Hoy, 2 de febrero, se conmemora la fiesta de la Purificación de nuestra madre, la Santísima Virgen María. Esta conmemoración se realiza al lado de un segundo gran misterio que también se celebra hoy: la presentación de Nuestro Redentor en el templo de Jerusalén.
La ley judía ordenaba dos cosas en torno al nacimiento. En primer lugar,
todas las madres que habían dado a luz debían purificarse presentándose al
templo y, en segundo, todo primogénito debía ser ofrecido a Dios (aunque
después se pagara un “rescate” para librar
al recién nacido de las responsabilidades del templo). María, que respetaba
profundamente la ley, cumplió estrictamente con estas ordenanzas.
La Virgen María permaneció 40 días sin dejarse ver, absteniéndose de
entrar al templo y de participar en las ceremonias de culto. Luego se dirigió a
Jerusalén con Jesús en brazos, entregó las ofrendas en acción de gracias y,
para su expiación, presentó al Hijo ante el sacerdote, quien lo ofreció al
Padre Celestial. La costumbre obligaba a los padres a pagar cinco shekels a
cambio de que el sacerdote devolviese al bebé a los brazos de su madre. Eso sí,
siempre era posible que el Padre volviera a reclamarlo.
Cristo nos dio un ejemplo de humildad, obediencia y desprendimiento de
sí mismo, no solo al someterse a las leyes de su pueblo, siendo ofrecido por el
sacerdote a Dios, sino al hacerse oblación agradable al Padre al final de su
vida terrena.
Redacción ACI Prensa
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