Con la oportunidad de vivirla de una manera diferente, abriéndonos sin miedo a buscar ese manantial de amor y gratitud que guarda nuestro corazón
Por: María Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net
Tenemos un Domingo de Ramos donde
todo parece alborozo a la entrada de Jesús en Jerusalén, palmas y loas, alegría
y vítores que luego nos harán comprender lo fugaz y voluble que son los
sentimientos humamos...
Un Jueves Santo en
cuya noche, antes de ser entregado al sufrimiento de su Pasión, Cristo va a
dejarnos la mejor prenda de amor, una misteriosa y sorprendente donación que
solo a un Dios en una locura de enamorado se le puede ocurrir... convertirse en
Pan para poderse dar en alimento y así darnos la vida eterna.
Después, un Viernes Santo con
una madrugada atado a una columna mientras el látigo cae una y otra vez sobre
su espalda, una corona de espinas, que desgarra la piel de su cabeza y su
frente como corona de Rey, un manto de color púrpura sobre sus hombros llagados
y sobre el rostro golpes y salivazos. Y unos ojos tristes que miran sin rencor
a los que así lo tratan y torturan. Ya entrada la mañana, una cruz, pesado
madero que hay que llevar camino del monte Calvario: insultos,
voces y gritos, empujones y caídas, pero nada, ningún dolor se puede comparar
como saber que su Madre lo acompaña y está entre esa gente que lo conduce a la
muerte y cuando se encuentran... ¡no cabe más dolor en el mundo que esa mirada
de la Madre con la del Hijo!
Luego los clavos en pies y manos y unos brazos que se abren como queriendo
abrazar a todo el género humano cuando la cruz es levantada: Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos
hacia mi (Juan 12,34). Y una
petición al Padre antes de morir: ¡Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen (Lucas 23, 34).
Si profundizamos, si nos detenemos, si meditamos un poco en esta forma de amar,
en esta entrega total del Hijo de Dios hacia los hombres es imposible no caer
de rodillas para adorar esa imagen de un Dios clavado en una cruz, deseando
corresponder con una muestra, aunque sea tan limitada, como es la nuestra, a
ese amor.
Y después de su muerte... ¡ese glorioso y radiante
amanecer del Domingo de Resurrección!
CRISTO RESUCITA, HA VENCIDO A LA MUERTE.
Y esa Resurrección de Cristo nos hace responsables de una vida diferente, de un
hecho que nos empuja a dar testimonio de una fe fundada en la grandeza que nos
corresponde como hijos de Dios, porque esa resurrección se hace plenamente,
cuando después de afirmarla, modificamos nuestra vida personal.
Estamos pues, a punto de entrar a esta Semana Santa. Una más en nuestras vidas
pero con la oportunidad de vivirla de una manera diferente, abriéndonos sin
miedo a buscar ese manantial de amor y gratitud que guarda nuestro corazón y
que a veces no lo dejamos brotar como decía el Papa Juan Pablo II: Como creyentes hemos de abrirnos a una existencia que se
distinga por la gratuidad, entregándonos a nosotros mismos, sin reserva a Dios
y al prójimo.
FELICES PASCUAS PARA TODOS Y QUE ESTA
RESURRECCIÓN DE CRISTO SEA UNA RESURRECCIÓN PERSONAL EN CADA UNO.
Ma. Esther de Ariño
No hay comentarios:
Publicar un comentario