La humildad es la
base de la vida espiritual completa. Sin esta virtud, nunca avanzaremos en la
santidad.
Por: Sam Guzman | Fuente: The Catholic Gentleman // PildorasDeFe.net
Si ustedes leen CatholicGentleman.net de vez en cuando, sabrán que
frecuentemente el autor habla allí acerca de la importancia de la humildad. Los santos aclaran muy bien que la humildad es el fundamento de todo
crecimiento espiritual. Si no somos humildes, no somos santos. Es así de
sencillo.
Pero por muy sencillo que se diga que debemos
ser humildes, no siempre resulta fácil ponerlo en práctica. De manera que, quiero hablar acerca de seis métodos para
cultivar la virtud de la humildad.
1.- ORA POR LA GRACIA DE LA HUMILDAD
Se puede decir con seguridad que ninguna virtud
se formará en nuestras almas si no es por medio de la oración frecuente. Si realmente
deseas ser humilde, ora cada día por
esta gracia, pidiéndole a
Dios ayuda para sobreponerte a tu amor propio.
“Debemos pedirle humildad
diariamente a Dios y con todo nuestro corazón, pedir también la gracia de saber
que somos nada, y que nuestro bienestar corporal y espiritual proceden de Él
únicamente”. (San Juan María Vianney)
2.- ACEPTA HUMILLACIONES
Tal vez la manera más dolorosa pero más efectiva
de aprender a ser humildes sea el aceptar humillaciones y situaciones
vergonzosas. El padre Gabriel de Santa María Magdalena explica:
"A muchas almas les
gustaría ser humildes, pero muy pocas desean la humillación; muchas le piden a
Dios que las haga humildes y oran fervientemente por esto, pero pocas quieren
ser humilladas.
Sin embargo es imposible
ganar humildad sin humillación; de la misma manera en la que estudiando se
adquiere conocimiento, así por medio de la humillación obtenemos humildad.
Mientras solamente deseemos
esta virtud de la humildad, pero no estemos dispuestos aceptar los medios para
llegar a ella, ni siquiera estaremos en el camino adecuado para adquirirla. Aún
si en algunas ocasiones logramos actuar humildemente, esto podría ser el
resultado de una humildad superficial y aparente en lugar de una humildad real
y profunda.
Humildad es verdad; por lo
tanto, digámonos que dado que no poseemos nada de nosotros mismos sino
solamente el pecado, es precisamente por eso que recibimos solamente
humillación y desprecio.
3.- OBEDECE A SUPERIORES LEGÍTIMOS
Una de las manifestaciones más claras del
orgullo es la desobediencia (irónicamente,
la desobediencia y la rebelión son reconocidas como virtudes en la sociedad
moderna occidental). Satanás cayó por su orgullo, Non serviam: “No serviré”.
Por otro lado, la humildad
siempre es manifestada por medio de la obediencia a la autoridad legítima, ya sea tu jefe o el gobierno. San Benedicto dice
“el primer grado de humildad es la pronta
obediencia”.
4.- DESCONFÍA DE TI MISMO
Los santos nos dicen que cada pecado que
cometemos se debe a nuestro orgullo y autosuficiencia. Si desconfiamos de
nosotros mismos y depositamos toda nuestra confianza en Dios no pecaremos
jamás.
Dom Lorenzo Scpuoli fue más lejos y dice:
“La desconfianza de sí es
un requisito en el combate espiritual y sin esta virtud no podemos esperar
vencer nuestras pasiones más débiles, ni mucho menos ganar la victoria
completa”.
5.- RECONOCE TU INSIGNIFICANCIA
Otra manera muy efectiva de cultivar la humildad
es meditar en la grandeza de Dios, mientras simultáneamente
reconocemos nuestra propia insignificancia en relación a Él. San Juan María
Vianney lo pone de esta manera:
¿Quién puede contemplar la
inmensidad de Dios sin humillarse a sí mismo hasta hacerse polvo ante el
pensamiento de que Dios creó el cielo de la nada, y que con una palabra puede
convertir el cielo y la tierra en nada nuevamente?
Un Dios tan grande, y cuyo poder es inagotable;
un Dios lleno de perfección; un Dios con una eternidad interminable; su inmensa
justicia, su providencia, que reina sobre todo de manera sabia, y que cuida
todo con tal esmero, ¡y nosotros somos nada!
6.- PIENSA MEJOR DE OTROS QUE DE TI MISMO
Cuando somos orgullosos, inevitablemente
pensamos que somos mejores que los demás. Oramos como el Fariseo, “Señor, te agradezco porque no soy como otros hombres”. Este
farisaísmo es increíblemente dañino para nuestras almas, y es detestable para
Dios.
Tanto las Escrituras como los santos afirman que
el único camino seguro es considerar a todos como mejores que nosotros
mismos. San Pablo dice:
“No hagan nada por
rivalidad o vanagloria. Que cada uno tenga la humildad de creer que los otros
son mejores que él mismo.” (Filipenses 2:3)
Thomas
de Kempis resume esta enseñanza en el Capítulo 7 de su
clásico La Imitación de Cristo:
"No te estimes por
mejor que los demás, porque no seas quizás tenido por peor delante de Dios, que
sabe lo que hay en el hombre.
No te ensoberbezcas de tus
obras buenas, porque son muy distintos de los juicios de Dios los de los
hombres, al cual muchas veces desagrada lo que a ellos contenta.
Si algo bueno hay en ti
piensa que son mejores los otros, pues así conservarás la humildad.
No te daña si te pospones a
los demás, pero es muy dañino si te antepones a solo uno. Continua paz tiene el
humilde; más en el corazón del soberbio hay emulación y saña muchas
veces".
CONCLUSIÓN
No hay duda:
la humildad es la base de la vida espiritual completa. Sin
esta virtud, nunca avanzaremos en la santidad.
Sin embargo, la humildad no es simplemente una
idea abstracta que debe ser admirada, es una virtud que debe ser aprendida y
practicada en las circunstancias dolorosas de la vida diaria.
Esforcémonos en ser humildes a imagen de Cristo
que “se despojó a sí mismo, tomando forma de
siervo, haciéndose semejante a los hombres”.
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