miércoles, 10 de mayo de 2017

AFRONTAR, EN FAMILIA, LOS PROBLEMAS DE SALUD


Cuando un miembro de la familia lleva tiempo con un deterioro progresivo, con dolores agudos y va a entrar en la fase de diversas pruebas médicas, todos caen en una etapa de desconcierto, de súplica a Dios: «Que no sea grave». Me encuentro con Jorge, que vive una de esas etapas por problemas de salud de su esposa. Está lleno de temores y espera una palabra de consuelo.
Le animo a irse el fin de semana con la esposa y los hijos a la casa que tienen en el pueblo, donde encuentran momentos de sosiego y paz. Le comento la escena de la transfiguración de Jesús. Acompañado de sus discípulos sube camino de Jerusalén; les va comentando que le espera una situación tremenda: le van a detener, a juzgar y a condenar a muerte. Ellos le acompañan cabizbajos, sin comprender cómo le puede sobrevenir eso. Para darles un respiro, les pide que le acompañen al monte para rezar. Allí, la luz de Dios que lleva encerrada en su carne le explota dentro y Jesús queda transfigurado. Los discípulos quedan obnubilados por la visión y tan felices que quieren acampar allí para siempre. Al rato, pasada la visión, Jesús les invita a bajar para continuar el camino.
A los diez días, Jorge me cuenta que estuvieron en el pueblo en ambiente familiar, subieron a la colina a la ermita del Cristo de la Salud. Rezaron con devoción, sintieron cercano al Señor que ama y cuida de sus hijos, y quedaron impregnados de luz para afrontar la dura prueba que les esperaba. Ahora se encontraban animados y arropados para abordar el proceso de incertidumbre.
En nuestro caminar, en medio de las sobrecargas, es importante cultivar momentos de transfiguración, de tomar conciencia de la presencia salvadora de Dios que llevamos encarnada en nuestra debilidad, de convivir con los amigos. Desde esa experiencia no desaparece el dolor, los miedos, pero podremos afrontarlos con mayor paz y confianza.
Al final del camino el creyente confía en acceder al encuentro definitivo con Dios, en un cara a cara de luz y felicidad, y con todos los que le han precedido poder afirmar: «Qué bien se está aquí».

Jesús García Herrero
Capellán del tanatorio M-30.
Madrid

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