PARÁFRASIS 1
«El gnosticismo supone “una fe
encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o
una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e
iluminan"» (Gaudete et exsultate, n.36)
Este parágrafo 36 preludia una
serie de diez pasajes (36-46) que pretenden denunciar el «gnosticismo actual». Podría imaginarse que
se va a tratar del pensamiento moderno, de la mentalidad protestante, del
sincretismo epistemológico que perturba la mente de la Posmodernidad. Y empieza
bien, mencionando el mal de «una fe encerrada en
el subjetivismo».
Sin embargo, a continuación
arroja una sombra de duda, porque atribuye a este subjetivismo —que sin dudarlo
existe en el gnosticismo posmoderno— «una serie de razonamientos y conocimientos que
supuestamente reconfortan e iluminan».
Y decimos una sombra de duda,
o de perplejidad, que nos hace prever que en realidad en los puntos 36 a 46 no
va a ocuparse del gnosticismo actual. Porque, si algo tiene el gnosticismo
posmoderno, es que ni quiere razonar bien, ni quiere alcanzar un verdadero
conocimiento, ¡por eso es, precisamente,
subjetivista! Y es que si uno razona rectamente, y alcanza conocimiento,
esta rectitud y este saber alcanzados en verdad reconfortan y en verdad
iluminan, y por tanto no son gnosticismo, sino verdadera sabiduría.
Por eso, como reconoce en el
n. 39, con lo de gnósticos no se refiere «a los
racionalistas enemigos de la fe cristiana», es decir, a los que
verdaderamente son los gnósticos modernos; sino a un gnosticismo que
supuestamente estaría «dentro de la Iglesia,
tanto en los laicos de las parroquias como en quienes enseñan filosofía o
teología en centros de formación»; es decir, el supuesto gnosticismo
de los defensores de una doctrina «perfectamente
comprensible» (n. 39), de «lógica
fría» (n.39), dadora de «supuestas
certezas» (n. 42); se refiere, por tanto, con lo de gnósticos, no a
los gnósticos anticristianos del mundo moderno, sino a los defensores católicos
de una «doctrina monolítica defendida por
todos sin matices» (n. 43), carentes de «dinámicas capaces de generar interrogantes, dudas, cuestionamientos»
(n.44), propia de «un falso profeta» (n.
41). (Se pretende, además, que el equilibrio intelectual de esta doctrina
inequívoca y antipluralista es «un equilibrio
gnóstico […] formal y supuestamente aséptico» (n. 38).
Esta descalificación, que
coincide con los tópicos antiintelectualistas, antiescolásticos y antitomistas
del personalismo y la Nueva Teología, concluye en una afirmación que cuadra muy
bien con las tesis de Amoris laetitia: se puede pecar y estar en gracia, se puede pecar y no perder
la inhabitación trinitaria, por más que la fe cerrada de los falsos profetas
diga lo contrario.
Esta idea de A.L. encaja con
la tesis del n. 42: «Tampoco se puede
pretender definir dónde no está Dios, porque Él está misteriosamente en la vida
de toda persona, está en la vida de cada uno como él quiere, y no podemos
negarlo con nuestras supuestas certezas. Aun cuando la existencia de
alguien haya sido un desastre, aun cuando lo veamos destruido por los vicios»
PARÁFRASIS 2
«Gracias a Dios, a lo largo de la historia de la
Iglesia quedó muy claro que lo que mide la perfección de las personas es su
grado de caridad, no la cantidad de datos y conocimientos que
acumulen. Los “gnósticos” tienen una confusión en este punto, y juzgan a
los demás según la capacidad que tengan de comprender la profundidad de
determinadas doctrinas.» (Gaudete et exsultate, n.37)
Sin embargo, la fe es
respuesta, asentimiento a una serie de datos naturales y sobrenaturales
comunicados por Dios, datos que aportan un conocimiento salvífico cuyo aumento,
(o si se quiere, acumulación), es santificador, y cuyo crecimiento es querido
por Dios, y es causado por Él mediante la acción, principalmente, de los dones
del Espíritu Santo.
Ciertamente la virtud de la
caridad es vínculo de perfección, y la mejor de las virtudes teologales, porque
con ella «amamos a Dios por Sí mismo sobre todas
las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios» (Catecismo
mayor San Pío X, n.898). Pero no se puede amar lo que no se conoce, por eso
conocer a Dios es primero, y hasta tal punto, que el Tridentino «exhorta primeramente con el mismo Apóstol a todos, y
a cada uno, a que se conforten en el Señor, y en el poder de su virtud, tomando
en todo el escudo de la fe».
(Fe que es, no lo olvidemos,
conocimiento sobrenatural de Dios; primero, en efecto, se «debe principiar por el símbolo, o confesión de fe»
(Trento, ses. III). Pues como enseña el mismo Concilio en su ses.
VI, cap 8: la fe «es principio de la
salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual es
imposible hacerse agradables a Dios, ni llegar a participar de la suerte de
hijos suyos».
Así que, aunque es verdad que
acumular datos y conocimientos no es santificador si estos datos y
conocimientos no son santificadores, también es verdad que, si lo son, y es el
caso de los saberes revelados por Dios, sí que es bueno y perfeccionante
acumularlos, aumentarlos y hacerlos crecer.
Y con esto denunciamos un prejuicio
muy extendido en el catolicismo actual, que a menudo menosprecia los
conocimientos doctrinales. Para la mentalidad personalista, Santo Tomás es un
racionalista, el conocimiento filosófico o teológico no tienen valor alguno, la
fe no consiste en asentir a los datos que Dios comunica acerca de Sí mismo. La
fe, bajo esta perspectiva, consistiría sólo en experimentar, sentir,
emocionarse, pero no en creer. Sólo el amor sería digno de fe, diría von
Balthasar.
Con esto llegamos a la raíz
del problema: serían gnósticos actuales los que
creen en la eficacia salvífica de la doctrina cristiana, en el valor de su
formulación conceptual inequívoca. Los católicos que confían en la
precisión doctrinal serían, como acusaba Rahner, triunfalistas víctimas de una
ilusión gnóstica.
Porque, bajo esta óptica, la
doctrina tradicional sería sólo una interpretación posible entre otras, y
reclamarle exactitud sería gnosticismo. El pluralismo doctrinal, que el
mismo Hans Urs von Balthasar defendería en versión mitigada, será el remedio
milagroso contra todas estas las rigideces.
Alonso Gracián
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