¿Estamos cansados, decepcionados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas.
Por: SS Francisco | Fuente: Catholic.net
Queridos hermanos
y hermanas
(...) Las mujeres habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían
sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado hasta el final, en
el Calvario y en el momento en que fue bajado de la cruz.
Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta tristeza,
la pena porque Jesús les había dejado, había muerto, su historia había
terminado. Ahora se volvía a la vida de antes. Pero en las mujeres permanecía
el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir al sepulcro.
Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez más, que
perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida: ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran
el cuerpo del Señor. Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de
preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido
tiene todo esto?» (cf. Lc 24,4).
¿Acaso no nos pasa así
también a nosotros cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de
todos los días? Nos quedamos parados, no lo entendemos, no
sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad
que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide.
(...)
Tenemos miedo de las
sorpresas de Dios. Queridos
hermanos y hermanas, en nuestra vida, tenemos miedo de las sorpresas de Dios.
Él nos sorprende siempre. Dios es así.
Hermanos y hermanas, no nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras
vidas. ¿Estamos acaso con
frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros
pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros
mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que
Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.
(...) las mujeres, encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí,
algo nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro: suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin
ofrecer una respuesta. Y he aquí dos hombres con vestidos
resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscáis
entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6).
Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor – el ir al sepulcro
–, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia
verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino
también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús
no está muerto, ha resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya
vuelto a vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es el
que vive (cf. Nm 14,21-28; Dt 5,26, Jos 3,10). Jesús ya no es del pasado, sino
que vive en el presente y está proyectado hacia el futuro, Jesús es el «hoy» eterno de Dios.
Así, la novedad de Dios se presenta ante los ojos de las mujeres, de los
discípulos, de todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre
la muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro menos humano.
Y este es un mensaje para mí, para ti, querida hermana y querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad
de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Los problemas, las preocupaciones de la vida
cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en
la amargura..., y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que
vive.
Acepta entonces
que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él
es la vida!
1. Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te
acogerá con los brazos abiertos.
2. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado.
3. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten
la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que
buscas y la fuerza para vivir como él quiere.
(...) Las mujeres se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero ante la tumba vacía y
los dos hombres con vestidos resplandecientes, su primera reacción es de temor:
estaban «con las caras mirando al suelo» –
observa san Lucas –, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar
el anuncio de la Resurrección, la reciben con fe. Y los dos hombres con
vestidos resplandecientes introducen un verbo fundamental: Recordad. «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea... Y
recordaron sus palabras» (Lc 24,6.8).
Esto es la invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús, de sus palabras,
sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con el Maestro, es
lo que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la proclamación de
la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (cf. Lc 24,9). Hacer memoria de lo que Dios ha
hecho por mí, por nosotros, hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el
corazón de par en par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria
de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.
(...) PIDAMOS AL
SEÑOR:
1. Que nos haga partícipes de su resurrección: nos
abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios, tan bellas;
2. Que nos haga hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que
él hace en nuestra historia personal y la del mundo;
3. Que nos haga capaces de sentirlo como el Viviente,
vivo y actuando en medio de nosotros;
4. Que nos enseñe cada día, queridos hermanos y
hermanas, a no buscar entre los muertos a Aquel que vive.
Fragmento
de la Homilía del Papa en la Misa de la Vigilia Pascual Basílica Vaticana.
Sábado Santo 30 de marzo de 2013.
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