosticismo que supuestamente estaría «dentro de la Iglesia, tanto en los laicos de las parroquias como en quienes enseñan filosofía o teología en centros de formación»; es decir, el supuesto gnosticismo de los defensores de una doctrina «perfectamente comprensible» (n. 39), de «lógica fría» (n.39), dadora de «supuestas certezas» (n. 42); se refiere, por tanto, con lo de gnósticos, no a los gnósticos anticristianos del mundo moderno, sino a los defensores católicos de una «doctrina monolítica defendida por todos sin matices» (n. 43), carentes de «dinámicas capaces de generar interrogantes, dudas, cuestionamientos» (n.44), propia de «un falso profeta» (n. 41). (Se pretende, además, que el equilibrio intelectual de esta doctrina inequívoca y antipluralista es «un equilibrio gnóstico […] formal y supuestamente aséptico» (n. 38). 

Esta descalificación, que coincide con los tópicos antiintelectualistas, antiescolásticos y antitomistas del personalismo y la Nueva Teología, concluye en una afirmación que cuadra muy bien con las tesis de Amoris laetitia: se puede pecar y estar en gracia, se puede pecar y no perder la inhabitación trinitaria, por más que la fe cerrada de los falsos profetas diga lo contrario.

Esta idea de A.L. encaja con la tesis del n. 42: «Tampoco se puede pretender definir dónde no está Dios, porque Él está misteriosamente en la vida de toda persona, está en la vida de cada uno como él quiere, y no podemos negarlo con nuestras supuestas certezas. Aun cuando la existencia de alguien haya sido un desastre, aun cuando lo veamos destruido por los vicios»

PARÁFRASIS 2

«Gracias a Dios, a lo largo de la historia de la Iglesia quedó muy claro que lo que mide la perfección de las personas es su grado de caridad, no la cantidad de datos y conocimientos que acumulen. Los “gnósticos” tienen una confusión en este punto, y juzgan a los demás según la capacidad que tengan de comprender la profundidad de determinadas doctrinas.» (Gaudete et exsultate, n.37)

Sin embargo, la fe es respuesta, asentimiento a una serie de datos naturales y sobrenaturales comunicados por Dios, datos que aportan un conocimiento salvífico cuyo aumento, (o si se quiere, acumulación), es santificador, y cuyo crecimiento es querido por Dios, y es causado por Él mediante la acción, principalmente, de los dones del Espíritu Santo.

Ciertamente la virtud de la caridad es vínculo de perfección, y la mejor de las virtudes teologales, porque con ella «amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios» (Catecismo mayor San Pío X, n.898). Pero no se puede amar lo que no se conoce, por eso conocer a Dios es primero, y hasta tal punto, que el Tridentino «exhorta primeramente con el mismo Apóstol a todos, y a cada uno, a que se conforten en el Señor, y en el poder de su virtud, tomando en todo el escudo de la fe».

(Fe que es, no lo olvidemos, conocimiento sobrenatural de Dios; primero, en efecto, se «debe principiar por el símbolo, o confesión de fe» (Trento, ses. III). Pues como enseña el mismo Concilio en su ses. VI, cap 8: la fe «es principio de la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual es imposible hacerse agradables a Dios, ni llegar a participar de la suerte de hijos suyos». 

Así que, aunque es verdad que acumular datos y conocimientos no es santificador si estos datos y conocimientos no son santificadores, también es verdad que, si lo son, y es el caso de los saberes revelados por Dios, sí que es bueno y perfeccionante acumularlos, aumentarlos y hacerlos crecer.

Y con esto denunciamos un prejuicio muy extendido en el catolicismo actual, que a menudo menosprecia los conocimientos doctrinales. Para la mentalidad personalista, Santo Tomás es un racionalista, el conocimiento filosófico o teológico no tienen valor alguno, la fe no consiste en asentir a los datos que Dios comunica acerca de Sí mismo. La fe, bajo esta perspectiva, consistiría sólo en experimentar, sentir, emocionarse, pero no en creer. Sólo el amor sería digno de fe, diría von Balthasar. 

Con esto llegamos a la raíz del problema: serían gnósticos actuales los que creen en la eficacia salvífica de la doctrina cristiana, en el valor de su formulación conceptual inequívoca. Los católicos que confían en la precisión doctrinal serían, como acusaba Rahner, triunfalistas víctimas de una ilusión gnóstica.

Porque, bajo esta óptica, la doctrina tradicional sería sólo una interpretación posible entre otras, y reclamarle exactitud sería gnosticismo. El pluralismo doctrinal, que el mismo Hans Urs von Balthasar defendería en versión mitigada, será el remedio milagroso contra todas estas las rigideces.

Alonso Gracián

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