Participación, congruencia, identidad y conciencia: cuatro pistas para propiciar sujetos sociales.
Por: Julián López Amozurrutia | Fuente: Octavo día/
El Observador
El sujeto social se construye desde una identidad. No puede fungir en el
anonimato. Este es, tal vez, el mayor desafío en las actuales condiciones
culturales, tanto por el creciente urbanismo como por los sistemas de
comunicación electrónica, que tienden a masificar y despersonalizar.
Es necesaria la certeza de que a
partir de la propia originalidad se debe participar en la obra común, y que las
características personales son una posibilidad para el conjunto. El mejor
tejido social es el que no abruma la riqueza de sus participantes, sino les
respeta el espacio de integración precisamente considerando la aportación
peculiar que puede dar en razón de sus afanes singulares, de sus talentos y aún
de sus decisiones.
Pero existe también una identidad
compartida, que se relaciona con la historia de cada grupo humano. Es la que
hereda del pasado un bagaje de experiencia, una “hipótesis”
de humanidad probada, que ha manifestado sus alcances y sus riesgos.
Como en el ámbito personal, la historia requiere ser digerida y asumida. En
ello hay mucho que necesita ser asimilado.
El origen mestizo y pluricultural
de nuestro país, en particular, conserva aún heridas que no han terminado de
sanar. No será nunca negando el pasado como se pueda fortalecer la identidad.
Como colectividad, proyectamos aún muchos “traumas”
históricos, que distan mucho de un equilibrio social. En la convivencia
cotidiana se manifiestan en ocasiones con
particular evidencia, y aún dramatismo.
“Una de las grandes
tareas pendientes en nuestra historia es la reconciliación entre todos los que
formamos esta gran Nación. Reconciliación con nuestro pasado, aceptando
nuestras raíces indígenas y europeas, especialmente españolas, todas vigentes y
actuales. Reconciliación con cada una de nuestras etapas valiosas e importantes
en la conformación de nuestra cultura: el Virreinato, la Independencia, la
Reforma, la Revolución, el Sistema Político Posrevolucionario y la actual
experiencia de paulatina transición democrática” (CEM,
Conmemorar nuestra historia desde la fe, n.129).
El sujeto social requiere
cultivar su conciencia. Su propia profundidad, su mundo interior, no constituye
el pretexto para alejarse del entorno, sino es el punto de partida y referencia
de la identidad personal. Y en la medida en que más se cultive la interioridad,
más posibilidades hay de que la participación social sea auténtica. Una más
lúcida conciencia es antídoto contra relaciones superficiales, que
inevitablemente vuelven frágil la cohesión social. Nuestro tiempo, fascinado
por relaciones “de pantalla” (en el doble
sentido de virtuales y de apariencia), hace en ello muy endeble el compromiso
humano. Entre más hondos son los cimientos, más confianza podemos tener en que
el edificio no se derrumbe.
La conciencia es, en primer
lugar, conocimiento de sí. Pero también, a partir de ello, ubicación en la
realidad y responsabilidad en las acciones. En última instancia, formulación
del sentido de la existencia y de la misma religiosidad. Decía el Concilio
Vaticano II: “Cuanto mayor es el predominio de la
recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades
para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la
moralidad” (Gaudium et spes, n. 16).
LA CONCIENCIA TIENE QUE SER FORMADA, y
en ello ocupa un lugar insustituible el tema de la relación con los demás.
Reconocer y poner en práctica actitudes de cortesía, partiendo de la convicción
del valor de cada ser humano, hace la convivencia civilizada y agradable. La
espontaneidad silvestre que hoy se aplaude como afirmación de los individuos,
alcanza niveles de grosería que están muy lejos de fomentar relaciones
armoniosas. Lo más alarmante es que este tipo de conductas prevalecen en los
niveles más selectos de la vida pública, y por lo mismo tienden a ser imitados,
rasgando, polarizando y tensionando más el tejido social.
Participación, congruencia,
identidad y conciencia: cuatro pistas para propiciar
sujetos sociales.
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