Domingo de Ramos
Marcos 14,1-15,47
El Domingo de Ramos es
la única ocasión, en todo el año, en que se escucha por entero el relato evangélico de la Pasión. Lo que más impresiona, leyendo
la pasión según Marcos, es
la relevancia que se da a la traición de Pedro. Primero es anunciada por Jesús en la última cena; después se describe en todo su
humillante desarrollo.
Esta insistencia es significativa, porque Marcos era una especie de secretario de Pedro y
escribió su Evangelio uniendo los recuerdos y las informaciones que le llegaban
precisamente de él. Fue por lo tanto el propio Pedro quien divulgó la historia de su traición.
Hizo una especie de confesión pública. En el gozo del perdón encontrado, a
Pedro no le importó nada su buen nombre y su reputación como cabeza de los
apóstoles. Quiso que ninguno de los que, a continuación, cayeran como él, desesperasen del perdón.
Es necesario leer la historia de la negación de Pedro paralelamente a la de la traición de Judas. También ésta es preanunciada por Cristo en el
cenáculo, después consumada en el Huerto de los Olivos. De Pedro se lee que
Jesús se volvió y "le miró" (Lc
22,61); con Judas hizo más aún: le besó. Pero el resultado fue bien distinto.
Pedro, "saliendo fuera, rompió a llorar
amargamente"; Judas, saliendo fuera, fue a ahorcarse.
Estas dos historias no están cerradas; prosiguen, nos afectan de cerca. ¡Cuántas veces tenemos que decir que hemos hecho como
Pedro! Nos hemos visto en la situación de dar testimonio de nuestras
convicciones cristianas y hemos preferido mimetizarnos para
no correr peligros, para no exponernos. Hemos dicho, con los hechos
o con nuestro silencio: "¡No conozco a ese
Jesús de quien habláis!"
Igualmente la historia de Judas, pensándolo bien, en absoluto nos es
ajena. El padre Primo Mazzolari tuvo una predicación famosa un Viernes Santo
sobre "nuestro hermano Judas",
haciendo ver cómo cada uno de nosotros habría podido estar en su lugar. Judas
vendió a Jesús por treinta denarios, ¿y quién puede
decir que no le ha traicionado a veces hasta por mucho menos?
Traiciones, cierto, menos trágicas que la suya, pero agravadas por el hecho de
que nosotros sabemos, mejor que Judas, quién era Jesús.
Precisamente porque las dos historias nos afectan de cerca, debemos ver qué
marca la diferencia entre una y otra: por qué las dos historias, de Pedro y de
Judas, acaban de modo tan distinto. Pedro tuvo remordimiento de lo que había hecho, pero Judas también
tuvo remordimiento, tanto que gritó: "¡He
traicionado sangre inocente!", y devolvió los treinta denarios. ¿Dónde está entonces la diferencia? Sólo en una
cosa: Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no!
En el Calvario, de nuevo, ocurre lo mismo. Los dos
ladrones han pecado
igualmente y están manchados de crímenes. Pero uno maldice, insulta y muere
desesperado; el otro grita: "Jesús, acuérdate
de mí cuando estés en tu reino", y se Le oye responder: "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el
Paraíso" (Lc 23,43).
Vivir la Pascua significa vivir una experiencia personal de la
misericordia de Dios en
Cristo. Una vez, un niño al que se le había relatado la historia de Judas dijo,
con el candor y la sabiduría de los niños: "Judas
se equivocó de árbol para ahorcarse: eligió una higuera". "¿Y qué
debería haber elegido?", le preguntó sorprendida la catequista. "¡Debía colgarse del cuello de Jesús!". Tenía
razón: si se hubiera colgado del cuello de Jesús, para pedirle perdón, hoy sería honrado como lo es San Pedro.
Conocemos el antiguo "precepto" de
la Iglesia: "Confesarse una vez al año y comulgar al menos
en Pascua". Más que una obligación, es un don, un
ofrecimiento: es ahí donde se nos ofrece la ocasión
de "colgarnos del cuello" de Jesús.
Tomado de Homilética.
Por: Raniero
Cantalamessa
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