lunes, 1 de septiembre de 2014

¿QUÉ ES EL PERDÓN?


El perdón es una liberación del resentimiento con algún ofensor. En suma, es la renuncia a los resentimientos e indignación que ha causado una ofensa. El perdón surge de la libertad y la caridad. No obstante, la presencia del perdón no impide la aplicación de la justicia ante el ofensor.

¿EL PERDÓN ES SUBJETIVO?

El perdón nace en el sujeto que recibió la ofensa, pues sólo en esta calidad puede liberarse de los posibles resentimientos que tenga contra el agresor. Debemos de saber que el perdón, como liberación, es fruto de la voluntad de cada individuo. No se puede obligar a perdonar porque esta acción recae en la voluntad, que aún con castigos, no hace lo que otros decidan sino lo que ella misma delibera hacer. Incluso se puede decir que esta obligación violenta la naturaleza del perdón. Pues, si el perdón intenta reconstruir y liberar de un resentimiento, no se puede llevar a cabo en plenitud si no es por medio de la libertad.

El ofensor no puede perdonar, porque la ofensa no recayó en él, sino que de él se originó. Por tanto, el perdón depende de quien recibe la ofensa y es un acto de la libertad y de la caridad.

Cuando perdonamos ejercemos la caridad en un grado mayor, pues, si la caridad es amor, y el amor es el deseo del bien del otro, le hacemos un bien a nuestro ofensor cuando lo liberamos de nuestro resentimiento y posible violencia. Esto no significa que haya que renunciar a la justicia o al castigo merecido, sino que, con el perdón mostramos nuestra disposición a hacer el bien.

PERDÓN Y MISERICORDIA

El acercamiento al bien del ofensor por parte del ofendido a través del perdón se entiende mejor si se confronta la misericordia con el perdón. Parece que una puede llevar al otro en algunas situaciones. El perdón el la liberación del resentimiento contra el ofensor, y de sus culpas. Con ello se busca ver al ofensor reintegrado a la plenitud de la dignidad humana, pues si permanece reconocido sólo como ofensor, no hay una visualización de su plena humanidad, pues no se le considera capaz del bien.

La misericordia es, literalmente, un corazón empobrecido o compadecido. Evoca un corazón lacerado, y lacerado especialmente por ver la miseria de otro. (1) El perdón puede nacer de considerar al ofensor como un pecador que ha degradado su dignidad humana. Esta degradación puede lacerar el corazón del ofendido; y en la medida que desee el bien y la superación del ofensor es un hombre caritativo, pues desea el bien del otro, incluso de un ofensor, sin desear nada más para sí mismo.

¿EL PERDÓN ES UNA DECISIÓN DE ABANDONAR EL RESENTIMIENTO?

Se puede hablar del perdón como una liberación. De hecho, la palabra “perdón” viene de las palabras latinas “per donare”, que significan “dejar ir”, “dar por” o “dar para”. Cuando ejercemos el perdón “soltamos” a quien nos ha ofendido o nos ha hecho un mal. En griego esta etimología se entiende mejor, pues, “afesis”, palabra para perdón, significa liberación.

El cristiano cree en el perdón de los pecados. Y como consecuencia, espera ser aceptado de nuevo en el seno del Padre a través de la justificación del Hijo, quien ha planificado la naturaleza humana y hecho posible que seamos de nuevo hijos de Dios en plenitud. Es así que estamos llamados a ser “hijos en el Hijo”. El perdón de los pecados es una creencia fundamental del cristianismo, que ha sido expresada en el credo y en el Padrenuestro. Decimos: “creo en el perdón de los pecados” y “perdona nuestras ofensas”, respectivamente. Este perdón lo esperamos según la bondad y gracia de Dios y según nuestra naturaleza, que después de haberse apartado voluntariamente de Dios, es capaz del bien, y en plenitud lo es por la acción de gracia salvadora de Cristo.

¿EL PERDÓN IMPLICA DEJAR DE HACER JUSTICIA?

El dar el perdón no significa que dejemos de reclamar justicia sobre el que nos ha ofendido. Nos hemos liberado de la ira y del resentimiento, pero no de la justicia. Abandonar ésta sería un gran mal para el ofensor, pues la justicia acerca al ofensor a una corrección y busca su perfeccionamiento.

Hemos planteado que el perdón es un resultado de la misericordia, que es expresión de la caridad. La caridad, que es amor, es el deseo del bien del otro. Es así que si somos caritativos con el ofensor, desearemos su bien, y esto es su optimación. Si permitimos que el ofensor permanezca en tal estado, ya sea como delincuente o criminal, lo apartamos de su optimación en la virtud. Y si permitimos que continúe con una vida apartada de la virtud, que es expresión del bien, y llena de conductas antisociales, permitimos que persevere en el mal, ya que estas acciones terminan destruyendo al individuo. Por tanto, si no hacemos justicia a nuestro ofensor le hacemos un mal, ya que no lo conducimos hacia su perfeccionamiento en la virtud.

Acercar a la justicia al ofensor le causa un bien, pues reconoce que ha violado la dignidad de otra persona, y además lo insta a llevar una vida virtuosa, aunque tenga que purgar una justa condena. Al final la justicia y el perdón no se contradicen porque buscan el mismo fin que es el bien del ofensor. Este bien se puede mostrar como magnanimidad humana, sin embargo, el cristiano entiende que toda compasión y perdón participa de la bondad divina y a ella se encamina.

EL PERDÓN ACERCA NUESTRA VIDA MORAL A LA PERFECCIÓN DE DIOS.

Cuando perdonamos nos parecemos más a Dios que en otras ocasiones. Dios, por su perfección es la bondad, la justicia y la misericordia en sumo grado. A lo largo de la Antigua alianza, Dios se mostró compasivo y misericordioso, pues guiaba al pueblo de Israel perdonando sus pecados y haciendo justicia a los que caían en pecado. La misericordia y justicia de Dios se han mostrado plenamente en Cristo, quien ha venido a hacernos hijos del Padre guiándonos hacia Él del mejor modo posible.

Cristo también perdonó a los pecadores y los instó a llevar una vida virtuosa, como en el caso de la mujer adúltera (Jn. 8 1-11). No obstante la llamada a la conversión y la predicación de la misericordia de Dios, Cristo también ha mostrado que, llegado su tiempo, hará justicia a los que han llevado una vida alejada de la virtud. El momento culminante de la expresión de perdón del Hijo es la absolución de sus verdugos al momento de clavarlo a la cruz. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. ¿Cómo puede expresarse de tal modo un hombre que es injustamente torturado? Sin duda este momento es elocuente porque muestra la apertura del corazón de Dios para liberarse del resentimiento y quitar las culpas de los ofensores. Es tal la magnitud del amor de Dios, que está dispuesto a liberar de las culpas. Sin embargo, esto no impide que Dios, por su perfección, pueda hacer justicia.

(1) Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I, q. 21, art. 3

Gabriel González Nares

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