viernes, 22 de mayo de 2020

¿QUÉ SIGNIFICA EL DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS DEL CREDO?


Hace unos días un amigo me hizo este comentario: «Todos los domingos, en Misa, recitamos el Credo, pero creo que la frase «descendió a los infiernos» no entienden su sentido ni el noventa y nueve por ciento de los fieles, ni, probablemente, el mismo cura». Tuve que reconocer que en lo del cura, en mi caso, tenía razón.
Ahora bien, ¿dónde podemos encontrar una síntesis de la doctrina cristiana? Pues en los Catecismos. Yo, en estos momentos hay dos que recomiendo por encima de los demás: el YouCat y el Catecismo de la Iglesia Católica.
El YouCat, es decir el Catecismo para Jóvenes, lo aconsejo porque es una muy buena introducción a la doctrina católica, con el mérito, además, que se lee muy bien y es bastante ameno, lo que evidentemente hace de él una lectura muy recomendable.
En cuanto al Catecismo de la Iglesia Católica, aunque me lo he leído dos veces de punta a cabo por motivos profesionales, es un libro que recomiendo tenerlo en casa, pero cuyo uso debe ser algo parecido a lo que hacemos con los diccionarios: es decir, es un libro de consulta. En este caso concreto busqué la explicación del Credo y en los números 631 a 637 encontré lo que buscaba. Pero para entender mejor lo que decía, me pareció conveniente leerme la parábola del rico y del pobre Lázaro, que encontramos en Lc 16, 19-31, en la que Jesucristo hace referencia al infierno donde va el rico y al seno de Abrahán, que es el destino de Lázaro. Ambos mueren, pero su destino es bien distinto.
El «descendió a los infiernos» del Credo tiene en él dos sentidos. El primero, que está como el otro ya en la predicación apostólica es que «Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos» (nº 632). Es decir, Jesús murió realmente.
El segundo sentido lo encontramos sobre todo en el número 633: «La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el «seno de Abraham» (cf. Lc 16, 22-26). «Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos» (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados (cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Libelo Cum dudum: DS, 1011; Clemente VI, c. Super quibusdamibíd., 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Concilio de Toledo IV, año 625: DS, 485; cf. también Mt 27, 52-53)».
En pocas palabras, hasta el descenso de Jesús a los infiernos, las almas de los justos que estaban en el seno de Abraham, aunque gozaban de muchos bienes, estaban privados de la visión de Dios: Jesús con su descenso a los infiernos comunica a los justos la Buena Nueva «pues para esto se anunció el Evangelio también a los que ya están muertos, para que condenados como todos los hombres en el cuerpo, vivan según Dios en el Espíritu» (1 P 4.6) y les abre las puertas del cielo. Por tanto «el descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación» (nº 634).
En consecuencia, el descendió a los infiernos que recitamos en el Credo tiene dos sentidos: según el primero Jesús murió realmente, conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con los difuntos en el lugar de los muertos; en el segundo sentido Jesús libera las almas de los justos, les abre la puerta del cielo y les lleva a la visión beatífica de Dios.
Pedro Trevijano

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